CARTA 3* [J. Divjak] [273]

Traductor: Pío de Luis, OSA

Fecha: Desconocida.

Tema: Necesidad de cumplir los votos.

Agustín saluda en el Señor a Félix, señor sinceramente amadísimo, hijo y colega en el diaconado.

1. Considerando una y otra vez la consulta que me haces, me veo obligado a gritar: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira?1 Por la satisfacción y deseo de la posteridad eterna, se mira con malos ojos el que la hija acceda a los premios eternos preparados para las vírgenes consagradas a Dios. ¿Hay cosa más vana? Es azotada con la muerte de muchos hijos, y de la única que le quedó, cuya salud temporal, por cierto, es insegura como la de todos los hombres, oponiéndose claramente a su virginidad y no engañando a un hombre, sino a Dios, quiere recibir del mismo Dios nietos sujetos a la muerte y a tantos accidentes de los mortales. ¿Hay cosa más vacua? Ofrece en voto a Dios la virginidad de la niña en peligro a fin de que, ya medio muerta, vuelva a la vida; y, como revivió, da muerte al mismo voto y ofrece, en sustitución de la virginidad de que ha privado a su hija, su propia viudez a Dios, como si no supiera qué es mejor y no fuera capaz de discernir entre ambas cosas. ¿Hay mentira mayor? Tal forma de pensar sabe mucho a tierra2. Esté el corazón en lo alto y desdeñará todas las cosas de abajo por la felicidad de arriba. Dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, gustad las cosas de arriba, no las de la tierra3.

2. Por tanto, siesta hija nuestra no puede vivir en continencia, que se case4 y sea una de aquellas de quienes dice el mismo doctor: Quiero que las más jóvenes se casen, engendren hijos, sean madres de familia, porque lo que sigue: No den al adversario motivo alguno de hablar mal5 equivale a gustar las cosas de arriba6. Si, por el contrario, puede guardar la continencia para qué así su hija sea inferior, cuánto más lo podrá para ser mejor ella, aunque como viuda santa no sea igual a la hija, si ésta llega a ser virgen santa; sea santa con la hija, no en lugar de ella. No ofrezca su propio bien para eliminar otro mejor ajeno; pero tiene poder para elegir por sí misma7. No ha de decirse que ofreció en voto su viudez, puesto que al haber puesto delante una condición, aún mira si queda compensada su permanencia en el estado de viudez con la pérdida de la virginidad de su hija. Pero no hay compensación razonable; no sólo porque es superior la virginidad a la viudez, sino porque ésta es suya y aquélla ajena, y ciertamente no debe buscar el daño ajeno por lucro propio. Finalmente, aunque fuera posible lo que ya no lo es, de modo que recuperase la virginidad a través de la continencia, ni siquiera así habría de buscar tal compensación. Ella debió sumarse, no apartar a la hija de tan gran bien, ni, por tanto, debió la madre subir al lugar superior para derrocar de él a la hija.

