CARTA 225

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Año 429.

Tema: Inicio de la fe y predestinación.

Próspero a Agustín, señor y padre beatísimo, patrono inefablemente admirable, excelentísimo y digno de ser honrado sin comparación.

1. No conoces mi rostro, pero sí algo de mi pensamiento y palabra, si lo recuerdas; por mi santo hermano el diácono Leoncio te remití una carta y recibí tu respuesta. Me atrevo de nuevo a escribir a tu Beatitud, y no sólo por el gusto de saludarte, como entonces, sino también por amor a la fe, de que vive la Iglesia. Mientras mantienes la vigilancia en favor de todos los miembros del Cuerpo de Cristo1 y luchas con la fortaleza de la verdad contra las asechanzas de las doctrinas heréticas, pienso que no te resultaré pesado o importuno, cuando el tema atañe a la salud de muchos y, en consecuencia, a tu piedad. Más bien me consideraría culpable si no refiriese al cualificado defensor de la fe algo que a mi entender es harto pernicioso.

2. Muchos de los siervos de Cristo, que residen en Marsella, al leer los escritos que tu Santidad publicó contra los herejes pelagianos, estiman que es contrario a la opinión de los Padres y al pensar de la Iglesia todo lo que afirmas acerca de la vocación de los santos, según el propósito de Dios. Durante un tiempo preferían echar la culpa a la rudeza de su entendimiento antes de condenar lo que no entendían, y algunos quisieron pedir a tu Beatitud una exposición más clara y abierta. Pero entonces aconteció, por disposición de la divina misericordia, que publicaste el libro La corrección y la gracia, apoyado plenamente en la divina autoridad, pues el problema había agitado también a otros en África. Al llegar a nuestro conocimiento el libro, en tan inesperada oportunidad, pensamos que se apaciguaría la oposición de los que hacían resistencia; en efecto, a todas las preguntas que se trataba de enviar a tu Santidad, respondías tan absoluta y plenamente como si hubieras tenido especial intención de responder a lo que nos turbaba a nosotros. Al examinar el libro de su Santidad, los que ya antes seguían la santa y apostólica autoridad de tu doctrina, adquirieron mayor inteligencia e instrucción; pero, de igual modo, los que antes no veían claro por su persuasión se apartaron más aún. Hemos de temer una oposición tan radical, primero por ellos mismos, no sea que el espíritu de la impiedad pelagiana seduzca a unos varones tan nobles y egregios en el ejercicio de todas las virtudes, y después también por los simples, que tienen a éstos en una gran reverencia al ver su probidad: pensarán que es certísimo lo que éstos aseveran, pues siguen sin juicio propio su autoridad.

