CARTA 238

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Poco antes del año 407.

Tema: Narración de lo ocurrido en el debate con Pascencio.

Destinatario:Pascencio.

1. A petición e insistencia tuya -dígnate recordarlo- y, más aún, por mandato tuyo en consideración a tu edad y dignidad, yo había querido tratar cara a cara de palabra contigo acerca de la fe cristiana, todo lo que el Señor me permitiera. Pero después de comer ya no te agradó lo que habíamos convenido por la mañana: que los taquígrafos tomasen nuestras palabras. He oído que ahora andas por ahí diciendo que yo no me atrevía a formularte mi fe. Para que en adelante no lo digas, ahí tienes esta carta. Léela y dala a leer a quien quisieres. Tú respóndeme por escrito lo que te parezca. Es inicuo que uno quiera juzgar a otro y se niegue a dejarse juzgar.

2. Respecto a nuestro primer acuerdo, al que tú te opusiste después de mediodía, es fácil ver quién de nosotros dos no tenía confianza en su fe: el que quería exponerla, pero temía que quedase registrada, o el que estaba tan dispuesto someterla al juicio de los opositores, que hasta quería que se pusiese por escrito para confiarla a la memoria de los lectores. De tal modo que ninguno de nosotros dos, por olvido o irritación, podría decir que no se había dicho lo que estaba dicho, o que se había dicho lo que no estaba dicho. Porque con este modo de actuar suelen buscar tinieblas para su mala defensa los que son más ávidos de la discusión que de la verdad. Si hubieses sido leal al compromiso de que nuestras palabras se tomasen por escrito, eso no lo podríamos decir ni tú ni yo, ni lo podría decir nadie ni de ti ni de mí. De ti principalmente, ya que pronunciaste tu fe en fórmulas que va­riaste siempre que las repetiste, aunque creo que no lo hacías por engaño, sino por olvido.

3. Primero dijiste que creías «en Dios Padre omnipotente, invisible, ingénito, incomprensible; y en Jesucristo su Hijo, Dios, nacido antes de los siglos, por quien fueron hechas todas las cosas; y en el Espíritu Santo». Cuando te oí decir eso, contesté que aún no habías dicho nada que estuviese en contradicción con mi fe; que, por lo tanto, si lo dejabas escribir, yo podría subscribirlo y firmarlo. Entonces acaeció, no sé cómo, que tomaste papel y te pusiste a escribir por tu propia mano lo que habías dicho. Al dármelo a leer, advertí que faltaba la palabra «Padre», al decir «Dios omnipotente, invisible, ingénito, innato». Cuando te lo hice notar, después de una larga disputa, al fin añadiste «Padre». También habías omitido escribir la palabra «incomprensible», que tú habías pronunciado; pero no te lo quise recordar.

4. Te dije que yo estaba dispuesto todavía a firmar aquellas palabras por mías; y para que no se me pasase lo que me había venido a las mientes, te pregunté antes si en algún pasaje de las divinas Escrituras se leía «Padre ingénito». Esto lo hice porque, al empezar nuestro debate, cuando fueron mencionados Arrio y Eunomio, al preguntar no yo, sino mi hermano Alipio, de quién de los dos era seguidor Auxencio a quien poco antes tú habías ensalzado no poco, levantando la voz anatematizaste a Arrio y a Eunomio. A continuación pediste que también nosotros anatematizásemos a Homoousios (la relación entre el Padre y el Hijo como "de igualdad de sustancia"), como si se tratase de un hombre que se llamase así, como los otros Arrio y Eunomio. Con vehemencia exigías que te mostrásemos esa palabra en las Escrituras y entonces estarías en comunión al instante con nosotros. Te dijimos que nosotros hablábamos latín, y esa palabra era griega; por lo tanto, primero había que averiguar el significado de Homoousios, y entonces se podría exigir el mostrarla en los Libros santos. Tú, por el contrario, repitiendo sin cesar esa palabra, manejándola como un arma y recordando que estaba escrita en los concilios de nuestros mayores, urgías con vehemencia para que te mostrásemos en los santos Libros justamente el término Homoousios. No cesábamos de recordarte que nuestro idioma no era griego; que primero había que traducir y exponer el significado de Homoousios, y entonces buscaríamos en las Sagradas Escrituras. Porque, aunque quizá la palabra no se hallase, la realidad sí que se hallaba. ¿Hay cosa que indique más afán de pelea que discutir por un vocablo cuando consta la realidad?

