LIBRO V
ESTUDIO DEL VERSO
El nombre del verso
1 1. M.: —Qué cosa sea el verso es una cuestión debatida entre los antiguos maestros no con pequeño esfuerzo, y no faltó el fruto. Porque el asunto quedó resuelto, y transmitido por escrito para conocimiento de la posteridad, no sólo quedó fundamentado sobre el peso y certeza de la autoridad, sino también en la razón.
Consecuentemente observaron que hay diferencia entre el ritmo y el metro, de suerte que todo metro es un ritmo, mas no todo ritmo es también un metro. En efecto, toda combinación regular de pies constituye un número; como el metro tiene esta combinación, no puede dejar de ser un número, es decir, no ser ritmo. Pero como no es lo mismo desarrollarse en pies regulares, mas sin un final determinado, e igualmente avanzar con pies regulares, pero verse sometido a un límite fijo, estas dos clases de ritmo debían ser distinguidas también con nombres, de tal manera que solamente la primera se denominase con nombre propio, el ritmo, mientras la segunda pudiese llamarse tanto ritmo como metro.
A su vez, como entre los ritmos que tienen un límite fijo, es decir, los metros, hay unos en los que no se tiene cuenta de una división (cesura) hacia el medio, otros en los que ésta se da cuidadosamente, también había que hacer notar esta diferencia con nombres. Por esto, aquella clase de ritmo, donde no se tiene presente esta regla, se ha llamado propiamente metro, y cuando esto tiene lugar, los antiguos lo denominaron verso.
Quizá, conforme vayamos avanzando en la discusión, la razón misma nos revelará el origen de esta denominación.
Y no pienses que esta distinción es tan rigurosa que no esté permitido llamar también versos a esos metros. Pero una cosa es que abusemos de una palabra por concesión de una cierta vecindad, otra distinta cuando damos a conocer un objeto por su nombre propio.
Pero baste hasta ahora la mención de los nombres, en los que, como ya hemos aprendido, tiene tanto poder el acuerdo de los interlocutores y la autoridad de la antigua tradición. Lo que resta, si te place, investiguémoslo, según nuestra costumbre, teniendo el oído por mensajero, por guía la razón; de suerte que conozcas cómo no es cierto que los antiguos autores hayan establecido estas leyes como si no se hallaran enteras y perfectas en la realidad misma, sino que las inventaron ellos con su reflexión y las registraron con nombres.
Excelencia de los metros distribuidos en dos partes
2 2. Por lo cual, en primer lugar te pregunto si el pie encanta nuestro oído por alguna otra cosa que no sea porque en él se corresponden con armoniosa simetría aquellas dos partes que están en el arsis y en la tesis respectivamente.
D.: —Ya antes, por cierto, adquirí esta persuasión y conocimiento.
M.: —Y bien, el metro, que evidentemente se compone de la unión de tiempos, ¿debe ser considerado entre esa clase de objetos que no se pueden dividir, siendo así que tampoco nada indivisible puede extenderse en el tiempo absolutamente y que, por otra parte, sería un absurdo total considerar indivisible lo que consta de pies divisibles?
D.: —De ninguna manera rechazaría yo que una cosa de ese género admita una división.
M.: —Pero ¿todo lo que admite una división no es más hermoso, si sus partes concuerdan en una cierta simetría, que si son discordes y disonantes?
D.: —Sin duda alguna.
M.: —Más aún. ¿Qué número es al cabo el que crea esta división simétrica? ¿Será el dos?
D.: —Así es.
M.: —Por tanto, como hemos descubierto que el pie se divide en dos partes armoniosas y que, por esto mismo, llena de encanto el oído, si encontramos también un metro de tal clase, ¿no se debe preferir con toda justicia a otros que no lo son?
D.: —Estoy de acuerdo.
Diferencia entre las dos partes
3 3. M.: —Muy bien. Por ello, responde ya a esta otra cuestión: puesto que en todas las cosas, que medimos con un espacio de tiempo, hay algo que precede, algo que sigue, algo que empieza, algo que termina, ¿no te parece que entre la parte que precede y comienza y la parte que sigue y termina debe haber una diferencia?
D.: —Debe haberla, creo yo.
M.: —Dime, pues, qué diferencia hay entre estas dos partes del verso, cuya primera es cornua velatarum y la segunda vertimus antennarum. No digamos este verso, en realidad, como hizo el poeta, obvertimus, sino así: cornua velatarum vertimus antennarum. Al repetirlo muchas veces, ¿no parece inseguro cuál es la primera parte y cuál la segunda? Y el verso no es menos equilibrado cuando se recita así: vertimus antennarum cornua velatarum.
D.: —Veo que se crea una incertidumbre total.
M.: —¿Y crees que debe evitarse?
D.: —Lo creo.
M.: —Mira, pues, si aquí, en este verso, se evita suficientemente. Una parte del verso es esta primera: arma virumque cano; la otra que sigue: Troiae qui primus ab oris; de tal modo difieren entre sí, que si cambias el orden, y lo pronuncias de esta guisa: Troiae qui primus ab oris, arma virumque cano, hay que medir otros pies.
D.: —Entiendo.
M.: —Por el contrario, mira si se ha observado este mismo cálculo en los otros versos. En efecto, la parte primera de su medición (el primer hemistiquio), arma virumque cano, reconoces que es la misma de esta otra: Italiam fato. Littora multum ille et. Vi superum saevae. Multa quoque et bello. Inferretque deos. Albanique patres. Para no alargarnos, continúa los demás versos como quieras, encontrarás las mismas medidas en los primeros hemistiquios, es decir, éstos quedan orgánicamente unidos en el quinto medio pie. Muy rara vez ocurre que esto no sea así; de modo que los segundos hemistiquios no son entre sí menos simétricos: Troiae qui primus ab oris. Profugus Lavinaque venit. Terris iactatus et alto. Memorem Iunonis ob iram. Passus dum conderet urbem. Latio genus unde Latinum. Atque altae moenia Romae.
D.: —Es cosa clarísima.
La antífrasis, etimología del término «verso»
4. M.: —Así, pues, dos hemistiquios, uno de cinco medios pies y otro de siete, dividen en dos miembros el verso heroico (hexámetro), que, como es hartamente conocido, consta de seis pies de cuatro tiempos; y ciertamente, sin la simetría de los dos miembros, sea la dicha o cualquier otra, no hay verso posible.
