CARTA 243

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Probablemente en el 397.

Tema: La vocación monástica.

Agustín saluda en el Señor a Leto, señor amadísimo y hermano muy deseado.

1. Leí la carta que enviaste a los hermanos. Solicitas consuelo porque tus comienzos son sacudidos por numerosas tentaciones; en ella dejaste entender también que deseabas recibir carta mía. Me condolí contigo, hermano, y no he podido dejar de escribirte, otorgando a tu deseo, que lo es también mío lo que veo que me exige la caridad. Si te tienes por recluta de Cristo, no abandones el campamento, en el que has de edificar aquella torre de la que habla el Señor en el Evangelio1. Si te mantienes en ella y militas bajo las armas de la palabra de Dios, por ninguna parte podrán penetrar las tentaciones Los dardos arrojados desde ella contra el adversario le llegan con mayor fuerza, y al ver los suyos se esquivan con tan firme baluarte.

Considera también que nuestro Señor Jesucristo, siendo nuestro Rey, gracias a su asociarse a nosotros, por el que se dignó ser también hermano nuestro, llamó reyes a sus soldados y advirtió a cada uno que, para luchar contra un rey que viene con veinte mil soldados, tiene que prepararse con diez mil2.

2. Pero mira lo que nos dice antes de presentarnos esas semejanzas de la torre y del rey que pretenden servirnos de exhortación: Si alguno viene a mi y no odia a su padre, y madre, y esposa, hijos, hermanos, hermanas y aun su propia alma, no puede ser mi discípulo. Luego añade: ¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero a calcular si tendrá dinero para concluirla, no sea que después de poner el cimiento, no pueda edificarla, y todos los que pasen y vean empiecen a decir: Este hombre empezó a edificar y no pudo acabar? ¿O qué rey, yendo a trabar combate con otro rey, no se sienta primero a pensar si podrá salir al paso con diez mil soldados al que viene contra él con veinte mil? En caso contrario, cuando todavía está lejos envía sus legados a pedir la paz3. Y en la conclusión declara a qué venían estas semejanzas, diciendo: Así, aquel de vosotros que no renuncie a todo lo que posee no puede ser mi discípulo4.

3. Por donde vemos que el capital para edificar la torre y los diez mil soldados que se oponen al que viene con veinte mil, no significan otra cosa que la renuncia a todo lo que se tiene. Los antecedentes concuerdan con la conclusión Porque en la renuncia a todas las posesiones se incluye también el odiar al padre, madre, esposa, hijos, hermanos hermanas y aun la propia alma. Estas son las posesiones que casi siempre atan e impiden el obtener no lo propio temporal y transitorio, sino las cosas comunes que han de permanecer para siempre. Por el hecho de que ahora una mujer es tu madre, no puede serlo también mía. Por tanto, se trata de algo temporal y transitorio, como ya ves que ha pasado el hecho de que te concibió, te llevó en sus entrañas, te parió y te amamantó con su leche. Pero en cuanto es hermana en Cristo, lo es para ti y para mí y para todos aquellos a quienes se promete, en la misma comunión de la caridad, una herencia celeste: a Dios por Padre y a Cristo por hermano5. Son realidades eternas que no perecen con la pátina del tiempo. Las mantenemos y esperamos con tanta mayor firmeza cuanto más común y menos privado es el derecho con que se anuncia que se alcanzarán.

4. Eso puedes verlo con facilidad en tu misma madre ¿Por qué ahora te envuelve como en una red, y te saca y te desvía de la carrera emprendida, sino porque es tu propia madre? Por ser hermana de todos los que tenemos por Padre a Dios y por madre a la Iglesia, te impide tan poco como a mí, o a todos los hermanos, que la amamos, no con un amor particular como tú en vuestra casa, sino con un amor común en la casa de Dios. Estos lazos que te unen a ella en la familia carnal deben darte derecho a hablarle con mayor confianza y a tener las puertas abiertas para procurar que dé muerte dentro de sí a ese amor particular, no sea que estime más el haberte llevado en sus entrañas que el haber sido engendrado contigo en las entrañas de la Iglesia. Y lo que te digo de tu madre hemos de aplicarlo a los demás parientes: en la propia alma todos hemos de pensar en repudiar el afecto particular, que sin duda es temporal, y amar en ella aquella sociedad y comunión de la que está escrito: Tenían un alma y un corazón dirigido hacia Dios6. De esa manera tu alma no es tuya propia, sino de todos tus hermanos; y las almas de ellos son tuyas; o mejor dicho, las almas de ellos y la tuya no son almas sino la única alma de Cristo, por la que pide cantando el salmo7 para que la libren del dominio del perro. Desde aquí que pasa con facilidad a despreciar la muerte8.