5. Esto había pasado entre nosotros cuando llegó el momento de que escribieses tu profesión de fe, según dije antes. Ya había visto que nada había contrario a la mía y estaba, por lo tanto, dispuesto a subscribir. Pregunté, pues, si la Escritura de Dios contenía esa palabra, ingénito, referida al Padre. Y como contestaste afirmativamente, insistí en que me mostraras dónde. Uno de los que estaban presentes, tu compañero en la fe por lo que puede adivinarse, me dijo: «Entonces ¿tú dices que el Padre es engendrado?» Le respondí: «No». «Luego, si no es engendrado, es ingénito», apuntó él. Y yo terminé: «Ya ves que puede darse razón de una palabra que no está en la Escritura de Dios y mostrarse que está bien empleada. Lo mismo acontece con Homoousios que me obligabais a mostrar con la autoridad de los libros divinos: aunque el término no lo encontremos en ellos, puede darse que hallemos la realidad a la que se juzga que se ha aplicado con razón el término.

6. Dije esto y esperé para ver lo que te parecía. Tú dijiste: «Es muy justo que en las Escrituras santas no se diga que el Padre es ingénito, para no hacerle injuria ni aun con esa palabra». Yo repliqué: «¿Entonces ahora se ha hecho una injuria a Dios, y eso por ti mismo?» Al oír eso, empezaste a confesar que no debías haberlo dicho. Yo te propuse que, si te parecía que esa palabra podía significar injuria a Dios, la borraras del papel. Creo que pensaste que se podía emplear y defender con razón tal palabra, y de nuevo dijiste: «justamente es eso lo que afirmo». Y yo repetí lo que había dicho, a saber: del mismo modo, podía suceder que Homoousios no estuviese escrito en las Sagradas Escrituras, y pudiese defenderse, sin embargo, en la aserción de la fe, pues nunca leemos en aquellos Libros que el Padre sea ingénito, y, con todo, se defiende que puede afirmarse. Entonces me quitaste el papel que me habías entregado y lo rompiste. Y convinimos en que por la tarde hubiese taquígrafos para escribir nuestras palabras y poder discutir estas cosas con la mayor diligencia que pudiésemos.

7. Llegamos, como sabes, a la hora convenida con los taquígrafos, estando presentes también los vuestros. Tomamos asiento. Repetiste tu fe, pero en tus palabras no oí «el Padre ingénito». Pienso que habías recapacitado en lo que se dijo en la mañana y lo quisiste precaver. Después pediste que también pronunciase mi fe. Pero, recordando nuestro convenio de la mañana, pedí que te dignases dictar antes lo que habías dicho. Entonces gritaste que te preparábamos una trampa y que por eso queríamos retener por escrito tus palabras. No me agrada recordar lo que te contesté, y ojalá tampoco tú lo recuerdes; pero guardé la reverencia debida a tu honor y no tomé por injuria lo que me tocó oír de tu autoridad, no de la verdad. Con todo, puesto que repetí tus palabras y con voz premiosa te dije: «¿Es así como te preparamos a ti la trampa?», te ruego que me perdones.

8. Después de oír eso de nuevo, repetiste tu fe con voz más clara. Pero en tus palabras no oí «Dios Hijo», aunque antes nunca lo habías omitido de cuantas veces proclamaste tu fe Yo reclamé, con la mayor modestia, que se cumpliese nuestro convenio de tomar nota de las palabras; te hice ver la necesidad por la experiencia presente, advirtiendo que tú no podías retener en la memoria palabras para ti muy corrientes, puesto que nunca fuiste capaz de repetidas sin omitir algo, y de la máxima importancia.

Mucho menos podría el auditorio recordar nuestras palabras, de modo que pudiese saber si algo estaba dicho o no dicho, cuando quisieres tú discutir o reconsiderar alguna de mis palabras o yo de las tuyas. En esa situación nos ayudaría fácilmente la lectura de lo tomado por los notarios. Entonces dijiste con indignación que hubiese sido mejor haberme conocido sólo por lo que decía la fama, pues habías experimentado que yo era muy inferior a lo que ella pregonaba. Yo te recordé que, cuando te saludé por la mañana y tú me hablaste de mi fama yo te dije que ella mentía respecto de mí. Tú concluiste que entonces decía yo la verdad. Repliqué que, pues tienes dos retratos de mi persona, uno mío y otro de la fama, debo gozarme de haber sido hallado más veraz que ella. Pero, como está escrito que sólo Dios es veraz y todo hombre es mentiroso1, temo haber sido temerario en decir eso. Con todo, cuando somos veraces, no lo somos en nosotros mismos o por nosotros mismos, sino cuando habla en sus siervos el único que es veraz.

