CARTA 220

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Primavera del año 426-otoño del 427.

Tema: Exhortaciones morales.

Agustín a Bonifacio, señor e hijo al que la misericordia de Dios ha de proteger y regir con vistas a la salud presente y a la eterna.

1. Nunca hubiera podido hallar un hombre más fiel y que tuviera más fácil acceso a tus oídos para llevar mi carta que d siervo y ministro de Cristo que ahora me ha ofrecido el Señor. Es el diácono Pablo, amadísimo de nosotros dos. Porque yo quería hablarte, no en favor de tu poder, ni de la dignidad que representas en este siglo maligno, ni en favor de la incolumidad de tu carne corruptible y mortal1, pues ella es transitoria y no sabemos cuánto durará, sino en el de la salud que Cristo nos prometió. El fue aquí deshonrado y crucificado para enseñarnos a desdeñar más bien que amar los bienes de este siglo, y amar y esperar de Ello que mostró en su resurrección. Porque resucitó de entre los muertos y ya no morirá ni la muerte le dominará2.

2. Sé que no faltan hombres que te aman según la vida de este mundo y según ella te dan consejos, unas veces útiles y otras inútiles. Son hombres y en cuanto pueden, piensan sólo en el presente, desconocedores de lo que les va a ocurrir al día siguiente. En cambio, no es fácil que nadie te aconseje en relación a Dios para que no perezca tu alma. No es que falten quienes puedan hacerlo, pero es difícil que hallen ocasión de hablarte sobre ello. Yo mismo siempre lo deseé y nunca hallé lugar y tiempo para tratar contigo lo que yo tenía que tratar con un hombre a quien amo intensamente en Cristo. Bien sabes cómo me viste en Hipona, cuando te dignaste venir a verme, pues apenas me permitía hablar mi agotamiento. Ahora, pues, hijo, escúchame cuando te hablo siquiera por escrito, Por los riesgos que corres nunca pude enviarte mi carta, pensando en el peligro proveniente del portador de la misma y temiendo que ella fuese a parar en manos de quien ye no quisiera. Te pido que me perdones si crees que temí más de lo debido, pues ya te he dicho lo que temía.

3. Escúchame, o mejor, escucha a Dios nuestro Señor, por el ministerio de mi debilidad. Recuerda cómo eras cuando aún vivía corporalmente tu primera mujer, de religiosa memoria; cómo a raíz de su muerte reciente te había horrorizado la vanidad de este mundo y cómo deseabas ser siervo de Dios. Nosotros lo sabemos; somos testigos de lo que hablaste con nosotros en Tubunas acerca de tus intenciones y propósitos. Estábamos solos contigo yo y el hermano Alipio. No creo que hayan podido tanto las preocupaciones terrenas en que estés envuelto, que hayan logrado borrártelo totalmente dela memoria. Deseabas abandonar tu actuación pública, en lo que estabas comprometido, y entregarte al ocio santo, y seguir et género de vida que viven los monjes y siervos de Dios. ¿Quién se apartó de ello, sino la consideración que te hicimos sobre las ventajas que tu actividad aportaba a las iglesias de Cristo, si la desempeñabas con la única intención de llevar una vida serena y tranquila, defendidas de las incursiones de los bárbaros, como dice el Apóstol, con toda piedad y castidad?3 Quedamos en que nada buscarías de este mundo sino lo que fuere necesario para sustentar tu vida y la de los tuyos, ceñido con el cinturón de una castísima continencia y en medie de las armas materiales, defendido con más seguridad y fortaleza con las armas espirituales.

4. Cuando nos gozábamos de este propósito tuyo, te hiciste a la vela y te casaste de nuevo. Te hiciste a la mar por la obediencia que, según el Apóstol, debías a la autoridad superior4, pero no te hubieses casado si no hubieses sido vencido por la concupiscencia, abandonando la castidad prometida. Te confieso que, cuando lo supe, quedé pasmad: de extrañeza. Algún consuelo hallé en mi dolor al saber que no habías querido casarte sino después que tu prometida se hizo católica. Pero la herejía de los que niegan al verdadero Hijo de Dios tuvo tanta influencia en tu casa, que tu hija fue bautizada por esos herejes. Si no es falso lo que nos han contado, y ojalá lo sea, las mismas esclavas consagradas a Dios han sido rebautizadas. ¿Con cuántas fuentes de lágrimas habrá de llorarse tamaño mal? Dicen los hombres, y quizá mientan, que ni siquiera te contentaste con tu esposa, sino que te has manchado pecando con no sé cuántas concubinas.

