LIBRO X

En que se muestra la existencia de otra trinidad en el alma del hombre y aparece can más evidencia en la memoria, en el entendimiento y en la voluntad.

CAPÍTULO I

El amor en un alma estudiosa, es decir, que desea saber, no es amor de lo desconocido

1. Para explicar ahora estas mismas cosas con mayor claridad, es menester una atención más tensa. En primer término, pues nadie puede amar una cosa por completo ignorada, examinemos con diligencia de qué naturaleza es el amor de los estudiantes; es decir, de los que no saben, pero desean saber.

En las realidades donde la palabra estudio no es usual pueden existir ciertos amores de oídas; así, el alma se enciende en deseos de visión y de gozo con la fama de una belleza cualquiera, porque posee en general una noción de la belleza corpórea, por haber visto muchas, y en su interior existe algo que aprueba lo que en la periferia con ardor codicia. Cuando esto sucede, el amor no es pasión de una cosa ignorada, pues ya -conoce su género. Cuando amamos a un varón bondadoso cuyo rostro no hemos visto jamás, lo amamos por la noticia de sus virtudes, que ya conocemos en la misma verdad.

No es tampoco infrecuente el que nos estimule al estudio de nuevas doctrinas la autoridad del que las loa y ensalza; con todo, de no tener impresa en el alma una ligera noción de la ciencia, no arderíamos en deseos de aprenderla. ¿Quién, pongo el caso, gastaría tiempo y afanes en aprender retórica si no sabe con antelación que es el arte de bien decir?

Admiramos a veces los resultados de esas ciencias por haberlas oído ponderar o por propia experiencia, y no inflamamos en deseos de aprender con la ilusión de llegar a dicho fin. Es como si a un analfabeto se le dijese que existe un arte, al alcance de todos, por medio de] cual se puede enviar a una persona que vive muy lejos unas palabras dibujadas a mano y en silencio, y aquel a quien van dirigidas las entiende, no con los oídos, sino con los ojos, y comprueba que esto es verdad: ¿acaso, si desea aprender a escribir, no dirigirá sus esfuerzos a esta meta ya conocida? De esta manera se encienden los ánimos de los aprendices; porque lo que en absoluto se ignora, balo ningún concepto se puede amar.

2. Y otro tanto sucede si alguien oye un sonido desconocido, por ejemplo, el de una palabra cuyo significado ignora y anhela conocerlo; esto es, desea conocer el objeto designado por dicho sonido. Supongamos que oye la palabra temetum y, en su ignorancia, pregunta qué significa. Es necesario sepa ya que es un signo; es decir, no un vacua sonido, sino pleno de significación; además este trisílabo ya es conocido, y mediante el sentido del oído se imprimió, al deletrearlo, su noticia en el alma. ¿Qué más se puede exigir para su mayor conocimiento, si nos son familiares todas sus letras y los espacios todos de sus sonidos, sino porque al mismo tiempo sabemos que es un signo y nos espolea el deseo de saber de qué objeto es signo?

Cuanto más se conoce, sin legar al conocimiento pleno, con tanto mayor empeño anhela el alma saber lo que resta. Si alguien conociera tan sólo la existencia de esta palabra e ignorara que era signo de alguna realidad, suspendería su búsqueda, contento ya con su percepción sensible. Pero como conoce ya no sólo que es palabra, sino también signo, anhela su conocimiento perfecto. Ningún signo se conoce plenamente si se ignora de qué cosa es signo.

Y el que con ardorosa diligencia estudia para saber y se inflama y persevera en su esfuerzo, ¿estará ayuno de amor? ¿Qué es, pues, lo que ama? No es posible, en verdad, amar una cosa sin conocerla. No ama estas tres silabas el que ya las conoce. ¿Se dirá que lo que ama en ellas es el saber que tienen un significado? No se trata ahora de esto; no es esto lo que se busca saber: en el que se afana por conocer preguntamos qué es lo quo él ama y aún no conoce; y precisamente nos admira su amor, porque sabemos con toda certeza que sólo es dable amar lo conocido.

Ama porque conoce e intuye en las razones del ser la belleza de la ciencia, en la que se contienen las nociones de todos los signos, y la utilidad de un arte que hace posible a los hombres comunicar entre sí sus pensamientos, para que la sociedad humana no sea algo peor que la soledad estéril, como sucedería de no poder comunicarse los hombres sus ideas por medio del lenguaje.

