LA MÚSICA

Traducción de Alfonso Ortega

LIBRO II

LOS PIES MÉTRICOS

PRIMERA PARTE

NATURALEZA Y NÚMERO DE PIES

El músico debe observar la duración de las sílabas

1 1. M.: —En vista de todo lo antes expuesto, presta mucha atención y oye ahora cabalmente como si se tratara de un segundo exordio de nuestra discusión. Y, antes de nada, contesta si aprendiste bien la distinción que enseñan los gramáticos, la diferencia entre sílabas breves y largas, o realmente prefieres, conozcas o ignores ese tema, que comencemos nuestra investigación como si enteramente fuésemos inexpertos en estas materias, de tal suerte que sea la razón la que nos conduzca a todo, con preferencia a que a ello nos fuerce la costumbre inveterada o la autoridad que anticipadamente nos dejó su fallo.

D.: —A que yo prefiera abiertamente tu propuesta no sólo me impulsa la razón en sí misma, sino también (¿pues por qué voy a dudar en confesarlo?) mi desconocimiento de la cuantidad de esas sílabas'.

M.: —Pues ánimo; al menos dime si tú mismo, por tu propio medio, jamás advertiste que en nuestra lengua se pronuncian las sílabas unas veces aprisa y con la menos duración posible y otras con mayor extensión y más tiempo.

D.: —Puedo afirmar que todavía no he sido sordo a tales matices.

M.: —Pues, con todo eso, quiero que sepas que toda esa ciencia, que en la lengua griega se denomina γραμματικέ y en latín Litteratura, se proclama guardiana de la tradición, aun la única, como enseña la inteligencia más refinada, y hasta sin igual, según reconocen incluso los espíritus toscos. Así, por ejemplo, si has dicho cano, o has empleado esta palabra en poesía de manera que tú, al pronunciarla, alargas la primera sílaba de este verbo, o la pones dentro de un verso en un lugar donde se exigía que haya una larga, el gramático —ese guardián de la tradición, ya se ve— lo desaprobará, sin poder aseverar ninguna otra razón de por qué debía abreviarse ese lugar, sino la de que quienes vivieron antes de nosotros, y cuyos libros todavía quedan y estudian los gramáticos, la emplearon como sílaba breve, no como larga. Por tanto, la fuerza está aquí en que es la autoridad la que tiene fuerza. Pero, en realidad, la ciencia de la música, a la que concierne la medida racional en sí de las palabras y su armonioso ritmo, no tiene cuenta sino de que se abrevie o alargue la sílaba que ocupa ese u otro lugar de acuerdo con la cuantidad de esas medidas. Porque si has puesto esa palabra cano en un lugar del verso donde deben ponerse dos sílabas largas, y la primera de ellas, que es larga, la has hecho breve al pronunciarla, por nada en absoluto se enciende en cólera la música; pues los tiempos, esas medidas de las palabras, llegaron a los oídos como estuvieron exigidas por aquel ritmo. Mas el gramático ordena que se corrija, y que pongas aquella palabra cuya primera sílaba ha de ser larga, de conformidad, como se ha dicho, con la autoridad de los antepasados, cuyos escritos él custodia.

El músico decide por la razón, no por la autoridad

2 2. Por tal razón nosotros, como nos hemos propuesto rastrear las leyes de la música, aun si desconoces qué sílaba ha de ser breve o qué sílaba ha de ser larga, podemos, sin embargo, no sentirnos atados por este desconocimiento tuyo y considerar suficiente que dijiste haber notado sílabas más breves unas veces y otras más largas. Por ello te pregunto ahora si el sonido de los versos, percibido por los oídos, te causó alguna vez placer alguno.

D.: —Precisamente muchísimas, de suerte que casi jamás he escuchado un verso sin deleite.

M.: —Por tanto, si en un verso, cuya audición te deleita, alguien alarga o abrevia sílabas en ese lugar donde no lo exige la regla del mismo verso, ¿puedes tú sentir igual deleite?

D.: —Por el contrario, no soy capaz de oírlo sin aversión.

M.: —De ningún modo, pues, cabe duda de que lo que dices te deleita en el sonido es la medida de los ritmos, y, perturbada ésta, no puede ofrecerse aquel deleite a tus oídos.

D.: —Es cosa manifiesta.

M.: —Dime, por tanto, en lo que atañe al sonido del verso, qué diferencia hay si digo arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris, o bien qui primis ab oris.

D.: —A mí, en realidad, en lo que atañe a esa medida, me suena lo mismo.

M.: —Pero esto ha sido por efecto de mi pronunciación, a saber: por el vicio que los gramáticos llaman barbarismo; porque primus consta de sílaba larga y breve, mientras primis tiene dos largas. Pero yo hice breve la última. Así no han sufrido engaño tus oídos. Por lo cual vamos a probar repetidas veces si percibes en mi pronunciación qué es tiempo largo y tiempo no largo en las sílabas, para que nuestra discusión, a base de mis preguntas y tus respuestas, como dispusimos, pueda seguir adelante. Así voy a repetir ahora el mismo verso en que había cometido un barbarismo, y aquella sílaba que hice breve, para que no se molestaran tus oídos, la alargaré, como ordenan los gramáticos. Tú hazme saber si la medida de este verso causa placer alguno en tu sensibilidad. Vaya así, en efecto, mi pronunciación: arma virumque cano, Troiae qui primis ab oris.

D.: —Ahora, en verdad, no puedo negarlo; no sé por qué defecto de sonido me puedo sentir molesto.

M.: —No sin razón. Pues aunque no se haya cometido un barbarismo, se ha hecho, sin embargo, una falta que rechaza tanto la gramática como la música: la gramática, porque esa palabra primis, cuya última sílaba es larga, ha sido puesta en el lugar donde debe ponerse una breve; la música, simplemente porque una larga cualquiera está en el lugar donde era preciso una breve, y el tiempo debido, que exigía la medida armoniosa del ritmo, no ha sido reproducido. Por ello, si ya distingues suficientemente qué exige la sensibilidad del oído y qué la autoridad, el paso siguiente es que veamos por qué esta misma percepción sensible unas veces se deleita y otras se siente molesta en los sonidos largos o breves, pues esto es lo que concierne al tiempo largo y tiempo no largo. Creo recordarás que habíamos emprendido desarrollar esta cuestión.

D.: —Yo he comprendido, sin duda alguna, esta distinción, y al par que recuerdo nuestro propósito, también espero con vivísima atención lo siguiente.

Desarrollo de la cuantidad breve a larga en las sílabas

3 3. M.: —¿Qué te parece sino que comencemos a comparar entre sí las sílabas, y ver qué relaciones de número rítmico hay entre ellas, igual que ya antes tratamos entre nosotros sobre los movimientos en una larga disquisición? En el movimiento se contiene, efectivamente, también todo lo que emite sonido, y las sílabas asimismo suenan. ¿Puede negarse alguna de estas cosas?