9. Si recuerdas que todo sucedió como lo narro, ya ves que no debes jactarte ante los hombres de que no me atreví a formular mi fe, pues no quisiste ser leal a nuestro acuerdo Siendo tan gran varón que por la fidelidad que debes al estado do no temes las maledicencias de los tributarios, temes las calumnias de los obispos por la fe que debes a Cristo. Además, me maravilla que tuvieses interés en que asistieran a nuestro debate personas con altos cargos. Por evitar una trampa temes que los notarios escriban tus palabras, mientras que no temes ser oído por testigos tan notables. ¿No ves que es muy difícil que los hombres supongan que, al negarte a que se copien tus palabras, temes una trampa por parte nuestra? Supondrán que viste cómo habías quedado cogido en la palabra que escribiste por tu mano en la mañana y que pensaste al mismo: tiempo que no podrías borrar las tablillas de los notarios con aquella facilidad con que rompiste el papel. Si dices que no sucedieron las cosas como yo las cuento, quizá las has olvidado, pues no me atrevo a decir que mientes; o quizá yo me engaño o miento. Ya ves cuánta razón tengo al afirmar que principalmente cuando se trata de estas cosas, hay que anotar y escribir, y con cuánta razón te agradó a ti mi proposición, si bien el miedo de la tarde rompió el acuerdo de la mañana.

10. Escucha, pues, ahora mi fe: poderosa es la misericordia de Dios nuestro Señor para ayudarme a decir lo que creo, de modo que no ofenda ni a su verdad, ni a tu humanidad. Confieso que creo en Dios Padre omnipotente y eterno, con aquella eternidad, esto es, inmortalidad, que sólo Dios tiene. Eso mismo creo de su Hijo unigénito en forma de Dios. Asimismo del Espíritu Santo, que es Espíritu de Dios Padre y de su Hijo unigénito. Pero ese unigénito Hijo de Dios Padre, al llegar la plenitud de los tiempos2, recibió oportunamente con vistas al de nuestra salud la forma de siervo. Por eso, en la Escritura se dicen sobre El muchas cosas según la forma de Dios y muchas otras según la forma de siervo3. A modo de ejemplo cito dos, una para cada forma: según la forma de Dios, dijo El de sí mismo: Yo y el Padre somos uno4, mientras que según la forma de siervo dijo: El Padre es mayor que yo5.

11. De Dios está escrito: El único que tiene la inmortalidad6; y también: Al único Dios, invisible, honor y gloria, y cosas semejantes. Esto no lo aplicamos tan sólo al Padre, sino también al Hijo, en cuanto a la forma de Dios, y al Espíritu Santo. Porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios, el único y verdadero Dios, el único inmortal, según la substancia absolutamente inmutable. Tratándose de carne de diverso sexo se dijo: Quien se adhiere a la meretriz, forma un cuerpo con ella7; y tratándose del espíritu del hombre, que no es lo que es Dios, se escribió también: Quien se adhiere a Dios, forma un espíritu con El. Pues ¿cuánto más Dios Padre en el Hijo, y Dios Hijo en el Padre, y Dios Espíritu del Padre y del Hijo serán un solo Dios, pues no hay en ellos diversidad de naturaleza, cuando de dos cosas diversas que están de algún modo unidas se dice que son un único cuerpo o un único espíritu?

12. Del cuerpo y alma unidos se dice que forman un único hombre. Pues ¿por qué, con mayor razón, no se dirá que son un solo Dios el Padre e Hijo unidos, cuando esa unión es inseparable, mientras no lo es la del alma con el cuerpo? El cuerpo y el alma constituyen un solo hombre, aunque el cuerpo y el alma no sean una misma cosa. ¿Por qué no han de ser con mayor razón un único Dios el Padre y el Hijo, cuando ambos son una misma cosa, según dijo la Verdad: Yo y el Padre somos una misma cosa?8 El hombre interior y exterior no son una misma cosa, ya que no tienen la misma naturaleza, puesto que al exterior con el mencionado cuerpo se le llama hombre, mientras que el interior se entiende sólo del alma racional; pero juntos no son dos hombres, sino uno solo. Pues ¡cuánto más el Padre y el Hijo serán un único Dios, cuando son una misma cosa! Tienen la misma naturaleza, o substancia, cualquiera otro vocablo más ajustado que demos a eso que Dios es, por lo que se dijo: Yo y el Padre somos una misma cosa. Uno es el espíritu del Señor y uno el del hombre, y no son la misma cosa. No obstante, cuando el humano se une al divino, no son dos espíritus, sino uno solo. Uno es el hombre exterior y otro el interior, y no son la misma cosa. No obstante, unidos con el vínculo natural, ambas cosas no son dos hombres, sino uno. Pues cuando el Hijo de Dios dice: Yo y el Padre somos una misma cosa, aunque el Padre es el único Dios y el Hijo es el único Dios, juntos son un único Dios y no dos.