El alma ve, conoce y ama este útil y bello ideal, y todo aquel que inquiere el significado de las palabras que ignora, se esfuerza cuanto puede por perfeccionarse en dicha ciencia. Pero una cosa es contemplar en la luz de la verdad este ideal, y otra, asaz diferente, lo que su facultad ambiciona. Intuye en el esplendor de la verdad cuán grande y bueno es comprender y hablar las lenguas de todos los pueblos y no oír o hablar ninguna como extranjero. Y su pensamiento percibe la belleza de este saber, y entonces se ama una cosa conocida; y de tal manera su visión inflama los anhelos de los aprendices, que todo gira y se mueve a su alrededor y es meta de cuantos afanes, se toman por adquirir dicha ciencia y abrazar en la práctica lo que su inteligencia preconoce; y cuanto más próxima es la esperanza de hablar estas lenguas, más se acrecienta la llama de su amor. Con ardor más vehemente se entrega lino al estudio de las ciencias si no se desespera poder comprenderlas; porque quien no tiene esperanza de conseguir lo que ansia, aunque vea su belleza, o con tibieza la ama o, sencillamente, no la ama. Y pues casi todos desconfían poseer el dominio do todas las lenguas, de ahí que cada uno se afane por conocer la lie su ilación; y, dado que haya alguien que se sienta incapaz de dominarla con toda perfección, nadie hay tan haragán que no sienta curiosidad por conocer el significado de una palabra desconocida; y si puede, se informa y la aprende. Y, al informarse, es evidente que siente deseos de aprender, y parece amar una cosa desconocida, pero en realidad no es así.

Su alma es acariciada por aquel ideal conocido en el que piensa, y en el que se refleja la hermosura de las almas fusionadas en el aglutinante del lenguaje; y esta hermosura enciende en él un deseo vivísimo de aprender lo que ignora, aunque ya intuye y ama el ideal conocido hacia el que tiende su esfuerzo. En consecuencia, si al que pregunta, verbigracia, qué es el temetum -es nuestro ejemplo- se le contesta con un "¿Qué te importa?", responderá: "No sea que oiga hablar y no entienda, o bien lea esta palabra en alguna parte e ignore el pensamiento de su autor". Y ¿quién hay que le replique: "No quieras entender lo que oyes ni conocer lo que lees"? A casi todas las almas racionales es manifiesta la belleza de un arte que permite a los hombres conocer mutuamente sus pensamientos por medio de la simple enunciación de palabras henchidas de significado. Y a causa de esta belleza conocida se busca con ilusión la palabra ignorada; y cuando oye y conoce que los antiguos llamaban al vino temetum -palabra desterrada de la circulación actual-, es posible que su conocimiento le sea necesario para inteligencia de algunos libros vetustos. Mas, si los juzga inútiles, pensará que no merece la pena conservar dicha palabra en la memoria, pues ve que no pertenece a aquel ideal de doctrina que la razón ama e intuye.

3. Por ende, todo amor del alma estudiosa, es decir, ansiosa de saber lo que ignora, no es amor de cosa ignorada, sino conocida, y por ella suspira conocer lo que ignora. Y si es tan curioso que sólo el deseo de saber le espolea, no otra causa conocida, este nuestro curioso se ha de discernir del verdadero estudiante, pero ni aun así ama lo desconocido, sino que más propiamente diríamos que odia lo incógnito, pues la ignorancia aborrece el que desea saberlo todo.

Mas si alguien nos propone otra cuestión más difícil, diciendo que es tan imposible aborrecer lo que se ignora como amar lo que se desconoce, no haré violencia a la verdad; pero no es lo mismo decir: "Ama saber lo que ignora", y afirmar: Ama lo incógnito". Es posible haya alguien que ame conocer lo que ignora, pero nadie ama lo desconocido. Ni sin motivo está puesto el verbo saber, porque el que codicia saber lo que ignora, ama el saber, no lo ignoto. Sin este saber no podría decir con firmeza que ignora o conoce. Es, pues, necesario que sepa qué es el saber, no sólo el que dice: "Lo sé", y dice verdad, sino incluso el que dice: "Lo ignoro", y lo afirma con aplomo y verdad, y sabe que dice verdad, y sabe qué es saber; porque distingue al ignorante del sabio cuando, al examinarse a sí mismo, dice con sinceridad: "No lo sé"; cuando sabe que dice verdad, ¿cómo lo sabe, si ignora lo que es el saber?

CAPÍTULO II

Nadie ama lo desconocido

4. Ningún hombre estudioso, ningún curioso ama lo desconocido, ni aun en la hipótesis de insistir con ardor en conocer lo que ignora. Conoce ya en general lo que ama, pero anhela percibir el detalle; o de las mismas cosas singulares que él no conoce, al oírlas alabar, se imprime en su alma una forma imaginaria que le impulsa al amor. Y ¿de dónde surge esta ficción sino de las cosas ya conocidas? Y si encuentra lo que oye ensalzar disconforme con la imagen ideal impresa en su pensamiento y en su ánimo, quizá no lo ame: y si lo ama, el principio de este amor radica en lo conocido. Poco antes muy otra era la imagen amada que su alma solía exhibir al formarla.