D.: —De ninguna manera.

M.: —Por tanto, cuando se comparan entre sí las sílabas, se comparan igualmente ciertos movimientos en los que pueden descubrirse los números de cierto tiempo por la medida de su duración.

D.: —Así es.

M.: —¿Puede, pues, compararse una sílaba consigo misma? Porque la unidad rehúye toda comparación, a no ser que tú pienses otra cosa.

D.: —Ninguna otra pienso.

M.: —¿Cómo? ¿Niegas que se puedan comparar una sílaba a otra, y una o dos a dos o tres, y así sucesivamente en muchas?

D.: —¿Quién lo negaría?

M.: —Observa además esto: cualquier sílaba breve y pronunciada con el tiempo mínimo, y que cesa tan pronto como brotó, ocupa, sin embargo, un espacio en el tiempo y tiene su pequeña duración.

D.: —Veo que es necesario lo que dices.

M.: —Di ahora de dónde comenzamos a contar.

D.: —Desde el uno, sin duda.

M.: —Así, pues, los antiguos no llamaron absurdamente un solo tiempo a esa suerte de mínimo espacio en el tiempo que ocupa la sílaba breve. De la breve, en efecto, pasamos a la larga.

D.: —Es verdad.

M.: —Consecuencia es ya que vengas a reparar también en esto: puesto que en los números la primera progresión se da del 1 al 2, así en las sílabas, donde sin duda pasamos de breve a larga, la larga debe ocupar doble tiempo. Y por esta razón, si el espacio que ocupa la breve se llama justamente un solo tiempo, de igual modo el que la larga ocupa se denomina con rectitud dos tiempos.

D.: —Con rectitud absoluta, pues reconozco que la razón lo exige.

La unión de sílabas forma el pie a partir de dos sílabas breves

4 4. M.: —Adelante; veamos ahora las uniones en sí mismas. Mi pregunta es qué relación tiene, a tu parecer, una sola sílaba breve con otra igualmente breve, o cómo se llaman estos movimientos entre sí comparados. Pues recuerdas, si no me engaño, que antes, en nuestra conversación, nosotros hemos dado nombres a todos los movimientos que concuerdan entre sí en el número.

D.: —Recuerdo que los llamamos iguales, pues tienen, unos respecto a otros, la misma medida de tiempo durable.

M.: —Pero esta asociación de sílabas, por la que se unen ya para tener en común igual número, ¿piensas que debe dejarse sin nombre?

D.: —No creo.

M.: —Pues sábete que los antiguos llamaron pie a una tal unión de sonidos. Pero hay que considerar con atención hasta dónde permite la norma que se extienda un pie. Por ello dime ahora también en virtud de qué cálculo se unen breve y larga.

Cuatro pies de dos sílabas

D.: —Opino que esa unión brota de aquel género de números que llamamos multiplicados: si veo, al menos, el simple unido al doble, es decir, un solo tiempo de una sílaba breve unido a dos tiempos de una larga.

M.: —¿Y si se disponen de manera que la larga se pronuncia la primera y en seguida la sílaba breve? ¿Acaso, por haber cambiado el orden, no se mantiene por ello la cuenta de los números multiplicados? Porque igual que en aquel pie primero el número simple se encuentra unido al doble, así en este otro el doble al simple.

D.: —Así es.

M.: —Y bien, ¿en un pie de dos sílabas largas, no se unen dos tiempos con dos tiempos?

D.: —Evidentemente.

M.: —¿Luego en virtud de qué cálculo se hace esa unión?

D.: — Sin duda, por razón de aquellos números llamados iguales.

5. M.: —Veamos. Si hemos tomado como punto de partida las dos sílabas breves para llegar a dos largas, dime ahora cuántas uniones de pies tendremos que considerar.

D.: —Cuatro. Pues primero se habló de dos breves, en segundo lugar de breve y larga, en tercero de larga y breve, en cuarto de dos largas.

M.: —¿Puede haber más de cuatro cuando se unen dos sílabas?

D.: —De ninguna manera. Porque como las sílabas han recibido esta precisa medida, de suerte que la breve tiene un tiempo, la larga dos, y toda sílaba o es breve o es larga, ¿cómo se pueden disponer y unir dos sílabas para formar un pie, si no es por combinación de breve y breve, breve y larga, larga y breve, larga y larga?

Los limites del pie

M.: —Dime también cuántos tiempos, como mínimo y máximo, tiene el pie de dos sílabas.

D.: —Como mínimo dos, como máximo cuatro.

M.: —¿Ves cómo la progresión no ha podido ir más allá del número cuatro, sea en los pies o en los tiempos?

D.: —Véolo claramente, y recuerdo la regla de la progresión en los números, y siento además, con gran placer del alma, que también aquí se encuentra aquella propiedad.

M.: —Por tanto, como los pies se componen de sílabas, o sea, de movimientos distintos y como articulados que se hallan en los sonidos, y las sílabas se desarrollan en tiempos, ¿no crees que la progresión del pie debe llegar también hasta cuatro sílabas, como ves que llegó ya la otra hasta el número cuatro, tanto la progresión de los mismos pies como de los tiempos?

D.: —Lo percibo tan claramente como dices y comprendo que responde a cabal razón, y te pido (expliques) lo que a ello pertenece.

Posible número de pies de tres sílabas

5 6. M.: —Bien, veamos ahora, por tanto, en primer lugar, como el orden mismo exige, cuántos pueden ser los pies de tres sílabas, igual que hemos encontrado cuatro de dos sílabas.

D.: —Sea así.

M.: —Recuerdas que hemos comenzado este cálculo partiendo de una sola sílaba breve, es decir, de la de un solo tiempo, y por qué debía ser así lo has comprendido satisfactoriamente.

D.: —Recuerdo que habíamos decidido la obligación de no separarnos de aquella ley de la numeración por la que comenzamos, a partir de la unidad, que es principio de los números.

M.: —Por consiguiente, como el primero, entre los pies de dos sílabas, es aquel que consta de dos breves (pues la razón nos obligaba unir a un solo tiempo otro solo tiempo antes que dos tiempos), ¿cuál, en definitiva, juzgas debe ser el primero entre los pies de tres sílabas?

D.: —¿Cuál sino aquel que resulta de tres breves?

M.: —¿Y cuántos tiempos tiene?

D.: —Tres, naturalmente.

M.: —¿Cómo, pues, se comparan entre sí sus partes? Porque es necesario que todo pie, a causa de la relación existente entre los números, tenga dos partes que en una proporción se relacionen mutuamente, y recuerdo que antes hemos tocado este punto. Pero ¿podemos dividir este pie de tres sílabas breves en dos partes iguales?

