CARTA 239

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Contemporánea de la anterior.

Tema: El mismo que la anterior.

Destinatario: Pascencio.

1. Oigo que sigues diciendo que tú me expusiste tu fe y que yo rehusé exponerte la mía. Recuerda, por favor, cuán falsas son una y otra cosa: tú no quisiste exponerme tu fe, y yo te he expuesto la mía. Te la quise exponer de modo que nadie pudiera decir que dije lo que no dije o que no dije lo que dije. Y tú me hubieses expuesto tu fe si hubieses expuesto aquello en que no estás conforme conmigo; si hubieses dicho, por ejemplo: «Creo en Dios Padre, que hizo al Hijo, y la primera de todas las criaturas, antes de todas las demás; y en el mismo Hijo, que no es igual al Padre, ni semejante, ni verdadero Dios; y en el Espíritu Santo, hecho por el Hijo después del Hijo». Esto oigo que decís vosotros o, si tal vez es falso, quiero saberlo directamente de tu boca. Y si es verdad que decís esas cosas, quiero saber cómo las probáis por las santas Escrituras. Ahora bien, tú dijiste que crees «en Dios Padre, omnipotente, invisible, inmortal, no engendrado por nadie y de quien proceden todas las cosas. Y en su Hijo Jesucristo, Dios nacido antes de los siglos, por quien fueron hechas todas las cosas. Y en el Espíritu Santo». Esta no es tuya, sino de ambos. Como si hubieses añadido que a ese Hijo de Dios, Jesucristo, le había parido la Virgen María, lo cual creemos ambos, o cualquiera otra verdad que confesemos en común. Si hubieses querido proponer la tuya, no hubieses expuesto ésta, que es común a los dos, sino aquélla, en la que disentimos de vosotros.

2. Esto te lo habría dicho cara a cara si, según nuestro acuerdo, se hubiesen tomado por escrito nuestras palabras. Pero tú te opusiste, diciendo que temías de mí una trampa, y después de comer te retractaste del consentimiento que habías dado por la mañana. ¿Cómo iba yo a hablar, para que tú dijeses que yo había dicho lo que te viniese en gana y yo no tuviese cómo probar lo que había dicho? No sigas, pues, jactándote de que expusiste tu fe y de que yo no expuse la mía. Hay hombres que advertirán que yo tenía más confianza en mi fe, pues quería que quedase por escrito, y que tú no la tenías, puesto que tanto temías que se te tendiese una trampa. Luego estabas dispuesto a negar si se te objetaba que habías dicho algo contra mi fe. Eso es lo que has logrado que pensemos de ti. Si no ibas a negar lo que se te objetase, ¿por qué no quisiste que se escribiera lo dicho, especialmente cuando quisiste que algunos cargos públicos asistieran a nuestro debate? ¿Por qué, al tratar de evitar la trampa, temías la pluma de los notarios y no temías el testimonio de personajes tan ilustres?

3. Si quieres que yo te exponga mi fe al modo que dices que expusiste la tuya, yo puedo decir aún más brevemente que creo en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo. Y si quieres oír algo propio, en lo cual disientes de mí, «creo en Dios Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo sin afirmar que el Hijo sea el Padre, ni que el Padre sea el Hijo, ni que uno y otro, ni el Padre ni el Hijo sean el Espíritu, y creo, sin embargo, que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios y que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios, el solo eterno e inmortal por su propia sustancia como Dios es único, eterno e inmortal por aquella divinidad que existe antes de los siglos». Si esto te desagrada y quieres saber de mí cómo se demuestra por las santas Escrituras, lee la carta más prolija que envié a tu Benignidad. Y si no tienes tiempo para leerla, tampoco yo lo tengo para hablar en balde. Pero con las fuerzas que Dios me dé para dictar o escribir puedo yo también responder a lo que quisieres, dictando o escribiendo.

Este escrito, que yo he dictado y releído, lo he firmado yo, Agustín.