13. Una única fe, una única esperanza y una única caridad9 han hecho que muchos santos, llamados a la adopción10, hijos y coherederos de Cristo11, tuviesen un alma sola y un solo corazón12 dirigido hacia Dios. Una misma e idéntica naturaleza de la divinidad -si así ha de decirse- del Padre y del Hijo nos obliga a entender que, pues el Padre y el Hijo son una cosa, inseparablemente una misma cosa, eternamente una misma cosa, no han de ser dos dioses, sino un solo Dios. Aquellos hombres por el consorcio y comunión de una misma naturaleza, por la que eran hombres, formaban una misma cosa; a veces no eran una misma cosa por la diversidad de voluntades, opiniones, afirmaciones y costumbres desemejantes; pero serán perfectamente una misma cosa cuando leguen a aquel fin en que Dios será todo en todo13. Pues Dios Padre y su Hijo, Verbo de El, Dios junto a Dios14, son siempre indeciblemente una misma cosa; por lo que, con mucha mayor razón, un solo Dios y no dos dioses.

14. Algunos hombres que no comprenden bien qué se dice y en relación a qué, quieren tener afirmaciones precipitadas y, sin escrutar con diligencia las Escrituras, toman a su cargo la defensa de cualquier opinión y no se apartan de ella jamás o muy difícilmente, pues desean más ser tenidos por doctos y sabios que serlo. Las cosas que se dicen referidas a la forma de siervo las quieren aplicar a la forma de Dios, y las que se refieren a la correlación de personas las quieren aplicar a la naturaleza o substancia. Pero nuestra fe consiste en confesar y creer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. No llamamos Padre al que es Hijo, ni Hijo al que es Padre, ni Padre o Hijo al que es Espíritu del Padre o del Hijo. Porque con estas palabras se alude a la correlación recíproca y no a la substancia por la que son una misma cosa Cuando se dice padre, no se dice sino con relación a algún hijo. Y no se llama hijo sino al que lo es de algún padre. Y el espíritu en cuanto término relativo es espíritu de alguien que espira; y el que espira, espira ciertamente al Espíritu.

15. No hay que entender esas cosas a estilo corporal, se entienden al modo corriente cuando se trata de Dios, el cual, como dice el Apóstol, es poderoso para hacer más de lo que pedimos o entendemos15. Y si puede hacer, ¿cuánto más podrá ser? Cuando este vocablo espíritu no está para indicar una relación, sino que designa una naturaleza, toda naturaleza incorpórea se llama espíritu en las Escrituras; por eso ese vocablo conviene a toda criatura y alma racional y no sólo al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso dice el Señor: Dios es espíritu; y los que adoran a Dios, han de adorarle en espíritu y verdad16. También está escrito: El que hace sus mensajeros a los espíritus17. De ciertos hombres se dice: Porque son carne y espíritu que se va y no vuelve18. Y el Apóstol dice: Nadie sabe lo que se obra en el hombre sino el espíritu del hombre que está en él19. También está escrito: ¿Quién sabe si el espíritu de los hijos del hombre va hacia arriba y el espíritu del bruto desciende hacia abajo, a la tierra?20 Y las Escrituras hablan de espíritu según una cierta distinción, refiriéndose al alma de un solo hombre. Por lo que dice el Apóstol: Que todo vuestro espíritu, el alma y el cuerpo se guarden para el día de nuestro Señor Jesucristo21, y en otro lugar: Si oro con la lengua, ora mi espíritu; pero mi mente queda infructuosa. ¿Qué hacer? Oraré con el espíritu, oraré también con la mente22. Pero en cierto modo que le es propio se llama Espíritu Santo por referencia al Padre y al Hijo, pues es Espíritu de ellos. Porque si nos referimos a la substancia, puesto que se ha dicho sin más: Dios es Espíritu23, son Espíritu el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero no son tres espíritus, sino uno solo, cómo tampoco son tres dioses, sino uno solo.

