Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: Comienzo del 428.
Tema: Nueva solicitud del catálogo de herejías.
Quodvultdeo, diácono, a Agustín, señor justamente venerable y santo padre en verdad beatísimo.
1. Recibí una nota de tu Reverencia, que te dignaste enviarme por un eclesiástico. La que tu Beatitud me envió primero, según dices, por el honorable Filócalo, no ha llegado aún a mis manos. Soy siempre consciente de mis pecados, pero ahora veo que con vistas a conseguir lo que te pedí, mi persona se constituye en impedimento para el bien de toda la Iglesia. Mas confío plenamente en que quien se dignó borrar los crímenes del género humano, por la gracia de su Unigénito, no permitirá que los míos prevalezcan para mal de todos sino que, más bien, donde abundó el pecado hará sobreabundar la gracia1, señor merecidamente venerable y en verdad beatísimo y santo padre. No fui tan ignorante que no predijera la dificultad de lo que te pedía con encomio y que tu capacidad de hacer el bien debía prestarnos a los ignorantes; simplemente presumí con corazón veraz de la abundancia de esa divina fuente que el Señor te da.
2. Me indicas que los venerables obispos Filastrio y Epifanio escribieron algo parecido a lo que solicito y que yo desconozco como otras cosas, o, mejor, como todas Pero pienso que no han guardado esa preocupación y diligencia de ir anotando a cada opinión la respuesta contraria y las prácticas religiosas correspondientes. Quizás esa obra de uno y de otro, sea como sea, no tiene la brevedad que yo deseo. En vano se me recomienda la facundia griega a mí, un hombre que o aprendió el latín, Y yo no pedía sólo un consejo, sino también algo que me ayudase. ¿Qué diré a tu Veneración acerca de la dificultad y oscuridad de los traductores, cuando tu lo sabes mucho mejor que yo? Añádase todavía que. Después de muertos esos autores, se dice que han aparecido nuevas herejías, que ellos no mencionaron.
3. Por ende, me acojo al peculiar patrocinio de tu piedad y, por mi voz y el deseo de todos, apelo a ese corazón santo de piedad siempre dispuesto a la misericordia; dejando a un lado los sabores exóticos de que hablas en tu primera carta, no nos niegues el pan africano, que nuestra provincia suele tener por alimento principal, condimentándolo con el maná del cielo, a quienes llamamos ya muy tarde y padecemos hambre. En cuanto a mí, no dejaré de llamar, hasta que me escuches, para que logre con mi incansable impertinencia lo que no es privilegio de mis méritos, que no existen.