Y si la encuentra semejante a la imagen que la fama pregona, a la que pueda decir con verdad: "Ya te amaba", ni aun entonces amaba lo desconocido, pues ya le era conocida en esta semejanza. O vemos y amamos algo en el esplendor de la razón sempiterna y cuando, reproducida en la imagen de un objeto temporal, se brinda :a nuestra fe y a nuestro amor mediante el elogio de los que experimentado la han, nada desconocido amamos, según más arriba probé; o bien amamos algo conocido, y esto nos impulsa a inquirir lo ignorado; entonces no es lo desconocido objeto de nuestro amor, sino lo conocido, al que conocemos pertenecer a fin de conocer aquello que aun ignorado buscamos, según senté poco ha al hablar de la palabra secreta.

O, finalmente, se ama el saber, verdad que nadie sediento de ciencia puede ignorar. Por estas razones parece aman lo ignoto aquellos que ansían conocer lo ignorado: mas éstos, por su ardiente deseo de aprender, no puede afirmarse están sin amor. Creo haber demostrado a los contempladores de la verdad no ser así, siendo imposible amar lo ignorado. Mas como los ejemplos aducidos se refieren tan sólo a los que anhelan conocer realidades fuera de sí, veamos si surge alguna novedad cuando es la mente la que anhela conocerse a sí misma.

CAPÍTULO III

Conocimiento del alma por el alma

5. ¿Qué ama la mente cuando con pasión ardorosa busca conocerse, si es para sí una desconocida? He aquí a la mente, que busca conocerse y se inflama en este deseo. Ama, es cierto; pero ¿qué ama? ¿Se ama a sí misma? ¿Cómo se ama, si aún no se conoce y nadie puede amar lo ignorado? ¿Es acaso que la fama pregonó su hermosura cual solemos oír de las cosas ausentes?

Quizá entonces no se ama a sí misma, sino la idea que se finge de sí misma, muy diferente acaso de lo que ella es. Y si la mente tiene de sí una idea exacta, entonces al amar esta ficción se amaría antes de conocerse. Ve lo que le es semejante; conoció otras mentes y por ellas se finge a sí misma y, según esta idea genérica, ya se conoce.

Pero entonces, ¿cómo conoce a otras mentes y se ignora a sí misma, si nada hay tan presente a sí misma como ella misma? Y si le sucede como a los ojos del cuerpo, que conocen mejor los ojos ajenos que los propios, entonces no se afane en la búsqueda, pues jamás se ha de encontrar. Sin un espejo nunca verán los ojos su imagen; mas en las cosas incorpóreas no es dable emplear un medio parecido: la mente no puede verse en un espejo.

¿Será, acaso, en la razón de la eterna verdad donde ve la hermosura del autoconocimiento, y ama lo que intuye y suspira por la realización en sí misma? Si no se conoce, conoce al menos cuán bello es conocerse. Ciertamente es muy de admirar el que no se conozca y conozca la belleza de conocerse.

¿Es que ve algún fin excelso, esto es, su seguridad y su dicha, merced a una secreta memoria que no le abandona en su peregrinación hacia lejanas playas, y cree no poder alcanzar esta meta sin conocerse a sí misma? Y así, mientras ama aquello, busca esto: ama el fin conocido y busca el medio ignorado.

Mas entonces, ¿cómo pudo subsistir el recuerdo de su felicidad sin que el recuerdo de ella misma perdure? ¿No se conocerá ella que quiere llegar, y conocerá la nieta adonde ansía llegar? O ¿es que, cuando ama conocerse, no se ama a sí misma, pues aún se ignora, pero ama el conocer y amargamente soporta en sí esta falta de ciencia, por la que anhela comprenderlo todo? Luego conoce qué es conocer, y por esto que ya conoce desea conocerse.

Mas ¿dónde conoció su saber, si no se conoce? Sabe, si, que conoce otras cosas y ella se ignora, y de ahí el conocer qué es conocer. Pero ¿cómo sabe que sabe algo, si se ignora a sí misma? No conoce una mente que conoce, sino a sí misma. Luego se conoce. Además, cuando se busca para conocerse, conoce su búsqueda. Luego ya se conoce. Es, por consiguiente, imposible un desconocimiento absoluto del yo, porque, si sabe que no sabe, se conoce, y si ignora que se ignora, no se busca para conocerse. Por el mero hecho de buscarse, ¿no prueba ya que es para sí más conocida que ignorada? Al buscarse para conocer, sabe que se busca y se ignora.

CAPÍTULO IV

El alma se conoce totalmente

6. ¿Qué diremos? ¿Que en parte se conoce y en parte se ignora? Es un absurdo afirmar que el alma toda no sabe lo que sabe. No digo: "Lo sabe todo"; pero lo que sabe lo sabe toda. Cuando conoce algo suyo, cosa imposible de no saberlo toda, se conoce totalmente. Sabe que sabe algo, y es imposible saber algo si no lo sabe totalmente. Luego toda se conoce. ¿Qué hay para ella tan conocido como su propio vivir? No es posible ser mente sin vivir, siendo, a mayor abundamiento, inteligencia; las almas de los brutos tienen vida, pero no inteligencia. Esta mente es toda mente y toda vida. Conoce su vivir. Luego se conoce totalmente.

