I. 1. Al mantener la costumbre primitiva de la Iglesia católica de no bautizar de nuevo a los que vienen de la herejía del cisma y han recibido el bautismo consagrado con las palabras evangélicas, nos servimos del testimonio del bienaventurado Cipriano. Él mismo se propuso esta cuestión tomándola de los labios de los hermanos que buscaban la verdad o por ella luchaban. Entre sus disquisiciones, en las que pretendía demostrar que los herejes debían ser bautizados de nuevo -de ello hemos tratado oportunamente en los libros anteriores-, encontramos esta afirmación: "Dirá alguien: ¿Qué hacer con los que vinieron en el pasado de la herejía a la Iglesia y fueron admitidos sin el bautismo?"
Aquí se derrumba estrepitosamente la causa de los donatistas, con quienes estamos en conflicto sobre esta cuestión. Pues si realmente no tenían el bautismo los que venían de la herejía y eran así recibidos, sobre ellos quedaban sus pecados cuando se les admitía a la comunión; y esto tanto por los anteriores a Cipriano como por el mismo Cipriano. En cuyo caso hemos de admitir una de dos: o que quedó destruida ya la Iglesia, mancillada por la comunión con éstos, o que los pecados ajenos ya conocidos no perjudicaban a quien permaneciera en la comunión.
No pueden admitir que pereció entonces la Iglesia por el contagio de la comunión con quienes, al decir de Cipriano, fueron admitidos en ella sin el bautismo; si fuera así, entonces habría perecido la Iglesia, y no podrían sostener su propio origen, ya que pasaron más de cuarenta años entre el martirio de Cipriano y la quema de los divinos códices, hecho del que éstos esparcieron el humo de sus calumnias y tomaron ocasión para establecer su cisma, como queda de manifiesto por la lista de los cónsules.
No resta sino confesar que la unidad de Cristo no puede ser contaminada por comunión alguna, incluso, con los malos conocidos. Con esta confesión no encontrarán motivo alguno para sostener que debieron separarse de las Iglesias del resto del mundo, que leemos igualmente fueron fundadas por los Apóstoles. Estas Iglesias no pudieron perecer por la mezcla de algunos malos, ni los donatistas habrían perecido si hubieran permanecido en la unidad con ellas, pero al separarse y romper el vínculo de la paz, perecieron ciertamente en el cisma.
Es evidente el sacrilegio del cisma si no hubo causa alguna de separación. Y es evidente que no la hubo si los malos, aun conocidos, no mancillan a los buenos en la unidad. Que los buenos no son mancillados en la unidad ni aun por los malos conocidos, es lo que enseñamos con el testimonio de Cipriano. Dice él que en el pasado los que venían de la herejía a la Iglesia eran admitidos sin el bautismo. Si los impíos sacrilegios que pesaban sobre ellos, ya que no habían sido perdonados por el bautismo, no pudieron manchar y destruir la santidad de la Iglesia, no puede ésta perecer por ninguna contaminación de los malos.
Por consiguiente, si están de acuerdo en que Cipriano dijo la verdad, su testimonio los condena por el crimen de cisma; si sostienen que Cipriano dijo algo falso, no busquen el amparo de su testimonio en la cuestión del bautismo.
II. 2. Continuamos ahora la conversación que habíamos comenzado con el bienaventurado Cipriano, hombre tan pacífico. Este se propuso la dificultad que sabía expuesta por sus hermanos: "¿Qué se ha de hacer de los que vinieron en el pasado de la herejía a la Iglesia y fueron admitidos sin el bautismo?" Y contesta: "Poderoso es el Señor para otorgar por su misericordia el perdón y no separar de los beneficios de su Iglesia a los que fueron admitidos sin más en su seno y murieron en ella".
Es una salida airosa; el amor a la unidad puede encubrir la multitud de los pecados. Si tenían el bautismo, y no era legítima la opinión de los que pensaban en la necesidad de bautizarlos de nuevo, este yerro lo cubría el amor a la unidad: existía no una diabólica disensión, sino tentación humana, hasta que el Señor, como dice el Apóstol, les revelara que no estaban en la verdad. Por lo tanto, ¡ay de aquellos que se desgajan de la unidad por una sacrílega separación y administran de nuevo el bautismo!, porque si éste se encuentra entre nosotros y entre ellos, o si sólo se encuentra en la Iglesia católica, ni bautizan siquiera. Así es que ya rebauticen o ya ni bauticen siquiera, están fuera del vínculo de la paz; que apliquen el remedio a cualquiera de esos males.
Nosotros, en cambio, si admitimos en la Iglesia sin nuevo bautismo, estamos en el número de los que Cipriano presumió podían ser perdonados por conservar la unidad. Y si -como creo que está claro, por lo dicho en los libros anteriores- puede darse la integridad del bautismo cristiano en la perversidad de los herejes, los rebautizados en aquel entonces que no se separaron de la estructura de la unidad, en virtud de ese amor a la paz han podido obtener el perdón, por el cual, según el testimonio de Cipriano, no podían ser separados de los beneficios de la Iglesia ni siquiera los admitidos sin el bautismo.
Por otra parte, si es verdad que entre los herejes y cismáticos no existe el bautismo, ¡cuánto menos perjudicarían a los que están en la unidad los pecados ajenos, puesto que a los que vienen a ella y son admitidos sin el bautismo se les perdonaban los propios! Porque si, según el testimonio de Cipriano, tan poderoso es el vínculo de la unidad, ¿cómo podían quedar perjudicados por los pecados ajenos los que no querían apartarse de la unidad, si no perecían por los suyos propios ni siquiera los no bautizados que querían pasar de la herejía a la unidad?
III. 3. Añade también Cipriano: "No porque se haya errado una vez, siempre se ha de errar; a los sabios y a los que temen a Dios les conviene más secundar de buen grado y sin vacilación la verdad demostrada y conocida, que rebelarse pertinaz y obstinadamente contra los hermanos y compañeros de sacerdocio en defensa de los herejes". Habla aquí con toda verdad, y quien resiste abiertamente a la verdad, lucha más bien contra sí mismo que contra otro. Pero si tenemos en cuenta tantas cosas como ya he dicho, pienso queda bien claro y sin dudas que el bautismo de Cristo no puede ser violado ni siquiera por la perversidad de los herejes, cuando se da o se recibe entre ellos. Y si todavía no quedara claro, cualquiera que hasta de mala gana reflexione sobre lo dicho, tendrá que confesar que es al menos dudoso.
Nosotros no resistimos a una verdad tan patente; al contrario, o luchamos por una verdad manifiesta, como pienso yo, o al menos -como pueden juzgar quienes no tienen aún por solucionada esta cuestión- insistimos en buscar la verdad. Y así, si la verdad es diferente de lo que afirmamos nosotros, aceptamos a los bautizados por los herejes con aquella sencillez con que, según Cipriano, eran recibidos los que por la unidad llegaban a conseguir el perdón. Pero si el bautismo de Cristo, como lo prueban tantas lucubraciones anteriores, puede permanecer cabal en los que no tienen una vida o una fe cabal, es decir, los que parece están dentro pero sin pertenecer a los miembros de aquella única Paloma, o también los que tan lejos se hallan de pertenecer a ella, que abiertamente están fuera, en ese caso, quienes reiteraban el bautismo en aquellos tiempos merecían, en virtud del amor a la unidad, el mismo perdón que pensó Cipriano merecían por esa unidad los que creyó admitidos sin el bautismo. De consiguiente, quienes sin existir causa alguna (ya que como demuestra el mismo Cipriano, no pueden perjudicar los malos a los buenos en la unidad), se separaron del amor a la unidad, perdieron la oportunidad de todo perdón. Y si ya por el mismo crimen del cisma incurrían en la muerte, aunque no rebautizaran después de la Iglesia católica, ¿qué suplicio no merecen quienes o intentan dar a los católicos que ya tienen lo que afirma Cipriano no tener ellos, o, como lo demuestra la realidad, acusan a la Católica de no tener lo que tienen ellos?
IV. 4. Pero al presente, como decía poco ha, hemos establecido un diálogo en torno a las cartas de Cipriano; pienso que él, si estuviera presente, no creería que yo "me rebelaba terca y obstinadamente contra los hermanos y colegas de sacerdocio en defensa de los herejes", al ver los argumentos que nos mueven a pensar que el bautismo de Cristo, tan digno de reverencia y santo por sí mismo, puede encontrarse aun entre los herejes, pervertidos en su maligno error.