En todos ellos ha demostrado la razón que es imprescindible observar lo siguiente: el primer hemistiquio no puede ponerse en el lugar del segundo ni el segundo en lugar del primero. Si fuese de otra manera ya no se llamará verso si no es abusando del nombre; y será ritmo y metro, como aquellos que no carecen de belleza cuando se introducen rarísima vez en los largos poemas compuestos en verso, tal cual es ese mismo que poco antes he mencionado: cornua velatarum vertimus antennarum.
Por esta razón no me parece que el verso ha recibido su nombre, como piensan algunos, por el hecho de que, desde un final fijo, vuelve otra vez al principio del ritmo, de modo que el nombre se haya tomado del gesto de los que se dan vuelta, al volver de camino, pues este matiz lo tienen claramente en común también con aquellos metros que no son versos, sino más bien encontró quizá su nombre por antífrasis: como llamaron los gramáticos verbo deponente al que no depone la letra r, como son lucror y conqueror. De igual manera, el metro, que se compone de dos miembros, de los que ninguno de los dos puede establecerse en el lugar de otro, quedando a salvo la ley del ritmo, se llamará verso porque no puede invertirse.
Pero sea que apruebes una u otra de las etimologías de la palabra, o rechaces las dos y busques otra, o conmigo menosprecies todo este género de pesquisa, nada nos importa en este momento. Pues como aparece bastante claro el objeto que quiere darse a entender con este nombre, no hay por qué dedicar mayor esfuerzo a la raíz de la palabra. A no ser que tengas algo tocante al tema.
D.: —Yo, ciertamente, nada, sino que pasa tú a lo siguiente.
La brevedad del tiempo indica el fin del verso
4 5. M.: —Lo siguiente es que investiguemos sobre el final del verso. Pues también quisieron los antiguos autores dejarlo marcado y caracterizado con alguna diferencia, o más bien lo quiso la razón. ¿Acaso no crees tú mejor que el final, donde se detiene el ritmo, adquiere, sin embargo, especial relieve sin que haya violación en la igualdad de los tiempos, más bien que se confunda con las otras partes que no marcan ese fin?
D.: —¿Quién duda que es mejor lo que es más evidente?
M.: —Considera, pues, si tienen razón algunos al querer que el espondeo sea el final característico del verso heroico. Efectivamente, en los otros cinco lugares está permitido poner este pie o el dáctilo, pero al final sólo el espondeo; pues los que lo toman por troqueo, lo hacen porque es indiferente la última sílaba, de la cual hemos hablado bastante al tratar de los metros. Pero, según estos autores, el senario yámbico no será un verso o lo será sin tener al final ese relieve, y una y otra opinión son absurdas. Porque ninguna persona jamás, sea entre los muy sabios expertos, de mediana cultura y aun de un lejano asomo literario, ha dudado de que es un verso este:
Phaselus ille quem videtis hospites,
y cuanto está compuesto de palabras con semejante armonía rítmica; y los autores de mayor peso, porque son los mejor informados, resolvieron que no cabe imaginar un verso sin un final característico.
6. D.: —Dices verdad. Por eso estimo yo que se debe buscar otra distinta característica del final de verso, y no dar por definitiva esa que se pone con el espondeo.
M.: —¿Cómo tal cosa? Cualquiera que ella sea, ¿dudas de que está esa característica en la diferencia del pie o del tiempo, o en los dos juntos?
D.: —¿Cómo puede ser de otro modo?
M.: —¿Cuál, al fin, de las tres hipótesis apruebas? Yo, por mi parte, como el hecho mismo de terminar el verso para que no se alargue más allá de lo necesario no afecta sino a la medida del tiempo, pienso que esta característica no puede venir de ninguna otra cosa que del tiempo.
D.: —Completamente de acuerdo.
M.: —¿Ves también esta otra cosa, que el tiempo no puede tener aquí ninguna otra diferencia sino que una vez dura más, otra menos, y que, como cuando el verso termina con el objeto de que no exceda su longitud, la característica del final debe consistir en un tiempo de duración más breve?
D.: —Lo veo, sí; pero ¿a qué viene ese aquí que has añadido?
M.: —A esto, es a saber: que no ponemos la diferencia del tiempo en todas partes basada en sólo la brevedad o en la largura. ¿Niegas tú que la diferencia entre verano e invierno es cosa del tiempo, o más bien la estableces en su menor y mayor duración y no en el grado de frío y de calor, de la humedad y sequedad, y en cualquier fenómeno de este género?
D.: —Ahora lo entiendo, y convengo en que la característica del final, que estamos buscando, hay que hacerla derivar de la brevedad del tiempo.
Autorizada teoría de los antiguos y razonamiento sobre cómo debe medirse el senario yámbico
7. M.: —Escucha, pues, este verso, llamado trocaico:
Roma, Roma, cerne quanta sit deum benignitas,
y mídelo, y dime además qué puedes encontrar sobre sus hemistiquios y el número de pies.
D.: —Sobre los pies podré ciertamente responder con facilidad, pues es evidente que son siete y medio.
División racional en miembros o hemistiquios
Pero la cuestión acerca de los hemistiquios no está suficientemente clara, porque veo que la frase se termina y corta en muchos lugares. Sin embargo, yo pienso que esa división está en el octavo medio pie, de modo que el primer hemistiquio es Roma, Roma, cerne quanta, y el segundo sit deum benignitas.
M.: —¿Cuántos medios pies tiene el segundo?
D.: —Siete.
M.: —La razón misma te ha servido de guía segura. Porque, como nada hay mejor que la igualdad y hay que buscarla en la división, si no se pudiere conseguir estamos obligados a buscar su aproximación para no alejarnos excesivamente de ella. Así, pues, al tener este verso quince medios pies en su totalidad, no pudo dividirse con mayor igualdad que haciéndolo en 8 y 7, pues en el 7 y el 8 está esa misma aproximación. Pero la característica del final no quedaría salvaguardada en la mayor brevedad del tiempo tal como la razón misma ordena que debe mantenerse; porque si el verso fuese así: Roma cerne quanta sit tibi deum benignitas, de manera que el primer hemistiquio comenzara con estos siete medios pies Roma cerne quanta sit, y el segundo terminase en estos ocho tibi deum benignitas, un semipié no podía terminar el verso, ya que ocho medios pies forman cuatro pies completos.