3. Esto es lo que ellos afirman y profesan: cierto, todo hombre pecó al pecar Adán, y nadie se salva por sus propias obras, sino por la regeneración, por la gracia de Dios pero a todos los hombres, sin excepción alguna, se ha ofrecido propiciación, que hallamos en el sacramento de la sangre de Cristo, de modo que todos los que quieran acercarse a la fe y al bautismo, pueden salvarse. Los que han de creer en los que han de permanecer en esa fe, que luego es auxiliada por la gracia, los conoció Dios antes de la creación del mundo y los predestinó a su reino2, los llamó gratuitamente y ha previsto que serían dignos por la elección y que saldrían de esa vida con una santa muerte. Todo hombre es invitado por las divinas enseñanzas a creer y obrar, para que nadie desespere de alcanzar la vida eterna, pues el premio se otorga a la devoción voluntaria. Por el contrario, el propósito de la vocación divina, según el cual se dice ya realizada la separación de los que serán elegidos y rechazados, ya antes de la creación del mundo, ya en la creación del género humano, de modo que, según el agrado del Creador, unos sean creados vasos de honor y otros vasos de afrenta3, quita a los caídos todo conato de surgir, y a los santos toda ocasión de tibieza; porque en ambos casos resulta superfluo el esfuerzo, cuando el rechazado no puede entrar por mucho que se afane, ni el elegido puede caer por negligente que sea; hagan lo que hagan, no puede acaecer otra cosa que la que Dios haya establecido; con esperanza incierta no puede ser constante la carrera, pues si la elección del que predestina es contraria, es vano el interés del que corre. Todo afán queda excluido y la virtud suprimida si un decreto divino previene a la voluntad humana; así, bajo ese nombre de predestinación, se impone una necesidad fatal; o se dice que Dios crea diferentes naturalezas, si nadie puede ser sino lo que ha sido hecho; o, para explicarte más breve y plenamente lo que éstos opinan, todo lo que tu Santidad se objeta en nombre de los adversarios, o todo lo que en los libros contra Juliano, y propuesto por él sobre ese problema, tú redujiste a polvo con poder, todo eso lo proclaman estos santos con vehemencia. Cuando les presentamos los escritos de tu Beatitud, atestados con fuertes e innumerables testimonios de las divinas Escrituras, o cuando nosotros siguiendo el modelo de tu razonamiento, les presentamos algo para acosarlos, defienden su obstinación apelando a la antigüedad. Cuando les citamos el texto de la carta a los Romanos sobre la manifestación de la gracia divina, que previene a los méritos de los electos4, afirman que ninguno de los autores eclesiásticos entendió nunca el texto como nosotros lo entendemos ahora. Y cuando les pedimos que lo expongan ellos, según el sentido de quien sea, dicen que no han hallado solución satisfactoria, y reclaman silencio sobre cosas cuya profundidad nadie alcanzó. En su obstinación han llegado a decir que nuestra fe es contraria a la edificación de los oyentes, y que, por ende, hay que ocultarla, aunque sea verdadera: es pernicioso, dicen, explicar lo que no se va a admitir, y no hay peligro en callar lo que no se puede comprender.

4. Hay entre ellos algunos que se acercan tanto a la senda pelagiana, que cuando se les obliga a confesar esa gracia de Cristo, que previene todos los méritos humanos (ya que, si se diera por méritos, en vano se llamaría gracia), dicen así: todo hombre pertenece a la condición en que no ha podido merecer previamente nada, porque no existía, y ha sido creadopor gracia del Hacedor, con libre albedrío, racional; por la discreción del bien y del mal5 puede dirigir su voluntad al conocimiento de Dios y a la obediencia de sus mandamientos y llegar a aquella gracia por la que renacemos en Cristo, es decir, por su natural facultad, pidiendo, buscando y llamando; recibe, encuentra y entra precisamente6 porque, usando bien del bien de la naturaleza, en virtud de la gracia inicial, mereció llegar a esa gracia salvante. Y establecen de la siguiente manera el propósito de la gracia que llama: Dios no destinó a nadie a su reino, a no ser por el sacramento de la regeneración, ya ese don de la salvación son llamados todos, ya por la ley natural, ya por la escrita, ya por la predicación evangélica; de tal modo que los que quieran sé hacer hijos de Dios y son inexcusables los que se niegan a ser fieles les. La justicia de Dios consiste en que perecen los que no creyeron, y su bondad aparece en que no rechaza a nadie dé la vida, sino que quiere. Que todos indistintamente se salven. Y vengan a conocer la verdad7. Para esto aducen textos en los que la exhortación de la Escritura incita a la voluntad humana a obedecer, para que los hombres con su libre albedrío hagan lo que se manda o lo rehúsen; y creen sacar la consecuencia: se dice que el prevaricador desobedece porque no quiere, y asimismo se deduce que el fiel es devoto porque quiere; tanta facultad tienen todos para el mal como para el bien, en igual momento se mueve el ánimo hacia el vicio o hacia la virtud; la gracia de Dios ayuda al que apetece el bien, y una justa condenación espera a quien sigue el mal.

