Fecha: Año 418.
Tema: Vuelta de los donatistas a la unidad.
Agustín y los hermanos que están conmigo saludamos en el Señor a Novacio, señor beatísimo, hermano y sacerdote venerable, y a los demás hermanos.
1. Aunque tu dilección me envió una carta muy prolija sobre el asunto de los habitantes de Abessa, no me resultó pesada, porque deseaba vivamente conocer todo, justamente como lo he recibido de tuexposición. El texto de tu carta anterior, en que me contabas todo, me había llevado a perder la esperanza de que entrasen en la comunión (católica) y se salvasen. Por eso doy gracias al Señor nuestro Dios, ya que me has llenado de un gozo repentino e inesperado, al anunciarme que todas las basílicas han sido entregadas a la Iglesia católica y que la multitud entera se ha convertido a la paz y unidad de Cristo con la máxima alegría, a excepción de unos pocos varones del orden (de los decuriones). A éstos la intervención del juez, al que en detrimento de su propia salvación engañaron con cuanta astucia pudieron, los hizo más perezosos y como ajenos a los lazos de las leyes. Aunque creo que también ellos, al recibir su carta posterior de la que te dignaste enviarme un ejemplar cuando te llegó, hayan podido convertirse, una vez desaparecida la excusa.
2. Si eso ya ocurrió u ocurriese, te suplico que no descuides el comunicármelo en cualquier ocasión. Y aunque no ignoro que de forma espontánea, en el espíritu del Señor, tú pones más esmero en ello que yo, te exhorto a que, haciéndoles conocer las actas de la reunión y cualesquiera otros escritos útiles para este asunto, aprendan de cuán gran mal se liberan por tan gran desvelo (de nuestra parte); de modo que se mantengan en la paz católica no sólo por el temor a las molestias de orden temporal, sino también por temor al fuego eterno y por amor a la verdad. Pues, si no me engaño, recuerdo que ya te escribí alguna vez (ordenando) que esas actas se lean de forma solemne todos los años en la iglesia, durante la cuaresma, cuando los que ayunan tienen tiempo libre para oídas. Así lo hace con diligencia nuestra Iglesia de Cartago y otras. ¡Ojalá fuera posible hacerlo por toda África! Escribí también un libro que versaba sobre las mismas actas, el cual, después de ellas, lo leemos aquí y el pueblo lo escucha con gran regocijo. Si aún no lo tenéis, debéis adquirido.
3. Entre nosotros, estos escritos no requieren para su lectura el grado de lector, como acontece con las Escrituras canónicas, pues conviene distinguir. Pero los lectores los leen sin despojarse de la casulla y, cuando lo desean, se sientan donde puedan oírles cómodamente quienes quieran sentarse, igual que si se tratase de una lectura privada en casa. Si se hace en la iglesia, es porque da cabida a la muchedumbre y ningún sexo está impedido de escucharlos, hasta que llegue la hora de oír la lectura divina y celebrar los misterios, según costumbre.
4. Creo que el vicario entregó a tu santidad una carta acerca de su intervención, que, igual que a nosotros, te había prometido dar. Si él lo cumplió, no tengo dudas de que ya le has contestado. Y me extraña que tu caridad, que me ha enviado tantas cosas, dando la impresión de no haber omitido nada, no se haya preocupado de mencionarme la carta que él te envió, a no ser la última, ni tu contestación, que entonces pudiste enviarme. Y si no te ha llegado a ti o él no te la ha enviado, mi extrañeza es mucho mayor. Ignoro lo que he de hacer: si volverle a escribir, después de conocer por tu carta el estado de las cosas, o más bien dejar ya de restregar este asunto en su ánimo, puesto que en esta su carta posterior, mediante un oportuno terror, lleva de nuevo a cumplir las leyes por temor a los que había dado una especie de seguridad. Todo con la finalidad de que en adelante no crea fácilmente a los herejes, si ahora se le prueba que le engañaron. La misma realidad le convencerá, aunque tampoco yo pasé por alto este asunto en la carta que le escribí, cuando recibí la suya, de la que te envié una copia. Mas como no había enviado a tu caridad la copia de mis respuestas a él, la adjunto ahora a esta carta. Con todo, si surgiese una ocasión propicia, con la ayuda del Señor le enviaremos un escrito común, es decir, a nombre mío y del hermano Alipio.
5. Está en la Iglesia aquel Victorino de quien había escrito antes a tu santidad para que tramitaras su negocio de víveres, cosa que te dignaste hacer. Tiene un pleito con su madre y su padrastro, motivo por el que huyó a la iglesia. Esto no lo callé en la carta que sobre el asunto envié al piadoso comes, pero el tribuno Peregrino decía que había recibido el informe del comes a causa del cual la Iglesia se vio gravemente turbada, porque (se interpretaba) como si mandase que, él fuese sacado de la iglesia. Eso tuvo lugar estando yo ausente; pero al regresar, el mencionado tribuno me leyó el mismo informe, que yo no tuve por verdadero. Por eso escribí: para que el mismo tribuno conociese por la contestación del mismo comes que no debía perturbar a la Iglesia con tales falsedades. Si no las inventó él mismo, ya ves qué molestias podemos soportar al darles crédito fácil.
6. Yo no pude hacer más de lo que hice. No podía enviar el informe mismo que él se limitó a leerme, pero que no me lo entregó o lo adjuntó a las actas municipales. Si me callase al respecto, el comes, varón cristiano y piadoso, debería reprenderme; pero no quiero que se le diga ya nada de esto, no fuera que ese tribuno lo negase todo, al verle indignarse contra él, y nos viésemos obligados a convencer a un hombre de lo que no conviene. Pero si por casualidad y espontáneamente él preguntare algo sobre ello, dígnate leerle lo que al propósito te he escrito a ti. No quiero nada más.
7. Recomiendo a tu santidad al hombre de nuestro mencionado hijo Victorino, para que te dignes ayudarle a cumplir la misión para la que ha sido enviado. Recibo con alegría al notario, sobre cuyo envío me escribió tu veneración. Oímos hablar de Olimpio tan pronto como llegó; ya recibí su carta también. Ignoro si se va a presentar igualmente ante el comes. Pues vino uno de los hermanos cartagineses, quien dijo que él se disponía a marchar más lejos aún, por motivo del obispo Rogato, al que los herejes habían mutilado la lengua y la mano, porque también un agens in rebus que había acompañado al mencionado obispo por orden imperial, antes de que llegase Olimpio, fue golpeado allí duramente por esos hombres perdidos. Con todo, esperamos de Cartago una carta que nos informe con certidumbre y plenamente.