5. ¿Qué diré ante tantas y tamañas desventuras, conocidas de todos, que has cometido después de casarte? Eres cristiano, tienes corazón, temes a Dios. Considera tú mismo lo que no quiero decir, y verás de cuántos males has de hacer penitencia; sólo por ella creo que te perdona Dios y te librará de todos los peligros, para que la hagas como debes hacerla. Oye lo que está escrito: No tardes en convertirte al Seño ni lo difieras de día en día5. Dices que tienes un motivo razonable, pero que yo no soy tu juez, ya que no puedo oír a ambas partes. Pero sea el que sea tu motivo, que ahora no es menester investigar o someter a discusión, ¿acaso podrás negar delante de Dios que no hubieses caído en estos aprietos si no hubieses amado los bienes de este siglo? Debiste desdeñarlos en absoluto y tenerlos por nada, como siervo de Dios, tal como antes te conocíamos. Podías tomar lo que te ofrecieran y usar de ello con piedad, pero no exigir lo que se te negara o hubiera sido confiado a otro de modo que cayeras en esa necesidad por culpa de esos bienes. Cuando se aman cosas vanas, se perpetran males. Y quizá tú perpetras pocos, pero por ti se perpetran muchos. Cuando se temen cosas que molestan durante poco tiempo, si es que molestan, se cometen cosas que molestarán de verdad y para siempre.

6. Por mentar una de tantas cosas, ¿quién no ve que tienes muchos hombres a tu lado para proteger tu poder o salud? Aunque todos te sean fieles y no hayas de temer traición de ninguno de ellos, quieren además valerse de ti para alcanzar aquellos bienes que aman, no según Dios, sino según el mundo. Y tú, que debiste reprimir y refrenar tus concupiscencias, te ves forzado a satisfacer las ajenas. Para lo cual han de ejecutarse muchas cosas que ofenden a Dios y ni aun así se satisfacen, pues más fácil es desarraigarlas en aquellos que aman a Dios que satisfacerlas en aquellos que aman al mundo. Por lo cual dice la divina Escritura: No améis al mundo ni las cosas que hay en él. Si alguno amar e al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del mundo. La cual no viene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa y su concupiscencia, mas quien hace la voluntad de Dios perdura siempre, como Dios perdura siempre6. ¿Cuándo podrás, no digo saciar, lo cual es imposible, sino calmar en parte los apetitos de tantos hombres armados, cuya concupiscencia has de alimentar y cuya atrocidad has de temer? ¿Cuándo podrás calmarlos, para que el desastre no sea total, sino haciendo lo que Dios prohíbe y por lo que castiga a los que los hacen? Por todo eso ves el país tan desolado que apenas se halla ya cosa, por poco valor que tenga, que robar.

7. ¿Qué diré de la devastación que los bárbaros del África llevan a cabo en la misma África sin que nadie les ofrezca resistencia, mientras tú te ocupas de tus asuntos personales y no tomas ninguna providencia para alejar esa calamidad ¿Quién hallándose en África hubiera temido o creído que, hallándose en África como gobernador Bonifacio, general de la guardia de corps, con tan grande ejército y poder que, siendo tribuno y con la sola ayuda de unos pocos aliados había vencido y aterrado a todos esos pueblos, los bárbaros llegarían a atreverse a tanto, a avanzar tanto que devastasen y saqueasen tan grandes regiones, dejasen desiertas tantas plazas? Cuando tú asumiste la autoridad de gobernador, decían todos sin excepción que esos bárbaros africanos no sólo quedarían doblegados, sino que pasarían a ser tributarios del pueblo romano. Y ahora ya ves cómo la esperanza de los hombres ha tomado la dirección contraria. No hay para qué hablar más de esto contigo, pues tú puedes pensado mejor que yo decirlo.