Al mismo tiempo aparecería otro defecto: no mediríamos los mismos pies en el segundo miembro que en el primero; y el primer miembro, más bien que el segundo, vendría a cerrarse con la característica del tiempo breve, es decir, del medio pie, que con todo derecho pertenece al segundo. En efecto, en el primero se escandirían tres troqueos y medio, Roma cerne quanta sit; en el segundo cuatro yambos, tibi deum benignitas. En realidad, nosotros escandimos troqueos en los dos miembros, y con el medio pie se cierra el verso, para que su final mantenga la característica del tiempo más breve. Porque en el primer hemistiquio hay cuatro tiempos breves y en el segundo tres: Roma, Roma cerne quanta / sit deum benignitas. ¿O tienes alguna objeción?
D.: —Ninguna, en absoluto, y de grado te doy la razón.
8. M.: —Retengamos, pues, si te place, incontrovertibles las leyes siguientes: a) a ningún miembro falte la división en dos hemistiquios que tienden a su igualdad o equilibrio, como falta a éste: cornua velatarum obvertimus antennarum b) la igualdad misma de los miembros no haga convertible, por así decirlo, la división, como lo hace en éste: cornua velatarum vertimus antennarum; c) al evitar esa convertibilidad, no difieran mucho entre sí los miembros, sino que se igualen casi, en cuanto sea posible, en números muy próximos, de suerte que no digamos puede dividirse en ocho primeros semipiés cornua velatarum vertimus y sigan estos cuatro: antennarum; d) que no tenga el segundo miembro medios pies en número igual, como tibi deum benignitas, para que el verso no termine por un pie completo, debiendo tener el final marcado por el tiempo de menor duración.
D.: —Ya retengo todo esto y, en cuanto soy capaz, lo grabo en mi memoria.
Es insostenible la costumbre corriente de medir el verso heroico
5 9. M.: —Pues bien: ya que sabemos que el verso no debe terminar en un pie completo, ¿cómo piensas que debemos medir nosotros el verso heroico, para que quede a salvo tanto la ley aquella de los hemistiquios como esta característica del final de verso?
D.: —Veo que hay doce medios pies, y como para evitar aquella convertibilidad los miembros o hemistiquios no pueden tener seis medios pies, ni deben diferir mucho entre sí, como son 3 y 9 ó 9 y 3, ni se han de dar al segundo miembro medios pies de número igual, como son 8 y 4 ó 4 y 8 para que el verso no termine en pie completo: la división, por tanto, tiene que hacerse en 5 y 7 o en 7 y 5. Efectivamente, todos estos números impares son también los más próximos, y ciertamente estos miembros están entre sí más cerca que podrían estarlo en los números 4 y 8.
Para sostener esto con solidísimo argumento, veo que una palabra termina siempre o casi siempre en el quinto medio pie, como en el primer verso de Virgilio: arma virumque cano, y en el segundo: Italiam fato, y en el tercero: littora multum ille et, y en el cuarto igualmente: vi superum saevae; y así sucesivamente en casi todo el poema.
M.: —Dices verdad, pero has de ver qué pies estás midiendo para que no oses violar nada de las anteriores leyes que ya quedaron establecidas de modo irrefutable.
D.: —Aunque el cálculo me sea suficientemente claro, sin embargo, la novedad me llena de confusión. Pues en esta clase de verso no solemos escandir más que espondeo y dáctilo, y casi nadie hay tan inculto que no lo haya oído, aunque por sí mismo sea menos capaz de hacerlo.
Por tanto, sí yo quisiere seguir ahora esa divulgadísima costumbre, hay que abrogar la ley de la conclusión del verso; porque el primer miembro o hemistiquio se cerraría con un medio pie y el segundo con un pie completo, debiendo ser lo contrario. Pero como es absolutamente injusto abolir esta ley y yo tengo aprendido que en los ritmos se puede comenzar por un pie incompleto, queda que no decidamos se ponga aquí dáctilo con espondeo, sino anapesto y espondeo. Así, el verso comienza por una sílaba larga, siguen dos pies espondeos o anapestos, o del uno o del otro que terminan el primer miembro; después, otros tres pies forman el segundo miembro, anapestos o espondeo en cualquier lugar o en todos, y al final una sílaba con la que regularmente termina el verso. ¿Lo apruebas tú también?
Varones doctísimos sostuvieron esta escansión
10. M.: —También yo lo juzgo justísimo, pero de estas cosas no se persuade fácilmente al pueblo. Porque es tan grande la fuerza de la costumbre, que, una vez inveterada, si ha nacido de una falsa opinión, nada hay más enemigo de la verdad.
Efectivamente, sabes que para hacer un verso heroico nada importa que, en esta clase de ritmo, se coloque anapesto con espondeo o dáctilo y espondeo; pero para medirlo racionalmente, cosa que no es asunto del oído, sino del espíritu, la decisión viene de la razón verdadera y cierta, no de la opinión sin razonamiento.
Ni es algo que nosotros hayamos inventado ahora por vez primera, sino que se trata de una observación hecha mucho antes de esa costumbre inveterada. Por lo que si leyeran a los autores, doctísimos en esta ciencia, que escribieron en lengua griega y latina, no se asombrarían demasiado los que acaso oyeran esto; aunque vergüenza da la debilidad con que se busca la autoridad de los hombres para corroborar la razón, cuando nada debería haber de más valor que la autoridad de la razón misma y de la verdad, que es ciertamente mejor que todo hombre.
Pues, en la cuestión del alargamiento o abreviación de la sílaba, no buscamos sino la autoridad de los antiguos, a fin de que, como ellos emplearon las palabras con que nosotros hablamos, las empleemos también de igual manera; porque en esta materia es pereza no seguir ninguna regla y presunción establecer una nueva. Así, al medir el verso, hay que tener en mientes (irónico) una envejecida decisión de hombres y no la eterna razón de la naturaleza, cuando estamos naturalmente percibiendo por nuestros propios oídos, en primer lugar, su duración exacta; cuando la damos por buena, en segundo término, gracias al examen racional de los números, y cuando todo el que juzgue que el verso debe terminar en un final característico juzga que debe tener un fin más fijo que los otros metros, y sea cosa manifiesta que dicho fin ha de ser puesto de relieve por medio de un tiempo más breve, supuesto que el final detiene y frena de algún modo el curso del tiempo.