D.: —De ninguna manera.

M.: —¿Cómo, pues, se divide?

D.: —Ninguna otra posibilidad veo sino que la primera parte tenga una sílaba y la segunda dos, o la primera dos y la segunda una.

M.: —Dime, además, ¿de qué tabla de números es esta unión?

D.: —Entiendo que es del grupo de los números multiplicados.

7. M.: —Bien, ahora oye con atención lo siguiente: ¿cuántas veces pueden combinarse tres sílabas: una larga y las restantes breves, es decir, cuántos pies pueden formar? Y responde si das en ello.

D.: —Veo que hay un solo pie, que consta de una larga y dos breves. No distingo otra cosa.

M.: —Y ese mismo pie, que tiene larga en el primer lugar, ¿te parece ser el único en tener la larga en la combinación de tres sílabas?

D.: —De ningún modo hubiera pensado eso cuando las dos breves pueden estar al principio y la larga al final.

M.: —Reflexiona si puede haber una tercera posibilidad.

D.: —Está claro. Porque esta larga puede colocarse en medio de las dos breves.

M.: —Mira si no hay también una cuarta.

D.: —En absoluto, no puede haberla.

M.: —¿Puedes responderme ya cuántas veces pueden combinarse tres sílabas que tienen en sí una larga y dos breves, o sea, cuántos pies forman?

D.: —Puedo, sí. Se han combinado en efecto tres veces, y han formado tres pies.

M.: —Y bien, ¿deduces ya por ti mismo de qué manera se deban ordenar esos tres pies, o hay que conducirte a ello poco a poco?

D.: —¿Es que no te gusta seguramente aquel orden en que yo encontré esa misma combinación? Porque primeramente observé una larga y dos breves, después dos breves y una larga, al final una breve, una larga y una breve.

M.: —Pero ¿no te disgustaría a ti igualmente uno que ordena de modo que pasa de 1 a 3, de 3 a 2, y no más bien de 1 a 2, y luego a 3?

D.: —Me disgusta totalmente. Pero yo pregunto qué fallo de ese género notaste al fin aquí.

M.: —Que como en esta triple combinación pusiste primeramente aquel pie que tiene la larga en el primer lugar, porque has percibido que la unidad misma de la sílaba larga tiene primacía (ya que ella es ahí una sola), y que por tal razón debe ella crear el orden, de modo que el primer pie esté donde ella está la primera; al mismo tiempo también debiste ver que el segundo pie está donde ella es la segunda, el tercero donde ella es la tercera. ¿O piensas que has de seguir todavía en aquella otra opinión?

D.: —Lejos de eso la condeno sin vacilar. ¿Pues quién no va a estar de acuerdo en que ese orden es el mejor o, más precisamente, que ése es el orden?

M.: —Por tanto, di ahora por qué regla de números se dividen también esos pies y se comparan entre sí sus partes.

D.: —El primero y el último veo que se dividen por la relación de igualdad, porque el uno se puede dividir en una larga y dos breves y el otro en dos breves y una larga, de modo que cada parte tiene dos tiempos y por esta razón son iguales. Pero en el segundo pie, como la sílaba larga ocupa el centro —se atribuye a la primera o a la segunda parte—, ese pie se divide en tres tiempos y un tiempo, o, viceversa, en uno y tres; y por esto en su división prevalece la regla de los números multiplicados.

Resumen de la cuestión tratada

8. M.: —Quiero me digas ya por ti mismo, si puedes, qué pies crees tú hay que disponer después de esos que hemos estudiado nosotros. Hemos considerado, en primer lugar, cuatro pies de dos sílabas, cuyo orden se derivó del orden de los números, de modo que comenzamos a partir de las sílabas breves. Después acometimos el estudio de los pies ya más largos, los de tres sílabas y, lo que de suyo era fácil por la razón anterior, comenzamos por tres breves. ¿Qué seguía inmediatamente sino que viésemos qué combinaciones daría una sílaba larga con dos breves? Visto queda: después del primer pie, también se han dispuesto en natural orden tres pies, tal como era preciso. ¿Y no debes ver ya por ti mismo qué sigue en seguida, para no ir sacándolo todo a fuerza de preguntillas brevísimas?

D.: —Tienes razón. Porque ¿quién no ve que ahora les siguen ya los pies donde hay una breve y las demás largas? Como a esta breve, por ser sola, se le atribuye la mayor importancia según la razón antes dicha, el primer pie —entre estos siguientes— está donde ella es la primera, el segundo donde ella está en segundo lugar, el tercero donde ella aparece como tercera, que también es la última.

M.: —Distingues, según pienso, en qué reglas se dividen también esos pies para que puedan compararse sus partes.

D.: —Las distingo perfectamente. Porque el pie que consta de una breve y dos largas no se puede dividir sino de manera que la primera parte tenga tres tiempos, la que comprende breve y larga; la segunda parte, en dos tiempos, que tiene una larga. Y el tercer pie es precisamente igual al anterior en que sólo admite una división; pero difiere en que el primero se divide en 3 y 2 tiempos y él en 2 y 3. Porque la sílaba larga, que ocupa la primera parte, se extiende a la duración de dos tiempos: queda una larga y la breve, que son el espacio de tres tiempos. Pero, sin duda alguna, el pie central, que tiene en el medio la sílaba breve, puede permitir una división doble, porque la misma breve puede atribuirse a la primera y a la segunda parte. Por eso se puede dividir en 2 y 3 tiempos o en 3 y 2; porque, en conclusión, la ley de los números sesqui se hace dueña de esos tres pies.

M.: ——¿Hemos considerado ya todos los pies de tres sílabas o queda algo?

D.: —Veo que queda uno sólo: el que consta de tres largas.

M.: —Examina, pues, también su división.

D.: —Su división es en una sílaba y dos, o en dos y una, naturalmente en dos tiempos y cuatro, o en cuatro y dos, porque las partes de ese pie se comparan entre sí por la regla de los números multiplicados.

Igual tratamiento y ordenación de los pies de cuatro sílabas

6 9. M.: —Veamos ahora lógicamente y con orden los pies de cuatro sílabas, y dime ya tú mismo cuál debe ser el primero de ellos, aduciendo también la regla de su división.

D.: —Ya se ve, el de cuatro breves que se divide en dos partes de dos sílabas, partes que a su vez tienen dos y dos tiempos por la regla de los números iguales.

