CARTA 232

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Año 408-410

Tema: Invitación a convertirse a la fe cristiana.

Agustín a los Habitantes de Madaura, señores ilustres hermanos amadísimos, cuya carta he recibido por el hermano Florencio.

1. Si son los católicos cristianos que hay entre vosotros los que me enviaron este escrito, me maravilla tan sólo que no hayan escrito en su propio nombre, sino en el del orden. Y si en realidad sois todos o casi todos los miembros del Senado los que os habéis dignado dirigirme la misiva me maravilla que me llaméis padre y que deseéis salud en el Señor. Con gran dolor conozco el supersticioso culto que tributáis a los ídolos. Habéis cerrado sus templos con más facilidad que los corazones, o mejor dicho, sé que tenéis los ídolos en el corazón más que en los templos. Aunque, a lo mejor, lo habéis considerado con prudencia y pensáis ya que está en el Señor la salud, que os dignáis desearme. Por favor, si no es así, ¿en qué herí u ofendí vuestra benevolencia para que creyerais que en el título de vuestra carta debíais befarme mejor que honrarme, señores honorables y amadísimos hermanos?

2. Al leer vuestro escrito: «Al Padre Agustín, salud eterna en el Señor», sentí una tan repentina esperanza, que ya me imaginaba que os habíais convertido al Señor y a esa salud eterna o que deseabais convertiros por mi ministerio. Mas, cuando leí el resto, se entibió mi corazón. Pregunté al portador de la carta si ya erais cristianos o deseabais serlo; por su contestación vi que nunca habíais cambiado de parecer. Me causó un gran dolor el que pensarais no sólo rechazar, sino también burlar el nombre de Cristo, al que ya veis sometido todo el orbe. No pude pensar en otro Señor, fuera del Señor Jesucristo, por el que podíais llamar padre a un obispo. Si quedase alguna duda sobre la interpretación de vuestras palabras, desaparecerían en el colofón de la carta, donde decís claramente: «Deseamos, señor, que goces durante muchos años en medio de tu clero, en Dios y en su Cristo». Al leer y meditar todo esto, ¿qué otra cosa pude pensar, o podría pensar cualquiera, sino que eso ha sido escrito con una intención o verídica o falaz? Si escribís con intención verídica, ¿quién os ha cerrado el camino para llegar a esa verdad? ¿Quién os lo cubrió de maleza? ¿Qué enemigo lo llenó de rocas y precipicios? En fin, si queríais entrar en la basílica, ¿quién os cerró sus puertas para que no queráis poseer con nosotros la salud en ese Señor por quien me saludáis? Y si escribís con ánimo falso y en plan de burla, ¿por qué queréis que me ocupe de vuestros negocios y os atrevéis a utilizar el nombre de aquel por quien yo puedo algo, no con la debida veneración, sino con una adulación que es un insulto?

3. Sabed, amadísimos, que os digo esto con un inefable temblor de corazón por vosotros. Sé que, si estas palabras resultan vanas, vuestra causa va a ser mucho más grave y ruinosa delante de Dios. Todas las hazañas que vuestros mayores realizaron en los tiempos pasados por el género humano, hazañas que se nos recuerdan y narran; todas las cosas que nosotros vemos y transmitimos a la posteridad, y que pertenecen a la búsqueda y mantenimiento de la verdadera religión; todo eso lo narra la divina Escritura. Y todavía está acaeciendo como se anunció que acaecería. Ya lo veis: el pueblo judío ha sido expulsado de su patria y está diseminado y difundido por todo el mundo. El origen de ese pueblo, su crecimiento, la pérdida de su reino y su dispersión por todos los lugares, se ha realizado como estaba predicho. Veis que por medio de Cristo, nacido milagrosamente de ese pueblo, se ha manifestado la palabra y la ley de Dios, y ha conquistado y ganado la fe de todas las naciones. Todo eso lo vemos anunciado como lo vemos realizado. Ya lo veis: muchos han sido separados de la raíz de la comunidad cristiana, la que por medio de las sedes apostólicas y sucesión de los obispos se difunde por el orbe y se propaga con seguridad. Ellos se glorían del nombre cristiano por las apariencias de su origen, pero son ya sarmientos secos. Nosotros los llamamos herejías y cismas. Todo fue previsto, anunciado, descrito. Veis que los templos de los ídolos en parte se han caído por falta de restauración, en parte han sido destruidos, en parte cerrados, en parte destinados a otros usos. Las mismas imágenes (de los ídolos) han sido abatidas, quemadas, ocultadas o destruidas. Las mismas autoridades seculares, que por los ídolos perseguían antes al pueblo cristiano, han sido vencidas y dominadas por los cristianos; pero no con rebeliones, sino padeciendo la muerte. Ahora esas autoridades han vuelto sus iras y leyes contra los ídolos por los que mataban a los cristianos; han sometido la diadema y oran ante el sepulcro del pescador Pedro, ápice sublime de un nobilísimo imperio.