Ahora bien, él atestigua, y su testimonio tiene un gran valor para nosotros, que antes de él acostumbraban a admitir el bautismo con estas características. Luego quien movido por su palabra no duda en la obligación de bautizar a los herejes, debe tener a los que no se han convencido aún de esto, en virtud de los argumentos contrarios, en el mismo concepto que a los que admitieron a los bautizados en la herejía con sólo corregir su propio error y pudieron conseguir la salud junto con ellos por el vínculo de la unidad; pero quien, atendiendo a la costumbre antigua de la Iglesia, al valor posterior del concilio plenario, a tantos y tan importantes testimonios de las santas Escrituras, a los muchos documentos del mismo Cipriano y a los argumentos claros de la verdad, entiende que el bautismo de Cristo consagrado por las palabras evangélicas no se desvirtúa por la perversidad de hombre alguno, debe comprender que por el mismo vínculo de la unidad pueden conseguir la salud quienes, quedando a salvo la caridad, pueden tener diferente opinión. Según esto, es preciso comprender que quienes, queriendo ser trigo, no podían ser mancillados ni por la cizaña ni por la paja en comunidad con la Iglesia extendida por todo el orbe, sin motivo alguno se desgajaron del mismo vínculo de la unidad; y en cualquiera de los dos extremos, lo que pensó entonces Cipriano, o lo que consiguió la unidad de la Iglesia católica, de la que él no se apartó, queda claro que éstos tan abiertamente situados en un evidente sacrilegio de cisma no pueden ser salvos; y todo lo que tienen de los sacramentos divinos y por la liberalidad del único Esposo legítimo, mientras ellos continúan siendo como son, les sirve más para confusión que para salvación.
V. 5. Por lo tanto, aun suponiendo que de verdad quisieran los herejes, una vez enmendado su error, venir a la Iglesia por creer que no tienen el bautismo si no lo recibían en la Iglesia católica, ni aun en este caso podríamos consentir en la reiteración del bautismo; antes bien, deberíamos enseñarles que ni la integridad del bautismo podría servir de remedio a su perversidad si no querían enmendarse, y que su perversidad no había violado la integridad del bautismo cuando no quisieron corregirse, y que aun queriendo corregirse, el bautismo no les sería más de provecho; por el contrario, que si se apartan ellos del mal, comenzaría a aprovecharles para la salvación lo que antes estaba sólo presente para su ruina. Al aprender esto, sentirán deseos de salvarse en la unidad católica, no tendrán por suyo lo que es de Cristo y no mezclarán con su error propio el sacramento de la verdad, por más que se encuentre en ellos.
6. Hay todavía otro argumento: cuando uno recibe de nuevo el bautismo, que ya había recibido en otra parte, de tal suerte lo aborrecen por no sé qué inspiración secreta de Dios, que los mismos herejes, al disputar sobre ello, se restriegan la frente, y casi todos sus laicos ya envejecidos en la herejía y con rabiosa obstinación contra la Iglesia católica, confiesan que esto es lo único que les desagrada entre ellos; incluso muchos, que para conseguir algunos emolumentos seculares o para evitar idénticas molestias quieren pasarse a ellos, solicitan con disimulados rodeos que se les otorgue como un beneficio particular y doméstico el no ser rebautizados: y hay algunos que asintiendo al resto de sus errores vanos y falsas acusaciones contra la Iglesia católica, sólo tienen reparo para unirse a ellos al verse forzados a rebautizarse.
Por temor de este sentimiento, que dominaba todos los corazones de los hombres, estos donatistas prefirieron aceptar el bautismo de los maximianistas, a quienes ellos habían condenado, y cortar de esta manera su lengua y tapar la boca, antes que bautizar de nuevo a tantos hombres de Musti, de Asuras y de otras partes, a quienes recibieron junto con Feliciano, Pretextato y demás condenados por ellos y que a ellos volvían de nuevo.
VI. 7. En realidad, cuando esto tiene lugar en casos aislados, muy distanciados en el tiempo y en el espacio, no es tan fuerte el horror que se deja sentir. En cambio, si de pronto se reunieran todos los que en tan largo tiempo habían bautizado los citados maximianistas, ya en urgente peligro de muerte, ya durante las solemnidades pascuales, y se les dijese que se bautizasen de nuevo porque no les aprovechaba nada lo que habían recibido en el sacrilegio del cisma, se diría que la obstinación de su error les forzaba a decir esto, para poder ocultar con cualquier sombra de constancia el hielo glacial de su dureza contra el calor de la verdad. Pero como aquellos no habían podido tolerar esto, ni siquiera ellos mismos que lo hacían, en una tal multitud de hombres, sobre todo porque los habían rebautizado ya en la facción de Primiano, los mismos que los habían bautizado antes entre los de Maximiano, se aceptó el bautismo de aquéllos y se reprimió la arrogancia de éstos. Ciertamente no habrían elegido en modo alguno hacer esto si no hubieran pensado que les era más perjudicial el horror de la reiteración del bautismo que la consideración de haber perdido una defensa de su postura.
Y no digo esto precisamente porque nos asuste el respeto humano si la verdad nos forzase a bautizar de nuevo a los convertidos de la herejía, sino porque dice San Cipriano que habría podido obligar más a los herejes a venir si fueran de nuevo bautizados en la Iglesia católica. Por esto he querido yo recordar el gran horror que por semejante hecho está radicado en las mentes de casi todos y que yo diría ha sido infundido por Dios, a fin de que con ese mismo horror quedara la Iglesia bien protegida contra cualquiera discusión que no está al alcance de los débiles.
VII. 8. Realmente, cuando leo las palabras de Cipriano, me suscitan algunos comentarios muy necesarios para dirimir semejante cuestión. Dice él: "Pues si vieran (los herejes) que, según nuestro juicio y decisión, es justo y legítimo el bautismo con que allí se bautizan, pensarían poseer justa y legítimamente la Iglesia con los restantes bienes de la Iglesia".
No dicen 'pensarían poseer los bienes de la Iglesia', sino 'poseer justa y legítimamente'. En cambio, nosotros concedemos que poseen el bautismo, pero no justa y legítimamente; no podemos decir que no lo posean, ya que reconocemos el sacramento del Señor en las palabras evangélicas. Tienen, pues, el bautismo legítimo, pero no lo tienen legítimamente. Pues quien lo tiene en la unidad católica y lleva una vida digna de él, tiene el bautismo legítimo y además legítimamente; pero quien lo tiene en el seno de la Iglesia católica como la paja mezclada con el grano, o lo tiene fuera como la paja arrebatada por el viento, cierto, tiene el bautismo legítimo, pero no legítimamente. Lo tiene uno tal como lo usa; y no lo usa legítimamente quien lo usa contra la ley; es lo que hace todo bautizado que vive mal, sea dentro o fuera de la Iglesia.
VIII. 9. El Apóstol dijo de la Ley: La Ley, es buena para quien usa de ella legítimamente 1. Así podemos decir del bautismo: "Bueno es el bautismo, si se usa de él legítimamente". Y al igual que entonces los que practicaban ilegítimamente la ley no anulaban su bondad y su existencia, así no anula la bondad y existencia del bautismo quien usa de él ilegítimamente, sea en la herejía, sea con una vida licenciosa. Por eso, cuando se convierte a la unidad católica o a vida digna de tan gran sacramento, no comienza a tener otro bautismo legítimo, sino a tener aquel mismo legítimamente.
Como tampoco seguirá al bautismo la remisión irrevocable de los pecados por tener el bautismo simplemente; hace falta que sea legítimamente. Claro que aunque no exista legítimamente el bautismo, o no se remitan los pecados, o, una vez remitidos, revivan, no por eso se volverá malo ni dejará de existir en el bautizado el sacramento del bautismo. Como le ocurrió a Judas, a quien dio su bocado el Señor: no por recibir algo malo, sino por recibirlo mal, dio lugar al diablo para que entrará en él; así, quien recibe indignamente el sacramento del Señor, no hace por su maldad personal que el sacramento se vuelva malo, o que no reciba nada, al no recibirlo para su salud. El cuerpo y lo sangre del Señor estaban también en aquellos de quienes decía el Apóstol: El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación 2.
