Fecha: Año 393.
Tema: Confidencias personales.
Jerónimo a Aurelio, señor verdaderamente santo y papa beatísimo.
1. Tú que vences, vences por tus méritos y por tu cargo. Una palabra de tu condescendencia te ha anunciado a mí, en retiro y llanto por mis pecados, como sano y entrañable amigo y pontífice de la Iglesia cartaginesa. Yo confío en Cristo nuestro Dios que, donde hay tales comienzos de amistad y es tan copiosa la siembra del amor, ha de brotar una riquísima mies y que, por su madurez extraordinaria, nos traerá a la memoria el hambre sufrida durante tanto tiempo. Recuerdo que fuiste enviado a Roma como legado, con Ciro, obispo santo y de feliz memoria, sacerdote de la Iglesia de Cartago, Y como cierto día preguntase al santo y para mí venerable obispo Dámaso quién eras -pues aunque callases la agudeza de tu ingenio, hasta tu rostro la mostraba-, me respondió que el archidiácono de la Iglesia de Cartago, varón tal que tu vida era conocida en su totalidad y había merecido el testimonio de él en tu favor. La vergüenza me impidió entablar un mayor trato contigo y llegar, poco a poco, por la conversación a la amistad. No quería dar la impresión de que buscaba, falto de prudencia, a un desconocido, estableciendo una relación con un hombre que no me había brindado ocasión alguna de hablar con él. Mas pasemos en silencio los males pretéritos y que el trato posterior muestre que fue un error pasado, no un desdén.
2. Me escribes diciéndome que posees algunos opúsculos de mi pequeñez, es decir, dos homilías sobre Jeremías y dos sobre el Cantar de los Cantares. Siendo aún un jovencito me entretuve ejercitándome en ello, a ruegos de un hermano, a excepción de las dos homilías sobre el Cantar de los Cantares, que las traduje en Roma por exhortación del bienaventurado Dámaso. Debes valorar, pues, algo de lo que he escrito alcanzada una mayor madurez y más ajustado a mi edad. Añades, además, que tienes también mis pequeños comentarios a Mateo. Yo ignoro completamente haber editado esa: obra, a no ser que por la caridad que me profesas consideres como mío cuanto juzgues excelente. El hermano Felicísimo se encaminó a África por motivo de ciertas necesidades domésticas, que te podrá contar él de viva voz. Como se marchó con el caballo de posta y no había posibilidad de que llevase una carga mayor, te he enviado unos opúsculos pequeños, es decir, unos breves comentarios al salmo décimo y algunas cuestiones hebraicas referidas al Génesis, que quiero que leas; pero como amigo, no como juez.
3. Por otra parte, considerando que en vuestra provincia corrieron muchos ríos hacia las Sagradas Escrituras: Tertuliano, Cipriano, Lactancio, es ridículo que pretenda ser yo ahora como un arroyuelo seco. Pero en el Antiguo Testamento leemos que para la construcción del templo de Dios no sólo ofrecían oro, plata y piedras preciosas, sino incluso pieles y pelo de cabra1; por eso también yo me atrevo a ofrecer el sudor de mi penitencia, como una especie de pelo de cabra, según he indicado. Basten estas pocas entre las muchas cosas que podían decirse. Por lo demás, ya que a petición tuya he compuesto no pequeños escritos sobre las Sagradas Escrituras, si te agrada y te resulta viable, haz lo mismo que unos hermanos tuyos de la Galia y otros de Italia, santos obispos; es decir, envía a alguien de tu confianza que te los copie aquí en un año, dejándole yo los ejemplares, y te lleve cuanto he escrito. En Jerusalén hay penuria de libreros latinos. Pues los dos santos hermanos que tengo como escribientes apenas se bastan para atender a lo que yo les dicto. Mi santo hermano Pauliano y el santo hermano Eusebio y todos los que están con mi pequeñez te saludan humildemente. Te suplico que también tú saludes, llevándoles mi obsequio, a los santos que están contigo. Te encomiendo al hermano Felicísimo y te ruego que me mandes por él tus escritos. Que, acordándote de mí, Cristo nuestro Dios te ilumine, el Todopoderoso te proteja, señor verdaderamente santo y beatísimo padre.