Por fin, cuando la mente busca conocerse, conoce que es mente; de otra suerte ignoraría que se busca y quizá buscase una cosa por otra. Puede ser que ella no sea mente, y así, al buscar conocer la mente, no se busca así misma. En consecuencia, al inquirir la mente qué es la mente, conoce que se busca; luego conoce que ella es mente. Y si conoce que es mente y toda es mente, se conoce totalmente.

Mas supongamos que ignora, cuando se busca, que es mente y conoce tan sólo que se busca. Si esto ignora, cabe también que busque una cosa por otra; para no buscar una cosa por otra, sin duda, ha de conocer lo que busca. Y Si conoce lo que busca y se busca así misma, se conoce. ¿Por qué, pues, busca aún? Y si en parte se conoce y en parte se ignora, entonces no se busca a sí misma, sino que busca una parte suya. Pero, cuando se habla de ella, se habla del alma toda. Además, si conoce que no se ha encontrado totalmente, conoce su grandeza total. Busca lo que falta a su conocimiento, como se busca habitualmente un recuerdo olvidado, aunque no totalmente; pues al despertar el recuerdo reconocemos ser el mismo que buscábamos.

¿Cómo puede la mente hacerse presente a la mente? ¿Puede la mente no estar en la mente? Añadamos que si, encontrada una parte, no se busca toda, sin embargo toda busca. Toda está presente a sí misma y no es lo que aún busca; falta lo que busca, no ella, que busca. Luego, al buscarse toda, nada de ella misma le falta. Y si toda no se bucen, sino que la parte ya encontrada busca a la parte que aun no se ha encontrado, entonces no se busca la mente a sí misma, porque ninguna parte de dila es objeto de búsqueda. La parte ya encontrada no se busca; ni se busca la parte que aún no se ha encontrado, pues es buscada por la parte que ya se encontró.

Luego, si no se busca toda la mente, ninguna parte de ella se busca; por consiguiente, la mente de ninguna manera se busca.

CAPÍTULO V

Precepto de conocerse. Errores

7. ¿Para qué se le preceptúa conocerse? Es, creo, con el fin de que piense en sí y viva conforme a su naturaleza; es decir, para que apetezca ser moderada, como lo exige su esencia, bajo aquel a quien debe estar sometida, sobre la criatura, que ella debe señorear; bajo aquel por quien debe ser regida, sobre las cosas que debe gobernar. Muchas veces obra como olvidada de sí e impulsada por una apetencia malsana.

Ve ciertas cosas intrínsecamente bellas en una esencia más noble, que es Dios; y cuando debiera mantenerse en pie para gozar de estos bienes, se los apropia, y, no queriendo ser semejante a El por El, sino que trata de ser semejante a Dios por sí misma, y así se aleja de Él, se desliza y cae de menos en menos cuando creía ir de más en más; porque ni puede abastarse a sí misma ni la contenta bien alguno, distanciada de Aquel que es el único suficiente. Su indigencia y penuria le hacen en exceso estar atenta a sus actividades y a los placeres turbulentos que recoge; y, espoleada por la apetencia de adquirir nuevos conocimientos de las cosas exteriores -cosas que ama y siente perder si no las retiene a fuerza de grandes cuidados-, pierde la seguridad y tanto menos piensa en sí misma cuanto más segura está de no poder perderse.

Así, siendo una cosa no conocerse y otra no pensarse (de un sabio versado en muchas disciplinas no decimos que ignore la gramática si, por tener el pensamiento ocupado en la medicina, no piensa en ella), siendo, repito, una cosa ignorarse y otra no pensarse, tanta es la vivacidad del amor, que atrae hacia sí las realidades con amor por largo tiempo pensadas si está apegado a ellas con el aglutinante del cuidado, y las lleva consigo cuando entra en sí para -en cierto modo- pensarse. Y como las cosas que por los sentidos de la carne amó son cuerpos y se halla mezclada por una luenga familiaridad con ellos, al no poderlos llevar consigo a su interior, región reservada a la naturaleza incorpórea, enrolla sus imágenes y arrebata las formadas en sí misma de sí misma. Les da, pues, para su formación, algo de su substancia; pero conserva su libertad para juzgar de esas imágenes. Y esta facultad es la mente, es decir, la inteligencia racional, a la que está reservado el juicio. Porque las partes del alma que son informadas por las semejanzas de los cuerpos, sabemos que nos son comunes con los animales

CAPÍTULO VI

Juicio erróneo de la mente acerca de sí misma

8. Yerra, pues, la mente cuando se une a estas imágenes con amor tan extremado que llega a creerse de una misma naturaleza con ellas. Y así se conforma en cierta medida a ellas, no en la realidad, sino en el pensamiento; no porque se juzgue una imagen, sino porque se identifica con el objeto cuya imagen lleva en sí misma. No obstante, conserva la facultad de discernir entre el cuerpo que afuera queda y la imagen que lleva consigo, a no ser que se finjan estas imágenes como si en realidad, no en el pensamiento, existiesen, cual acaecer suele en el sueño, en la locura y en el éxtasis.