No busquen, pues, en la Católica los herejes lo que tienen, sino lo que no tienen, esto es, el fin del precepto, sin el cual se pueden tener muchas cosas santas, pero no pueden aprovechar. El fin del precepto es la caridad nacida de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera 3. Apresúrense a la unidad y a la verdad de la Iglesia Católica, no para tener el sacramento del baño espiritual, si ya han sido lavados por él, aunque sea en la herejía, sino para tenerlo saludablemente.
IX. 10. Pasemos ahora a ver lo que Cipriano dice del bautismo de Juan. Efectivamente, leemos en los Hechos de los Apóstoles que fueron bautizados por Pablo los que ya habían sido bautizados con el bautismo de Juan. La razón de esto es que el bautismo de Juan no era bautismo de Cristo, sino concedido por Cristo a Juan, aunque se decía bautismo de Juan; ya lo dijo el mismo Juan: No debe tomarse el hombre nada, si no le fuere dado del cielo 4. Y para evitar que pudiera interpretarse como recibido de Dios Padre y no del Hijo, dice lo mismo hablando de Cristo: De su plenitud recibimos todos 5.
Juan recibió esto, con motivo de una dispensación manifiesta, no para que permaneciera mucho tiempo, sino el necesario para preparar el camino del Señor, cuyo precursor debía ser él. Y para entrar él humildemente en este camino y conducir a la perfección a los que le siguieran con humildad, Cristo, que lavó los pies a sus siervos, quiso ser bañado en el bautismo de su siervo. Como se puso a los pies de los que él mismo conducía, así se sometió también al oficio de Juan, que él le había dado. Con ello quiso dar a entender el enorme sacrilegio de soberbia que es menospreciar el bautismo que se debe recibir del Señor, cuando el mismo Señor recibía el que había dado él al siervo, para que lo administrara como suyo propio; y así, cuando Juan, el mayor entre los nacidos de mujer, daba tan gran testimonio de Cristo que se consideraba indigno de desatar la correa de su zapato, apareciera Cristo al recibir su bautismo el más humilde entre los hombres, y al suprimir ese bautismo fuera reconocido como el Dios altísimo, maestro a la vez de la humildad y dador de la sublimidad.
11. A nadie entre los profetas, a ningún hombre leemos en las divinas Escrituras que se le haya concedido, como se concedió a Juan, bautizar con el agua de la penitencia para la remisión de los pecados, para atraer con ese admirable carisma los corazones de los pueblos, y preparar el camino a quien tan superior a sí mismo proclamaba. Con la diferencia de que el Señor Jesucristo purifica a la Iglesia con un bautismo que una vez recibido no necesita ningún otro; en cambio, Juan lavaba con un bautismo que necesitaba el bautismo del Señor; pero no precisamente se repetía el de Juan, sino que a los que habían recibido el bautismo de Juan, se daba el de Cristo, cuyo camino preparaba aquél. En efecto, si no hubiera sido preciso poner de relieve la humildad de Cristo, no habría necesidad del bautismo de Juan; y, a su vez, si el bautismo de Juan fuera el definitivo, una vez recibido éste, no habría necesidad del bautismo de Cristo. Pero como el fin de la Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree 6, demostró Juan a quién había de dirigirse y en quién había que detenerse cuando allí se llegara. El mismo Juan, pues, proclamó la sublimidad del Señor, al levantarlo tanto sobre sí; y su humildad, al bautizarlo como al último de todos.
Mas si Juan hubiera bautizado sólo a Cristo, se hubiera considerado a Juan, por este hecho, dispensador de un bautismo mejor que el de Cristo en que son lavados los cristianos; y asimismo, si fuera preciso bautizar a todos con el bautismo de Juan y después con el de Cristo, con razón parecería menos lleno y menos perfecto el bautismo de Cristo, puesto que no bastaba para la salvación. Por eso el Señor fue bautizado con el bautismo de Juan, para doblegar las altivas cervices de los hombres como preparación para su bautismo saludable; y no quiso ser lavado él solo con aquel bautismo, para no proponerlo como superior al suyo por el hecho de haber sido él solo bautizado; y no le dejó permanecer más tiempo, a fin de que no pareciera que el único bautismo con que bautizaba necesitaba de otro que le precediera.
X.12. Pregunto yo ahora: si el bautismo de Juan perdonaba los pecados, ¿qué otra cosa pudo dar el bautismo de Cristo a quienes el apóstol Pablo quiso fueran bautizados con él después del de Juan? Y si el bautismo de Juan no perdonaba los pecados, ¿eran mejores que Juan los del tiempo de Cipriano, de quienes dice él que usurpaban las propiedades con insidiosos engaños y aumentaban sus rentas con la multiplicación de las usuras y, sin embargo, con su bautismo se perdonaban los pecados? ¿Sería acaso porque estaban en el seno de la unidad de la Iglesia? ¿Pues qué? ¿No estaba en la unidad Juan, aquel amigo del esposo, preparador del camino del Señor, y que bautizó al Señor mismo?
¿Quién ha perdido la cabeza hasta afirmar semejante dislate? Cierto, yo creo que Juan bautizó con agua para el perdón de los pecados, pero de forma que a los bautizados se les perdonaban los pecados en esperanza, y en realidad esto tenía lugar con el bautismo del Señor; lo mismo que la resurrección que se espera al fin, se ha realizado en nosotros en esperanza, como dice el Apóstol: Nos resucitó y nos sentó con él en los cielos 7; y dice también: En esperanza estamos salvados 8. El mismo Juan afirma: Yo os bautizo con agua de la penitencia, con miras a la remisión de los pecados 9; pero luego, al ver al Señor, dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo 10. No obstante, si alguien quiere sostener que también en el bautismo de Juan se perdonaban los pecados, pero que mediante el bautismo de Cristo les fue otorgada una santificación más abundante a los que mandó Pablo fueran bautizados de nuevo, no lucharía demasiado contra esta opinión.
XI. 13. Sea cual fuere la naturaleza del bautismo de Juan -quien evidentemente pertenece a la unidad de Cristo-, vamos a considerar un punto muy relacionado con la cuestión presente: por qué motivo fue preciso bautizar después del santo Juan, y no lo es después de los obispos avaros.
Nadie puede negar que Juan era trigo en el campo del Señor y con una fertilidad del ciento por uno, si no es posible más. Tampoco se puede dudar de que la avaricia, que es el culto a los ídolos, se cuenta como paja en la mies del Señor. ¿Cómo, pues, se bautiza después del trigo y no se bautiza después de la paja? Si bautizó Pablo después de Juan, porque era mejor que Juan, ¿por qué no bautizó Cipriano después de sus colegas usureros, siendo sin comparación mucho mejor que ellos? Si Cipriano no bautizó después de sus colegas, porque estaban con él en la unidad, tampoco debió hacerlo Pablo después de Juan, porque estaban dentro de la misma unidad. ¿Acaso los defraudadores y rapaces pertenecen a los miembros de aquella única Paloma, y no pertenece aquel a quien se mostró el poder del Señor Jesucristo bajando sobre él el Espíritu Santo en forma de Paloma? Cierto, Juan está relacionado íntimamente con ella, y éstos, en cambio, no le pertenecen en absoluto, sea por ocasionar escándalo, sea porque serán separados del trigo en la última limpia. Y, sin embargo, se bautiza después de Juan, y no se bautiza después de éstos. ¿Qué otro motivo hay, finalmente, sino que el bautismo que mandó Pablo administrar no era el mismo que se daba por ministerio de Juan? Por eso, en la misma unidad de la Iglesia, el bautismo de Cristo, aunque se dé por un usurero rebautizante, no puede repetirse; en cambio, los que recibían el bautismo de Juan de sus mismas manos, era preciso que se bautizaran después con el de Cristo.
XII. 14. Por lo tanto, puedo yo servirme de las palabras del bienaventurado Cipriano y atraer los corazones de los oyentes a la consideración de una especie de milagro, diciendo: "Juan, que fue tenido como el mayor entre los profetas, que fue lleno de la divina gracia ya desde el seno de su madre, que se vio apoyado en la virtud y el espíritu de Elías, que no fue adversario del Señor, sino su precursor y predicador, que no sólo anunció al Señor con palabras, sino que lo mostró a los ojos, que bautizó al mismo Cristo por quien los demás son bautizados", ¿no mereció bautizar de modo que no fuera necesario bautizarlos de nuevo, y, sin embargo, después de ministros avaros, defraudadores, ladrones, usureros, nadie pensó en la Iglesia, que fuera preciso volver a bautizar a quienes ellos ya habían bautizado?