4. Todas esas cosas hace ya mucho tiempo que fueron profetizadas en las divinas Escrituras que están ya en las manos de todos. Todas se han realizado. Eso lo celebramos con una fe tanto mayor cuanto mayor es la autoridad con que vemos que fueron anunciadas en los Libros Santos. Por favor, ¿habría de exceptuarse el juicio que Dios, según leemos a: esas Letras, efectuará entre infieles y fieles1, cuando esas cosas han ocurrido todas como se habían anunciado? ¿Pensaremos que tan sólo el juicio de Dios no se efectuará? Por el contrario, tendrá lugar, como las demás cosas anunciadas. Ningún hombre de nuestro tiempo podrá defender en aquel momento su incredulidad, puesto que a Cristo le tienen todos en la boca: el justo para proclamar su honestidad, el perjure para llevar a cabo el fraude, el rey para dominar y el soldado para luchar, el marido para gobernar y la esposa para someterse, el padre para mandar y el hijo para obedecer, el señor para dominar y el esclavo para servir, el humilde para la piedad y el soberbio para la emulación, el rico para dar y el pobre para recibir, el borracho ante la copa y el mendigo ante la puerta, el bueno para prestar y el malo para engañar. El cristiano que venera y el pagano que adula, todos cantan a Cristo, y todos, sin duda, han de dar cuenta a aquel a quien cantan de la voluntad y labios con que cantan.

5. Hay un Principio invisible y Creador, del que proceden todas las cosas que vemos, sumo, eterno, inmutable y que nadie puede expresar si no es El mismo. Hay un ser con el que la sublime majestad se manifiesta y se anuncia, la Palabra igual a quien la engendra y anuncia, y por medio de la cual se manifiesta quien la engendra. Y hay una Santidad, santificadora de todas las cosas que se hacen santas en comunión indivisible e inseparable con el Verbo inmutable, en el que se relata el Principio, ese mismo Principio que se revela en la Palabra igual a ella. ¿Quién podrá ver todo esto que yo he pretendido decir sin decirlo y no decir diciéndolo? ¿quién podrá contemplarlo con una inteligencia serena y pura y ser bienaventurado en esa contemplación, y desmayar y olvidarse en cierto modo en esa sublimidad que contempla y seguir subiendo hacia aquello ante cuya visión él se considera despreciable, en lo que consiste el ser revestidos de inmortalidad y alcanzar la salud eterna, por la que os dignasteis saludarme? ¿Quién lo podrá, sino el que rompe todas las cadenas de su soberbia, y confiesa todos los pecados, y se somete manso y humilde a recibir a Dios como maestro?

6. Antes hemos de descender de la vanidad de nuestra soberbia a la humildad, para volver a subir a la cumbre sólida. Esto no se nos pudo enseñar de un modo tanto más magnífico cuanto más suave, para que nuestra ferocidad se calmase no con la fuerza, sino con la persuasión. Aquella Palabra, por quien Dios Padre se revela a los ángeles, que es su Virtud y Sabiduría2, que no podía ser vista por el corazón humano, ciego por la codicia de las cosas visibles, se dignó encarnar y manifestar su persona en un hombre; así el hombre ha de temer el desvanecerse en el fausto humano más que humillarse a ejemplo de Dios. Lo que se predica por todo el orbe de la tierra no es el Cristo adornado con el poderío terreno, ni el Cristo rico con terrenas riquezas, ni el Cristo resplandeciente por la felicidad terrena, sino el Cristo crucificado3. De él se rieron primeramente los pueblos soberbios y aún siguen haciéndolo sus restos. En él creyeron unos pocos y ahora todos los pueblos. Porque, cuando se predicó a Cristo crucificad para que creyeran unos pocos frente a la irrisión de los pueblos, andaban los cojos, hablaban los mudos, veían los ciegos y resucitaban los muertos4. La terrena soberbia advirtió de ese modo, al fin, que en la tierra entera no había nada más poderoso que la humildad divina5. Y así la salubérrima humildad humana pudo defenderse con el patrocinio de la divina imitación contra la soberbia que la insultaba.

7. Despertad de una vez, hermanos míos y padres míos de Madaura. Dios me ha ofrecido esta ocasión de escribiros. He estado presente y colaborado con todas mis fuerzas, como Dios ha querido, en el asunto del hermano Florencio por quien me enviasteis la carta; pero era un asunto tal, que aun sin mi intervención se hubiera resuelto fácilmente. Casi todos los hombres de esa casa que están en Hipona conocen a Florencio y lamentan sinceramente su orfandad. Pero me enviasteis vuestra carta para que no sea desvergonzada la mía. Hablé acerca de Cristo a los adoradores de los ídolos, pues me ofrecisteis ocasión para ello. ¡Por favor, si no le nombrasteis vanamente en vuestra carta, que no sea vano esto que os escribo! Y si quisisteis burlaros de mí, temed a quien juzgó y de quien primeramente se rió este orbe terráqueo, que ahora está sometido y le espera a El como a juez. Será testigo del afecto que os profesa mi corazón, y que, según he podido, he expresado en esta carta. El hará de testigo en el juicio de aquel que ha de confirmar a los creyentes y confundir a los más crédulos. El Dios único y verdadero os libre de toda la vanidad de este siglo y os convierta a sí, señores honorables y amadísimos hermanos.