CAPÍTULO VII

Opiniones de los filósofos acerca de la naturaleza del alma. El error de los que opinan que el alma es corpórea y proviene, no de que le añaden algún elemento extraño. Qué sea encontrar

9. Cuando se juzga una de estas cosas, piensa que es cuerpo. Y, pues conoce muy bien su señorío sobre el cuerpo que rige, sucedió que algunos se preguntaron qué es lo que en el cuerpo vale más que el cuerpo, y opinaron que era la mente o el alma toda. Y así, unos la creyeron sangre, otros cerebro, otros corazón, y no en el sentido de la Escritura cuando dice: Te alabo, Señor, con todo mi corazón; y en otra parte: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón1, pues en estos pasajes, por catacresis abusiva, el corazón se toma por el alma, sino que creyeron que era esa partecita del cuerpo que vemos latir al desgarrarse las entrañas.

Otros la imaginaron compuesta de moléculas muy diminutas e indivisibles, llamadas átomos. Otros dijeron que su substancia era aire o fuego. Otros, que no era substancia, por ser incapaces de imaginar substancia alguna incorpórea, y veían que el alma no es cuerpo, y así opinaron que era simple constitución temperamental o conjunto de elementos primordiales a los que nuestro cuerpo se ensambla. En consecuencia, todos éstos juzgaban que era mortal, pues no es posible permanecer inmortal siendo cuerpo o amalgama corpórea.

Los que afirman que es una cierta substancia vital e incorpórea, pues, según constataron, todo cuerpo vivo posee una vida que lo vivifica y anima, consecuentes con su sentir, intentaron probar, cada uno como pudo, la inmortalidad del alma, porque la vida no puede carecer de vida. No creo sea menester disputar largamente en este lugar sobre un no sé qué quinto elemento que algunos añaden a los cuatro ya conocidos de este mundo y lo denominan alma. En efecto, o llaman cuerpo a lo que nosotros llamamos así, cuya parte en el espacio local es menor que el todo, y entonces éstos se han de catalogar entre los partidarios de la materialidad de la mente, o llaman cuerpo a toda substancia o naturaleza mudable, aunque saben que no ocupa en el espacio latitud, longitud ni altura, y con éstos no hemos de disputar por cuestión de palabras.

10. En todas estas sentencias ve cualquiera que el alma es substancia y no es corpórea, es decir, que no ocupa en el espacio un lugar mayor o menor, según que sus partes sean más o menos extensas; y al mismo tiempo observe cómo los, defensores de la corporeidad de la mente desbarran, no por carecer en absoluto de ideas acerca del alma, sino porque le suman algún elemento, sin el cual son impotentes para imaginar ninguna naturaleza. Cuanto se les mande pensar sin ayuda de los fantasmas corpóreos, lo juzgan inexistente. En consecuencia, la mente no se busque como si estuviera ausente de sí misma.

¿Qué existe tan presente al pensamiento como lo que está presente en la mente? Y ¿qué hay tan presente en la miente como la mente? La palabra invención, si nos atenemos a su origen etimológico, ¿qué otra cosa significa, sino venir a lo que se busca? Las ideas que espontáneamente nos vienen a la mente en el lenguaje corriente no se dicen invenciones, aunque si conocimientos, porque no tendíamos por 1a búsqueda hacia ellos con el fin de llegar a su conocimiento, es decir, de encontrarlos. Por tanto, así como, cuando el ojo o algún otro sentido corpóreo busca una cosa, es la mente la que busca, pues ella es la que mueve y dirige el sentido carnal y la que halla, cuando este sentido choca con la cosa buscada, y 1o mismo en las realidades que ella por sí misma, sin intervención de sentido alguno corpóreo, conoce, cuando llega a ellas las encuentra, ya sea en una naturaleza trascendente, es decir, en Dios, ya en las otras partes del alma, cual sucede al juzgar de las imágenes de los cuerpos. Es dentro, en el alma, donde las descubre impresas a través de los sentidos del cuerpo.

CAPÍTULO VIII

Búsqueda y error del alma

11. Es una cuestión admirable averiguar cómo la mente se busca y se encuentra, adónde tiende en su búsqueda y adónde llega para encontrarse. ¿Qué hay tan en la mente como la mente? Pero como está en las cosas que piensa con amor y está familiarizada por l afecto con los objetos sensibles o corpóreos, no es capaz de estar en sí misma sin las imágenes de dichos objetos. De ahí nace la fealdad de su error, pues no puede separar de sí las imágenes de lo sensible y verse sola. Estas imágenes se apegaron a ella con el gluten del amor de una manera maravillosa, y ésta es su inmundicia, pues cuando se esfuerza por pensarse, se cree la imagen, sin la cual no puede pensarse.