Si yo hablara con ese lenguaje impertinente, ¿no se me respondería: Por qué tienes esto por indigno, como si Juan quedara deshonrado o ensalzado el avaro? No fue preciso reiterar el bautismo de aquel de quien dijo el mismo Juan: Ese es el que bautiza con el Espíritu Santo 11; ya que sea cualquiera el ministro por quien se da, el bautismo es propio de aquel de quien se proclamó: Ese es el que bautiza. Además, no fue el bautismo de Juan el que se repitió cuando el apóstol Pablo mandó fueran bautizados en Cristo los que habían sido bautizados por Juan. Pues lo que no habían recibido del amigo del Esposo, es lo que debieron recibir del mismo Esposo, del cual había dicho aquel amigo: Ese es el que bautiza con el Espíritu Santo 12.
XIII. 15. Bien podía, si hubiera querido, el Señor Jesús otorgar el poder de su bautismo a alguno o algunos principales siervos suyos, que había convertido en amigos, como de los que dijo: Ya no os llamo siervos, sino amigos 13; y así como fue declarado sacerdote Aarón por la vara floreciente, así también en su Iglesia, donde se realizaron milagros más grandes y numerosos, quedaran señalados mediante alguna maravilla ministros de más excelsa santidad y dispensadores de los misterios, que fueran los únicos que debían bautizar. Pero si tuviera lugar esto, aunque el bautismo les hubiera sido dado por el Señor, se llamaría, sin embargo, bautismo propio de ellos, como se llamó al otro bautismo de Juan. Por eso Pablo da gracias a Dios de no haber bautizado a ninguno de aquellos que, olvidados en nombre de quién habían sido bautizados, se clasificaban atendiendo a los nombres de los hombres.
En efecto, teniendo el mismo valor el bautismo dado por un hombre cualquiera que el dado por un apóstol, no se conoce por el nombre de éste o de aquél, sino por el de Cristo; lo que Juan atestigua que conoció en el mismo Señor bajo la apariencia de la paloma. No veo qué otra cosa quiso decir con aquello de Y yo no le conocía 14; pues si le fuera totalmente desconocido, no le diría cuando acudió a su bautismo: Soy yo quien debe ser bautizado por ti 15. No tienen otro motivo sus palabras: Yo he visto al Espíritu descender del cielo como paloma y posarse sobre él. Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu posarse sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo 16. La paloma, ciertamente, había descendido sobre el bautizado. Pero cuando venía para ser bautizado, ya había dicho Juan: Yo debo ser bautizado por ti 17. Por lo tanto, ya le conocía. Entonces, ¿qué significan las palabras: Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y posarse en él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo, ya que esto sucedió después de ser bautizado, sino que le conocía en algún aspecto, y que en otros no le conocía aún?
Es decir, conocía al esposo Hijo de Dios, de cuya plenitud participarían todos; pero sobre la plenitud de la potestad de bautizar que él había recibido hasta el punto de llamarse bautismo de Juan, no sabía si se la daría también a los demás o mantendría su propio bautismo, de suerte que se reconociera que era él sólo, cualquiera que fuese el ministro que lo diera, más o menos elevado por su mérito, hombre del ciento, del sesenta, o del treinta por uno, perteneciente al trigo o a la paja; y esto es lo que conoció por el Espíritu que descendió y permaneció sobre él en figura de paloma.
XIV. 16. Así encontramos en los apóstoles las expresiones mi gloria 18, aunque, por supuesto, en el Señor; mi ministerio 19; mi prudencia 20, y mi Evangelio 21, comunicado y dado ciertamente por el Señor; en cambio, nadie de ellos usó la expresión "mi bautismo". No es efectivamente igual la gloria de todos, ni todos administran igualmente, ni están dotados todos de igual prudencia, y en la proclamación del Evangelio trabajan unos mejor que otros, y por eso se puede decir que uno es más docto que otro en la doctrina saludable; no obstante, no se puede decir que uno esté más o menos bautizado que otro, ya lo esté por uno de rango superior o inferior.
Son bien manifiestas las obras de la carne, a saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, celos, iras, rencillas, herejías, envidias, embriagueces, orgías y otras como éstas. Ahora bien, si podía ser sorprendente esta afirmación: 'Después de Juan se ha bautizado y después de los herejes no se ha bautizado', ¿por qué no iba a causar admiración también decir: 'Después de Juan se ha bautizado y no se ha bautizado después de los envidiosos'?, puesto que sobre la existencia de envidiosos de parte del diablo lo confiesa el mismo Cipriano en la carta sobre "el celo y la envidia" así como también manifiesta, según ya dijimos, tomándolo del apóstol Pablo, que han existido en la Iglesia de Cristo envidiosos predicadores de Cristo en los mismos tiempos de los apóstoles.
XV. 17. Que el bautismo, pues de Juan no era el mismo que el de Cristo, pienso queda ya suficientemente declarado. Por esto no se puede aducir de ahí documento alguno para probar que hay que bautizar después de los herejes como se bautizó después de Juan. Juan no fue hereje y pudo tener su bautismo, aunque concedido por Cristo, no el propio de Cristo, como sí tuvo la caridad de Cristo. Así también el hereje puede tener el bautismo de Cristo y la perversidad del diablo, y otro puede tener por dentro el bautismo de Cristo y la envidia del diablo.
18. Objeción: 'Con mayor razón habrá que bautizar después del hereje, ya que Juan no era hereje, y, sin embargo, tras él se bautizó'. 'De la misma manera -puede decir otro- con más motivo se debe bautizar después del ebrio, ya que Juan era sobrio y, sin embargo, se bautizó después de él'. No tendríamos otra respuesta que dar sino que a los bautizados por Juan se les dio el bautismo de Cristo que no tenían; pero en los que se encuentra el bautismo de Cristo, no podrá haber perversidad alguna suya que impida la existencia en ellos del bautismo de Cristo.
19. El hereje no pudo obtener el derecho de bautizar por haber bautizado primero puesto que bautizó con un bautismo que no era suyo; y si no tuvo el derecho de bautizar, es de Cristo lo que dio, como es lo que recibió. Hay, en efecto, muchos dones que se confieren contra el derecho, y no por eso se dice que son nulos o no conferidos. Quien renuncia al mundo sólo con palabras y no con obras recibe el bautismo ilegítimamente, pero lo recibe. Y que existen tales sujetos en la Iglesia, nos lo recuerda Cipriano de sus tiempos, y lo comprobamos y lamentamos nosotros.
20. Es sorprendente oír que no pueden separarse entre sí y dividirse el bautismo y la Iglesia. Si el bautismo permanece inseparable del bautizado, ¿cómo puede el bautizado separarse de la Iglesia y no va a poder el bautismo? Ahora bien, que el bautismo permanece sin separarse en el bautizado es cosa manifiesta: puede el bautizado lanzarse al abismo más profundo de maldades, a la más detestable vorágine de pecados, incluso a la misma ruina de la apostasía; nunca se quedará sin el bautismo. Y por eso no se le da cuando torna por la penitencia, porque se estima que no le ha sido posible carecer de él. No obstante, ¿quién duda de que puede el bautizado separarse de la Iglesia? De ella, efectivamente, salieron todas las herejías que se sirven del nombre de cristianos para seducir.
XVI Es manifiesto que el bautizado tiene el bautismo cuando se separa de la Iglesia, y lo es también que el bautismo que está en él se separa también con él. De ahí que no todos los que tienen el bautismo se mantienen en la Iglesia; como no todos los que se mantienen en la Iglesia conservan la vida eterna. O si queremos decir que no se mantienen en la Iglesia sino los que observan los divinos mandamientos, ya concedemos que muchos tienen el bautismo y no se mantienen en la Iglesia.
21. Por consiguiente, no se ha apropiado de antemano el hereje del bautismo, ya que lo había recibido de la Iglesia. Ni lo pudo perder al apartarse de ella quien decimos que ya no se mantiene en la Iglesia, pero conocemos que tiene el bautismo. Tampoco se priva nadie de la primogenitura y se la concede al hereje; solamente se dice que él se había levantado con lo que no daba legítimamente, bien que daba algo legítimo, aunque no poseyera legítimamente lo legítimo que tenía.
