CARTA 244

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Año 426-427.

Tema: Carta de consolación.

Agustín saluda en el Señor a Crísimo, señor verdadera y justamente amadísimo y hermano digno de ser ensalzado.

1. Me llegó el rumor de que te has turbado sobremanera. ¡Ojalá no sea cierto! Mucho me extraña que un hombre sabio como tú y un alma cristiana reparase poco en que la condición de las cosas humanas no puede en modo alguno igualar a la de las celestiales, en las que hemos de colocar nuestro corazón y nuestra esperanza. ¡Oh varón sabio! ¿acaso todo tu bien estaba en todas esas cosas que ahora ves perdidas? ¿O las tenías por tan gran bien que al perderlas se ha entenebrecido tanto tu mente con excesiva tristeza, como si la luz de la mente no fuese Dios, sino la tierra? He oído que quisiste atentar contra tu vida, y repito que ojalá sea falso lo que oí. Mejor haré en creer que no te ha pasado por las mientes ni salido un tal pensamiento de tu boca. Pero ya que tan impresionado has quedado, que eso se ha podido decir de ti, he sentido profunda pena por ti y he juzgado que debía consolar a tu Caridad por medio de este coloquio epistolar. Bien séque Dios nuestro Señor hablará en tu corazón palabras mejores, pues sé con qué piadoso afán has escuchado siempre la divina palabra.

2. Levanta tu ánimo, hermano amadísimo en Cristo. Nuestro Dios no pierde a los suyos, ni los suyos le pierden a El. Pero quiere advertimos cuán frágiles e inciertas son estas cosas que los hombres aman demasiado, para que suelten de ellas los lazos de la codicia, por los que nos enredan y arrastran, y para que acostumbremos nuestro amor a correr hacia Aquel al quien no hemos de temer ningún daño. El te exhorta mediante mi ministerio a que pienses virilmente en que eres un fiel cristiano, que has sido redimido con la sangre de Aquel que nos enseñó, no sólo con su sabiduría eterna, sino también con su humana presencia, a desdeñar con la moderación las prosperidades de este siglo y a tolerar con fortaleza sus adversidades, prometiéndonos un tesoro de felicidad que nadie nos podrá arrebatar. También he escrito al conde, laudable varón. A tu arbitrio dejo el entregar la carta. Para entregársela creo que con la ayuda de Dios no faltará un obispo, presbítero o cualquier otro.