Cuando se le preceptúa conocerse, no se busque como si estuviera arrancada de su ser, sitio despójese de lo que se añadió. Ella es algo más íntimo que estas cosas sensibles, ubicadas evidentemente en la periferia, e incluso que sus imágenes, depositadas en cierta porción de su alma; imágenes que también las bestias, huérfanas de inteligencia, poseen; facultad ésta propia del alma. Siendo la mente algo interior, sale, en cierto modo, de sí misma al poner su afecto amoroso en estas imágenes, que son como vestigios de sus múltiples atenciones. Estos vestigios se han como impreso en la memoria al momento de percibir estas cosas corporales y externas, de suerte que aun en su ausencia se presentan sus imágenes a los que las piensan. Conózcase, pues, a sí misma y no se busque como ausente; fije en sí la atención de su voluntad vagabunda y piénsese, y verá entonces cómo nunca ha dejado de amarse y cómo jamás se ignoró; sólo que, al amar consigo otras cosas, se confundió y en cierto modo tomó consistencia con ellas, y así como un compuesto abraza elementos diversos, así abrazó esta diversidad como si fuera unidad y se figuró ser uno lo que es múltiple.

CAPÍTULO IX

Se conoce el alma al conocer el precepto de conocerse

12. No trate el alma de verse como ausente; cuide, sí, de discernir su presencia. Ni se conozca como si se hubiera ignorado, pero sepa distinguiese de toda otra cosa que ella conozca. Cuando oye el "Conócete a ti misma", ¿ cómo poner en ello diligencia, si ignora qué es conócete" y qué es "a ti misma"? Si conoce ambas cosas, se conoce a sí misma; porque no se le dice a in mente que se conozca como se le dice que conozca a un querube o a un serafín. Creemos que estos espíritus para nosotros ausentes son potestades celestes.

Ni se ha de entender como cuando se dice: "Conoce la voluntad de aquel hombre"; voluntad que no podemos percibir ni comprender si no es mediante signos corpóreos, y esto más por fe que por inteligencia. Ni, finalmente, en el sentido que se dice al hombre: "Mira tu rostro"; cosa imposible sin un espejo, pues nuestro rostro está ausente para nuestros ojos, dado que no pueden fijar en él su pupila. Pero cuando se le dice a la mente: "Conócete a ti misma", al momento de oír "a ti misma", si lo entiende, ya se conoce, no por otra razón, sino porque está presente a sí misma. Y si no entiende lo que se le dice, no lo hace. Se manda que haga esto, y, al comprender el precepto, lo cumple.

CAPÍTULO X

El alma sabe con certeza que existe, vive y entiende

13. No añada nada la mente a lo que de sí misma conoce cuando se le ordena conocerse. Tiene certeza que es a ella a quien se le preceptúa, es decir, a olla que existe, vive y comprende. Existe el cadáver y vive el bruto; mas ni el cadáver ni el bruto entienden. Ella sabe que existe y vive como vive y existe la inteligencia. Cuando, por ejemplo, la mente cree que es aire, opina que el aire entiende, pero sabe que ella comprende; que sea aire no lo sabe, se lo figura. Deje a un lado lo que opina de sí y atienda a lo que sabe; quédese con lo que sin dudar admitieron aquellos que opinaron ser la mente este o aquel cuerpo. No todas las mentes creyeron ser aire, pues unas se tenían por fuego, otras por cerebro, otras por otros cuerpos, y algunas por otra cosa, según recordé poco antes; pero todas conocieron que existían, vivían y entendían; mas el entender lo referían al objeto de su conocimiento; el existir y el vivir, a sí mismas. Comprender sin vivir y vivir sin existir no es posible. Esto nadie lo pone en tela de juicio. En consecuencia, el que entiende, vive y existe, y no como el cadáver, que existe y no vive, ni como vive el alma que no entiende, sino de un modo peculiar y más noble.

Además, saben que quieren, y conocen igualmente que nadie puede querer si no existe y vive; asimismo refieren su querer a algo que quieren mediante la facultad volitiva. Saben también que recuerdan, y al mismo tiempo saben que, sin existir y vivir, nadie recuerda; la memoria la referimos a todo lo que recordamos por ella. Dos de estas tres potencias, la memoria y la inteligencia, contienen en si la noticia y el conocimiento de multitud de cosas; la voluntad, por la cual disfrutamos y usamos de ellas, está presente. Gozamos de las cosas conocidas, en las que la voluntad, como buscándose a sí misma, descansa con placer; usamos de aquellas que nos sirven como de medio para alcanzar la posesión fruitiva. Y no existe para el hombre otra vida viciosa y culpable que la que usa y goza mal de las cosa. Sobre esta cuestión no disputaremos ahora.