M.: —Lo sabes. Continúa ya así tú mismo y busca con empeño lo restante. Pues pienso que ya no es necesario ir preguntándote detalle a detalle, cuando hay una sola regla para ir quitando sucesivamente las sílabas breves y sustituirlas por largas, hasta llegar a todas largas; la misma que hay para considerar qué combinaciones hacen y cuántos pies crean cuando se van quitando las breves y en su lugar se ponen largas, conservando la preeminencia de orden, como es sabido, aquella sílaba que está sola entre las demás, sea larga o breve. Efectivamente, te has ejercitado ya antes en todas estas combinaciones y números. Pero cuando hay dos breves y dos largas, cosa que no se daba en los casos precedentes, ¿qué sílabas, en tu cálculo, deben tener primacía?

D.: —También esto es ya evidente por todo lo anterior: la sílaba breve, que tiene un solo tiempo, presenta más unidad que la larga, que tiene dos. Y por esta razón, en todo encabezamiento y principio de serie hemos fijado el pie que consta de sílabas breves.

10. M.: —Nada, pues, te impide hacer un recorrido por todos esos pies mientras yo escucho y juzgo sin preguntarte.

D.: —Lo haré si me es posible. En efecto, primeramente hay que quitar una sílaba breve de las cuatro breves del primer pie y en su lugar poner, como primera, una larga por digna exigencia de la unidad. Y este pie se divide de dos maneras: en una larga y tres breves o en una larga y breve y dos breves; es decir, en dos y tres tiempos o en tres y dos tiempos. Por su parte, la larga puesta en el segundo lugar forma otro pie que se divide rectamente de un solo modo, a saber: en tres y dos tiempos, de suerte que la primera parte comprenda una breve y una larga, la segunda dos breves. A continuación, la larga, puesta en tercer lugar, forma un pie que, según el uso, no admite más que una sola división, pero de manera que la primera parte tenga dos tiempos en dos sílabas breves, la segunda tres en una larga y una breve. La última larga forma el cuarto pie, que se divide de dos modos como aquel pie donde ella está la primera y que es permitido considerar en dos partes: o en dos breves y breve y larga, o en tres breves y una larga; es decir, en dos y tres tiempos o en tres y dos. Y todos esos cuatro pies, donde la larga se coloca en varias posiciones con tres breves, tienen sus partes comparadas entre sí de acuerdo con la regla de los números sesqui.

11. La consecuencia es que, quitando dos de las cuatro breves, las sustituyamos por dos largas y veamos cuántas combinaciones y pies pueden dar cuando ahora son dos breves y dos largas.

Así, pues, observo que en primer lugar hay que poner dos breves y dos largas, porque es más correcto empezar por las breves. Este pie tiene una doble división: o se divide en dos y cuatro tiempos o en cuatro y dos, de modo que o las dos breves ocupan la primera parte y la segunda las dos largas, o bien ocupan la primera dos breves y una larga y la segunda una breve y una larga, que es la que resta.

Se forma otro pie cuando esas dos breves, que habíamos puesto al principio, tal como el orden exige, se han colocado en el centro, y la división de este pie se desarrolla en tres y tres tiempos, porque ocupan la primera parte una larga y una breve, la segunda una breve y una larga.

Y cuando las dos breves se ponen en último lugar, porque esto es lo consiguiente, forman un pie con dos divisiones, cuya primera parte tiene dos tiempos en una sílaba larga y la segunda cuatro en una larga y dos breves, o bien la primera tiene cuatro tiempos en dos sílabas largas y la segunda dos tiempos en dos sílabas breves. A su vez, las partes de estos tres pies, en lo que atañe al primero y al tercero, se comparan entre sí según la regla de los números multiplicados; el pie central tiene esas partes iguales.

12. Ya seguidamente hay que separar esas dos breves que se colocaban juntas. Su mínima separación, por la que también debemos comenzar, es que tengan entre ellas una sílaba larga; la máxima, que tengan dos. Pero cuando hay sólo una, se hace de dos maneras y nacen dos pies. La primera de ellas es que haya al principio una breve y después una larga; luego una breve y una larga, que es la última. La segunda manera es que haya una breve en el segundo y último lugar y una larga en el primero y en el tercero; así será larga y breve, larga y breve.

Pero la separación más grande se da cuando hay dos largas en el centro y una de las breves está en el primer lugar y la segunda en su extremo. Y estos tres pies, en los que las breves se colocan separadas, se dividen en tres y tres tiempos, es decir, el primer pie en breve y larga, breve y larga; el segundo en larga y breve, larga y breve; el tercero en breve y larga, larga y breve. Así se forman seis pies de dos sílabas breves y dos largas combinadas entre sí en todas sus variaciones posibles.

13. Resta quitar tres de las cuatro breves y poner en su lugar tres largas: quedará una sola breve. Y como está sola al principio, seguida de tres largas, esta breve forma un primer pie, puesta en segundo lugar el segundo pie, un tercer pie si está en el tercero, un cuarto en el cuarto.

De estos cuatro pies, los dos primeros se dividen en tres y cuatro tiempos, y los dos últimos en cuatro y tres tiempos; y todos tienen sus partes unidas entre sí por la regla de los números sesqui: porque la primera parte del primer pie es breve y larga, con tres tiempos; la segunda, dos largas en cuatro tiempos. La primera parte del segundo pie es larga y breve, por tanto, tres tiempos; la segunda, dos largas, cuatro tiempos. El tercero tiene la primera parte en dos largas, en cuatro tiempos; una breve y una larga ocupa su segunda parte, es decir, tres tiempos. De modo semejante, dos largas forman la primera parte del cuarto pie, en cuatro tiempos, y una breve y una larga la segunda parte, con tres tiempos. El último pie es de cuatro sílabas, donde desaparecen todas las breves, de modo que este pie se compone de cuatro largas. Este se divide en dos y dos largas según los números iguales, es decir, se divide, como puede verse, en cuatro y cuatro tiempos.

Aquí tienes lo que quisiste explicara por mí mismo. Continúa ya preguntando que busque lo demás.

La razón, no la autoridad, causa de la combinación de pies en el verso

7 14. M.: —Lo haré. Pero ¿has considerado suficientemente esa progresión hasta el cuatro, demostrada ya en los mismos números, y cuánta es su importancia también en estos pies?

D.: —Sí, por cierto; reconozco esta regla de progresión tanto en estos pies como en aquéllos.

M.: —Y ¿qué es esta otra cosa? Si los pies se han formado de sílabas entrelazadas, ¿no habrá que pensar cómo también así, de la urdimbre de pies, puede nacer algo que no se registre ya con el nombre de sílaba ni de pie?

D.: —Completamente de acuerdo.

M.: —¿Qué piensas, al cabo, ser esto?

D.: —El verso, pienso yo.

M.: —¿Qué dirías si alguien quisiera enlazar indefinidamente unos pies, de suerte que no les dé medida ni límite, a no ser que lo haga la falta de aliento, cualquier azar que lo interrumpa o la exigencia del tiempo de pasar a otra cosa? ¿También llamarás tú verso a la serie que tenga 20, 30, aun 100 y más pies, como diole gana y pudo aquel que los enlazó en esa continuidad, a capricho difusa?