Modo de aplicar la medición racional
6 11. Ante esta realidad de cosas, ¿cómo el segundo miembro del verso puede terminar sino por un pie incompleto? Ahora bien: el comienzo del primer hemistiquio debe ser o un pie completo, como en este ritmo trocaico: Roma, Roma, cerne quanta sit deum benignitas, o una parte del pie, como en este verso heroico: Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris.
De consiguiente, eliminada ya toda duda, mide también este verso, si te place, y dame razón de sus hemistiquios y de sus pies:
Phaselus ille quem videtis, hospites.
D.: ——Ciertamente veo que sus miembros (hemistiquios) se distribuyen en cinco y siete medios pies; el primero es Phaselus ille, y el segundo quem videtis, hospites; por otra parte, distingo pies yámbicos.
M.: —Otra pregunta: ¿nada te preocupa terminar el verso con un pie completo?
D.: —Tienes razón, y no sé en qué estaba pensando. Pues ¿quién no verá la necesidad de comenzar por un medio pie, como en el verso heroico? Si, bajo este concepto, el ritmo es así, no medimos el verso ya en yambos, sino en troqueos, para que un medio pie lo termine regularmente.
En algunos versos no está mal la igualdad de miembros
12. M.: —Así es, como dices; pero ve lo que tú piensas debes responder a propósito de este verso que llaman asclepiadeo:
Maecenas atavis edite regibus.
Efectivamente, el final de palabra coincide en la sílaba sexta, y no por azar, sino en casi todos los versos de esta clase. De este modo, el primer hemistiquio es Maecenas atavis, y el segundo edite regibus, aunque puede dudarse de por qué se hace con esta medición.
Pues si mides en este verso pies de cuatro tiempos, habrá cinco medios pies en el primer hemistiquio y cuatro en el segundo. Ahora bien: la regla prohíbe que el segundo conste de medios pies con número par, a fin de que el verso no termine por un pie completo. Resta que consideremos pies de seis tiempos, cuyo resultado es que cada uno de los dos miembros se componga de tres medios pies. Pues, para que el primer hemistiquio termine en un pie completo, hay que empezar por dos sílabas largas; en seguida, un coriambo completo divide el verso, de modo que el segundo hemistiquio comience también por otro coreo, mientras un medio pie cierra el verso con dos sílabas breves, pues estos dos tiempos unidos al espondeo, puesto al principio, completan un pie de seis tiempos. Si es que nada tienes que objetar a esta consideración.
D.: —Nada, en absoluto.
M.: —¿Te satisface, pues, que los dos hemistiquios consten del mismo número de pies?
D.: —¿Cómo no me va a satisfacer? Pues en este caso no hay que temer aquella convertibilidad, ya que si se pone el segundo hemistiquio en el lugar del precedente, de suerte que el primero se convierta en segundo, no se mantendrá la misma regularidad de los pies. Por tal razón, no hay motivo para negar en este caso a los miembros el mismo número de medios pies; porque, sin riesgo alguno de inversión, se puede mantener esa paridad, a salvo también la ley de la terminación más característica cuando el verso no acaba en pie completo, que es lo que de manera, al sumo inalterable, tenemos obligación de guardar.
Razón profundísima de la reducción de la desigualdada
La igualdad entre los semipiés
7 13. M.: —De todo en todo has visto el fondo de la cuestión. Como la razón nos descubre que hay dos clases de versos, uno en el que el número de semipiés es el mismo en los hemistiquios, otro en el que es desigual, consideremos atentamente, si te place, cómo esa desigualdad de los semipiés se reduce a una cierta igualdad gracias a un cálculo algo más oscuro, pero en realidad muy exacto.
El número 1 tiene el derecho de igualdad con los otros
Efectivamente, te pregunto yo ahora: cuando digo 2 y 3, ¿cuántos números estoy diciendo?
D.: —Dos, es cosa sabida.
M.: —Por tanto, 2 es un número, tanto como lo es el 3; y así cualquier otro que digamos.
D.: —Así es.
M.: —¿No te parece, por ende, que el 1, sin cometer absurdo, se puede comparar con cualquier otro número? Si no podemos decir que 1 sea 2, afirmarse puede sin error que 2 es de alguna manera 1, e igualmente que 3 y 4 son 1.
D.: —Lo admito.
M.: —Oye esto otro: dime cuántos son 2 por 3.
D.: —Seis.
M.: —¿Y hacen lo mismo 6 y 3?
D.: —De ninguna manera.
M.: —Ahora quiero que multipliques 3 por 4 y me das el total.
D.: —Doce.
M.: —Estás viendo asimismo que 12 son más que 4.
D.: —Y mucho, por cierto.
M.: —Para no insistir ya más, hay que establecer una regla como ésta: a partir de dos y, sucesivamente, cualquiera que sea el número que tomes, el menor multiplicado por el mayor debe necesariamente sobrepasar a este último.
D.: —¿Quién lo habrá dudado? Porque ¿qué número es en plural menor que el 2? Con todo eso, si lo multiplico por 1.000, superará 1.000 hasta formar el doble.
M.: —Es verdad lo que dices. Pero toma el 1, y después cualquier otro mayor, y como hemos hecho en los anteriores, multiplica el mayor por el menor. ¿Superará igual que antes al mayor?
D.: —No, por cierto, sino que el menor será igual al mayor. En efecto: 2 x 1 = 2; 10 x 1 = 10; 1.000 x 1 = 1.000; y por cualquier número que lo multiplicare, el 1 debe quedar igual.
M.: —Por tanto, el número 1 tiene un cierto derecho de igualdad con todos los demás; no sólo porque es un número, sino también porque multiplicado tantas veces por el otro da siempre lo mismo.
D.: —Es evidentísimo.
Paridad entre cuatro y tres semipiés y entre cinco y tres, pero no entre cuatro y cinco
14. M.: —Veamos ahora. Vuelve tu atención a los números de semipiés con los que se forman en el verso hemistiquios desiguales y, gracias a la regla que hemos expuesto, descubrirás una igualdad maravillosa.
Porque el verso más corto, pienso yo, con desigual número de semipiés en los dos hemistiquios, que tiene cuatro y tres semipiés, como en éste: hospes ille quem vides, cuyo primer hemistiquio Hospes ille puede cortarse igualmente en dos partes de dos semipiés, y cuyo segundo, quem vides, se divide de modo que una parte tiene dos semipiés y la otra uno; viene a equivaler a 2 y 2, por aquel derecho de igualdad que tiene el uno con todos los demás números, como hemos dicho suficientemente.