14. Mas corno de la naturaleza die la mente se trata, apartemos de nuestra consideración todos aquellos conocimientos que nos vienen del exterior por el conducto de los sentidos del cuerpo, y estudiemos con mayor diligencia el problema planteado, a saber: que todas! las mentes se conocen a sí mismas con certidumbre absoluta. Han los hombres dudado si la facultad de vivir, recordar, entender, querer, pensar, saber y juzgar provenía del aire, del fuego, del cerebro, de la sangre, de los átomos; o si, al margen de estos cuatro elementos, provenía de un quinto cuerpo de naturaleza ignorada, o era trabazón temperamental de nuestra carne; y hubo quienes defendieron esta o aquella opinión. Sin embargo, ¿quién duda que vive, recuerda, entiende, quiere, piensa, conoce y juzga?; puesto que, si duda, vive; si duda, recuerda su duda; si duda, entiende que duda; si duda, quiere estar cierto; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe; si duda, juzga que no conviene asentir temerariamente, Y aunque dude de todas las demás cosas, de éstas jamás debe dudar; porque, si no existiesen, sería imposible la duda.

15. Los que opinan que la mente es un cuerpo o la cohesión y equilibrio de un cuerpo, quieren que todas estas cosas sean vistas en un determinado sujeto, de suerte que la substancia sea fuego, éter o un elemento cualquiera; en su opinión esto es la mente, y la inteligencia informaría este cuerpo como atributo. El cuerpo sería el sujeto, ésta radicaría en dicho sujeto. Es decir, la mente -pues la juzgaron corpórea- es el sujeto; la inteligencia y las facultades mencionadas poco ha, de las cuales tenemos certeza, accidentes de este sujeto. Así piensan también aquellos que niegan la corporeidad del alma, pero la hacen constitución orgánica o temperamento del cuerpo. Con esta diferencia: que unos afirman la substancialidad del alma, en la cual radicarla, como en propio sujeto, la inteligencia, mientras éstos sostienen que la mente radien en un sujeto, es decir, en el cuerpo, cuya composición temperamental es. Por consiguiente, ¿en qué sujeto han de colocar la inteligencia, sino en el sujeto cuerpo?

16. Todos éstos no advierten que la mente se conoce cuando se busca, según ya probamos. No se puede con razón afirmar que se conoce una cosa si se ignora su naturaleza. Por tanto, si la mente se conoce, conoce su esencia, y si está cierta de su existencia, está también cierta de su naturaleza. Tiene de su existencia certeza, como nos lo prueban los argumentos aducidos: Que ella sea aire, fuego, cuerpo o elemento corpóreo, no está cierta. Luego no es ninguna de estas cosas. El precepto de conocerse a sí misma tiende a darle certeza de que no es ninguna de aquellas realidades de las que ella no tiene certeza. Sólo debe tener certeza de su existencia, pues es lo único que sabe con toda certeza.

Piensa en el fuego, en el aire o en cualquier otro cuerpo; mas es en absoluto imposible pensar en lo que es ella como piensa en lo que ella no es. En el fuego, en el aire, en este o aquél cuerpo, en alguna parte constitutiva y orgánica de la materia, en todas estas cosas piensa mediante fantasmas imaginarios; mas no se dice que el alma sea a un tiempo todas estas realidades, sino una de ellas Mas, si fuera en verdad alguna de estas cosas, pensaría en ella muy de otra manera que en las demás. Es decir, no pensarla en ellas mediante las ficciones de la fantasía, como se piensa en las cosas ausentes que han estado en contacto con los sentidos, bien se trate de ellas mismas, bien de otras muy semejantes, sino por medio de una presencia íntima y real, no imaginaria (nada hay a la mente más presente que ella misma); así es como piensa que ella vive, comprende y ama. Esto lo conoce en sí misma y no se imagina que lo percibe, como lo corpóreo y tangible, por los sentidos, cual si estuviera en los aledaños de sí misma. Si logra despojarse de todos estos fantasmas y no cree que ella sea alguna de estas cosas, lo que de ella misma quede, esto solo es ella".

CAPÍTULO XI

En la memoria radica la ciencia; en la inteligencia, el ingenio, y la acción en la voluntad. memoria, entendimiento y voluntad son unidad esencial y trilogía relativa

17. Dejadas, por un momento, aparte las demás cosas que el alma reconoce en sí con toda certeza, estudiemos sus tres facultades: memoria, inteligencia y voluntad. En estas tres potencias se refleja y conoce la naturaleza e índole de los párvulos. Cuanto con mayor tenacidad y facilidad recuerde el niño, y mayor sea su agudeza en entender, y estudie con mayor ardor, tanto será su ingenio más laudable. Cuando se trata de una disciplina cualquiera, no se pregunta con cuánta firmeza y facilidad recuerda o cuál es la penetración de su ingenio, sino qué es lo que recuerda y comprende. Y siendo el alma laudable no sólo por su ciencia, sino también por su bondad, se ha de tener en cuenta no lo que recuerda y comprende, sino qué es lo que quiere, y no con el ardor que lo quiere, sino que primero consideramos el objeto de su querer y luego cómo lo quiere. Un alma vehemente y apasionada es sólo loable en la hipótesis que haya de amarse con pasión lo que ama.