16. ¿Qué te maravilla? Tanto vale la paz, no una paz cualquiera, como corrientemente suele entenderse, o la que se alaba en esta vida consistente en la concordia y caridad de lea fieles, sino la paz de Dios, que, como dice el Apóstol, supera a todo entendimiento24. ¿Qué entendimiento sino el nuestro, esto es, el de toda criatura racional? Por eso, al considerar nuestra debilidad y al oír que el Apóstol confiesa y dice: Hermanos, yo no creo haberlo alcanzado25, y también: Quien piense que sabe algo, aún no sabe cómo le conviene saber26 hablemos cuanto podamos acerca de las Sagradas Escrituras, pero sin contiendas; pacíficamente, no codiciosos de vencer al rival con animosidad pueril, para que mejor venza la paz de Cristo en nuestros corazones27, con cuanto nos concedió poder percibirla en esta vida. Así, pensando lo que puede la paz entre hermanos, pues de tantas almas y de tantos corazones hace un alma sola y un solo corazón dirigido hacia Dios, creamos con la debida piedad y con mayor motivo que en aquella paz de Dios que supera todo entendimiento28, el Padre, Hijo y Espíritu Santo no son tres dioses, sino un solo Dios. Esa unión es tanto más excelente que la formada por el alma sola y el solo corazón29de aquellos cuanto la paz que supero todo entendimiento es más excelente que esta paz que poseía el alma sola y el solo corazón dirigido hacia Dios de todos aquellos fieles.

17. Llamamos Hijo del hombre al mismo que llamamos Hijo de Dios, no por la forma de Dios, por la que es igual al Padre, sino por la asumida forma de siervo30, por la que el Padre es mayor. Y, pues le consideramos también Hijo del hombre, confesamos que el Hijo de Dios fue crucificado, no en la fuerza de su divinidad, sino en la debilidad de su humanidad; no en la permanencia de su naturaleza, sino por haber asumido la nuestra.

18. Considera ahora un poco qué textos de la Escritura nos obligan a confesar un solo Dios, cuando nos preguntan, por separado, ya por el Padre, o por el Hijo, o por el Espí­ritu Santo, ya por el Padre, Hijo y Espíritu Santo juntos. Ciertamente está escrito: Escucha, Israel; el Señor tu Dios es un solo Señor31. ¿A quién crees que se refiere? Si dices que al Padre, entonces Jesucristo no es el Señor nuestro Dios. Y entonces, ¿dónde quedan las pa­labras de Tomás que tocó y dijo: Señor mío y Dios mío, palabras que Cristo no reprobó, sino que aprobó diciendo: Porque has visto has creído? Pues si también el Hijo es el Señor Dios, y el Padre es ese Señor Dios, y ambos son dos señores y dos dioses, ¿cómo ha de ser verdad que el Señor tu Dios es un solo Señor? ¿Es que el Padre es un solo Señor y el Hijo no es un solo Señor, sino Señor a secas, como hay muchos dioses y muchos señores, aun­que no como aquel único de quien está escrito: El Señor tu Dios es un único Señor? ¿Y qué responderemos al Apóstol, que dice: Aunque hay algunos que se llaman dioses, ya en el cielo, ya en la tierra, como son muchos dioses y muchos señores sin embargo para nosotros es único el Dios Padre de quien procede todo y nosotros estamos en El; y único es nuestro Señor Jesucristo, por quien se originó todo y nosotros por Él?32 Si lo que se dice del único Dios Padre nos obliga a separar al Hijo, digan quienes se atrevan que no puede ya entenderse que el Padre sea Señor, pues único es nuestro Señor Jesucristo. Si es único, es solo. Y si es solo, ¿cómo podría serlo también el Padre sino porque Cristo y el Padre son un Dios y un solo Dios, sin separar el Espíritu Santo? Único Dios es el Padre, y el Hijo con El es un único Dios, aunque no es con El un único Padre. Asimismo, un único Señor es Jesucristo y un único Señor con El es el Padre, aunque no es con El un único Jesucristo, como si también el Padre fuese Jesucristo, ya que este nombre lo ha tomado de la dispensación de misericordia y de la humanidad asumida.