Así, pues, cuando hubiere cuatro y cinco semipiés, como en Roma, Roma, cerne quanta sit, el número no satisface, y por tal razón será un metro más bien que un verso, porque los miembros son tan desiguales que por ninguna división se les puede reducir a ninguna ley de igualdad. Estás viendo, en consecuencia, me parece, que los cuatro semipiés del primer miembro Roma, Roma se pueden separar dos a dos; pero los cinco siguientes, cerne quanta sit, se dividen en dos y tres, donde con ningún derecho se hace presente la igualdad. Efectivamente, ni de modo alguno pueden cinco semipiés, suma de dos y tres, tener el mismo valor que cuatro, a la manera como antes hemos encontrado, en el verso más corto, que tres semipiés, por ser suma de uno y dos, equivalen a cuatro. ¿Hay algo que no has seguido o que no satisface?
D.: —Muy al contrario, y todo es claro y exacto.
15. M.: —Bien, consideremos ahora un verso de cinco y tres semipiés, como aquel Phaselus ille quem vides, y veamos cómo esa desigualdad suya viene obligada por una cierta ley de la igualdad, porque todos están de acuerdo que este ritmo no es sólo un metro, sino también un verso. Así, pues, si cortas el primer hemistiquio en dos y tres semipiés y el segundo en dos y uno, unes las partes que en los dos encuentras igual; y como en el primer miembro tenemos el número 2, igual que en el segundo, restan dos fracciones: una de tres semipiés respecto al primero, otra de un pie en el segundo. Y unimos, pues, estas fracciones en buena compañía, porque el 1 hace sociedad con todos los números y, en total, 1 y 3 hacen 4, que es lo mismo que 2 y 2. Lógicamente, también por esta división, los grupos de cinco y tres semipiés se reducen a una armonía. Pero dime si lo has entendido.
D.: —Sí, de cierto, y enteramente lo apruebo.
Se deja para otro momento, aunque sea grata,
la discusión sobre el senario yámbico
8 16. M.: —Viene a continuación el que hablemos de los grupos de cinco y siete semipiés, como son aquellos dos versos nobilísimos, el heroico y el que generalmente denominan yámbico, incluido también el senario. En efecto, el verso arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris, se divide de modo que su primer hemistiquio, Arma virumque cano, tiene cinco medios pies y el segundo siete: Troiae qui primus ab oris. Y el verso Phaselus ille quem videtis, hospites tiene un primer hemistiquio, Phaselus ille, con cinco medios pies, y el segundo con siete: quem videtis, hospites.
Pero esa nobleza suya tan grande tiene sus dificultades respecto a la ley de la igualdad. Porque cuando dividimos los cinco primeros semipiés en 2 y 3 y los siete últimos en 3 y 4, las fracciones de tres semipiés estarán de acuerdo entre sí; pero si las dos fracciones restantes conviniesen entre ellas, de modo que la una constara de un semipié y la otra de cinco, se unirían entonces gracias a esa ley por la que el 1 puede unirse con todos los números, y en suma resultarían 6 en total, lo que también equivale a 3 y 3; ahora bien: como encontramos 2 y 4, darán sin duda una suma de 6. Pero por ninguna ley de igualdad valen tanto 2 como 4, para que puedan unirse por un aproximado parentesco.
A no ser, acaso, que alguien viniese a decir que para una cierta ley de igualdad basta que 3 y 3, igual que 2 y 4, hacen 6. No creo que haya que impugnar ese razonamiento, pues también hay en él una cierta igualdad. Pero yo no quisiera admitir que cinco y tres semipiés convengan con mayor armonía que 5 y 7. Pues el verso de cinco y tres semipiés no tiene tanto renombre como los otros dos; y estás viendo que en él no solamente se ha encontrado, por la adición de 1 y 3, igual suma a la que hay con 2 y 2, sino que también sus partes son mucho más armónicas, cuando se coligan el 1 y el 3, a causa de aquella amistad del 1 con todos los demás números, que cuando se unen el 2 y el 4, como en los últimos. ¿Te ha quedado algo menos claro?
D.: —Nada en absoluto. Pero no sé por qué me choca que los senarios, aun siendo los de mayor celebridad entre todos los ritmos, y de ellos se diga que tienen cierta primacía entre los versos, son algo inferiores, en la armonía de sus miembros, que aquellos otros versos de más oscuro renombre.
M.: —Mantén el buen ánimo, pues yo voy a mostrarte en ellos tamaña armonía cual ellos solos merecieron tener entre todos, para que veas que no sin justicia son los preferidos. Pero como este tema, de todo en todo el más agradable, es algo más prolijo, debe quedarnos para el final, a fin de que cuando hayamos discutido sobre los demás, cuanto parezca suficiente, libres ya de toda preocupación, vengamos a desentrañar sus secretos.
D.: —De veras me place. Pero quisiera que quedasen aclaradas las cuestiones que al principio hemos acometido, para que yo pueda escuchar con mayor comodidad.
M.: —En comparación con lo que antes hemos discutido resultan mucho más gratos los temas que tú esperas.
Paridad entre 6 y 7 semipiés, desigualdad entre 8 y 7 y 9 y 7
9 17. Ahora, pues, considera si en dos miembros, el primero de seis semipiés, el segundo de siete, puede encontrarse aquella igualdad para que se forme debidamente un verso. Pues ya ves que, después del verso de cinco y siete semipiés, es este otro el que debemos discutir. Y he aquí su ejemplo:
Roma, cerne quanta sit deum benignitas.
D.: —Veo que el primer hemistiquio puede dividirse en fracciones de tres semipiés, el segundo en tres y cuatro semipiés. Por lo que, uniendo las fracciones iguales, resultan seis semipiés, pero 3 y 4 son 7 y no son iguales a aquel número. Mas sí contamos 2 y 2 en la parte donde hay 4 y 2, y 1 donde hay 3, uniendo las fracciones de 2 se llega a la suma de 4; ahora bien: uniendo las otras fracciones, una de 2 y otra de 1, aun en el caso de que las tomemos como 4, por el acuerdo del 1 con los demás números, hacen 8 en total y sobrepasan la suma del 6, más que si fuesen los siete semipiés anteriores.