3. Como ya indiqué, tiene todavía poder sobre sí8; aún no ha prometido nada, puesto que todavía pregunta si debe hacer tal voto con dicha finalidad. Lo que ya prometió lo ha de cumplir, no preguntar si debe cumplirlo. Aunque a quien me preguntase si debe ofrecer su viudez, le respondería con la mayor verdad y rectitud: «Debes hacerlo, pero no para quitar a tu hija la virginidad» Debes considerar un poco el motivo por el que dije: «Debes», distinto de ese en el que estás pensando tú. Cuando el Señor Jesús manifestó la dura condición de los casados en cuanto que les estaba prohibido repudiar a la mujer9, sus discípulos respondieron: Si tal es la condición con la mujer, no conviene casarse, y el Señor replicó a eso: No todos comprenden esta palabra, sino aquellos a quienes se les ha concedido10, y poco después añadió: Quien pueda entender, que entienda11. Entiende, pues, tú, ya que quedas convencida de que puedes, si estás dispuesta a permanecer viuda por tu hija; mejor, contra tu hija, para que ella no sea virgen. No tienes modo de excusarte ante quien dijo: Quien pueda entender, que entienda12. Entiende, pues, ya que puedes; pero considera que a aquellos eunucos se les alabó porque se mutilaron a sí mismos por el reino de los cielos13, no por un fruto o solaz terreno; entiende: para aumentar tú, no para que disminuya tu hija; entiende: para que también tú poseas lo que has prometido, no para quitar a tu hija Io que prometiste; entiende: para poseer más y más fecundas virtudes, no pensando en los nietos, cuya muerte temas como ya lo has experimentado. En cuanto depende de ti, cumple lo que prometiste a Dios respecto de tu hija. Como, dice la Escritura, es mejor no prometer que prometer y no cumplir14. Dice también el Apóstol: Incurren en la condenación porque faltaron al compromiso anterior15. He dicho: «En lo que depende de ti», porque no depende de ti lo que elija la muchacha, una vez que crezca, cuando llegue a la edad en que debe optar; pero sí depende de ti la esperanza con que nutras lo que prometiste. Si así lo prefiere, antes de hacer profesión de virginidad, puede elegir el matrimonio sin pecado, ni tuyo ni suyo. Si se casa, sólo perderá lo que habría de conseguir si, dando su consentimiento a tu promesa, permaneciese virgen. Algo parecido sucede a quien es bautizado de niño. Si al llegar a la edad del uso de la razón desaprueba y rechaza el sacramento que se le confirió por voluntad de sus padres, pierde lo que iba a conseguir en el caso de permanecer en la misma gracia, es decir, el estar con Cristo en la vida eterna, por lo que acompañará al diablo en el castigo eterno. De igual manera, la virgen adulta que fue educada por sus padres en la esperanza de una futura virginidad consagrada, si antes de profesar dicha santidad, elige tal vez el matrimonio no sufrirá como aquél la pérdida del reino de los cielos, pero sí un honor superior en el reino de Dios. Se dijo: Si alguien no renaciere del agua y del Espíritu, no entrará en el reine de Dios16, pero no se dijo: «La que no elija la santa virginidad no entrará en el reino de los cielos». Si tras profesar la virginidad desiste de su propósito, ciertamente será condenada porque faltó al compromiso anterior17. Así pues, lo que ella debe evitar una vez que haya profesado la santidad virginal eso mismo debes evitar tú en lo que prometiste respecto a su virginidad. Y, considerando la incertidumbre respecto de su voluntad, también tu viudez ha de añadirse a tu voto respecto de ella; de modo que, si ella se muestra de acuerdo con él, has de permanecer con ella en la santa viudez, puesto que ya no puedes hacerlo en la santa virginidad; si, por el contrario, eligiera tal vez otra cosa, has de permanecer en lugar de ella en el estado en que puedas. Poderoso es Dios para hacer que ambas dos permanezcáis en sus dones. Esto diría a esa mujer cristiana, acerca de la cual juzgaste oportuno consultarme.

4. A ti te digo que actúes con ella según veas que ama lo que es bueno por el reino de los cielos. Hay que obrar con cautela, no sea que tal vez, no deseando el estado de viudez por el motivo por el que hay que desearlo, no pueda resistir los impulsos de la edad, sobre todo considerando la condición humana, siempre incierta. No está en su poder el que su hija se case o tenga hijos, y hay que temer que, si acontece otra cosa distinta de lo que ella espera -lo que Dios no quiera-, piense que ha sido defraudada y como que perdió la recompensa de su merced, y por este pensamiento carnal desfallezca. Nuestro Dios, que dijo: No todos entienden esta palabra, sino aquellos a quienes se les ha concedido18, posea su corazón y lo eleve hacia arriba para que ame las promesas celestes y desprecie desde la experiencia las realidades terrenas. Respecto de la hija, nada más ha de buscar y pedir sino cumplir lo que prometió. Que se lo conceda aquel en cuyas manos estamos tanto nosotros como nuestras palabras19.

5. No sabes, mejor, sí sabes cuánto deseo gozarme con la prole de la piadosa Inocencia, cuya muerte conocí por tu última carta. Te suplico que no seas perezoso para escribirme en la primera ocasión que se te presente, informándome de la situación, respecto a la fe cristiana, de todos los que, nacidos de sus entrañas, dejó aquí.