Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: Entre el 386 y el 391/395.
Tema: La verdadera amistad.
Agustín saluda en el Señor a Marciano, señor justamente digno de ser acogido y hermano amadísimo y queridísimo en Cristo.
1 He escapado o mejor me he escabullido y en cierto modo me he sustraído a mis muchas ocupaciones para escribirte a ti, viejo amigo mío, a quien no poseía, durante el tiempo en que no le poseía en Cristo. Ya sabes cómo definió la amistad «Tulio, el máximo exponente de la elocuencia romana como dijo alguien: Dijo, y dijo con toda verdad: «La amistad es el acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad».Tú, amadísimo mío, en otro tiempo estabas de acuerdo conmigo en las cosas humanas, cuando yo deseaba gozarlas al estilo vulgar. Para conseguir esas cosa de que ahora me sonrojo, tú me favorecías y tendías las velas, o más bien, entre mis otros amadores, eras de los primeros en hinchar con el viento de las alabanzas las velas de mis apetencias. En cuanto a las cosas divinas, en las que en aquel tiempo no había brillado para mí verdad alguna, nuestra amistad claudicaba en la mejor parte de la definición: había acuerdo tan sólo en las cosas humanas, aunque con benevolencia y caridad, pero no en las divinas.
2. Cuando abandoné aquellas apetencias, tú, con perseverante benevolencia, apetecías mi salud mortal y querías verla feliz con la prosperidad de aquellas cosas que el mundo suele desear. Así a cierto nivel existía entre nosotros un benévolo y afectuoso acuerdo sobre las cosas humanas. Pero ¿cómo podré explicar ahora con palabras cuánto gozo contigo, pues aquel a quien durante tanto tiempo tuve por amigo es ya verdadero amigo? Ahora se ha agregado el acuerdo en las cosas divinas. Conmigo llevabas la vida temporal con agradabilísima benignidad, pero ahora has comenzado a vivir conmigo en la esperanza de la vida eterna. Tampoco ahora nos separa disensión alguna en las cosas humanas, pues las valoramos a la luz de las divinas, para no concederles más de lo que justamente reclama su condición. No las rechazamos con un inicuo desdén para no hacer injuria al Creador de todas esas cosas terrestres y celestes. Así sucede que cuando no hay acuerdo en las cosas divinas entre los amigos, tampoco puede haberlo pleno y verdadero en las humanas. Es inevitable que quien desprecia las cosas divinas, estime en más de lo conveniente las humanas, y que no sepa amar rectamente al hombre quien no ama al Creador del hombre. Por eso no digo que ahora eres más amigo, o que antes tan sólo en parte lo eras, sino que, cuanto la razón indica, no lo eras tampoco parcialmente cuando no tenías una verdadera amistad conmigo ni en las cosas humanas. Porque no estabas asociado a mí en las cosas divinas, por las que se valoran rectamente las humanas, ya cuando yo estaba alejado de ellas, ya cuando yo comencé a saborearlas de algún modo y tú estabas muy distante.
3. No quiero que te enfades y tengas por absurdo el que te diga esto: durante el tiempo en que yo suspiraba por vanidades mundanas, aunque tú creyeras que yo te amaba con exceso, aún no eras amigo mío; yo mismo no era amigo mío, sino más bien enemigo. Porque amaba la iniquidad, y es verdadera la afirmación escrita en los santos Libros: El que ama la iniquidad odia su alma1. Y si yo odiaba a mi alma, ¿cómo podía ser verdadero amigo mío quien me deseaba cosas en las que yo mismo me sufría como enemigo de mí mismo? Cuando la benignidad y gracia de nuestro Salvador brilló para mí, no según mis méritos, sino según su misericordia2, tú eras todavía ajeno a ella. ¿Cómo podías ser amigo mío, ignorando en absoluto cómo podría ser yo feliz, y no amándome justamente en aquello en que yo me había hecho de algún modo amigo mío?
4. Doy, pues, gracias a Dios porque al fin se dignó hacerte amigo mío. Ahora hay entre nosotros acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad en Jesucristo nuestro Señor, en la más auténtica paz nuestra. El mal recapituló todos los oráculos divinos en dos preceptos, diciendo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la ley y los profetas3. En el primero hay acuerdo en las cosas divinas, y en el segundo, en las cosas humanas, con benevolencia y caridad. Si mantienes contigo firmemente los dos, nuestra amistad será auténtica y sempiterna. Y nos unirá no sólo al uno con el otro, sino a ambos con Dios.
5. Para que así sea, exhorto a tu Gravedad y Prudencia a que recibas ya también los sacramentos de los fieles. Porque eso conviene a tu edad y se ajusta, según creo, a tus costumbres. Recuerda lo que me dijiste cuando yo iba a partir, trayendo a la memoria un verso de Terencio, tomado de una comedia, pero muy oportuno y útil:
Ahora este día trae nueva vida, reclama otras costumbres...
Si lo dijiste con verdad, y en ti eso no puedo dudarlo, ya vives de tal manera que te has hecho digno de recibir en el bautismo saludable la remisión de los pecados pasados. Porque no hay otro fuera del Señor Cristo a quien el género humano pueda decir: Guiando tú, si aún quedan rastros de nuestro delito, libre quedará la tierra del pavor para siempre.
Virgilio confiesa que eso lo tomó del oráculo de Cumas, esto es, del cántico sibilino. Quizá también aquella mujer adivina había oído algo en su espíritu acerca del único Salvador y se vio obligada a confesarlo.
A pesar de mis múltiples ocupaciones, te he escrito esto poco o mucho, señor justamente digno de ser acogido, hermano amadísimo y deseadísimo en Cristo. Deseo recibir tu contestación anunciándome que has inscrito tu nombre en la lista de competentes, o que vas a inscribirlo. Dios, el Señor en quien has creído, te guarde aquí y en el mundo futuro, señor justamente digno de ser acogido, hermano amadísimo y deseadísimo en Cristo.