La primogenitura sólo existe en un trato santo y en una vida buena, y a ella pertenecen todos aquellos que son miembros de la Paloma sin mancha ni arruga, Paloma que gime entre la avilantez de tantos cuervos. A no ser que, al haber perdido Esaú la primogenitura por su ansia de las lentejas, vayamos a pensar que tienen la primogenitura los defraudadores, ladrones, usureros, envidiosos, borrachos y otros de tal ralea, de quienes Cipriano se lamentó ya en la Iglesia de su época por sus escritos.
Así, pues, mantenerse en la Iglesia no es poseer la primogenitura en las cosas divinas; o si posee la primogenitura todo el que se mantiene en la Iglesia, no se mantienen en la Iglesia todos aquellos injustos, aunque parezca que confieren desde dentro el bautismo, bautismo que nosotros creemos continúan poseyendo. ¿Quién puede decir que ellos tengan la primogenitura en las cosas divinas, sino quien no comprenda nada de lo divino?
XVII. 22. Hemos llegado ya, después de pasar y debatir todas las cuestiones, a las palabras pacíficas de Cipriano en el final de su carta, que leo y releo frecuentemente sin hartarme: tal deleite de amor fraterno destilan, tal dulzura de caridad rebosan. Dice: "Te escribo, hermano querido, brevemente estas cosas según mi pequeñez, sin prevenir ni prejuzgar a nadie, a fin de que cada obispo haga lo que piensa, según la decisión de su libre voluntad. Nosotros, en cuanto está en nuestra mano, mirando a los herejes, no discutimos con nuestros colegas en el episcopado, con los cuales mantenemos la concordia y la paz del Señor, sobre todo teniendo presente lo que dice el Apóstol: Si alguno gusta de disputar, nosotros no tenemos tal costumbre, ni tampoco la Iglesia de Dios 22. Conservamos con paciencia y mansedumbre la caridad en nuestra alma, el honor del colegio episcopal, el vínculo de la fe, la concordia del sacerdocio. Por esto también con el beneplácito y la inspiración del Señor, y atendiendo a los alcances de nuestra limitación, hemos escrito el opúsculo sobre las "Ventajas de la paciencia", que te hemos enviado como prenda de mutuo afecto".
23. En estas palabras son dignas de consideración muchas cosas. En ellas brilla el resplandor de la caridad cristiana de este varón, que amó la belleza de la casa del Señor y el lugar de su presencia en el tabernáculo.
Primeramente, no ocultó su pensamiento; después lo expresó con admirable paz y mansedumbre, mantuvo la paz eclesial con los que tenían otro modo de ver las cosas, comprendió la fuerza salvadora que se encerraba en el vínculo de la unidad, amó ésta en gran manera y la guardó con prudencia, vio y asintió que los que no eran de su parecer podían pensar de otra manera, quedando a salvo la caridad. No podría decir que mantenía con los malos la divina concordia y la paz del Señor, ya que el bueno puede tener sentimientos de paz para con los malos, mas no puede mantener con ellos la paz que ellos mismos no tienen. Finalmente, al no prevenir ni juzgar a nadie, a fin de que cada obispo obre según piensa, teniendo la libre decisión de su voluntad, nos ofreció a todos, cualesquiera que seamos, oportunidad de tratar entre nosotros pacíficamente estos temas.
Presente está entre nosotros, no sólo por sus cartas, sino también por esa caridad que brilló en él con tal ardor y no pudo morir nunca. Desearía de verdad, pues, unirme estrechamente a él, y si no me lo impiden mis pecados y me ayudan sus oraciones, procuraré aprender, si puedo, por sus escritos, con qué paz y consuelo gobernó el Señor a su Iglesia por medio de él. Y revestido de entrañas de humildad por la unción de su palabra, si tengo algunas ideas más verdaderas en unión con el mundo entero, no le miraré con superioridad aun en aquello en que pensó de otra manera, sin separarse -es verdad- del mundo cristiano.
Ciertamente, cuando esta cuestión, aún no discutida, estaba en suspenso, al disentir muchos de sus colegas, se comportó con tal moderación que no mutiló con la mancha del cisma la comunión santa de la Iglesia de Dios, brilló la fuerza de su virtud a mayor altura que si hubiera dado pleno consentimiento a todas las verdades con los demás, pero sin esta virtud. Y no le agradaría a él si tratara yo de anteponer su inteligencia, el poder de su palabra y la abundancia de su doctrina al sacrosanto concilio de todas las naciones, al cual seguramente asistió él en la unidad del espíritu, sobre todo hallándose ahora iluminado por la verdad, en la cual discierne con toda seguridad lo que aquí buscaba con paz tan grande.
A buen seguro que en esta plétora de luz se sonría él como de juegos infantiles de estos nuestros discursos: allí ve ya la regla de piedad que le gobernó para no tener en la Iglesia cosa más apreciada que la unidad; contempla también allí con inefable deleite con qué misericordiosísima providencia, tratando de curar nuestra hinchazón, eligió el Señor la necedad del mundo para confundir a los sabios, y ordenó tan saludablemente todas las cosas en la jerarquía de los miembros de su Iglesia, a fin de que no se considerasen los hombres elegidos para propagación del Evangelio por su ingenio o su erudición, cuya gratuidad de origen aún ignoraban, y se sintieran por ello hinchados de apestadora soberbia.
¡Cómo se regocijará Cipriano, con qué serenidad contemplará en esta luz el bien tan grande que se le sigue al género humano de encontrar algo reprensible en los escritos cristianos y piadosos de los oradores, aunque no en los de los Pescadores! Seguro en absoluto como estoy de este gozo de su alma santa, ni me atrevo en modo alguno a afirmar o tener mis escritos como libres de todo error, ni me atrevo a preferir mi opinión a aquella suya, según la cual se debía tratar a los que venían de la herejía de manera diferente a la de antes, según su propio testimonio, como se los recibe ahora, según se ha consolidado la costumbre en el concilio plenario del orbe cristiano. No antepongo a esa opinión la mía, sino la de la santa Iglesia católica, a la cual tanto estimó y amó él, en la cual tan abundantes frutos produjo con su tolerancia: no fue él sólo la universalidad de esa Iglesia, aunque sí permaneció en su universalidad; ni tampoco abandonó nunca su raíz, antes fecundó esa raíz, fue purificado por el celeste viñador con mayor fecundidad aún; y por su paz y su salud, para que no fuera arrancado el trigo con la cizaña, reprendió con la libertad que da la verdad y soportó con la virtud de la caridad tan grandes pecados de los hombres establecidos con él en la unidad.
XVIII. 24. Con abundancia de doctrina nos da esta advertencia: hay muchos muertos en sus delitos y pecados que, aunque no pertenecen a la comunidad de Cristo ni a los miembros de aquella única inocente y sencilla Paloma (que si fuera la única en bautizar, ellos, ciertamente, no bautizarían); parece, sin embargo, que están dentro, que bautizan y son bautizados. En ellos, ciertamente, aunque muertos, vive el bautismo del que no muere y a quien la muerte no dominará jamás.
Existen, pues, dentro de la Iglesia muertos no a ocultas (pues no diría de ellos Cipriano tantas cosas), que no pertenecen a esa Paloma viva, o que todavía no pertenecen; y existen muertos fuera también, que se ve con más claridad su no pertenencia a ella, o que todavía no pertenecen; y es verdad cierta que no puede uno recibir la vida de quien no la tiene. Sin embargo, está bien claro que los que reciben el bautismo entre tales sujetos, si se acercan con una auténtica contrición de corazón, reciben la vida de aquel que es dueño del bautismo, En cambio, si renuncian al mundo con palabras y no con obras -como dice Cipriano que los hay dentro-, no reciben la vida si no se convierten, si bien tienen el verdadero bautismo, a pesar de que no se conviertan. Por lo tanto, es también manifiesto que esos muertos del exterior, aunque ni tengan vida ni la puedan dar, tienen el bautismo vivo, que les aprovechará para su vida si se convierten a la paz.
XIX. 25. Por consiguiente, a quienes recibían entonces a los venidos de la herejía, bautizados con el bautismo de Cristo recibido fuera de la Iglesia, y decían seguir la costumbre antigua, como lo practica aún ahora la Iglesia, a ésos se les contestaría en vano diciéndoles que en la antigüedad las herejías y los cismas estaban aún como en sus comienzos, y que estaban en ellos los que se alejaban de la Iglesia y habían sido bautizados en ella antes, y no era preciso bautizarlos al volver entonces a la Iglesia y hacer penitencia.
