Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: ¿En torno al 420?
Tema: Carta de consolación.
Agustín saluda en el Señor a Sápida, señora piadosísima y santa hija.
1. Recibí la justa y piadosa labor de tus manos. Quisiste que yo la recibiera, y la recibí para no entristecerte más cuando veía que más bien necesitabas consuelo. Máxime cuando piensas que es un consuelo no pequeño para ti el que yo lleve la túnica que habías hecho para tu hermano, santo ministro del Señor. El se ha ido ya de la tierra de los que mueren, y no necesita vestidos corruptibles. Hice, pues, lo que deseabas y no he negado a tu corazón benévolo para con tu hermano ese pequeño consuelo, sea cual sea el aprecio que de ello hayas hecho. Acepté la túnica que me enviaste; cuando me he puesto a escribirte ésta, ya había empezado a usarla. Ten buen ánimo. Pero utiliza consuelos mucho mejores y mucho mayores, para que la autoridad divina serene el nublado de tu corazón, encogido por la debilidad humana. Y persevera en vivir de manera que merezcas vivir con tu hermano. Porque tu hermano murió, de modo que, sin duda, vive.
2. Es para llorar que a ese hermano, que te amaba tanto por tu vida y profesión de sagrada virginidad, no le veas, como solías, entrar y salir como diácono de la iglesia de Cartago, ocupado en el deseo de cumplir su deber eclesiástico, y que ya no escuches aquellas palabras honoríficas que dedicaba a su santa hermana con afecto morigerado, piadoso y obsequioso. Cuando se piensa esto y se hace presente por la violencia de la costumbre, el corazón queda herido y el llanto brota como sangre del corazón. Pero si tienes en alto el corazón, estarán secos tus ojos. Si te entristeces por verte privada de quienes pasaron conforme a su curso temporal, no por eso perece aquella caridad con que Timoteo amó y sigue amando a Sápida. Queda esa caridad depositada en el lugar propio del tesoro y escondida con Cristo en Dios1. ¿Acaso los que aman el oro lo pierden cuando lo guardan? ¿No están más seguros respecto a él, en cuanto cabe, cuando lo ocultan de su vista en depósitos que ofrecen más garantías? Ya ves que la codicia terrena se cree más asegurada cuando no ve lo que ama. ¿Y se habrá de lamentar la caridad celeste, como si hubiese perdido lo que ha enviado por delante a los depósitos celestiales? ¡Oh Sápida!, fíjate en tu nombre y saborea las cosas que son de arriba, donde sentado a la diestra de Dios está Cristo2, que se dignó morir por nosotros para que viviésemos aún después de muertos, para que el hombre no temiera a la muerte como si ella lo aniquilase, para que no se llorase a los muertos, por quienes murió la vida, como si hubiesen perdido la vida. Sean estos y otros semejantes tus divinos consuelos, a los que ceda ruborizada la humana tristeza.
3. No hemos de enfadamos por el dolor de los mortales que lamentan a sus muertos queridos; pero el dolor de los fieles no debe durar siempre. Si has sentido tristeza, baste ya; no te entristezcas como los gentiles que no tienen esperanza3. No nos prohibió entristecernos el Apóstol al decir eso; nos prohibió entristecernos como los gentiles que no tienen esperanza. Marta y María, aquellas hermanas fieles y piadosas, lloraban a su hermano que había de resucitar4, aunque no sabían aún que había de volver a la vida; y el mismo Señor lloró por Lázaro5, al que iba a resucitar; eso hizo para que lloremos también nosotros, aun creyendo que nuestros muertos han de resucitar a la verdadera vida. El Señor no nos lo preceptuó, pero nos lo concedió con su ejemplo. No en vano dice la Sagrada Escritura en el libro del Eclesiástico: Derrama lágrimas sobre el muerto, y como si hubieses padecido un infortunio, comienza tu lamentación6. Pero luego añade: y consuélate de tu tristeza, porque de la tristeza procede la muerte, y la tristeza del corazón quebranta la fortaleza7.
4. Tu hermano, hija, vive en el espíritu, duerme en la carne. ¿Acaso el que duerme no se levantará?8 Dios, que ya ha recibido su espíritu, le restituirá su cuerpo; no se lo quitó para destruirlo, sino que difirió el devolvérselo. No hay, pues, motivo para una larga tristeza, pues es mayor el motivo de una alegría sempiterna. Ni siquiera perecerá para ti la parte misma mortal de tu hermano que fue sepultada en la tierra esa parte con que se presentaba a tus ojos, con que te hablaba, con que conversaba contigo, de la que brotaba aquella voz tan conocida para tus oídos, como ofrecía su rostro a tus ojos de modo que, aun sin verle, solías conocerle por sólo la voz. Todas estas cosas se sustraen a los sentidos de los vivos de modo que la ausencia de los muertos causa dolor. No perecerán para siempre los mismos cuerpos si ni un cabello de la cabeza perecerá9; dejados temporalmente, serán recuperados de manera que nunca se vuelvan a perder, sino que serán mejorados y asegurados. Luego es mayor el motivo para congratularse en la esperanza de la inestimable eternidad que el motivo de tristeza por una cosa de muy breve duración. No tienen esta esperanza los gentiles, que no conocen las Escrituras ni el poder de Dios10. El cual puede reparar los cuerpos perdidos, vivificar los muertos, reintegrar los corrompidos juntar de nuevo los separados, y conservar para siempre los que ya estaban corrompidos y acabados. Prometió que lo haría aquel que, por las promesas que ya cumplió, infunde confianza sobre las otras. Que tu fe te diga estas cosas, pues no quedará defraudada tu esperanza, aunque tu actual caridad sufra un retardo. Medita esto y consuélate más plena y auténticamente con ello. Habías tejido un vestido para tu hermano. El no pudo vestido, y el que lo vista yo te consuela. ¿No deberías consolarte con mayor seguridad y riqueza pensando en que aquel para quien estaba preparada la túnica no necesita ya de ningún vestido corruptible por haberse revestido de inmortalidad e incorrupción?