Fecha: Desconocida.
Tema: Ordenación de un diácono de costumbres sospechosas.
Agustín, obispo, saluda en el Señor a la Iglesia de Meblibano.
1. Pronto se manifestó lo que os decía a los que os hallabais conmigo en Unapompeya, a saber, que no debíais pedir como presbítero a Gita, cuya vida me preocupaba mucho, pero Dios obraba por medio de vosotros lo que desconocíais, esto es, que, con ocasión de intervenir vosotros, él fuese excluido hasta del mismo clero de la Iglesia de Unapompeya, de la que era diácono, pues que, según ha quedado claro, ni siquiera debía ser diácono. Si es cierto algo de lo que dijo la mujer acerca de él, ya se ha actuado; pero si también ella ha jurado en falso y, con referencia a él, sólo es cierto lo que él mismo ha confesado, ni siquiera así puede ser clérigo, puesto que todos los cristianos, y con mucha más razón los clérigos, deben mantenerse inmaculados, no sólo del trato carnal ilícito, sino también de todo beso o abrazo pecaminoso y de toda impureza.
2. Hasta él ha confesado que no se hallaba limpio en estos puntos. Por eso, me vi en la necesidad de alejarle de la dignidad de presbítero. Que el Señor os consuele, pues también yo estoy muy triste por vuestra tristeza. Que os consuele, por tanto, la misericordia de aquel que os reunió y os rescató del dominio del diablo, ya que él no os abandona, ni aun en el caso de que vosotros le abandonéis a él. Buscad a alguien para que se os ordene como presbítero y, si vosotros no lo halláis, yo proveeré en el nombre y con la ayuda del Señor.
3. ¿Acaso los hombres son remisos en sembrar porque no todas las semillas brotan, sino que unas se las llevan las hormigas, otras las cogen las aves y otras perecen por diversas circunstancias? ¿O acaso son perezosos para injertar árboles frutales porque no todos los injertos agarran o llegan a dar fruto, ya que unas púas se secan, otras las roen los ganados y otras se pierden por distintas causas? De idéntica manera, nosotros no cesamos de trabajar en la Iglesia, cual campo de tan gran padre de familia. Pero el otorgar el crecimiento es obra de Dios1, porque, aunque no todos progresan o llegan hasta el final2, como dice el Apóstol: El Señor conoce a los que son suyos3, él, que predijo que iban a acontecer todos estos escándalos que nos llenan de tristeza, nos exhortó a no desfallecer y nos prometió, si perseverábamos con su ayuda, un premio4: el de vivir con él por siempre allí donde no podrán existir tales tentaciones y tales escándalos; pues allí no habrá tristeza alguna, sino sólo gozo y la seguridad cierta de los gozos eternos y la inmortalidad feliz y la felicidad sin fin. Poned en él vuestra esperanza, hijos y hermanos míos. No se enfríe vuestro amor, a fin de que aparezcáis probados en el último día, con vistas al cual os hicisteis cristianos por la gracia de quien os redimió con su sangre.
Junto con esta carta os he enviado al presbítero Restituto, a quien apenas pude consolar, atribulado corno estaba él por una inmensa tristeza. Que el Señor os consuele también a vosotros a través de él, corno le ha consolado a él por mí.