CARTA 13* [J. Divjak] [283]

Traductor: Pío de Luis, OSA

Fecha: Desconocida.

Tema: Problemas morales de un diácono.

Informe al presbítero Restituto. Agustín.

1. Aunque me ha afectado profundamente tu carta sobre las maquinaciones por las que el diablo arrastra a los siervos de Dios al pecado o mancha su fama para escándalo de la Iglesia, en cuanto he podido he explorado, no una vez, sino frecuentemente, la mente de ese hombre, tratando con él y amedrentándolo con el juicio de Dios, para que me confesase si tal vez mantuvo con esa mujer que le acusa trato de relación carnal o de alguna otra forma de impureza. Si es verdad lo que dice, a cualquier varón, por grande y santo que sea le puede sobrevenir esa tentación de que se acercase al lugar donde estaba durmiendo solo y se acostase a su lado una mujer, a la que no hubiera querido delatar. Sobre todo, en el caso en que no hubiera hablado con él nada referente a la concupiscencia torpe, sino únicamente de sus tribulaciones y necesidades1, donde él juzgase que personalmente nada tenía que ver en dicha tentación, a no ser el haberle prohibido de forma tajante que se le acercase y, si ella no hubiese querido hacerlo, abstenerse del abrazo impuro con ella y de la conversación lasciva.

2. Esto es lo que él dice haber hecho cuando se hallaba durmiendo en la azotea, separado de todos los que habitaban en la casa en que había recibido hospedaje. Se hallaba allí por razones de oficio y había llegado ya tarde, de modo que no había podido regresar desde allí a su casa. Según cuenta, al despertarse miró con espanto a la mujer, que se dirigía hacia él, de la que pensó que aún no había perecido, pero veía que podía acaecerle y tomaba las precauciones para no ser él el instrumento de su perdición o para no dañar con gritos intempestivos la fama de una monja, quizá aún no perdida. Por eso, soportó que ella se quedase a su lado y le contase no sé qué quejas respecto de sus padres, evitando el tocarla y no respondiéndole otra cosa sino que se levantase y se fuese de allí. Por bastante tiempo, ella no quiso; pero luego comenzó a llover, y así se vio libre de su conversación. Pues bajando de la azotea, había salido de la casa misma y, aunque mojado, se había colocado ante la puerta, bajo el tejado, adonde ella no se atrevería a acercarse, no fuera que al salir la encontrase alguno de los suyos o la sintiesen abrir la puerta y, al no volver, diese que sospechar a los que hubiesen notado su salida.

3. Hasta aquí llegó la confesión del hombre; por lo dicho, no juzgo que se le haya de condenar, siempre que no se le declare convicto de mentira, y no se escuchen ni se acepten las palabras de aquella mujer contra él (porque, sin duda, perdida ella, busca a quien adherirse), sino que aparezcan otros datos que descubran la desfachatez licenciosa de ella. Cierto que tales cosas no ocurrirían fácilmente a los clérigos si no anduviesen solos cuando han de hacerlo por necesidades particulares o de la Iglesia. Pero si apenas logramos que los presbíteros, particularmente los que se hallan en las casas de campo, no anden solos, ¡cuánto menos podremos conseguirlo de los clérigos de grado inferior! Por tanto, si la población para la que ha sido ordenado no se turba en absoluto por ese rumor que corre contra él, ni ha creído que haya cometido torpeza alguna, y si, como antes he dicho, otros documentos no le declaran convicto de tal torpeza, permanezca en su estado; pero si se presentan otros datos sobre los que pueda emitir algún juicio, he de verlos. Si, por el contrario, la Iglesia de la que es presbítero se siente afectada por el hecho, puesto que se dice que ocurrió cuando aún era diácono, léeles esta carta mía y explícasela, como el Señor te dé a entender, para que amen a su presbítero (a quien sobrevino una tentación tal que podía sorprender a cualquier santo) como habían comenzado, y no se enfríe su amor hacia él; para que con la paz entre ellos quede vencido el diablo, de quien suelen proceder estas artimañas e insidias. Si te pareciere necesario que yo les envíe una carta, procura indicármelo.