Realmente, tan pronto como nacía una herejía y se salía de la comunión con la unidad católica, ese mismo día podía bautizar a los que acudían a ella. Si, pues, existía la antigua costumbre de ser recibidos de esa manera (y no han podido negarlo los mismos que están en contra), no puede albergar duda alguna el que sea un poco avisado de que así eran recibidos también los que fueron bautizados fuera entre los herejes.
26. No veo yo qué motivo puede haber para no seguir llamando oveja perdida a quien buscando la salud cristiana cayó en el error de la herejía, se bautizó en ella, y llamar oveja buena que está dentro de la Iglesia a quien renunció al mundo con sólo palabras y no con hechos, recibiendo con esa falsedad de corazón el bautismo. Ese tal no llega a ser oveja sino cuando sinceramente se convierte al Señor. Pues bien, éste no recibe el bautismo cuando empieza a ser oveja verdadera si ya está bautizado -cuando todavía no lo era-; igualmente el que viene de los herejes para ser oveja no debe ser bautizado con el mismo bautismo, aunque todavía no era oveja.
Así, bien se pueden calificar de mentirosos, tenebrosos, muertos, anticristianos, a todos los indeseables, avaros, envidiosos, borrachos, y que llevan una vida contra la disciplina cristiana dentro de la Iglesia. Pero ¿acaso los dejan sin bautismo porque "no pueden tener nada en común la mentira y la verdad, las tinieblas y la luz, la muerte y la inmortalidad, el anticristo y Cristo?"
27. No se apoya sólo en la costumbre, sino también en las razones de la verdad quien afirma que no hay perversidad humana capaz de deformar el sacramento de Dios, cuya existencia consta incluso en los perversos. Bien claramente dice el apóstol Juan: El que aborrece a su hermano, está aún en tinieblas 23, y también: El que odia a su hermano es un homicida 24. ¿Por qué entonces bautizan en la Iglesia los que dice Cipriano han vivido envueltos en una envidia maligna?
XX ¿Cómo purifica y santifica el agua un homicida?¿Cómo bendicen el óleo las tinieblas? Pero si Dios está en sus sacramentos y en sus palabras, sea cualquiera el que los administra, son auténticos en todas partes los sacramentos de Dios y en todas partes los hombres malignos, a quienes nada aprovechan, son perversos.
28. Ahora bien, ¿qué significa eso de que el hereje no tiene bautismo porque no tiene la Iglesia? Ciertamente cuando se bautiza, se le pregunta también por la Iglesia. Como si a quien renuncia desde dentro al mundo no con sus obras, sino con palabras, no se le preguntase esto en el bautismo. Así como su falsa respuesta no impide a éste que sea el bautismo lo que recibe, del mismo modo la respuesta falsa del primero sobre la Iglesia santa tampoco impide que sea el bautismo lo que recibe; y, a su vez, si el segundo cumple después la verdad de lo que había recibido falsamente, no se le administra de nuevo el bautismo, sino que enmienda su vida, así también el hereje, si luego viene a la Iglesia -sobre la cual había respondido falsamente, al pensar que la tenía, no teniéndola- se le da la Iglesia que le faltaba y no se le reitera lo que ya había recibido. Cómo, pues, podrá Dios santificar el óleo con las palabras que proceden de la boca de un homicida, y no puede santificar lo que los herejes pusieron en el altar, es cosa que yo nunca sabría explicar: a no ser que Dios, a quien el corazón del hombre falsamente convertido no impide obrar dentro de la Iglesia, se viera impedido por un altar de madera, falsamente erigido a estar presente en sus sacramentos, cuando ninguna falsedad hay que se le pueda oponer.
Si se aplica a esto lo que se dijo en el Evangelio: Dios no oye a los pecadores 25, es decir, que los pecadores no celebran los sacramentos, ¿cómo oye al homicida que ruega sobre el agua del bautismo, o sobre el óleo, o sobre la Eucaristía, o sobre la cabeza de aquellos a quienes impone las manos? Y todas estas cosas se realizan y tienen valor aun a través de los homicidas, es decir, de los que odian a los hermanos, incluso dentro de la misma Iglesia. Si nadie puede dar lo que no tiene ¿cómo da el homicida el Espíritu Santo? Luego Dios da también el Espíritu Santo cuando este homicida bautiza.
XXI. 29. Dice también San Cipriano: "Debe ser bautizado y renovado el que viene a la Iglesia, a fin de que dentro sea santificado mediante los santos".
Y ¿qué hará si dentro topa con fieles que no son santos? ¿Es acaso santo un homicida? Si es bautizado en la Iglesia para liberarse del engaño sacrílego del error en que cayó al volver a Dios y buscando precisamente a un sacerdote, ¿cómo se librará después, si al buscar dentro de la misma Iglesia un hombre de Dios, por un doloso engaño topa con un homicida?
Si no puede en el hombre haber algo vacío ni algo que sobresalga, ¿por qué puede haber en un homicida un sacramento santo y no puede haber un corazón santo? Si quien no puede dar el Espíritu Santo, no puede bautizar, ¿cómo dentro de la Iglesia bautiza un homicida? O ¿cómo tiene el homicida el Espíritu Santo, si todo el que tiene el Espíritu Santo está iluminado, y quien odia a su hermano está todavía en tinieblas? Si por haber un solo bautismo y un solo espíritu no pueden tener el mismo bautismo los que no tienen un solo espíritu, ¿por qué dentro el inocente y el homicida tienen un mismo bautismo y no tienen un mismo espíritu?
Pueden, por lo tanto, un hereje y un católico tener un solo bautismo y no tener una sola Iglesia, como pueden dentro de los católicos tener el inocente y el homicida un solo bautismo y no tener un solo espíritu; porque así como es único el bautismo, único también es el Espíritu y única la Iglesia. Así, se debe reconocer en cada uno lo que tiene, y se le debe dar lo que no tiene.
Si no puede ser válido y confirmado ante Dios nada de lo que hacen los que el Señor llama sus enemigos y adversarios, ¿cómo puede ser válido el bautismo que dan los homicidas? O ¿acaso llamamos a los homicidas enemigos y adversarios del Señor? Sí, pues quien aborrece a su hermano es homicida. ¿Cómo, pues, bautizaban los que odiaban a Pablo, siervo de Cristo, y, por lo tanto, odiaban a Jesús, ya que él dijo a Pablo: Por qué me persigues 26, cuando perseguía a sus siervos, y dirá al fin del mundo: Cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo? 27
Todos los que salen de nosotros no son de los nuestros; pero tampoco son nuestros todos los que están con nosotros; como cuando se trilla en la era, no es trigo lo que vuela de ella, pero tampoco lo es todo lo que queda allí. Y dice también Juan: De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros fueran, hubieran permanecido con nosotros 28. De ahí que el sacramento de su gracia lo da Dios por medio incluso de los malos; en cambio, la misma gracia no la da sino por sí mismo o por medio de sus santos. Así, otorga la remisión de los pecados o por sí mismo o por los miembros de la Paloma, a los que dice: A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos 29. En cambio, el bautismo, que es el sacramento de la remisión de los pecados, no hay duda que pueden tenerlo también los homicidas; éstos están en tinieblas hasta ahora, puesto que no se ha excluido de sus corazones todavía el odio fraterno, sea que, no se les haya perdonado ningún pecado, porque al recibir el bautismo no cambian el corazón, sea que hayan reincidido en el pecado al poco de su perdón. Pero el bautismo sabemos que por sí mismo es santo, porque es de Dios, y ya sea recibido, ya sea dado por tales sujetos, no pierde su valor dentro o fuera de la Iglesia por la perversidad de los pecadores.