19. Dice el Apóstol: Único es nuestro Señor Jesucristo, por el cual todo fue hecho. Y quizás no quieres unir único a Señor, sino a por quien todo fue hecho, para entender que no es único el Señor, sino que es único aquel por quien fueron hechas todas las cosas, de modo que no sea el Padre aquel por quien todo fue hecho, sino el Hijo el único por quien fueron hechas. Si es así, confesáis al fin que el Padre y el Hijo son un solo Señor y Dios nuestro. ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio primero, y se le pagará? Porque de El, y por El, y en El son todas las cosas. Gloria a El33. No dice que todas las cosas proceden «del Padre y por el Hijo», sino: de El, Y por El, y en El. ¿A quién se refiere sino al Señor, de quien dice: Quién conoció la mente del Señor? Luego todas las cosas proceden del Señor, y por el Señor, y en el Señor, no distinguiendo personas, sino señalando a un solo Señor, pues añade: Gloria a El, y no «Gloria a ellos».

20. Quizás diga alguno que, al decir el Apóstol el único Señor Jesucristo, por quien todo fue hecho34, no ha de entenderse en el sentido de que haya un solo Señor o que es único aquel por quien fueron todas las cosas, sino que es único Jesucristo, el cual se llama también Señor, no de modo que el Señor sea único, sino que es único Jesucristo. Pero ¿qué dirá cuando oiga al mismo Apóstol, que clama: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos?35 Puesto que mienta a Dios Padre aquí donde dice un solo Dios y Padre de todos, al decir antes un solo Señor, ¿a quién quiere aludir sino al Señor Jesucristo? Luego, si les place, deje el Padre de ser Señor, ya que Jesucristo es el único Señor. Y si el opinar eso es absurdo e impío, aprendamos a advertir la unidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y cuando se habla de un solo Dios, no nos apresuremos a prohibir que esa expresión se aplique al Hijo o al Espíritu Santo. Porque el Padre ciertamente no es el Hijo, ni el Hijo es el Padre, y el Espíritu de ambos no es ni el Padre ni el Hijo; pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo y verdadero Señor Dios.

21. Si el Espíritu Santo no fuese Dios o verdadero Dios no serían su templo nuestros cuerpos. Dice el Apóstol: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que recibís de Dios? Y para que nadir dudase de que el Espíritu es Dios, añadió a continuación: Y no sois vuestros, pues habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo36, esto es, a aquel cuyo templo había dicho que eran nuestros cuerpos. Gran maravilla sería si fuese verdad lo que os he oído decir, a saber: que el Espíritu Santo es menor que el Hijo, como el Hijo es menor que el Padre. Porque nuestros cuerpos, según dice el Apóstol37, son miembros de Cristo y, al mismo tiempo, templos del Espíritu Santo, como dice el mismo Apóstol; y me causa maravilla el modo como puedan ser miembros del mayor y templos del menor. ¿O quizá ya os place decir que el Espíritu Santa es mayor que el Señor Jesucristo? A esta afirmación parece apoyarla aquella otra: Porque al que dijere una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdo­nada; pero al que la dijere contra el Espíritu Santo, no le será perdonada ni en este siglo ni en el futuro38. Pecar contra el mayor es más peligroso que pecar contra el menor; y no es lícito separar al Hijo del hombre del Hijo de Dios, pues el Hijo de Dios se hizo hijo del hombre no mudando lo que era, sino asumiendo lo que no era. Dios nos libre de esa impiedad de creer que el Espíritu Santo sea mayor que el Hijo. No os conduzcan fácilmente al error las cosas que se dicen, como si mostrasen que el uno es mayor que el otro.

22. Asimismo se dicen cosas que a los menos inteligentes podrían dar la impresión de que el Hijo es mayor que el padre. Si a alguien le preguntan qué es mayor, lo verdadero o la verdad, ¿no responderá que es mayor la verdad? Porque por la verdad son verdaderas las cosas que lo son. Pero no ocurre así en Dios. En efecto, no decimos que el Hijo sea mayor que el Padre, y, con todo, se dice que el Hijo es la verdad: Yo soy -dijo- el camino, la verdad y la vida39. Cuando dice el Evangelio: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a quien enviaste, Jesucristo40, ¿queréis que la primera parte se aplique tan sólo al Padre, mientras que nosotros sobreentendemos también a Jesucristo como Dios verdadero, de modo que viene a decir: «Que te conozcan a ti y a Jesucristo, a quien enviaste, como único Dios verdadero»? De lo contrario se sigue un absurdo. Si Jesucristo no es verdadero Dios, porque se le dice al Padre: A ti, único Dios verdadero, entonces no es Señor el Padre, porque de Cristo se dijo que era el único Señor41. Tan sólo según esa mala comprensión, o mejor dicho, según ese error, es mayor el Dios verdad que el Dios verdadero, ya que el ser verdadero le deriva de la verdad; luego es mayor el Hijo que el Padre, ya que aquél es la verdad y éste el verdadero. Pero arroja de su ánimo esta perversidad el que aprendió que el Dios verdadero es Padre por engendrar la verdad y no por participar de ella, y no son distintas la substancia del verdadero que engendra y la de la verdad engendrada.