18. M.: —Así es, como dices, y por esta razón, eliminando de la regla de los versos esta clase de combinación, examina ahora en ella, como exige el orden, los miembros que tienen, respectivamente, ocho semipiés el primero y siete el segundo. Esta combinación tiene en realidad lo que estamos buscando. Porque si yo uno la mitad del primer hemistiquio con la parte más grande del segundo que está más cercana a la mitad, como son cuatro semipiés, obtengo la suma total de 8. Quedan, por tanto, cuatro semipiés del primer hemistiquio y tres del segundo. De donde 2 de una parte y 2 de otra, unidos, hacen 4. De ahí, a su vez, restan 2 de un lado y 1 de otro, que, unidos según la ley de aquel acuerdo, por el que 1 es igual a los otros números, se toman en cierto modo por 4. Así, por fin, el número 8 equivale al 8 anterior.
D.: —Pero ¿por qué no oigo un ejemplo de este caso?
M.: —Porque ya está repetidas veces citado. Pero para que no lo creas omitido en su propio lugar, helo aquí mismo: Roma, Roma, cerne quanta sit deum benignitas; o también éste: optimus beatus ille qui procul negotio.
19. Observa por ello ahora una combinación de nueve y siete semipiés, de la que es un ejemplo
Vir optimus beatus ille qui procul negotio.
D.: —Fácil es descubrir su concordancia, pues el primer hemistiquio se divide en cuatro y cinco semipiés, el segundo en tres y cinco. Por tanto, la parte menor del primero, unida con la parte mayor del segundo, da por resultado 8; y la parte mayor del primero con la menor del segundo, igualmente 8. Efectivamente, de un lado hay la unión de 4 y 4 y de otro la de 5 y 3 semipiés. A esto se añade que si divides por una parte los cinco semipiés en 2 y 3, y por otra los 3 en 2 y 1, se deja ver otra concordancia del 2 con el 2 y del 1 con el 3, porque, por la regla antes citada, el 1 se iguala con todos los números.
Pero si el cálculo no me engaña, nada más nos queda por buscar acerca de la combinación de hemistiquios, pues ya hemos llegado a ocho pies, al número que el verso no debe sobrepasar, como hemos satisfactoriamente conocido.
Por ello ábreme al fin de una vez aquellos secretos de los versos de seis pies, del verso heroico y del yámbico o del trocaico, tema con el que excitaste y alargaste mi curiosidad.
Belleza de los versos senarios: heroico y yámbico
10 20. M.: —Lo haré, o más bien lo va a hacer la razón misma que nos es común a mí y a ti. Pero, dime, ¿tienes presente que, al tratar de los metros, dijimos y lo confirmaba con creces el oído, que los pies cuyas partes concuerdan en sesqui, sea en la relación de 2 a 3, como el crético y los peones, sea en la de 3 a 4, como los epítritos, han sido excluidos por los poetas a causa de su sonoridad de menguado encanto, que embellecen con mayor conveniencia la severidad de la prosa, cuando las cláusulas se unen con estos ritmos?
D.: —Lo tengo presente. Pero ¿adónde mira todo esto?
M.: —Porque quiero que comprendamos, en primer lugar, que a los pies de esta clase, apartados del uso de los poetas, no les quedan otros pies a partes iguales si no son aquellos como el espondeo, o bien los que están en relación de simple a doble, como el yambo, o los que coinciden en el valor de las partes, como el coriambo.
D.: —Así es.
M.: —Pero si es éste el material de los poetas y la prosa es contrapuesta al verso, no se deberá componer verso alguno sino de esta clase de pies.
D.: —Estoy de acuerdo. Pues veo que en estos versos se hacen más grandiosos los poemas que en los otros metros de los poetas líricos; pero todavía no sé adónde lleva este razonamiento.
21. M.: —No tengas prisa, pues estamos ya discutiendo de la excelencia de los versos senarios, y deseo demostrarte, si es que puedo, que los senarios más convenientes no pueden ser sino de estas dos especies: los que son más célebres entre todos, de los cuales es uno el heroico, como Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris, que el uso mide por espondeo y dáctilo —un razonamiento más profundo, por espondeo y anapesto—, y el segundo, que se denomina yámbico y, por el mismo procedimiento, se descubre que es trocaico.
Pues te es cosa manifiesta, creo yo, que la extensión de los sonidos viene a resultar pesada con las sílabas largas si con ellas no se combinan las breves; igualmente se hace cortada en exceso y casi tremolante si no se intercalan con breves las largas; ninguno de los dos ritmos es equilibrado, aunque satisfagan al oído por la igualdad de sus tiempos. Por tal razón, ni los versos que constan de seis pirriquios o seis proceleusmáticos aspiran a la dignidad del verso heroico ni a la del verso trocaico los que tienen seis tríbracos.
A esto se añade que, si inviertes el orden de los hemistiquios en los versos que la razón misma prefiere frente a los otros, de tal suerte se verá alterada la totalidad que necesariamente debamos medir otra clase de pies. Por eso son ellos, por así decirlo, menos convertibles que los que constan únicamente de breves o sólo de largas. Y de ahí que nada importe se dispongan los hemistiquios con cinco y siete semipiés, o de siete y cinco, en estos versos los más armoniosamente combinados; pues en ninguna de estas combinaciones puede el verso trastocarse sin un cambio tal que parezca fluir en el ritmo de otros pies.
En los hemistiquios indicados, por otra parte, si el poema hubiere comenzado con versos tales cuyos primeros miembros tienen cinco semipiés, no será necesario combinarles los que empiezan por siete medios pies, no parezca que se pueden ya convertir todos; pues no hay cambio alguno de pies que les impida la convertibilidad.
Mas, sin embargo, se permite, rarísima vez, poner todos los pies espondeos en los versos heroicos, cosa que por cierto esta posterior época nuestra de ninguna manera ha dado por bueno. Por el contrario, en los ritmos trocaicos y yámbicos, como está permitido entremezclar el tríbraco en cualquier lugar, se ha juzgado como torpísimo defecto, sin embargo, que en tal género de poemas aparezca el verso disuelto en sílabas breves todas ellas.
