Fecha: Marzo del 420.
Tema: Escasez de vocaciones sacerdotales y el caso de Honorio.
Informe a los hermanos Alipio y Peregrino. Agustín los saluda en el Señor.
1. El 28 de febrero se celebró en Numidia, en Mazaco, un concilio de obispos, al que no pude asistir por causa de otros asuntos y del frío, que, como sabe vuestra santidad, soporto muy mal. Hubo en él tantas quejas sobre la escasez de clérigos, debida a la ley que les impone volver a las obligaciones propias de su condición personal, que los hermanos allí reunidos se vieron forzados a enviar legados a la corte. Uno de ellos, nuestro hermano y colega en el episcopado Pedro, me pidió que escribiese a vuestra santidad, cuando él se disponía a navegar desde nuestro puerto. Si por la misericordia de Dios él os halla en tal situación que podáis favorecer de algún modo esa misma causa, puesto que no es despreciable, el Señor habrá otorgado no poca ayuda a su fatiga.
2. Lo que más gravemente angustia a nuestra reflexión es que, cuando se servía a los ídolos, nunca faltó abundancia de hombres, dotados de inmunidad, que completasen los ministerios de aquellos sacrilegios y abundasen en bienes superfluos; mientras que a nosotros se nos coarta en tales estrecheces, que o no se encuentra, o sólo con dificultad, una categoría de personas de la que se puedan ordenar clérigos, sobre todo en las ciudades, donde los varones o bien pertenecen a uno de los órdenes, o son plebeyos. Bien sabe vuestra santidad que entre nosotros no pueden ser separados de los miembros de un colegio, cuando se podría atender a todas las necesidades si se fijase un número, a saber, qué proporción de cada grupo es lícito ordenar. Se presta poca atención a la causa por la que en este tiempo decaen los órdenes: faltan defensores que los protejan, de algún modo, de la iniquidad de personas más poderosas que los aplastan; que, dotados de la idónea dignidad, sean capaces de hacer valer las leyes emanadas en favor de ellos contra quienes los desprecian, y que sean elegidos por sus conciudadanos, ante los que han de gozar de buen aprecio por su honradez y prestigio. Puesto que faltan en las ciudades o en los territorios pertenecientes a las mismas, vano resulta nuestro gemir en favor de esos desdichados, a quienes no podemos socorrer.
3. Los malvados nos desprecian, pues saben que nosotros, los colegiados por la profesión eclesiástica, no podemos hacer nada que les acarree peligro o castigo. Si quisiéramos repeler su fuerza con el poder eclesiástico, se quejarían de nosotros ante las autoridades que los envían, diciendo que les impedimos atender a las necesidades públicas. Se les da crédito fácilmente y dicen sin riesgo alguno lo que quieren, porque saben que ni siquiera en defensa nuestra nos es lícito descubrir sus acciones a quienes pueden castigarlos tras haberlos descubierto. Y si de forma espontánea nos querellamos contra ellos, damos la impresión de asumir el papel de acusadores. El resultado es que podemos prestar tan sólo un cierto apoyo y protección a los poquísimos que se refugian en la Iglesia; en cambio, los restantes hombres, muchísimos más en número, que quedan fuera, ellos o sus bienes, son devastados, mientras nosotros lo lamentamos sin poder socorrerles.
4. Razón por la que nuestros habitantes de Hipona quieren -y particularmente yo lo deseo- tener un defensor, pero nos falta la certeza de si nos es lícito conseguir un militar para el cargo. Porque en el caso de ser lícito, todos queremos a nuestro hijo Urso, yerno de Gliyerio; si, por el contrario, sólo está permitido que sea una persona privada, juzgamos que puede cumplir esa misión uno de nuestros hijos, es decir, o Eusebio o Eleusino, aunque en los mismos órdenes de las ciudades se pueden hallar sujetos idóneos por sus costumbres y capacidad, si se les otorga la dignidad en que pueda apoyarse la suficiente autoridad. He escrito esto a tu veneración para que, si el Señor os ofrece la posibilidad, no os resulte molesto el hacerlo.
5. Además de esto, Honorio, obispo de la provincia de Cesarea, a quien bien conoces, hermano Alipio, es postulado por los cesarienses, con gran escándalo de la Iglesia, para constituirlo obispo allí, tras la muerte de nuestro hermano Deuterio, de santa memoria. Ciertos varones piadosos me han indicado por escrito cuán gran mal se producirá si eso se lleva a cabo. Entretanto, como los obispos se reunieron en la ciudad con ese motivo, a fin de que el pueblo eligiese a quien desease que se les ordenase, se vieron forzados por las graves injurias de la multitud turbulenta a ponerle a él allí, haciendo las veces del propio obispo, hasta que se consultase a la Sede Apostólica y al obispo de Cartago, para que se hiciese realidad, si ellos lo querían. Cosa que de ningún modo pudieron querer por ir contra el concilio de Nicea y otros concilios de obispos.
6. Mientras tanto, hemos escrito a los obispos, informándoles que no habíamos enviado la respuesta de la Sede Apostólica a nuestra relación porque aún no se había establecido allí un obispo metropolitano. Tomando pie de la ocasión, les disuadimos, en cuanto pudimos, de hacer con dicho sujeto lo que solicita la sediciosa muchedumbre. Pocos son los que nos han contestado, pero muy bien. En efecto, son quince los que lo han hecho, aunque uno solo haya firmado. Tiene en el encabezamiento el nombre de la sede primada, pero sabemos que el obispo estuvo ausente; mas creyeron que había que añadir su nombre, porque él mismo había escrito a fin de que se congregasen algunos en la ciudad de Castillo, por medio de los cuales se nos contestaría de inmediato. Escribieron también al mismo obispo Honorio, indicándole que o se retiraba de Cesarea o los clérigos dejaban de estar en comunión con él, y que tenía que saber que no podía comulgar con ellos. Entregaron también una carta oportuna a la gente, amonestando al mismo tiempo a los clérigos que pidiesen para obispo una persona tal que se les pueda ordenar en conformidad con las normas eclesiásticas.
