CARTA 242

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Episcopado de Agustín (395-430).

Tema: El ser del Hijo.

Agustín a Elpidio, señor eximio y justamente honorable y deseable.

1. Es un problema saber quién de nosotros yerra en cuestiones de fe o por lo que respecta al conocimiento de la Trinidad. Pero me satisface que, aun sin conocer mi rostro, hayas tratado de sacarme del error, porque has creído que yo erraba. Dios te pague esa benevolencia y te permita conocer lo que te imaginas que sabes, porque se trata de un arduo problema, a mi entender. Y te ruego que no tomes en ningún sentido injurioso el que yo te haya deseado el don de tan gran ciencia. Temo que el prejuicio de una presunta ciencia aparte de tus oídos, si no los preceptos verdaderos que yo no me arrogo respecto a ti, por lo menos los buenos deseos que puedo tener respecto a ti, aunque yo sea indocto, pues he de presentados amigable y eruditamente; y que entonces te enfades porque no te saludo ya como a sabio, en lugar de darme las gracias porque te deseo la sabiduría. Te has dignado desde ultramar remitirme a Bonoso y Jasón, doctísimos varones, como escribes, para que yo coseche en mis discusiones con ellos abundantes frutos. Además, para disipar todas las tinieblas mi error, te has cuidado de remitirme con solícita benignidad el libro de un cierto obispo vuestro, elaborado con ingenio y esfuerzo. Y yo, aunque llevo la carga del título episcopal, he aceptado con el mayor agrado tu benevolencia. ¿Cuánto más justo será que tú recibas con buen ánimo mi deseo de que el Señor Dios te conceda cosas que no pueden dar el ingenio y el esfuerzo del hombre? El Apóstol dijo: No hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que sepamos las cosas que Dios nos dio y que nosotros hablamos, no adoctrinados con doctas palabras de humana sabiduría, sino adoctrinados por el Espíritu, comparando cosas espirituales con otras espirituales Pero el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque eso es estulticia para él1.

2. Yo preferiría estudiar contigo, si fuese posible, hasta qué límite podemos llevar la denominación de hombre animal, de manera que, si lo traspasamos, podamos quizá alegrarnos de haber tocado las realidades que permanecen inalterables sobre la mente o inteligencia humana. Andemos con cuidado, no sea que nos parezca necio el hacer al Hijo igual al Padre2, porque todavía somos el hombre animal, pues de éste está escrito que le parecen necedad las cosas que son del Espíritu de Dios3. Sólo los espirituales pueden representarse aquella majestad sobre las demás cosas sublimes. Nadie puede expresarlas, pero es fácil, a mi juicio, percibir que no ha sido hecho aquel por quien fueron hechas todas las cosas y sin el cual no se hizo ninguna4. Si fue hecho por sí mismo, ya existía antes de ser hecho para poder ser hecho por sí mismo; y tan absurdo es decir eso cuan vacío de contenido el pensarlo. Y si no fue hecho por sí mismo, no fue hecho en absoluto, ya que todo lo que fue hecho fue hecho por El: Porque todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada5.

3. Me maravilla la poca atención que se pone en este punto que el evangelista quiso intimar tan expresamente, que a nadie le permite pasarlo por alto. No le bastó decir que por El fueron hechas todas las cosas, sino que añadió: Y sin El no se hizo nada6. Pero yo, aunque soy lento y aún no he disipado la calígine, cuando dirijo mi débil vista a contemplar la incomparable e inefable excelsitud del Padre y del Hijo, veo con la mayor facilidad eso que el Evangelio nos ha anticipado, no para que por ahí comprendamos a la divinidad, sino para que por ahí recibamos la advertencia de que no debemos jactamos temerariamente de haberla comprendido. Porque, si todas las cosas fueron hechas por El, lo que no fue hecho por El no ha sido hecho. El no fue hecho por sí mismo; luego no fue hecho. Pero el evangelista nos obliga a creer que todas las cosas fueron hechas por El; nos obliga, pues, a no creer que El haya sido hecho. Más aún, si nada se hizo sin El, El mismo es nada, pues fue hecho sin El. Si el opinar esto es sacrílego, sólo nos resta confesar, o que no fue hecho sin sí mismo, o que no fue hecho. Pero no podemos decir que fue hecho sin El mismo. Si El se hizo a sí mismo, ya existía antes de ser hecho. Si prestó ayuda a otro, que le hizo, para que le hiciera, entonces también existía antes de ser hecho ya que le hicieron con su ayuda. Y queda la otra posibilidad: fue hecho sin El mismo. Pero lo que fue hecho sin El, nada es. Luego, o no es nada, o no fue hecho. Pero es algo. Luego no fue hecho. Y si no fue hecho, y, sin embargo, es Hijo, sin duda nació.

4. Dices tú: « ¿Cómo de sólo el Padre puede nacer un Hijo igual a aquel de quien nació?» Yo no puedo explicarlo y cedo la palabra al profeta, que dice: Su generación, ¿quién la explicará? Y si tú crees que eso hay que aplicado a la generación humana, por la que nació de la Virgen, examínate a ti mismo y pregunta a tu alma: ¿Osará explicar la generación divina, cuando desmaya en la humana? Y tú me dices: «No digas que es igual». Pero ¿por qué no he de decir lo que dijo el Apóstol: No juzgó una rapiña el ser igual a Dios?7 Aunque no explicó esa igualdad a la mente humana aún no purificada, puso en la Palabra algo que al respecto puede investigar la mente purificada. Esforcémonos, pues, en purificar el corazón, para que de allí se alce la mirada con que podamos ver estas cosas, pues se dijo: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios8. Así saldremos de las imágenes caliginosas del hombre animal y llegaremos a aquella serenidad y pureza en la que podamos ver lo que vemos que no puede expresarse.

5. Si hallo tiempo y oportunidad para contestar punto por punto al libro que me enviaste, pienso hacerte entender que cuanto más cree uno manifestar la verdad desnuda, tanto menos se reviste de la luz de la verdad. Omitiendo otros puntos, voy a citarte el que más me hizo gemir. El apóstol Pablo dice: Ahora le vemos en espejo y enigma; entonces le veremos cara a cara9. Pues ¿quién tolerará que ésos digan que ellos manifiestan la verdad desnuda, arrancando todos los velos? Si hubiese dicho: «Vemos la verdad desnuda», el arrogarse tal visión sería la mayor ceguera. Pero él no dice «vemos», lino «manifestamos»; de modo que no sólo se patentiza la verdad a la búsqueda de la mente, sino que parece someterse al poder de la lengua. Se dicen mil cosas acerca de lo inefable de la Trinidad, pero no para expresada, en cuyo caso no sería inefable, sino para que con esas palabras se entienda que ella no puede expresarse. Creo que mi carta ha excedido ya la medida, pues me invitabas en la tuya a ser breve. Tú te has dignado excusarte con lo que enseñaron los antiguos. No te parecerá que actúo de modo incomprensible si te dignas recordar la extensión de algunas cartas de Cicerón, ya que mencionas a esa autor en la tuya.