22. Descartados, pues, los pies epítritos de la ley senaria de los versos, no sólo porque son más adecuados a la prosa, sino también porque, si fuesen seis epítritos, sobrepasan los treinta y dos tiempos, como los espondeos; descartados asimismo los pies de cinco tiempos, porque con mayor gusto los reclamó para sus cláusulas la prosa; excluidos asimismo los molosos y demás pies de seis tiempos, de este número de tiempos que ahora tratamos, aunque en los poemas tengan bellísima fuerza; queda el verso compuesto de solas sílabas breves, es decir, que tiene pirriquios o proceleusmáticos o tríbracos, y los compuestos de sólo largas, los que tienen espondeos. Estos pies, aunque sean admitidos al ritmo senario, deben ceder, sin embargo, a la dignidad y a la proporcionada constitución de los que ofrecen una variedad de breves y largas, que, por esto mismo, pueden ser mucho menos convertibles.
Razón de la excelencia
11 23. Pero puede preguntarse por qué se han juzgado mejores los versos senarios, en los que otro razonamiento profundo mide ritmo anapesto, y los otros en los que ve el troqueo, con preferencia a considerarlos como dáctilo en un caso y yambo en el otro al medirlos.
Pues sin prejuicio de definitiva sentencia, ya que ahora tratamos de ritmos, si el verso primero fuese así: Troiae qui primus ab oris arma virumque cano, y el segundo de este género: Qui procul malo pius beatus ille, ni uno ni otro sería menos senario, ni menos equilibrado por la constitución de breves y largas, ni podía ser más convertible; y en ambos están los miembros ordenados de modo que la frase termina en el quinto medio pie y en el séptimo. ¿Por qué, pues, se deben considerar mejores que ellos si se disponen así: Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris; Beatus ille qui procul pius malo?
En esta cuestión yo diría, como cosa más fácil y natural, que fue algo casual el hecho de que estas últimas combinaciones fueran las primeras en ser advertidas y usadas. Y si ello no fue algo propio del azar, creo que pareció preferible terminase el verso heroico por dos largas y no por dos sílabas breves, porque en las largas descansan más plácidamente los oídos, y que el segundo —el senario yámbico— tuviese en el semipié final una larga mejor que una breve. Este de cierto es el hecho real para que las primeras formas de versos elegidos quitaran necesariamente el lugar a los que podrían haberse construido invirtiendo el orden de sus miembros.
Por lo cual, si se juzgó mejor el verso, cuyo ejemplo tenemos en Arma virumque cano Troiae qui primus ab oris, vendría ya a resultar fuera de propósito esta otra forma, haciendo la inversión en Troiae qui primus ab oris arma virumque cano. Esto mismo hay que comprender en lo que toca al ritmo trocaico. Pues si es considerado mejor Beatus ille qui procul negotio, la especie que resultaría, haciendo su inversión en Qui procul negotio beatus ille, no debe realmente hacerse. Sin embargo, si alguien se atreve y compone versos de tal clase, es evidente que compondrá otras especies de senarios, a los que en calidad superan los primeros.
Degradación de estos versos por la libertad de los poetas
24. Por tanto, estos dos versos, los más hermosos de todos los senarios, no pudieron mantener su pureza contra el capricho de los hombres. Porque en el verso trocaico, no sólo en su forma de senario, sino también en la que a partir de su mínima expresión llega hasta su extensión límite, que tiene ocho pies, los poetas estimaron por bueno que debían introducir todos los pies de cuatro tiempos que se emplean de acuerdo con el ritmo. Los poetas griegos, por su parte, lo hacen en lugares alternos, en el primer y tercer pie, y así sucesivamente, si el verso comienza por un semipié; pero si empieza por un troqueo completo, en el segundo y cuarto lugar se colocan los más largos pies citados, y así sucesivamente guardando los intervalos.
Para hacer más tolerable esta corruptela no dividieron con el ictus cada pie en dos partes, una propia del arsis y otra de la tesis, sino que, dando un pie al arsis y otro a la tesis —de ahí el nombre de trímetro con que llaman al senario—, refirieron esta medida íctica al modelo de división de los epítritos.
Pero, si por lo menos se mantuviese uniformemente esta norma, aunque los epítritos son más propios de la prosa que de la poesía, y el verso senario no parecería sino un ternario, sin embargo, no se resquebrajaría por completo aquella armoniosa igualdad de ritmos. Mas ahora ocurre que, si se ponen pies de cuatro tiempos en los lugares citados, es lícito ponerlos no sólo en todos ellos, sino donde uno quiera y cuantas veces lo quiera.
En cuanto a los antiguos autores, ni ellos pudieron guardar los propios intervalos normales de tales lugares en las combinaciones de estos pies. Por ello, en el ritmo trocaico, en fuerza de esta corruptela y licencia, nuestros poetas han hecho lo que quisieron, según debe pensarse: que en las comedias la versificación resulte muy semejante a la prosa.
Mas como hemos hablado bastante sobre las causas por las que estos versos tengan mayor dignidad entre los senarios, veamos ahora por qué estos mismos senarios son versos más excelentes que los demás, compuestos con cualquier otro número de pies. Si es que no tienes algo que discutir como objeción a lo dicho.
D.: —Estoy enteramente de acuerdo, y ya espero con vehemencia conocer, si al fin es ahora permitido, aquella armonía de miembros en la que hace poco me hiciste poner tantísima atención.
Armonía de los miembros en el senario: demostración geométrica
12 25. M.: —Pues presta ahora esa atención entera, y dime si te parece que una longitud puede cortarse en cualquier número de partes.
D.: —De ello estoy asaz persuadido; ni puede ponerse en duda, pienso yo, que toda longitud, llamada línea, tiene en sí misma una mitad y que, por ende, se la puede dividir perpendicularmente en dos: y como esas mismas dos líneas, que nacen de tal división, son sin duda líneas, es manifiesto que también en ellas se puede hacer otro tanto. En consecuencia, también una longitud, por pequeña que sea, se puede dividir en cuantas partes se quiera.
M.: —Rapidísima y verísima respuesta. Pues mira ahora esta otra cuestión: si con seguridad podría afirmarse que toda longitud, desarrollada en superficie igual a la línea de la que nace, es equivalente a su cuadrado. Porque si la superficie se extiende menos o más que mide en longitud la línea desde la cual se extiende, no resulta un cuadrado. Si lo hace de modo equivalente, no hay otra cosa que un cuadrado.
D.: —Comprendo y estoy de acuerdo. Pues ¿qué hay más exacto?