7. Pero cuando se les comenzó a leer la carta, ellos, y sobre todo los pobres, promovieron un horrible alboroto. Esto aconteció estando él ausente, pues nada, más recibir nuestra carta se alejó de allí y vino hasta nosotros y nos acompañó en Hipona cuando dictó esto, prometiendo que no hará sino lo que queramos. Sin embargo, dijo que él no habría podido liberarse de ellos de no haberles jurado que volvería allí, si los padres responden a sus legados conforme a su voluntad. No es preciso indicar cuántas cosas se propalan sobre su ambición, pues quizá no puedan probarse. Vuestra santidad ha de sugerir todo esto al papa Bonifacio, aunque, con la ayuda del Señor, nada hay que temer que en tal causa necesite insinuaciones dicho varón. Sus defensores pretenden llevar adelante la causa sirviéndose de ejemplos, fruto de la negligencia, que toman de donde pueden, de donde alguna vez se han dado; como si tales casos hubiesen de ser acumulados y no más bien reprimidos, tomando cautelas para que no sucedan en adelante, sobre todo por quien ocupa la Sede Apostólica, ante quien cede toda ambición. Y como piden cosas ilícitas, que van en detrimento de la disciplina eclesiástica, intentan apoyarse en el hecho de que el mismo Honorio había sido ordenado en la diócesis que pertenecía a la iglesia de Cartenna, más aún, lo ponen como el fundamento de su causa.
8. Pero esto se hizo de modo que el predecesor de nuestro hermano Rústico, que entonces presidía allí, le mandó que residiese aún como obispo, y se realizó por voluntad de quien tenía en su poder el evitarlo. Antes de Honorio, había ocupado la cátedra su padre, de allí había sido trasladado a Cesarea y en lugar suyo había ordenado al hijo. Por eso, creen que también ahora les es lícito hacerlo con el hijo, porque lo hicieron con el padre; y porque el mismo Rústico había pedido que se le devolviera la misma diócesis. Pero, como sabes, aspiraba a algunas comunidades, no a la metrópoli de la que le habían constituido obispo. Conservan, sin embargo, la carta que, según se cuenta, envió el hermano Rústico a las comunidades mismas, para que supiesen ya que en adelante pertenecían a Cartenna, como si Honorio hubiese sido promovido a una sede de más categoría. Pero el hermano Rústico nos escribió, indicándonos que se habían propalado cosas falsas de él y niega que sea suya la carta que ellos poseen. Incluso si fuera así, habría que corregir la voluntad de Rústico de querer cambiar lo hecho bajo su predecesor, antes que permitir lo que todos saben que es ilícito hacer.
9. Aunque no sabemos si en verdad son ellos los autores, a nombre de los habitantes de Cesarea se ha escrito una carta al primado de la misma provincia, según la cual quieren enviar a la corte, en misión oficial, al obispo Honorio, por cuyo medio pueden remediar sus necesidades. Le otorgaron un plazo para que le diese una carta de recomendación, añadiendo que, si no quisiese dársela, le obligarían a navegar incluso sin ella. Pero ni el primado se la otorgó ni Honorio nos dijo que tuviese intención de darse a la mar en misión oficial, sino por motivos particulares, pues deseaba vivísimamente abonar los gastos del pleito a aquel Félix o al anciano, de nombre Quieto, que nos había presentado en el pueblo un escrito contra él. Pero nosotros tratábamos que de ser posible, el asunto se fallase entre nosotros, siempre que Honorio escribiese a los de Cesarea una carta del tenor querido por nosotros para que se proveyesen de un obispo.
10. Yo estoy preocupado, sobre todo, por quienes desde allí nos han enviado una carta sobre él; temo que se dé a la mar y desde la corte maquine algo dañino contra ellos. En efecto, cuando se supo en Cesarea que me habían escrito a mí, una gran multitud de sediciosos se alzó en gritos en su contra, diciendo que el obispo los había declarado herejes y que había levantado acta contra ellos. Cuando ellos pretendieron que se las mostrasen, no se las entregó, y se les dijo que él las había llevado consigo. Pero al preguntarle nosotros al respecto, afirmó que él no había levantado acta ninguna contra ellos. Con todo, estoy muy preocupado, pues me pidieron en su carta que nos llegó de allí, referente a su remoción de la Iglesia de Cesarea, carta que me ocupase personalmente de este asunto, para que no les sobrevenga peligro alguno a los católicos.
11. Según él mismo nos contó, es cierto que los que están de su parte le escribieron a Hipona, diciéndole que es falsa la carta que nos llegó de allí, referente a su remoción de la Iglesia de Cesarea, carta que contiene el nombre de quince obispos. En verdad, también nos sorprende que en ningún lado se lea la firma del primado, cuyo nombre aparece al comienzo; que haya una sola firma y que no esté claro a quién corresponde. Por eso, es muy difícil que se pueda cerrar aquí el litigio. La animosidad de los hombres y la necesidad misma piden que la sentencia definitiva venga del juicio de la Sede Apostólica. Al respecto no nos fatigamos lo más mínimo, porque estamos ciertos de lo que puede dictaminar dicha Sede. Pero, como dije, me afecta el peligro que amenaza a los hombres; temo que los católicos, como si fueran herejes, sufran algún mal. Que el Señor lo aleje por su misericordia, ya sea mediante vuestra caridad, ya mediante la diligencia y misericordiosísimo y justísimo desvelo de la misma Sede Apostólica.