23. Mas al hecho de que el ojo del corazón humano es débil para contemplar estas cosas se añade que está turbio por su afán de disputa. ¿Cuándo las contemplará? Dice la Escritura que el Hijo de Dios, Señor y Salvador nuestro, Jesucristo es la Palabra de Dios, su verdad y sabiduría. Y los hombres le consideran visible y corruptible antes de la encarnación que tomó de la Virgen María, antes de asumir ninguna criatura corporal, en la misma naturaleza y substancia propia por la que es Palabra y sabiduría de Dios; y todo por empeñarse en defender su opinión de que se afirma exclusivamente del Padre: Al invisible, incorruptible y único Dios42. Por favor, si la palabra del hombre no es visible, menos lo será la de Dios. Y de aquella sabiduría se dice: Llega a todas partes por su pureza; y también: Nada manchado hay en ella; e igualmente: Permaneciendo en sí misma, lo renueva todo43, y otras muchas cosas semejantes que no pueden numerarse. Pues si todavía es corruptible, ya no sé qué decir, sino lamentar la presunción humana y admirar la paciencia divina.

24. De esa Sabiduría se dice: Es resplandor de la luz eterna44. ¿Qué es la luz del Padre, sino su substancia? Creo que ni siquiera los vuestros dicen que esa luz haya estado jamás sin el resplandor engendrado por ella, tal como pueden creerse y de algún modo entenderse estas cosas en una realidad espiritual, incorporal e inmutable. Oigo decir que ya se han enmendado. ¿Es quizá falso que antes decían que en algún tiempo estuvo el Padre sin el Hijo, como si hubiese estado la luz eterna sin el resplandor que engendró? ¿Qué diremos? Si el Hijo de Dios ha nacido del Padre, el Padre ha cesado de engendrar; y si ha cesado, empezó. Y si empezó a engendrar, estuvo algún tiempo sin el Hijo. Pero jamás estuvo sin el Hijo, pues su Hijo es su Sabiduría, que es resplandor de la luz eterna. Luego siempre engendra el Padre y siempre nace el Hijo. También aquí es de temer que se piense en una generación imperfecta, si decimos que el Hijo no nació sino que nace. Compadécete, por favor, conmigo en estas angustias del pensamiento y lengua del hombre. Y refugiémonos juntos en el Espíritu de Dios, que dice por el profeta: Su generación, ¿quién la narrará?45

25. Entre tanto, te pido que consideres con diligencia únicamente este punto: ¿Dice en algún lugar la divina Escritura que diversas substancias sean una misma cosa? Si no lo dice sino de cosas que evidentemente tienen una misma y sola substancia, ¿para qué nos hemos de rebelar contra la fe verdadera y católica? Si hallares que en algún pasaje se dice eso de diversas substancias, entonces me veré obligado a recurrir a otra cosa para mostrarte que con razón se dice Homoousios referido al Padre y al Hijo. Los que ignoran o leen por encima nuestras Escrituras, y, sin embargo, creen que el Hijo es de la misma substancia e igual al Padre, pregunten a los que no lo creen, pero creen, sin embargo, que Dios tiene un Hijo unigénito: «¿No quiso Dios o no pudo tener un Hijo igual? Si no quiso, se mostró envidioso Si no pudo, fue débil. Pensar cualquiera de esas dos cosas acerca de Dios es sacrílego. No sé si podrán hallar qué contestar, si no quieren decir las cosas más absurdas y necias. .

26. Ya ves que en cuanto he podido te he expuesto mi fe. Pueden decirse más cosas y discutirse con más diligencia, si bien temo que esto mismo que he dicho sea oneroso para tus ocupaciones. Pero no sólo he querido que se escribiesen a mi dictado, sino que me he cuidado de firmarlas por mi propia mano. Esto había querido hacerlo antes, si se hubiese cumplido nuestro acuerdo. Pienso que ahora no deberás ya decir que temí exponerte mi fe; no sólo te la he expuesto, sino escrito y firmado, para que nadie diga que dije lo que no dije o que no dije lo que dije. Haz tú otro tanto si buscas jueces, no jueces que hagan cumplidos en tu presencia a tu persona, sino jueces que en tus escritos ejerciten su libertad. Yo no osaría decir que temes una trampa si no lo hubieses dicho tú. Pero, si la temes, puedes no poner tu firma; en esta carta mía no he querido yo poner tu nombre por si tú no lo querías.