M.: —Por tanto, estás viendo ya su consecuencia, pienso yo9: si en el lugar de la línea se ponen una tras otra en fila, a todo lo largo, piedrecitas iguales, esta longitud no llegaría a la forma de cuadrado a no ser que las piedrecitas se hayan multiplicado por el mismo número. Como si, por ejemplo, pones dos piedrecitas, no harás un cuadrado sino poniendo otras dos a lo ancho; si pones tres a lo largo, han de añadirse seis, pero distribuidas en forma de dos grupos de tres, igualmente a lo ancho, pues si se añaden a lo largo, no resulta una figura geométrica. Porque la longitud sin la anchura no es una figura. Y así proporcionalmente se pueden considerar todos los números. Pues igual que 2 X 2 y 3 X 3 forman un cuadrado numérico, así 4 X 4, 5 X 5, 6 X 6 y los demás números hasta el infinito.
D.: —También éstas son verdades probadas y manifiestas.
M.: —Piensa ahora si existe una longitud de tiempo.
D.: —¿Quién habrá dudado de que no existe tiempo sin alguna longitud?
M.: —Pues bien: ¿no puede ocupar el verso una cierta longitud de tiempo?
D.: —Hasta es necesario que lo tenga.
M.: —¿Qué cosa mejor ponemos nosotros en aquella longitud en lugar de las piedrecitas? ¿Los pies que necesariamente se dividen en dos partes, o sea, en arsis y tesis, o más bien los semipiés que ocupan cada arsis y tesis?
D.: —Juzgo que los semipiés sustituirán más adecuadamente las piedrecitas.
Exposición de la maravillosa armonía del senario
26. Veamos; recuerda ahora cuántos semipiés tiene el hemistiquio más corto del verso heroico.
D.: —Cinco.
M.: —Di un ejemplo.
D.: —Arma virumque cano.
M.: —¿Echas, pues, tú de menos otra cosa si no es ver que los restantes siete semipiés convengan en una relación de igualdad con esos cinco?
D.: —Ninguna otra cosa, en absoluto.
M.: —Bien, ¿pueden siete semipiés por sí mismos formar un verso completo?
D.: —Claro que pueden, porque el primer verso tiene tantos semipiés como el verso más corto, añadiendo al final un silencio.
M.: —Exactamente dicho. Mas para que pueda ser verso, ¿cómo se divide en dos miembros?
D.: —Así: en cuatro y en tres semipiés.
M.: —Por tanto, eleva al cuadrado cada una de sus partes y observa cuántas hacen 4x4.
D.: —16.
M.: —¿Y 3x3?
D.: —9.
M.: —¿Y todo en conjunto?
D.: —25.
M.: —Luego como siete semipiés pueden comprender dos miembros o hemistiquios, elevados cada uno de ellos al cuadrado, hacen la suma total de 25. Y es una parte del verso heroico.
D.: —Así es.
M.: —Por consiguiente, como la segunda parte, que tiene cinco pies, no se puede dividir en dos miembros y debe armonizar en igualdad, ¿no hay que elevarla entera al cuadrado?
D.: —No calculo otra solución posible en absoluto, y ya al fin reconozco una armonía maravillosa. Pues 5 X 5 dan la suma de 25. Y no sin razón, por tanto, se han hecho los versos senarios los más renombrados y los más nobles, pues apenas puede expresarse cuán grande es la diferencia entre la simetría de ellos, aun con miembros desiguales, y la de todos los restantes versos.
Naturaleza de los versos: resumen
13 27. M.: —No te engañó, pues, mi promesa, o más bien no nos engañó la razón misma, a la que uno y otro como guía seguimos.
Así, para concluir ya en fin esta conversación, ciertamente distingues que, aunque los metros son casi innumerables, no puede, sin embargo, haber un verso si no consta de dos miembros perfectamente armonizados, o de un número igual de semipiés, pero que no terminen en forma convertible, como el ejemplo de Maecenas atavis edite regibus, o bien con un número desigual de semipiés, mas unidos, con todo, en una proporción de igualdad como 4 y 3, 5 y 3, 5 y 7, 6 y 7, 8 y 7, 7 y 9.
El verso trocaico puede empezar por un pie completo, por ejemplo, Optimus beatus ille qui procul negotio, y por un pie incompleto como es éste: Vir optimus beatus ille qui procul negotio; pero en absoluto puede terminar si no es por un pie incompleto. Mas estos pies incompletos, tengan ellos semipiés enteros, como es ese ejemplo que ahora puse por último, o bien tengan menos de un semipié, como las dos breves finales en aquel verso coriámbico Maecenas atavis edite regibus, o más de un semipié como las dos largas al principio del mismo verso, o el baquio al final de otro verso coriámbico, cuyo ejemplo es Te domus Evandri, te sedes celsa Latini, todos estos pies incompletos se llaman semipiés.
El período en el verso
28. Ahora bien: no sólo se componen poemas de forma que en ellos se mantenga el mismo género de versos, como son los de los poetas épicos o también los cómicos, sino que los poetas líricos componen esos circuitus, que los griegos llaman ?????????, no sólo con los metros que no están sometidos a la ley del verso, sino también con versos. Efectivamente, aquel pasaje de Flaco:
Nox erat, et caelo fulgebat luna sereno
inter minora sidera,
es un período bimembre y compuesto de versos. Estos dos versos no pueden armonizarse entre sí a no ser que uno y otro se relacionen según la escansión de pies con seis tiempos. Porque la medida del verso heroico no concierta con la yámbica y la trocaica, ya que los píes del primero se dividen de modo igual, estos últimos en la proporción de 1 a 2.
Se componen, por tanto, los períodos con metros enteros sin mezcla de versos, como son aquellos de los que hemos discutido antes cuando tratábamos de los metros en sí, o solamente con versos, como éstos de los que acabamos de hablar ahora, o bien de modo que queden moderadamente combinados con versos y otros metros, como es aquel
Diffugere nives, redeunt iam gramina campis
arboribusque comae.
Y en qué orden se ponen los versos con los metros o los miembros más largos con los más cortos, nada importa para el placer de los oídos, con tal que el período no tenga menos de dos miembros ni más de cuatro.
Camino hacia las moradas de la Música
Mas, si nada tienes en contra de lo dicho, tenga ya fin esta disputa, para que luego, tratado lo que atañe a esta parte de la Música que consiste en la medida de los tiempos, desde estas sus huellas sensibles, con toda nuestra finura posible, lleguemos a esas íntimas moradas donde ella está libre de toda forma corpórea.