Al nombrar estas tres cosas, ingenio, doctrina y acción, el primer punto a examinar en las tres facultades será qué es lo que cada uno puede con su memoria, con su inteligencia y con su voluntad.

En segundo término, qué es lo que cada uno posee en su memoria y en su inteligencia y hasta dónde llega su voluntad estudiosa. Viene, en tercer lugar, la acción de la voluntad, cuando repasa lo que hay en su memoria y en su inteligencia, bien lo refiera a un fin concreto, ya repose con gozoso deleite en el fin. Usar es poner alguna cosa a disposición de la voluntad; gozar es el uso placentero, no de una esperanza, sino de una realidad. Por consiguiente, todo aquel que goza usa, pues pone al servicio de la voluntad una cosa teniendo por fin el deleite; mas no todo el que usa disfruta: es el caso del que pone a disposición de la potencia volitiva un bien que no apetece como fin, sino como medio.

18. Y estas tres facultades, memoria, inteligencia y voluntad, así como no son tres vidas, sino una vida, ni tres mentes, sino una sola mente, tampoco son tres substancias, sino una sola substancia. La memoria, como vida, razón y substancia, es en sí algo absoluto; pero en cuanto memoria tiene sentido relativo. Lo mismo es dable afirmar por lo que a la inteligencia y a la voluntad se refiere, pues se denominan inteligencia y voluntad en cuanto dicen relación a algo. En sí mismas, cada una es vida, mente y esencia. Y estas tres cosas, por el hecho de ser una vida, una mente, una substancia, son una sola realidad. Y así, cuanto se refiere a cada una de estas cosas le doy un nombre singular, no plural, incluso cuando las considero en conjunto.

Son tres según sus relaciones reciprocas; y si no fueran iguales, no sólo cuando una dice habitud a otra, sino incluso cuando una de ellas se refiere a todas, no se comprenderían mutuamente. Se conocen una a una, y una conoce a todas ellas. Recuerdo que tengo memoria, inteligencia y voluntad; comprendo que entiendo, quiero y recuerdo; quiero querer, recordar y entender, y al mismo tiempo recuerdo toda mi memoria, inteligencia y voluntad. Lo que de mi memoria no recuerdo, no está en mi memoria. Nada en mi memoria existe tan presente como la memoria. Luego en su totalidad la recuerdo.

De idéntica manera sé que entiendo todo lo que entiendo, sé que quiero todo lo que quiero, recuerdo todo lo que sé. Per consiguiente, recuerdo toda mi inteligencia y toda mi voluntad. Asimismo, comprendo estas tres cosas, y las comprendo todas a un tiempo. Nada inteligible existe que no comprenda, sino lo que ignoro. Lo que ignoro, ni lo recuerdo ni lo quiero. En consecuencia, cuanto no comprendo y sea inteligible, ni lo recuerdo ni lo amo. Por el contrario, todo lo inteligible que recuerde y ame es para mí comprensible. Mi voluntad, siempre que uso de lo que entiendo y recuerdo, abarca toda mi inteligencia y toda mi memoria. En conclusión, cuanto todas y cada una mutuamente se comprenden, existe igualdad entre el todo y la parte, y las tres son unidad: una vida, una mente, una esencia.

CAPÍTULO XII

El alma, imagen de la Trinidad en su memoria, entendimiento y voluntad

19. ¿Hemos ya de elevarnos, con las fuerzas de nuestra atención, sean las que fueren, hasta aquella soberana y altísima esencia, cuya imperfecta imagen es la mente humana, pero imagen al fin? ¿Será aún menester estudiar más claramente en el alma aquellas tres facultades, apoyándonos en los objetos que externamente se perciben por el sentido del cuerpo, donde de una manera transitoria se imprime la noticia de las cosas materiales?

Notamos ya la presencia de la mente en la memoria, en la inteligencia y en la voluntad; y pues encontramos que siempre se conocía y siempre se amaba, debía también recordarse y comprender que se conocía y amaba; aunque bien es cierto que no siempre se cree distinta de aquellas cosas que no son lo que es ella, y por esto era difícil distinguir en ella la memoria y la inteligencia de sí. Semejaba como si no fueran dos facultades, sino una, expresada con dos nombres distintos, pues tan unidas aparecen en la mente que una de ellas no precede a la otra en el tiempo; el amor no es perceptible si la indigencia no lo traiciona, pues siempre tiene presente el objeto que ama. Por lo cual, aun para los rudos de ingenio pueden aclararse estas dificultades cuando se trata de realidades que el alma experimenta en el tiempo o le acaecen temporalmente, al recordar lo que antes no recordaba, ver lo que antes no veía y amar lo que antes no amaba.

Mas este tratado pide otro exordio, a causa de la extensión de este libro.