27. A cualquiera le es fácil vencer a Agustín: tú verás si con la verdad o con los gritos. No me toca a mí decido. A mí me basta decir que a cualquiera le es fácil vencer a Agustín. ¡Cuánto más fácil es dar la impresión de que se le ha vencido, o si tal impresión no existe, que pregone tal victoria! Todo eso es fácil; no quiero que lo tengas por mucho; no quiero que lo apetezcas como cosa grande. Porque, si en este problema descubren los hombres esa tu gran ambición cordial, muchos celebrarán haber hallado ocasión de hacerse amigo de un hombre tan poderoso con sólo decide: «Animo, ánimo». No digo que, si opinan contra ti o no favorecen tu opinión, podrán también temerte como enemigo. Es tonto y vano que así suceda, pero la mayor parte de los hombres son así.

28. No mires, pues, cómo se ha de vencer a Agustín, que es un hombre cual­quiera. Mira mejor si puede ser vencido el Homoousios no la palabra griega, que fácilmente hace reír a los ignorantes, sino aquello que está escrito: Yo y el Padre somos una misma cosa46; y también: Padre santo, conserva en tu nombre a estos que me diste, para que sean una misma cosa como nosotros47. Y poco después: No te ruego tan sólo por éstos, sino también por aquellos que creerán por la palabra de éstos en mí, para que todos sean una sola cosa como tú, Padre, en mí y yo en ti, para que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que crea el mundo que tú me enviaste. La gloria que tú me diste, se la di a ellos, para que sean una sola cosa, como tú y yo somos una sola cosa; yo en ellos y tú en mi, para que sean consumados en la unidad. Ya ves cuántas veces dice que sean una sola cosa, como nosotros somos una sola cosa48. Pero nunca dice: «Ellos y nosotros seamos una sola cosa», sino: Como tú y yo somos una sola cosa, así también ellos sean una sola cosa en nosotros. Como tenían una y misma substancia aquellos a quienes quería hacer partícipes de la única vida eterna, así también se dice, en consecuencia, del Hijo y del Padre: Somos una sola cosa, porque tienen una y misma substancia; y no participan de la misma vida eterna, sino que son la misma vida eterna. Según la forma de siervo podría haber dicho Cristo: «Yo y ellos somos una sola cosa», o bien: «Somos una sola cosa», y no lo dijo; es que quería mostrar que era una sola la substancia suya y del Padre, y otra la de ellos. Si hubiese dicho: «Para que tú y ellos seáis una misma cosa, como tú y yo lo somos», o «para que tú y yo y ellos seamos una sola cosa, como yo y tú somos una sola cosa», ninguno de nosotros rehusaría decir: «Son una cosa», aunque son diferentes substancias. Ya ves, pues, que no es así, pues no dijo eso, y lo que dijo lo recomendó con ahínco, diciéndolo muchas veces.

29. Luego ya encuentras en la Escritura «una sola cosa», originada de diferentes naturalezas, como arriba he mostrado; pero se añade o sobrentiende cuál es esa única cosa. Así, del alma y del cuerpo decimos: «Es o son un ser animado, una persona, un hombre». Si encuentras en la Escritura que se diga «son una cosa», sin añadidura alguna, fuera de las cosas que tienen la misma substancia, entonces tendrás toda la razón para pedir que te mostremos otra cosa para probar el `Homoousios. Hay, efectivamente, otras muchas cosas. Pero por ahora piensa tan sólo en ésta, deponiendo todo afán de discutir, para que tengas propicio a Dios. Porque el bien del hombre no consiste en vencer al hombre, sino en que la verdad venza al hombre y éste lo acepte gustoso. Malo es que la verdad le venza a su pesar. Preciso es que la verdad le venza, sea que el hombre la confiese, sea que la niegue. Perdona si he hablado con libertad, no para injuriarte, sino para defenderme. He presumido de tu seriedad y prudencia, que puedes hacerte cargo de la necesidad de contestar en que me has puesto. Y si esto no lo he hecho bien, perdóname igualmente. Este escrito, que he dictado y releído, lo he firmado yo, Agustín.