D.: —De ninguna manera, pues donde advirtiere cualesquiera pies entremezclados con otros cualesquiera o ensamblados en una extensión indefinida, no los llamaré verso; sino que la naturaleza y número de pies, es decir, qué clase de pies y cuántos forman un verso, se obtiene en virtud de una ciencia, y por ella podré juzgar si ha resonado un verso en mis oídos.

M.: —Pero esta ciencia, cualquiera que ella sea, no fija por cierto a los versos una regla y medida como venga en gana, sino conforme a una proporción.

D.: —Si en verdad es una ciencia, no debía ni podía efectivamente ser de otra suerte.

M.: —Investiguemos, por tanto, esta razón y sigámosla de cerca, si te place. Porque si miramos a la autoridad sola, verso será el que quiso se llamara verso no sé quién, Asclepíades, o un Arquíloco, poetas antiguos, se entiende, o la poetisa Safo y los demás con cuyos nombres se vienen llamando los géneros de versos, que ellos por primera vez movieron en su espíritu y cantaron. En efecto, un verso se llama también asclepiadeo, otro arquiloquio, otro sáfico y otros mil nombres de autores dieron los griegos a versos de diferente género.

Por lo cual, a ninguno puede parecer absurdo que si alguien viniere a disponer, como él quiera, tantos pies como quiera y los que él quiera, en vista de que nadie antes de él ha fijado este orden y medida a los versos, con razón y derecho se llamará creador y propagador de este nuevo género de versos. Y si se le cierra esta libertad, con viva queja podrá preguntarse qué privilegio, al cabo, tuvieron aquellos que, sin atenerse a regla alguna, hicieron que se llamara y se tuviera por verso una combinación de pies que ellos enlazaron como les plugo. ¿Eres de otro parecer?

D.: ——Sí, realmente es como dices, y estoy por completo de acuerdo en que el verso, más que por la autoridad, ha sido creado por la razón, que te suplico consideremos ya inmediatamente.

Nomenclatura griega de los pies

8 15. M.: —Veamos, pues, qué pies hay que unir, después qué resulta de su unión (pues el verso no es el solo resultado); por último, trataremos de toda la naturaleza del verso.

Pero ¿piensas que podemos recorrer convenientemente estas cuestiones si no sabemos los nombres de los pies? Bien entendido que nosotros los hemos clasificado en un orden tal que puedan designarse por los nombres de su propia aparición numérica, pues pueden llamarse primero, segundo, tercero y de esta manera los demás. Pero como no hay que menospreciar los antiguos términos, ni debe uno separarse ligeramente de la costumbre, a no ser que se oponga a la razón, tendremos que emplear los nombres de pies que fijaron los griegos, y nuestros autores los usan en lugar de expresiones latinas.

Tomemos así sencillamente estos términos, sin buscar las etimologías, pues esta cuestión encierra mucha palabrería, utilidad poca. Porque tampoco en la conversación dices con menos utilidad pan, madera, piedra, e ignoras por qué se han llamado de este modo.

D.: —Pienso así enteramente como dices.

M.: —El primer pie se llama pirriquio, consta de dos breves, con dos tiempos, como fuga.

El 2.° yambo, de breve y larga, con tres tiempos, como parens.

El 3.° troqueo o coreo, de larga y breve, con tres tiempos, como meta.

El 4° espondeo, de dos largas, con cuatro tiempos, como aestas.

El 5.° tríbraco, de tres breves, con tres tiempos, como macula.

El 6.° dáctilo, de larga y dos breves, con cuatro tiempos, como Maenalus.

El 7.° anfíbraco, de breve, larga y breve, con cuatro tiempos, como carina.

El 8.° anapesto, de dos breves y una larga, como Erato.

El 9.° baquio, de breve y dos largas, con cinco tiempos, como Achates.

El 10.° crético o anfímacro, de larga, breve y larga, con cinco tiempos, como insulae.

El 11.° antibaquio (palimbaquio), de dos largas y una breve, con cinco tiempos, como natura.

El 12.° moloso, de tres largas, con seis tiempos, como Aeneas.

El 13.° proceleusmático, de cuatro breves, con cuatro tiempos, como avicula.

El 14.° peón primero, de larga y tres breves, con cinco tiempos, como legitimus.

El 15.° peón segundo, de breve, larga y dos breves, con cinco tiempos, como colonia.

El 16.° peón tercero, de dos breves, larga y breve, con cinco tiempos, como Menedemus.

El 17.° peón cuarto, de tres breves y una larga, con cinco tiempos, como celeritas.

El 18.° jónico menor, de dos breves y dos largas, con seis tiempos, como Diomedes.

El 19.° coriambo, de larga, dos breves y larga, con seis tiempos, como armipotens.

El 20.° jónico mayor, de dos largas y dos breves, con seis tiempos, como Iunonius.

El 21.° diyambo, de breve y larga más breve y larga, con seis tiempos, como propinquitas.

El 22.° dicoreo o ditroqueo, de larga y breve más larga y breve, con seis tiempos, como cantilena.

El 23.° antipasto, de breve, dos largas y breve, con seis tiempos, como Saloninus.

El 24.° epítrito primero, de breve y tres largas, con siete tiempos, como sacerdotes.

El 25.° epítrito segundo, de larga, breve y dos largas, con siete tiempos, como conditores.

El 26.° epítrito tercero, de dos largas, breve y larga, con siete tiempos, como Demosthenes.

El 27.° epítrito cuarto, de tres largas y una breve, con siete tiempos, como Fesenninus.

El 28.° dispondeo, de cuatro largas, con ocho tiempos, como oratores.

SEGUNDA PARTE

CLASES DE PIES CON POSIBLES COMBINACIONES

Estructura de los pies

9 16. D.: —Conozco esta clasificación. Ahora explícame qué pies se pueden combinar entre sí.

M.: —Juzgarás esto fácilmente si en tu dictamen consideras más relevante la igualdad y semejanza que la desigualdad y desemejanza.

D.: —Yo pienso que no hay nadie que no juzgue así.

M.: —Esta igualdad, por tanto, hay que seguirla primero, sobre todo, en la combinación de pies, y no hay que apartarse de ella sino con una causa justísima.

D.: —Estoy de acuerdo.

M.: —Así, pues, no dudarás en combinar entre sí pirriquios, yambos, troqueos (que también se llaman coreos) y espondeos; y ciertamente, sin duda alguna, unirás entre sí, de igual modo, los demás pies de su mismo género rítmico: pues la igualdad es absoluta cuando en una serie se siguen pies de un mismo género y nombre. ¿No te parece?