5. Les objetamos la inmensa multitud de párvulos que, fuera del pecado original, bajo el cual nacen todos en la condenación del primer hombre, no han tenido aún voluntad ni acciones propias, y son apartados por juicio de Dios: al arrancarles del uso de esta vida antes de discernir el bien del mal, unos por la regeneración entran como herederos al reino celeste, otros sin el bautismo entran como deudores en la muerte perpetua. Pero éstos dicen que unos se salvan y otros se condenan, según la ciencia divina prevé cómo llegarían a ser en la edad adulta si se les hubiera prolongado la vida hasta la edad de poder obrar. Y no ven que esa gracia de Dios, que ellos hacen compañera y no previa a los méritos humanos, queda sometida también a esas voluntades que ella previene, según ellos mismos confiesan en su fantasía. Para someter la elección divina a supuestos méritos, ya que no los hallan pasados, los fingen futuros, aunque nunca existirán. Así inventan un nuevo linaje de absurdo: se prevén cosas que no han de suceder y las cosas previstas no llegan a realizarse. En cuanto a esta presciencia divina de los méritos humanos, según la cual obra la gracia de la vocación, creen presentada de un modo más racional cuando atienden a aquellos pueblos que en los siglos pasados fueron abandonados a sus propios caminos, o los que todavía hoy perecen en la impiedad de la vieja ignorancia, sin recibir la menor iluminación de la Ley o del Evangelio; porque, en cuanto se abrió la puerta a los predicadores y se abrió un camino, el pueblo de los gentiles, que estaba sentado en las tinieblas y sombra de la muerte, vio una gran luz8; los que no eran pueblo son ahora pueblo de Dios; ahora se apiada de los que antes no se había apiadado9. Luego, Dios, dicen, previó a los que iban a creer y para cada pueblo dispuso coyuntura apropiada y ministerio de maestros, porque iba a presentarse la disponibilidad a la fe de las buenas voluntades; y siempre queda en pie que Dios quiere que todos se salven y lleguen a conocimiento de la verdad10; porque son inexcusables los que por su inteligencia natural pudieron llegar al conocimiento del único Dios verdadero pero no oyeron el Evangelio porque no habían de recibirlo.

6. Nuestro Señor Jesucristo, dicen, murió por todo el género humano, y nadie se exceptúa de la redención de su sangre, aunque pase la vida sin pensar lo más mínimo en Él, porque el sacramento de la divina misericordia alcanza a todos los hombres. Muchos no son regenerados, porque se prevé que no aceptarían la regeneración. Por ende, en cuanto atañe a Dios, para todos está preparada la vida eterna; pero en cuanto al libre albedrío, la logran aquellos que creen espontáneamente a Dios y reciben el auxilio de la gracia merced a su decisión de creer. Sobre ese modo de predicar la gracia tenían antes mejores ideas estos cuya resistencia nos ofende, pero decayeron; porque si admiten que esa gracia previene todos los buenos méritos y gracias a ella pueden darse, tendrían necesariamente que conceder que Dios, según el propósito y el consejo de su voluntad, por un juicio oculto y obra manifiesta, hace un vaso de honor y otro de ignominia11. Porque nadie es justificado sino por la gracia12 y nadie nace sino en la prevaricación. Pero temen confesar eso, y rehúsan atribuir os méritos de los santos a la acción divina; no aceptan que el número de los elegidos predestinados sea fijo, pues creen que no tendrían ya medio para exhortar a los infieles y negligentes, y que sea superfluo excitar al interés y al esfuerzo, pues todo intento ha de frustrarse si cesa la elección; estiman que para que cada uno pueda ser llamado a corregirse o a progresar, tiene que saber que puede ser bueno por su diligencia y que su libertad es ayudada por el auxilio de Dios cuando ya ha elegido lo que Dios manda; en consecuencia, tratándose de gente que tiene voluntad libre, dos son los principios de la salvación humana, a saber: la gracia de Dios y la obediencia del hombre; pero quieren que la obediencia sea anterior a la gracia, para que el inicio de la salud venga del sujeto que recibe la salvación, no de Dios que la otorga; ha de ser la voluntad humana la que dé paso a la gracia divina, y no la gracia la que someta la voluntad humana.

