CARTA 259

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: ¿Año 408?

Tema: Invitación a la castidad.

Agustín a Cornelio, señor amadísimo y hermano honorable.

1. Me escribiste pidiéndome que te enviara una larga carta consolatoria, porque te ha impresionado gravemente la muerte de tu óptima esposa, como recuerdas que el santo Paulino dirigió una a Macario. El alma de tu esposa, recibida ya en la compañía de las almas castas y fieles, ni se cuida de las alabanzas humanas ni las busca. Como estas cosas se hacen en atención a los vivos, lo primero es que tú, que deseas consolarte con las alabanzas de tu esposa, vivas de manera que merezcas estar donde está ella. Estoy seguro de que no crees que ella esté donde están aquellas casadas que mancillaron el tálamo conyugal con sus adulterios, o aquellas solteras que se entregaron a la fornicación. Por eso, el alabar a una mujer para quitar la tristeza de su marido, que es tan desemejante a ella, es una adulación, no una consolación. Si tú la amases como ella te amó, guardarías para ella lo que ella guardó para ti Si tú hubieses muerto antes, no podemos creer que ella volviera a casarse con nadie. Si verdaderamente lamentases su muerte y quisieras consolarte con sus alabanzas, ¿buscarías después de aquella mujer ni siquiera una sola permitida?

2. Tú dirás: «¿Por qué me tratas con severidad? ¿Por qué me recriminas con dureza?» ¿No he envejecido ya en discursos semejantes, mientras pasa esta vida, que antes se acabará que se corregirá? Quieres que yo sea remiso con tu ruinosa seguridad. Pero ¡cuánto mejor harás tú en perdonar esta preocupación mía miserable, si no amable! Con ánimo hostil se lanzaba Tulio sus invectivas, y aunque era muy distinta de la mía la preocupación de quien gobernaba el estado terreno, dijo: «Deseo, Padres conscriptos, ser clemente; pero en tan grave peligro de la República no quiero parecer negligente».Y pues sabes cuán benévolo ánimo tengo para contigo y que he sido constituido ministro de la palabra y sacramento divino al servicio de la ciudad eterna, ¡con cuánta mayor justicia desearé yo, hermano Cornelio, ser clemente y no parecer negligente en tan grave peligro para ti y para mí!

3. Muchedumbre de mujeres te cerca, y cada día crece el número de las concubinas. Y ¿oiremos con paciencia los obispos al amo de todo ese rebaño, o mejor, al siervo que en su insaciable liviandad se deshace en tanta fornicación, y que por un derecho de amistad solicita, como para mitigar su tristeza, que entonemos las alabanzas de su casta esposa difunta? Cuando eras, no diré catecúmeno, sino un joven caído conmigo en el error perniciosísimo, aunque eras algo más viejo que yo, te habías ido corrigiendo de ese vicio con una resolución de templanza. Mas poco después te volviste a revolcar sórdidamente. Te bautizaste ya en peligro de muerte. Y cuando ya eres fiel y cuando yo soy ya anciano y además obispo, ¿aún no te quieres enmendar? Quieres que yo te consuele por la muerte de tu buena esposa. ¿Y quién me consolará a mí por tu muerte, que es más real? ¿Acaso porque no puedo olvidar tus favores para conmigo has de atormentarme con tus costumbres, y despreciarme y tenerme por nada cuando gimo por ti ante ti? Confieso que no soy nada para corregirte y sanarte. Atiende a Dios, piensa en Cristo, escucha al Apóstol, que dice: ¿Arrancaré los miembros a Cristo para hacerlos miembros de una meretriz?1 Si en tu corazón desdeñas las palabras de un obispo cualquiera amigo tuyo, considera el Cuerpo de tu Señor en tu cuerpo. En fin, ¿hasta cuándo vas a seguir pecando difiriendo de día en día el corregirte, si no sabes cuál será tu último día?

4. Quiero probar ahora hasta dónde llega tu deseo de que yo cante las alabanzas de Cipriana. Si todavía vendiese yo a los discípulos en la escuela del retórico las palabras, primero se las haría pagar. Quiero venderte a ti una loa de tu castísima esposa; dame primero, como paga, tu pureza. Dala, digo, y recíbela. Hablo a estilo humano en atenci6n a tu debilidad2. Pienso que ante tus ojos Cipriana no merece mucho si a su elogio antepones el amor de tus concubinas; y le harás si prefieres permanecer en este amor antes de conseguir dicho elogio. ¿Qué pretendes arrancarme con tu petición cuando ves que lo que yo pido se refiere a ti mismo? ¿Por qué pides sumiso lo que puedes mandar corrigiéndote? Enviemos dones al alma de tu esposa: tú, la imitación; yo, el elogio. Aunque, como ya dije, ella no busca ya alabanza de los hombres, en cambio, aunque difunta, busca que tú la imites con tanto afán como en vida te amó, aunque le eras tan desemejante. Yo cumpliré lo que pides respecto a ella cuando tú cumplas lo que queremos ella y yo.

5. Aquel rico soberbio e impío, como narra el Señor en el Evangelio, se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Mas, cuando en el infierno sufriría el castigo de sus malos méritos y ni siquiera era capaz de conseguir la gota de agua de un dedo de aquel pobre a quien desdeñara ante su puerta, se acordó de sus cinco hermanos, y rogó que fuese enviado a ellos aquel mismo pobre, cuyo reposo veía de lejos en el seno de Abrahán, para que ellos no fuesen a parar también a aquel lugar de tormento3. Pero ¡cuánto más se acordará de ti tu esposa! ¡Cuánto menos, siendo casta, querrá que vayas a los castigos reservados a los fornicarios, cuando el rico, siendo soberbio, no quería que sus hermanos llegasen a los castigos de los soberbios! Si un hermano no quería que los hermanos se le unieran en el tormento, ¡cuánto menos querrá la esposa, que mora entre los buenos, tener a su marido separado de sí entre los malos! Lee ese pasaje en el Evangelio:

Es la piadosa voz de Cristo, cree a Dios.

Lamentas la muerte de tu esposa y crees que mis alabanzas y palabras te podrán consolar. Aprende lo que has de lamentar, si no vas a estar con ella. ¿Has de lamentar el que yo no la loe, más que he de lamentar yo el que tú no la ames? Si la amases, desearías estar con ella después de la muerte, a donde ciertamente no irás si vas a seguir siendo tal como eres ahora. Ama a aquella cuyo elogio me reclamas, para no tener que negarte con razón lo que mentirosamente exiges.

(Y con otra mano:) El Señor nos conceda regocijarnos de tu salud, señor amadísimo y honorable hermano.