D.: —De ningún modo puede parecerme de otra manera.

Variedad dentro de la igualdad

M.: —¿Y qué? ¿No apruebas también que se mezclen pies diferentes con tal que se guarde la igualdad? Porque ¿qué puede haber más grato a los oídos que, al par que se les acaricia con la variedad, no se les prive de la igualdad?

D.: —No poco lo apruebo.

M.: —¿Y piensas que no se pueden tener por iguales otros pies sino los que son de la misma medida?

D.: —Así lo estimo.

M.: —¿Cómo? ¿No deben considerarse de la misma medida sino los que ocupan el mismo tiempo?

D.: —Es cierto.

M.: —Por consiguiente, todos los pies que encuentres con el mismo tiempo los unirás sin herir los oídos.

D.: —Veo lógica la cosa.

El anfíbraco no puede formar ningún verso

10 17. M.: —Muy bien, pero la cuestión tiene aún un punto de dificultad. Porque como el anfíbraco es un pie de cuatro tiempos, niegan algunos que se le pueda mezclar con dáctilos o anapestos o espondeos o proceleusmáticos, ya que todos éstos son pies de cuatro tiempos; y no sólo niegan que se pueda mezclar con ellos, sino que piensan que, ni por sola la repetición de este mismo pie ni por la unión suya, puede el anfíbraco dar lugar a un ritmo justo y como bien regulado.

Preciso es que consideremos esta opinión, por si tuviere algo de razón que convenga seguir y aprobar.

D.: —Deseo y por entero estoy ansioso de oír qué motivos aducen. Pues no es pequeña mi sorpresa, cuando hay veintiocho pies que la razón ha descubierto, de que sólo este pie quede excluido de la serie de ritmos, aunque ocupe el mismo espacio de tiempo que el dáctilo y los otros pies iguales que has enumerado y que a nadie se le prohíbe unir.

M.: —Y, sin embargo, para que puedas comprender esto, urge considerar en los demás pies cómo enlazan entre sí sus partes componentes, pues así verás que con sólo este pie ocurre algo novedoso y único, de suerte que no sin razón se ha decidido su total exclusión en los versos.

Consideración del arsis y de la tesis

18. Pero al reflexionar sobre este punto debemos recordar estos dos términos: el arsis y la tesis. Porque, al marcar el ritmo, como la mano se levanta y se baja, su elevación (arsis) exige una parte del pie métrico, y su bajada la parte segunda. Y llamo partes de los pies aquellas divisiones de las que abastanza hablamos antes, cuando investigamos los pies por su debido orden. Por lo cual, si apruebas este principio, empieza a enumerar brevemente las medidas de estas partes en todos los pies, para que llegues a entender qué particularidad se da en sólo este pie anfíbraco del que estamos tratando.

D.: —Veo primeramente que el pirriquio tiene la misma duración en el arsis que en la tesis. En la misma proporción se divide también el espondeo, el dáctilo, el anapesto, el proceleusmático, el coriambo, el diyambo, el dicoreo, el antipasto y el dispondeo, pues igual espacio de tiempo emplea en ellos la mano cuando se levanta y baja. Veo, en segundo lugar, que el yambo guarda una relación temporal de 1 a 2, la misma que distingo también en el coreo, en el tríbraco, en el moloso y en los dos jónicos.

En cuanto al arsis y la tesis de este pie anfíbraco, ya que este punto se me presenta a su vez cuando le estoy buscando parecidos, una y otra se hallan en una proporción de 1 a 3. Pero no encuentro de seguidas ningún otro pie en absoluto, cuyas partes se diferencien entre sí con tamaño intervalo. Pues cuando considero aquellos pies en los que hay una breve y dos largas, es decir, el baquio, el crético y el palimbaquio, veo que el arsis y la tesis se establece en ellos en la proporción del ritmo sesquato. La misma proporción se da también en los cuatro pies en que hay una larga y tres breves, en los cuatro que por su debido orden se denominan peones. Quedan por mencionar los cuatro epítritos, llamados de igual manera por su orden, primero, segundo, tercero y cuarto, cuyas arsis y tesis tienen la proporción de ritmo sesquitercio, de 4 a 3.

19. M.: —¿Te parece entonces poco justo el motivo para que ese pie no sea admitido en una rítmica serie de sonidos, cuando las partes de este solo pie difieren tanto entre sí que una es simple y la otra triple?

Sin duda una cierta aproximación de las partes de un pie es tanto más digna de aprobación cuanto más se acerca a la igualdad. Así, pues, en aquella regla de números, cuando aumentamos de 1 a 4, ninguno tiene algo más próximo a sí que él mismo. Por tal razón, en los pies hay que valorar sobre todo el hecho de que sus partes tengan entre sí perfecta igualdad. Resalta después la unión de simple a doble en el 1 y en el 2; después, la unión sesquiáltera, que aparece en el 2 y en el 3; por último, la sesquitercia, en el 3 y en el 4.

En lo que concierne al simple y al triple, aunque están comprendidos en la ley de los números multiplicados, no tienen, sin embargo, cohesión íntima con aquel grupo, pues al contar no pasamos del 1 al 3, sino que se pasa del 1 al 3 por el número 2.

Esta es la razón por la que se juzga que debe excluirse al anfíbraco de la combinación que estamos tratando, y si apruebas este razonamiento, veamos lo siguiente.

D.: —Por entero lo apruebo, pues es razón muy manifiesta y certísima.

Debida combinación de pies iguales y desigual percusión

11 20. M.: —Por tanto, cualquiera sea la naturaleza de los pies en las sílabas, con tal que tengan la misma duración en el tiempo, como estamos de acuerdo en que se pueden combinar debidamente y sin menoscabo de la igualdad, a excepción tan sólo del anfíbraco, no sin razón puede uno preguntarse si cabe combinar debidamente los pies que, aunque tienen el mismo valor temporal, no concuerdan, sin embargo, en la misma percusión que distingue entre sí las dos partes del pie por medio del arsis y la tesis.

Efectivamente, el dáctilo, el anapesto y el espondeo no sólo tienen igual número de tiempos, sino que reciben también la misma percusión, pues en todos ellos el arsis reclama el mismo valor de tiempo que la tesis. Por esa razón estos pies se mezclan entre sí con mayor exactitud que cualquier pie jónico con los restantes pies de seis tiempos. Porque los dos jónicos se percuten partiendo de tiempo simple a doble, es decir, contraponiendo dos tiempos a cuatro. Desde tal punto de vista, coincide con ellos también el moloso. Los demás, en cambio, tienen igual percusión, pues en todos corresponden tres tiempos al arsis y a la tesis. Por consiguiente, aunque todos reciban una percusión regular, porque los tres primeros se percuten en la proporción de 1 a 2, y los otros cuatro según el principio de partes iguales, sin embargo, como esta mezcla produce una percusión desigual, no sé si con toda razón no habría que rechazarla. A no ser que tengas algo que decir a este punto.