7. La misericordia de la revelación de Dios y la enseñanza de tu Beatitud nos ha hecho ver que eso es totalmente perverso; sin duda, podemos persistir en no darles fe, pero no podemos compararnos con ellos en autoridad. Nos superan mucho por los méritos de su vida, y algunos de ellos destacan por haber adquirido poco ha el honor del sumo sacerdocio; fuera de unos pocos amadores intrépidos de la salvación se coloca inadecuadamente en el hombre; de la gracia perfecta, no es fácil que nadie ose contradecir a las discusiones de quienes le son tan superiores. Por eso, con la recepción de la dignidad ha crecido el peligro tanto para los que oyen como para los que son oídos; muchos, por reverencia a ellos, se cohíben en un inútil silencio, o asienten con indiferencia; y les parece que es totalmente seguro lo que casi nadie critica. En estos restos de la impiedad pelagiana se alimenta bien la fibra de una no mediocre virulencia; el principio de la salvación se coloca inadecuadamente en el hombre; la voluntad humana es preferida impíamente a la voluntad divina, y así la verdad es que es ayudado el que quiere y no que quiere el que es ayudado; el que era ya malo, se cree equivocadamente que comenzó a ser bueno por sí mismo y no por el Sumo Bien; se agrada a Dios, pero no por lo que El donó; por eso, en este problema, padre beatísimo, padre óptimo, en cuanto puedas con la ayuda de Dios, ofrécenos la diligencia de tu piedad; dígnate dilucidar con explicaciones lo más claras posibles los puntos que en este problema son más oscuros y difíciles de entender.

8. Ante todo, puesto que hay muchos que estiman que esta disparidad de puntos de vista no pone en peligro la fe cristiana, haznos ver cuánto peligro hay en su opinión. Explícanos luego cómo esta gracia preveniente y cooperante no impide el libre albedrío. Sepamos luego si la presciencia de Dios sigue a su decreto de modo que lo que es decretado sea aceptado como previsto, o bien se trata de dos cosas distintas que puedan variar según los géneros de las causas y las especies de las personas. Así habría una vocación para aquellos que son salvados y no harán nada por su parte, como dando la impresión de que sólo existe el decreto de Dios; habría otra para los que han de hacer algo bueno, y en éstos el decreto puede basarse en la presciencia; la presciencia y el decreto no pueden separarse por una distinción temporal, pero pudiera ser que la presciencia dependiera en algún orden y siempre del decreto; y al modo que no hay nada en ningún asunto que la ciencia divina no haya prevenido, así no haya bien alguno que no haya llegado a nuestra participación sino por la acción de Dios. Finalmente, haznos ver que la predicación del decreto de Dios, por el que llegan a creer los que han sido preordenados a la vida eterna, no sirve de impedimento a los que necesitan exhortación, ni tienen ocasión de negligencia, si desconfían de ser predestinados. Te pedimos que, soportando pacientemente nuestra insipiencia, nos digas cómo se resuelve la gran objeción: examinadas las opiniones de los antiguos sobre este punto, en casi todos se halla una sola e idéntica postura, es decir, han visto el decreto y la predestinación de Dios a la luz de la presciencia: Dios hizo a unos vasos de honor y a otros vasos de ignominia13, porque previó el fin de cada uno y sabía de antemano cuál iba a ser su voluntad y su acción bajo el auxilio de la gracia.

9. Cuando nos hayas explicado todo esto, y quizás otras cosas que puedas descubrir con tu mirada más profunda, y pertinentes a este problema, creemos y esperamos que no sólo habrás robustecido con la ayuda de tu exposición nuestra debilidad, sino que recibirán también la luz purísima de la gracia estos varones, excelentes por sus méritos y honores, a los que envuelve la tiniebla de esa opinión. Sepa tu Beatitud que uno de ellos, Hilario, obispo de Arlés, que destaca por su autoridad y afanes espirituales, es un gran admirador y seguidor en todos los otros problemas de tu doctrina; sobre este punto discutido, hace tiempo que quería manifestar por carta a tu santidad su opinión. Pero no sabemos si lo hará; y puesto que en el vigor de tu caridad y de tu ciencia descansa nuestra fatiga, en virtud de la gracia de Dios que nos provee en este siglo, reparte tu erudición a los humildes Y. tu reprensión a los soberbios. Es necesario y útil volver a repetir lo que fue escrito, para que no se estime fútil lo que no se refuta una y otra vez. Llaman sano lo que no duele; y no sienten la herida cicatrizada superficialmente.

Pero han de saber que cuando el tumor persevera, es necesario llegar al bisturí. Que la gracia de Dios y la paz de Nuestro Señor Jesucristo te coronen en todo tiempo, y que después de caminar de virtud en virtud te glorifiquen para siempre señor y padre beatísimo, inefablemente admirable, digno de honor sin comparación y exce1entísimo protector.