XXII. 30. Por eso estamos de acuerdo con Cipriano en que los herejes no pueden dar la remisión, pero pueden dar el bautismo, que ciertamente les servirá de perdición a ellos, tanto si lo dan como si lo reciben, ya que usan mal de un beneficio tan grande de Dios. Al igual que los malignos y envidiosos, que él atestigua hay también dentro de la Iglesia, no pueden dar la remisión de los pecados, confesando todos como confesamos que pueden dar el bautismo. Si se ha dicho, en efecto, de los que han pecado contra nosotros: Si no les perdonáis los pecados a los hombres, tampoco vuestro padre os perdonará vuestros pecados 30, ¡con cuánta mayor dificultad se perdonarán los pecados a aquellos que odian a los hermanos que los aman, y reciben el bautismo con ese odio! Sin embargo, aun a estos mismos, cuando luego se corrigen, no se les da el bautismo de nuevo, sino que se les otorga luego, en su verdadera conversión, el perdón que entonces no merecieron recibir.
Por eso, ni la carta de Cipriano a Quinto ni la que junto con sus colegas Liberal, Caledonio, Junio, etc., que escribe a Saturnio, Máximo y a los demás, si se lo sopesa con reflexión, debe ser en modo alguno presentado como opuesto al sostenimiento de toda la Iglesia católica, cuyos miembros se consideraban ellos gozosos, y de la cual ni ellos se separaron ni permitieron fueran separados los que disentían de su opinión; hasta que, finalmente, aunque después de muchos años, permitió el Señor que quedara bien claro mediante un concilio plenario cuál era la verdad, no por la afirmación de novedad alguna, sino por la confirmación de la tradición antigua.
XXIII. 31. También sobre este mismo tema escribe Cipriano a Pompeyo, y en la carta le dice abiertamente que Esteban, que hemos sabido fue por entonces obispo de la Iglesia de Roma, no sólo no estuvo de acuerdo con él en esta materia, sino que escribió y legisló en contra. Esteban no tuvo participación con los herejes por no haberse atrevido a rechazar el bautismo de Cristo, que reconoció haber permanecido íntegro a pesar de su perversidad. Si no tuvieran bautismo los que no tienen ideas rectas de Dios, esto mismo podía suceder en el seno de la Iglesia, como ya creo he demostrado. Aunque los apóstoles nada ordenaron respecto a esto, bien se debe creer que esta costumbre opuesta a Cipriano tuvo su principio en la tradición apostólica, como otras muchas cosas que tiene la Iglesia, y por ello justamente se creen establecidas por los apóstoles, aunque no se encuentren escritas.
32. 'Pero se ha escrito de los herejes que por su pecado se les condena'. Pues qué, ¿no se condenan por sí mismo también aquellos a quienes se dijo: En lo mismo en que juzgas a otro, a ti mismo te condenas? 31 Y a éstos les dice el Apóstol: Tú, que predicas que no se debe robar, robas 32, etc. A éstos pertenecen ciertamente los que, siendo obispos y estando en la unidad católica con el mismo Cipriano, se apropiaban de las heredades con engaño, mientras predicaban a los pueblos las palabras del Apóstol: Ni los ladrones poseerán el reino de Dios 33.
33. Por todo ello, a tenor de las reglas seguidas hasta aquí, seguiré exponiendo sin detenerme las restantes afirmaciones de la misma carta escrita a Pompeyo.
¿Qué texto de las santas Escrituras demuestra que va contra el mandato de Dios el no bautizar a los que vienen de los herejes, si recibieron ya allí el bautismo de Cristo? Al contrario, se demuestra claramente en ellas que muchos falsos cristianos, aunque no tengan la misma caridad de los santos -sin la cual nada aprovechan todas las cosas santas que posean- tienen, sin embargo, el bautismo común con los santos, como ya he demostrado hasta la saciedad.
La Iglesia, el Espíritu y el bautismo no pueden separarse entre sí, y así quienes se han separado de la Iglesia y del Espíritu Santo, pretende Cipriano, están separados también del bautismo. Si esto fuera así, cuando alguien ha recibido el bautismo en la Iglesia católica, permanece en él mientras él permanece en la Iglesia; pero si él se alejara de ella, se apartaría del bautismo. Pero esto no sucede así; precisamente cuando vuelve, no se le administra, porque al separarse no lo perdió.
Al igual que tienen el Espíritu Santo los hijos fieles y no lo tienen los malos, pero conservando el bautismo, así tienen los católicos la Iglesia y no la retienen los herejes, aunque sí tienen el bautismo. En efecto, el Espíritu Santo, que educa, huye del falso, y sin embargo, no huye de él el bautismo. Así, pues, como puede estar el bautismo incluso en aquel de quien se aparta el Espíritu Santo, así puede estar donde no está la Iglesia.
Si no se diera la imposición de manos al que viene de la herejía, se le juzgaría que estaba libre de toda culpa. Pero se imponen las manos a los herejes que demuestran su conversión, en atención al vínculo de la caridad, que es el don más grande del Espíritu Santo, sin el cual no tiene valor alguno para la salvación cuanto pueda haber de santo en el hombre.
XXIV. 34. Sobre el Templo de Dios y cómo se han de tomar las palabras cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo 34, recuerdo haber tratado con amplitud. Porque los avaros no son templo de Dios, según está escrito: ¿Qué concierto hay entre el templo de Dios y los ídolos? 35 Y el mismo Cipriano asume el testimonio de Pablo de que la avaricia es una idolatría.
Se revisten los hombres de Cristo, llegando unas veces hasta la recepción del sacramento, y otras, hasta la santificación de su vida. Lo primero puede ser común a buenos y malos; lo segundo es propio de los buenos y piadosos. Por eso, si el bautismo no puede estar sin el Espíritu tienen el espíritu también los herejes; pero no para su salud, sino para su perdición, como lo tuvo Saúl. Pues por el nombre de Cristo y la virtud del Espíritu Santo son expulsados los demonios, como podía hacerlo estando fuera de la Iglesia aquel de quien hablaron los discípulos al Señor. Como los tienen también los avaros, que, sin embargo, no son templo de Dios, según las palabras: ¿Qué concierto hay entre el templo de Dios y los ídolos? 36 Y si los avaros no tienen el Espíritu de Dios y tienen el bautismo, puede darse el bautismo sin el Espíritu.
35. Si la herejía no puede engendrar por Cristo hijos para Dios porque no es esposa de Cristo, tampoco lo podrá esa caterva de malvados en el seno de la Iglesia, porque no sería esposa de Cristo, ya que la esposa de Cristo nos viene retratada sin mancha y sin arruga. Por ende, o no todos los bautizados son hijos de Dios, o incluso la Iglesia que no es esposa puede engendrar hijos de Dios. Como se pregunta si ha nacido espiritualmente quien recibió el bautismo entre los herejes, puede preguntarse también si ha nacido espiritualmente quien sin convertirse de corazón sincero a Dios ha recibido el bautismo de Cristo en la Iglesia católica, y es cierto que no por eso ha dejado de recibirlo.
XXV. 36. Por lo que se refiere a las palabras que Cipriano profirió irritado contra Esteban, no voy a tratarlas de nuevo, porque no es necesario. Se repiten los mismos puntos que han sido ya bien discutidos; y es mejor pasar en silencio lo que provocó peligro de perniciosa disensión.
Esteban había pensado en separar a los que intentaban suprimir la antigua costumbre sobre la recepción de los herejes, y Cipriano, conmovido por la dificultad de la misma cuestión, y rebosante de entrañas de santa caridad, juzgaba que se debía permanecer en la unidad con los que pensasen de otra manera. Así, aunque hondamente conmovido, mas con amor fraterno, venció la paz de Cristo en sus corazones, y no se originó entre ellos cisma alguno en semejante discusión.
No se originaron de aquí herejías y cismas en abundancia, sencillamente porque se aprueba lo que hay en ellos de Cristo, y se reprueba lo que hay de su propia cosecha. Los que se dividieron inútilmente en muchos partidos, fueron los que mantuvieron la ley de rebautizar.
XXVI. 37. Cuando Cipriano dice que el obispo debe ser dócil, añade: "Se dice que es dócil quien es apacible y manso por su paciencia para aprender; ya que le es preciso al obispo no sólo enseñar, sino también aprender, pues que enseña mejor quien crece cada día y aprovecha aprendiendo algo mejor".
Con estas palabras nos da bien a entender el varón santo y dotado de piadosa caridad que no se debe temer la lectura de sus cartas, si se está en la disposición de no andar con vacilaciones cuando la Iglesia haya confirmado después alguna verdad averiguada con muchas y prolongadas investigaciones; en efecto, como tenía muchas cosas que enseñar el docto Cipriano, así había también algo que podía aprender el Cipriano dócil.