D.: —Más bien me inclino a esa opinión. Pues no sé cómo una percusión irregular no venga a herir el oído. Y si lo hiere, esto no puede ser otra cosa que un defecto de esta mezcla.

21. M.: —Ejemplo demostrativo: Debes saber, por tanto, que los antiguos autores juzgaron como buena la mezcla de esos pies y que con ella hicieron versos combinados de esa manera. Mas para que no te veas abrumado por tal autoridad, escucha alguno de estos versos, y mira si te chocan al oído. Porque si no sólo no te chocan, sino que hasta llegan a deleitarte, no habrá motivo para reprobar esta mezcla. Y éstos son los versos a los que quiero prestes atención:

At consona/ quae sunt, nisi/ vocalibus/ aptes
Pars dimidi/ um vocis o/ pus proferet/ ex se
Pars muta so/ni comprimet/ ora moli/entum
Illis sonus/ obscurior/ impediti/orque
Utcumque ta/men promitur/ ore semi/cluso

Creo que son suficientes para probar lo que yo quiero. Dime, por tanto, si ese ritmo no comunicó cierto encanto a tus oídos.

D.: —Hasta me parece que no hay otro movimiento y sonido más agradable.

M.: —Considera, pues, estos pies y realmente hallarás que, siendo cinco versos, los dos primeros proceden a base de jónicos puros, los tres últimos tienen combinado un dicoreo, al par que todos sin excepción deleitan enteramente nuestro oído por su común igualdad.

D.: —Ya lo había notado, y con mayor facilidad mientras tú los ibas diciendo.

M.: —¿Por qué, pues, vamos a dudar en estar de acuerdo con los antiguos, no ya por su autoridad, sino convencidos al fin por la razón en sí misma, cuando ellos aseveran que se pueden mezclar racionalmente los pies con el mismo valor de tiempo, si tienen una percusión regular, aunque sea diferente?

D.: —Me rindo ya por entero, porque aquel sonido no me deja objetar nada en contra.

Todos los pies de seis tiempos se combinan bien

12 22. M.: —Atiende asimismo a los versos siguientes:

Volo tandem/ tibi parcas / labor est in/ chartis
Et apertum i/re per auras/ animum per/mittas
Placet hoc nam/ sapienter / remittere in/terdum
Aciem re/ bus agendis/ decenter in/tentam

D.: —También esto basta.

M.: —Tanto más cuanto que se trata de unos versos sin valor, que he improvisado por necesidad. Pero, sin embargo, también acerca de estos versos deseo el dictamen de tu oído.

D.: —¿Qué otra cosa puedo decir aquí también sino que han sonado hermosa y armónicamente?

M.: —¿Percibes también que los dos primeros se componen de jónicos a minore y que los dos últimos llevan combinado un diyambo?

D.: —También percibí eso al recitarlos tú.

M.: —¿Y qué piensas? ¿No te sorprende que en los versos de Terenciano se una el dicoreo al llamado jónico a maiore y que en los míos se mezcle el diyambo al que llamamos jónico a minore? ¿No crees que hay alguna diferencia?

D.: —Mucha, por cierto, y me parece estar viendo la razón en sí. Pues como el jónico a maiore empieza por dos sílabas largas, está reclamando que se le una con preferencia al que tiene la primera sílaba larga, es decir, al dicoreo. El diyambo, en cambio, que empieza por sílaba breve, se adapta con mayor naturalidad al jónico a minore que comienza por dos sílabas breves.

23. M.: —Bien lo estás entendiendo. Por tal razón ha de saberse asimismo que esa natural congruencia, sin atender al valor desigual de los tiempos, debe tener también alguna importancia en la mezcla de pies. No mucha, es verdad, pero sí la suya. Pues que en lugar de todo pie de seis tiempos se pueda poner cualquier otro pie de seis tiempos, lo puedes tú juzgar consultando a tu propio oído. Sírvanos de primer ejemplo el moloso virtutes, el jónico a minore moderatas, el coriambo percipies, el jónico a maiore concedere, el diyambo benignitas, el dicoreo civitasque y el antipasto volet iusta.

D.: —Lo comprendo.

M.: —Une, pues, y pronuncia todas esas palabras, o más bien escucha mientras yo las digo, de suerte que tu oído se sienta más libre para juzgar. Y para hacerte sentir la marcha igual del ritmo, ininterrumpido sin tropiezo alguno a tus oídos, voy a recitarte tres veces toda esta frase, sin la menor duda de que será suficiente. Virtutes moderatas percipies, concedere benignitas civitasque volet iusta. Virtutes moderatas percipies, concedere benignitas civitasque volet iusta. Virtutes moderatas percipies, concedere benignitas civitasque volet iusta. ¿Acaso en esa corrida serie de pies hubo cosa alguna que robara a tus oídos regulado movimiento y dulzura?

D.: —En absoluto.

M.: —¿Algo te produjo placer? Por más que en esta materia, por cierto, es natural consecuencia que deleite todo lo que no choca.

D.: —No puedo decir que tenga otra impresión distinta de la que es parecer tuyo.

M.: —Luego admites que todos esos pies de seis tiempos pueden unirse y mezclarse entre sí de manera adecuada.

D.: —Lo admito.

El cambio de orden en estos pies no destruye su conveniencia

13 24. M.: —¿En nada temes que alguien venga a pensar cómo esos pies, unidos en este orden, pudieron sonar de modo tan regulado, pero que si cambias el orden no pueden dar el mismo sonido?

D.: —Alguna importancia tiene, ciertamente. Pero no es difícil hacer una prueba.

M.: —Hazla, pues, cuando tengas tiempo, que no hallarás otra cosa sino que tu oído siente la caricia de una riquísima variedad y de una regularidad perfecta.

D.: —Lo haré, aunque, después de este ejemplo tuyo, nadie hay que no prevea venga a resultar necesariamente lo mismo.

M.: —Derechamente piensas. Pero, en lo que atañe a nuestra cuestión, al par que marco el ritmo con la mano, voy a repetir lo dicho, de modo que, partiendo de esta señal, puedas también juzgar si algo o nada queda cojeando. Y para que al mismo tiempo hagas una prueba sobre el cambio de aquel orden dicho, del cual dijimos que no causa cojeamiento alguno, cambia ya ahora el orden mismo, y a gusto tuyo díctame, para que yo los recite y escanda, esos mismos pies dispuestos de distinta manera a la que yo los dispuse.