5. No se enojen los padres porque Dios nos manda odiarlos, cuando nos manda eso mismo respecto de nuestra alma. Y como respecto del alma se nos manda que la odiemos por Cristo juntamente con los padres, así también lo que en otro pasaje se nos dice acerca del alma puede aplicarse de igual modo a los padres: El que ame su alma, la perderá, dice. Y yo diré sin dudarlo: «Quien ame a sus padres, los perderá". Respecto al alma dijo allí «odiará», como aquí «perderá». Este mandamiento, en el que se nos ordena perder nuestra alma no significa que hayamos de matarnos, lo que, sería un crimen inexpiable. Significa que hemos de matar en nosotros el afecto carnal del alma, por el que la vida presente nos deleita con deterioro de la futura. Lo mismo da decir perder el alma que odiarla, y ambas cosas se hacen con el amor ya que el fruto de la conquista de esa alma se presenta claramente cuando en el mismo mandamiento nos dice: Quien perdiere el alma en este mundo, la encontrará en la vida eterna9. Esomismo podemos decir con razón acerca de los padres: que el que los ama los perderá; pero no matándolos, al modo de los parricidas, sino hiriendo y matando, animados por la piedad y la fe, con la espada espiritual de la palabra de Dios, ese afecto carnal con que se empeñan en amarrar a los obstáculos los de este mundo a ellos mismos y a los hijos que engendraron; pero dando vida al mismo tiempo a ese afecto por el que son hermanos, por el que en compañía de sus hijos temporales reconocen a Dios y a la Iglesia por padres eternos.

6. He aquí que te arrastra el afán de la verdad y de conocer y percibir la voluntad de Dios en las santas Escrituras; he aquí que te arrastra el deber de la predicación evangélica El Señor ha tocado el clarín para que nos mantengamos en vela en el campamento y edifiquemos la torre desde la que podremos divisar y rechazar al enemigo de la vida eterna. ¡El clarín celeste lleva al soldado de Cristo a la batalla, y le retiene su madre! No es ella como la madre de los Macabeos10, ni siquiera semejante a las madres espartanas, de las que se cuentan que excitaban a sus hijos mucho más y con más ardor que el toque de los clarines a lanzarse a las batallas para derramar su sangre por la patria terrena. Una madre que no te permite renunciar a las preocupaciones seculares para aprender la vida muestra bien cómo te permitiría repudiar enteramente el mundo para sufrir la muerte, si fuese menester.

7. Pero ¿qué dice o qué alega? ¿Quizá aquellos diez meses que te llevó en su vientre, o los dolores del parto, o las fatigas de la educación? Eso, eso es lo que has de matar con palabra salvífica. No hagas caso en eso a tu madre, para que la encuentres en la vida eterna. Recuerda que has de odiar eso de ella, si la amas11, si eres recluta de Cristo, si has echado el cimiento de la torre, para que no digan los transeúntes: Este hombre empezó a edificar y no pudo terminar12. Porque éste es un afecto carnal, un eco del hombre viejo13. Se nos exhorta a que en la milicia cristiana matemos ese afecto carnal en nosotros y en los nuestros; pero no de manera que seamos ingratos a nuestros padres, como si enumerásemos, para burlarnos, estos beneficios con que nos dieron esta vida, nos recibieron y educaron. Guardemos en todas partes la piedad, y mantengamos esos derechos cuando no haya que posponerlos a otros superiores.

8. La madre Iglesia es también madre de tu madre. Ella os concibió de Cristo, os dio a luz en sangre de mártires, os parió a luz sempiterna, os nutrió y nutre con la leche de la fe, os prepara alimentos más sólidos, y se horroriza al ver que aún queréis ser niños y lanzar vagidos sin dientes. Esta Madre, difundida por todo el orbe, se ve agitada por variados y múltiples ataques del error: algunos hijos abortivos ya no dudan en luchar contra ella con armas mortíferas. Por la cobardía y pesadez de algunos que tiene que llevar en su regazo, se lamenta de que sus miembros se resfrían en muchos lugares y se hace menos capaz de ayudar a sus pequeños. ¿Cómo podrá lograrlo sino por otros hijos, por otros de sus miembros en cuyo número te encuentras tú, y a los que pide auxilio justo y debido? ¿Olvidarás sus necesidades para entrenarte en palabras carnales? ¿Acaso no hace llegar a tus oídos todo esto con lamentos más tristes? ¿No te muestra entrañas más amables y pechos celestes? Ten en cuenta, además, que su Esposo asumió la carne para que no te adhieras a lo carnal, y que todo lo que tu madre te reprocha lo aceptó la Palabra eterna para que tú no te enredaras en ello. Añade a eso las afrentas, la flagelación14, la muerte, y muerte de cruz15.