En su amonestación de que acudamos a las fuentes, esto es, a la tradición apostólica, y de ella tendamos un canal a nuestros tiempos, nos suministra un buen principio, que debemos practicar sin vacilación. "Y se nos ha comunicado", como recuerda él, de parte de los apóstoles, "que existe un solo Dios, un solo Cristo, una sola esperanza, una sola fe, una sola Iglesia y un solo bautismo".
Si ya en los mismos tiempos de los apóstoles encontramos que algunos no tenían una sola esperanza y sí tenían un solo bautismo, tenemos aquí una verdad que procede de la misma fuente, enseñándonos la posibilidad de que, habiendo una Iglesia una sola esperanza y un solo bautismo, pueden tener un solo bautismo quienes no tienen una sola Iglesia, como pudo suceder en aquellos tiempos que tuvieran un solo bautismo los que no tenían una sola esperanza. Pues ¿cómo podían tener con los santos y los justos una sola esperanza los que decían: Comamos y bebamos, que mañana moriremos 37, negando con ello la resurrección de los muertos? Y, sin embargo, entre ellos se encontraban aquellos a quienes dice el Apóstol: ¿Ha sido Pablo crucificado por vosotros?; ¿o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? 38 Y bien claro les escribe también a ellos: ¿Cómo entre vosotros dicen algunos que no hay resurrección de los muertos? 39
XXVII. 38. El Cantar de los Cantares describe a la Iglesia en estas palabras: Eres jardín cerrado, hermana mía, esposa, fuente sellada; pozo de agua viva; vergel de frutos 40.
No me atrevo a interpretar esto sino de los santos y de los justos, no de los avaros y defraudadores, de los ladrones y usureros, de los borrachos y envidiosos; y, con todo, las mismas cartas de Cipriano, tantas veces citadas, abundosamente nos enseñan y nos hacen enseñar que esos mismos han tenido un bautismo común con los justos, con los cuales no tenían una caridad común. Que me digan ahora: ¿Cómo se colaron en el jardín cerrado y la fuente sellada los que nos dice Cipriano que renunciaron al mundo con sólo las palabras y no con hechos, y testifica el mismo que se encuentran dentro?
Si se encuentran allí y son también esposa de Cristo, ¿es ella aquella esposa sin mancha y sin arruga, y puede afear tal caterva de miembros a la hermosa Paloma? ¿Son acaso éstas las espinas, en cuyo centro está ella como el lirio de que se habla en el Cantar? Entonces, en tanto será lirio en cuanto es jardín cerrado y fuente sellada, es decir, en aquellos justos que son judíos ocultamente por la circuncisión del corazón -toda la belleza de la hija del Rey está dentro- 41, entre los justos que componen el número de santos predestinado antes de la creación del mundo.
En cambio, aquella multitud de espinas, en separación oculta o clara, están por fuera en número incalculable. Dice el salmo: Lo he publicado, he hablado de ello: se han multiplicado y sobrepasan todo número 42. Aquel número, pues, de justos que según sus designios son llamados y de los cuales se dijo: El Señor conoce a los que son suyos 43, ese número es el jardín cerrado, la fuente sellada, el pozo de agua viva, el vergel de frutos.
De entre ese número, algunos llevan una vida según el Espíritu, y caminan por el camino supereminente de la caridad: cuando instruyen con espíritu de mansedumbre a un hombre que ha caído en un delito, se preocupan de no caer ellos mismos; y cuando ellos mismos han caído en falta, amaina en ellos un tanto, aunque no se extingue, el ardor de la caridad, y levantándose de nuevo, se enciende y torna a su primitivo fervor. Han aprendido a decir: Se adormece mi alma de pesadumbre; fortaléceme por tus palabras 44. Si llegan a tener ideas descarriadas, como permanecen en la fragancia de la caridad y no rompen el vínculo de la unidad, Dios les dará a conocer su error.
Otros, en cambio, de aquel número, aún carnales y naturales, buscan con instancia su provecho, y para hacerse capaces del alimento de los espirituales, se alimentan como de leche de los santos misterios; evitan con el temor de Dios las perversas costumbres que hasta el juicio del vulgo pregona por tales; se esfuerzan con toda vigilancia por deleitarse menos de día en día con las cosas terrenas y temporales; se abrazan inquebrantablemente con la regla de la fe buscada con diligencia, y si en algo se apartan de ella, aceptan pronto la corrección de la autoridad católica, aunque todavía su sentido carnal les haga andar fluctuando con el ir y venir de sus fantasías en la interpretación de aquella doctrina.
Entre estos últimos hay algunos que llevan una vida corrompida o están inmersos en las herejías o en las supersticiones de los gentiles; y, con todo, aun ahí el Señor conoce a los que son suyos 45. Pues en la inefable presciencia de Dios, muchos que al parecer están fuera, están en realidad dentro, y otros muchos que parecen estar dentro, se encuentran fuera.
Así, de todos aquellos que están metidos, por así decir, hasta lo más profundo del interior, es de los que está formado aquel jardín cerrado, la fuente sellada, el pozo de agua viva, el vergel de frutos: Los beneficios que Dios ha concedido a éstos, son en parte propios, como la inextinguible caridad en este tiempo y en el futuro la vida eterna, y en parte comunes con los malos y perversos, como son todos los demás dones, entre los que se cuentan los sacrosantos misterios.
XXVIII. 39. De todo lo que precede se nos propone una consideración más fácil y expedita de aquel arca que tuvo por constructor y conductor a Noé. Dice efectivamente Pedro: En el arca de Noé pocos, esto es, ocho personas se salvaron por el agua. Esta os salva ahora a vosotros de modo semejante en el bautismo, no quitando la suciedad de la carne, sino demandando una buena conciencia 46.
Por lo tanto, si a los ojos de los hombres hay bautizados en la Iglesia católica, que renuncian al mundo con palabras solamente y no con obras, ¿cómo pueden pertenecer al misterio de este arca si en ellos no existe el compromiso de la buena conciencia? O ¿cómo pueden salvarse por el agua los que usando mal del santo bautismo, pareciendo que están dentro, perseveran hasta el fin de su vida en sus disolutas y perdidas costumbres? O ¿cómo no se han salvado por el agua aquellos que recuerda Cipriano fueron admitidos sin reserva en la Iglesia con el bautismo que habían recibido en la herejía? En verdad los ha salvado la misma unidad del arca, en la que no se salvó nadie sino por el agua. Así dice él: "Es poderoso el Señor para otorgar su perdón y no separar de los beneficios de su Iglesia a los que fueron admitidos simplemente en la Iglesia y murieron en ella". Si no lo fueron por el agua, ¿cómo en el arca? Si no lo fueron en el arca, ¿cómo en la Iglesia? Pero si lo fueron en la Iglesia, lo fueron en el arca; y si en el arca, ciertamente por el agua.
Por eso puede acontecer que algunos de los bautizados fuera de la Iglesia sean considerados, mediante la presciencia de Dios, más justamente como bautizados dentro, ya que allí comenzó el agua a serles provechosa para la salvación; pues no puede decirse que hayan sido salvos de otra manera sino por el agua. Y, a su vez, otros, que parecía estaban bautizados dentro, mediante la misma presciencia de Dios sean considerados más justamente como bautizados fuera; ya que al usar mal del bautismo, mueren por el agua; lo cual no sucedió a nadie, sino a los que estaban fuera del arca.
Es ciertamente evidente que las expresiones "dentro de la Iglesia" y "fuera de la Iglesia" deben entenderse del corazón, no del cuerpo; ya que cuantos están dentro con el corazón se salvan en la unidad del arca por medio de la misma agua, mediante la cual cuantos están fuera con el corazón -lo estén o no con el cuerpo-, perecen por ser adversarios de la unidad. Por consiguiente, como no es otra agua sino la misma la que salva a los que están en el arca y ella la que pierde a los que están fuera del arca, así no es otro sino el mismo bautismo el que salva a los buenos católicos y pierde a los malos católicos y a los herejes.
Sobre la opinión que tiene el bienaventurado Cipriano de la Iglesia católica y cómo quedan completamente triturados los herejes con su autoridad, aunque ya he dicho muchas cosas, he pensado explicarlas aparte, si le place al Señor, con más abundancia y claridad. Primero diré lo que pienso debo decir sobre su concilio, tarea que emprenderé si Dios quiere en el libro siguiente.