D.: —Quiero que aparezca primero un jónico a minore, segundo un jónico a maiore, tercero un coriambo, cuarto un diyambo, quinto un antipasto, sexto un dicoreo, séptimo un moloso.

M.: —Presta, pues, atención y oído al sonido, y los ojos a la medida de la mano. Pues no sólo es imprescindible oír el sonido, sino ver la mano marcando la medida y darse cuenta exacta que hay tanta duración de tiempo en el arsis como en la tesis.

D.: —Por entero voy a estar en ello, en la medida de mis fuerzas.

M.: —Escucha, pues, la colocación que tú quieres acompañada de la medida: Moderatas, concedere, percipies, benignitas, volet iusta, civitasque, virtutes.

D.: —Noto de cierto que esa medida no cojea en absoluto y que el arsis dura tanto como la tesis. Pero me maravilla sobremanera cómo a tal extremo se puedan escandir los pies cuya división se basa en la proporción de simple a doble, como son esos dos pies jónicos y el moloso.

M.: —¿Qué es, sin embargo, lo que aquí ocurre, según tu parecer, cuando en ellos se dan tres tiempos al arsis y tres a la tesis?

D.: —Ninguna otra explicación veo aquí en absoluto sino que la sílaba larga, que es la segunda en el jónico a maiore y en el moloso y tercera en el jónico a minore, está dividida por la misma medida de la mano; de suerte que como esa sílaba tiene dos tiempos, el primero lo da por supuesto a la primera parte, el otro a la segunda, y así el arsis y la tesis se reparten tres tiempos.

Exclusión del anfíbraco por razón del arsis y la tesis

25. M.: —Ninguna otra solución cabe aquí decir o imaginar. Pero ¿por qué el anfíbraco, que excluimos totalmente del ritmo, no se puede unir también bajo esta condición al espondeo, al dáctilo y al anapesto, o por qué él solo, por su propia repetición musical, no puede producir un efecto armonioso? Por igual razón, efectivamente, la sílaba central de este pie, que es larga, puede también ser dividida en dos por medio de la medida de la mano; de manera que al repartir un solo tiempo a cada lado, el arsis y la tesis no reclaman para sí uno y tres tiempos, sino dos cada uno. A no ser que tengas algo que a esto pueda oponerse.

D. Nada, por cierto, tengo que decir sino que debemos admitir también este pie anfíbraco.

M.: —Escandamos así algún texto compuesto de pies con cuatro tiempos y en combinación con ellos, y con el mismo procedimiento probemos con nuestro oído si algo desigual le resulta chocante. Y presta, pues, atención a este ritmo repetido tres veces en la escansión por mor de facilitar tu juicio: Sumas / optima, / facias / honesta. Sumas / optima, / facias honesta. / Sumas / optima, / facias / honesta.

D.: —Ya está bien, ya, por favor, ten compasión de mis oídos. Pues hasta sin la medida, la misma marcha de estos pies por sí misma cojea muchísimo en el anfíbraco dicho.

M.: —¿Cuál debe ser la razón entonces para que no pueda ocurrir en este anfíbraco lo que sí pudo en el moloso y en los jónicos? ¿Acaso será porque en estos últimos son los lados iguales al medio? Porque, en el número par, cuando el medio es igual a sus lados, el primer número que se presenta es el seis. Así, cuando los pies de seis tiempos vienen dos de ellos en el centro y dos en los lados, gustosamente, en cierta manera, la parte central viene a incidir en los extremos, a los que se une con una igualdad amicísima. Pero no ocurrirá lo mismo en el anfíbraco, en que los lados no son iguales al centro, porque aquéllos tenían un solo tiempo y el anfíbraco dos. A esto se añade que en los jónicos y el moloso, al repartirse el medio entre los extremos, se forman grupos de tres tiempos, en los que de nuevo se encuentran lados iguales al medio, cualidad que asimismo falta al anfíbraco.

D.: —Es tal como dices. No sin razón ofende el anfíbraco los oídos en esa serie, mientras los jónicos y el moloso también deleitan.

Qué pies convenga combinar con otros

14 26. M.: —Veamos, comienza tú ahora, como quieras, por el mismo pirriquio y, según los razonamientos antes dichos, explica con la brevedad que te sea posible qué pies deben entre sí combinarse.

D.: —Ninguno con el pirriquio, pues no se encuentra otro alguno con igual número de tiempos. Con el yambo se podría combinar el coreo; pero, a causa de su desigual medida íctica, debemos evitarlo, porque el uno empieza por tiempo simple y el segundo por dos. En consecuencia, el tríbraco se puede adaptar a entrambos.

El espondeo, el dáctilo, el anapesto y el proceleusmático veo que son amigables y que pueden unirse entre sí, pues no sólo van de acuerdo en sus tiempos, sino también en el ritmo y medida. Ciertamente queda excluido el anfíbraco —bajo ninguna proporción pudo ser incorporado—, ya que de nada pudo servirle la igualdad de tiempos habiendo desacuerdo entre la división y su medida íctica.

Al baquio se le une el crético y los peones primero, segundo y cuarto. Al antibaquio, por su parte, el crético mismo y los peones primero, tercero y cuarto, y está claro que concuerdan en tiempos y medida íctica. Así, al crético y peones primero y cuarto, cuya división puede comenzar por dos o tres tiempos, se pueden unir sin cojera alguna todos los demás pies de cinco tiempos.

Cuanto a la división de aquellos que constan de seis tiempos, ya hemos asaz clarificado que hay entre ellos maravillosa concordia. Ya que incluso no desentonan del ictus dado a la medida de aquellos a los que la naturaleza de sus sílabas obliga a dividirse de diferente modo: tanta energía posee la igualdad de los lados con el centro.

Por último, sobre los pies de siete tiempos, cuatro en total, llamados epítritos, encuentro que pueden unirse entre sí el primero y el segundo. Efectivamente, la división de estos dos comienza por tres tiempos, y por tal razón ni se apartan en la cuantidad ni en la señalación de la medida. Por su parte, se unen a placer el tercero y el cuarto, porque entrambos comienzan en su división por cuatro tiempos, y así se miden y marcan igualmente. Resta el pie de ocho tiempos, llamado dispondeo, que, como el pirriquio, no tiene igual.

Aquí tienes lo que me pediste y pude hacer. Pasa a lo siguiente.

Una pequeña pausa

M.: —Lo haré. Pero tras una conversación tan larga tomemos un puntillo de aliento, y recordemos aquellos versos que, poco antes, me hizo improvisar el mismo cansancio:

Quiero al fin que te cuides, fatiga dan los libros,
y dejes libre tu pensar tras el azar del viento.
Que es sabio y placentero el aflojar a veces
la mente atenta antes, cual conviene, a los negocios
.

D.: —Pláceme de veras, y a gusto te obedezco.