9. Concebido de un tal linaje y procreado en un tal connubio para la vida nueva, ¿languideces y te pudres en el hombre viejo?16 ¿Por ventura no tenía tu Emperador madre terrena? Sin embargo, cuando estaba tratando negocios celestes, y le anunciaron que ella estaba allí, replicó: ¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos? Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo que no pertenecían a su familia sino los que hacían la voluntad del Padre17. Con benignidad incluyó en ese número a la misma María, pues también ella hacía la voluntad del Padre. Así el óptimo y divino Maestro rechazó el nombre de la madre que le habían anunciado como algo privado y personal, porque era terreno en comparación con la parentela celestial; y al mencionar la misma parentela celestial con respecto a sus discípulos, mostró a su vez con qué vínculo estaba unida a sí aquella virgen, junto con los demás santos.

Al enseñamos en su salubérrimo magisterio a desdeñar en los padres el afecto carnal, no quiso favorecer el error por el que algunos niegan que tuviese madre; y por eso enseñó también a sus discípulos a decir que no tenían padre en la tierra18; y así, como es manifiesto que ellos tuvieron padres, resultase también manifiesto que El tuvo madre. Pero al postergar la parentela terrestre, dio a sus discípulos el ejemplo para que desdeñasen esos lazos terrenos.

10. ¿Todo esto ha de perderse con las voces de tu madre? ¿Haremos lugar aquí a ese recuerdo de la que te llevó en su vientre y te amamantó para que nacieses y fueses nutrido como otro Adán, nacido de Adán y Eva? Mira más bien, mira el Adán segundo que bajó del cielo. Lleva ya la imagen del Adán celeste como has llevado la del terreno19. Pero tengan su lugar aquí los bienes terrenos que te ha otorgado tu madre y que te enumera para enervar tu corazón. Tengan su lugar. No seas ingrato, da las gracias a tu madre; devuélvele bienes espirituales por los carnales, sempiternos por los temporales ¿No quiere seguirte? No te lo impida. ¿No quiere que te hagas mejor? Cuide, no sea que te haga a ti peor y te destruya. Cuando se trata de huir de Eva en cualquier mujer, ¿qué importa que Eva se encuentre en la esposa o en la madre? Esta sombra de piedad viene de las hojas de aquel árbol con que nuestros primeros padres cubrieran su desnudez merecedora de condena. Y esas palabras y sugestiones que te presenta como deber de caridad, para desviarte de la caridad purísima y auténtica del Evangelio, pertenecen a la astucia de la serpiente20 y a la doblez de aquel rey que viene con veinte mil soldados y al que nos han enseñado a vencer con diez mil21, esto es, con la simplicidad de corazón con que buscamos a Dios

11. Atiende más bien a estas cosas, amadísimo; toma tu cruz y sigue al Señor22. Cuando estuviste entre nosotros ya advertí que las preocupaciones domésticas te eran una rémora en el amor divino; veía yo que tu cruz te llevaba y conducía ti, más bien que tú a ella. ¿Qué otra cosa que la mortalidad de esta carne significa esa cruz nuestra, que Señor nos manda llevar para seguirle con libertad? Esa es la cruz que nos atormenta hasta que sea absorbida la muerte en la victoria23. Esa cruz ha de ser crucificada y traspasada con los clavos del temor de Dios24, no sea que no podamos llevarla, si resiste con los miembros sueltos y libres. Porque no podrás servir al Señor sino llevándola. ¿Cómo le seguirías si no eres de El? El Apóstol ha dicho: Los que son de Jesucristo crucifican su carne con las pasiones y apetencias25.

12. Si tu patrimonio familiar consiste en parte en dinero líquido, puesto que no es necesario ni decente que te enredes en él, debes dejarlo a tu madre y restantes miembros de tu familia. La indigencia de éstos debe ocupar a tus ojos el primer lugar si es que pretendías repartirlo a los pobres para ser perfecto. Porque el Apóstol dijo: Si alguno no provee a los suyos, máxime a los de su familia, ha negado la fe y peor es que un infiel26. Si marchaste de aquí para arreglar esos asuntos y dejar libre tu cuello para aceptar el yugo de la sabiduría, ¿por qué te impiden o por qué te hacen zozobrar las lágrimas de tu madre, que rezuman amor carnal, la fuga del siervo, la muerte de las doncellas o la mala salud de los hermanos, si tienes ordenada la caridad, sabiendo anteponer lo mayor a lo menor y dejarte mover por la misericordia, para que sean evangelizados los pobres27, para que no quede a merced de las aves por falta de segadores la copiosa mies del Señor28, para tener preparado el corazón29 a seguir la voluntad de Dios tanto en los dolores como en los favores que dispensa a su siervo? Medita esto, mantente en esto, para que tu progreso sea notorio a todos30. Por favor, cuídate de no causar mayor tristeza a los buenos hermanos con la tibieza actual que la alegría que les habías procurado con tu disponibilidad. Tan superfluo he considerado el recomendarte con mi carta, según tu deseo, como si alguien quisiera recomendarte a mí.