8. Quizá digas que la responsabilidad de esto ha de imputarse a los que te ofendieron, los que han pagado tus heroicos servicios no con lo mismo, sino con lo contrario. Yo no puedo oír ni juzgar esas razones. Pero mira y considera mejor la causa que sabes que tienes con Dios, no con los hombres. Puesto que vives con la fe en Cristo, a El has de temer ofenderle. Yo miro más bien a las razones superiores: si el África padece tantos males, los hombres deben imputado a sus pecados. Y yo no quiero que tú pertenezcas al número de aquellos por cuya maldad e iniquidad castiga Dios con penas temporales a los que quiere castigar. Porque para esos inicuos, y no se corrigen, reserva los eternos suplicios aquel que utiliza justamente la malicia de ellos para causar a otros algunos males temporales. Tú fija tu mirada en Dios, observa a Cristo, que tantos bienes otorgó y tantos males soportó. Todos los que desean pertenecer a su grey y vivir con El y bajo El una vida bienaventurada y eterna, aman también a sus enemigos7, hacen bien a los que les odian y oran por sus perseguidores. Y si alguna vez para mantener la disciplina emplean una molesta severidad, no pierden la más auténtica caridad. El Imperio romano te ha otorgado muchos beneficios, aunque terrenos y transitorios. Es terreno y no celeste, y no puede ofrecer sino lo que tiene en su poder. Pues, si te ha otorgado tantos beneficios, no le devuelvas mal por bien; y si te ha causado males, no devuelvas mal por mal8. ¿Cuál de estas dos cosas ha sucedido? No lo quiero discutir ni lo puedo juzgar. Yo hablo a un cristiano: «No devuelvas mal por bien, ni mal por mal».

9. Quizá me dirás: «¿Qué quieres que haga en este aprieto?» Si me pides un consejo según este mundo, para asegurar esa tu salud transitoria, ese poder y esa opulencia, para conservar lo que tienes o para aumentarlo, no sé qué contestarte. Para esas cosas inseguras no puede haber un consejo seguro. En cambio, si me pides un consejo según Dios y temes las palabras de la Verdad, que dice: ¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo, si padece detrimento su alma?9, tengo algo que decirte, un consejo que puedes escuchar. Pero no hay necesidad de aducir otra cosa que la arriba citada: No ames al mundo ni las cosas que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo no está en él el amor del Padre. Porque todo le que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición del mundo, la cual no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa y su concupiscencia. Pero quien hiciere la voluntad del Padre perdura para siempre, como también Dios permanece siempre10. He ahí el consejo. Tómalo y actúa, que se vea ahí si eres varón fuerte. Vence las apetencias con que se ama este mundo. Haz penitencia por los males pasados, cuando, vencido por las concupiscencias, eras arrastrado por deseos vacíos de contenido. Si tomares este consejo, si lo retuvieres y conservares, llegarás a aquellos bienes seguros y te conducirás con salud de tu alma entre estos bienes inseguros.

10. Quizá me preguntes cómo podrás realizar eso metido como estás en tantos atolladeros de este mundo. Ora con fortaleza y di a Dios lo que está escrito en el Salmo: ¡Sácame de mis angustias!11 Se acaban estas angustias cuando se vencen aquellas concupiscencias Dios te oyó, y a nosotros en tu favor, para que fueses librado de tantos y tantos, y tan grandes riesgos de batallas visibles y dirimidas con el cuerpo, en las que sólo peligra esta vida que alguna vez ha de acabar, pero en las que no perece el alma, si no se deja cautivar por los apetitos malignos. Dios te oirá también para que venzas invisible y espiritualmente a los enemigos interiores e invisibles, esto es, a las apetencias, y así uses este mundo como si no lo usaras12; para que con sus bienes hagas cosas buenas en vez de hacerte tú malo. Esas realidades son buenas, y no las das a los hombres sino aquel que tiene el poder sobre todo lo celestial y terreno. Para que no se crea que son malas, se las da a los buenos también; pero también se las quita a los buenos para que sean probados y a los malos para que sean atormentados.

11. ¿Quién no sabe, quién es tan necio que no vea que la salud de este cuerpo mortal, el vigor de los miembros corruptibles y la victoria sobre los adversarios, el honor y el poder temporales y todos los demás bienes terrenos, se dan a los buenos y a los malos y se quitan a los unos y a los otros. En cambio, la salud del alma, con la inmortalidad del cuerpo, el vigor de la justicia, la victoria sobre las concupiscencias adversas, el honor, la gloria y paz eternas, no se dan sino a los buenos. Ama, pues, estas cosas, éstas codicia, éstas busca por todos los medios. Para logradas y adquiridas, da limosnas, eleva oraciones, ejercítate en el ayuno cuanto te sea posible sin dañar tu cuerpo. Pero no ames esas cosas terrenas por mucho que abunden. Úsalas de modo que con ellas hagas muchos bienes y no hagas ningún mal por ellas. Porque todo eso perecerá, mas las buenas obras no perecerán, ni siquiera las que se hacen con bienes perecederos.

12. Si no estuvieses casado, te diría lo que dijimos en Tubunas: que vivieses en la santidad de la continencia. Aun te añadiría lo que entonces te prohibimos hacer: que te retiraras de los asuntos bélicos todo lo que pudieras, salva la paz de las cosas humanas, y en la sociedad de los santos vivieras aquella vida que entonces deseabas vivir. En ella luchan en silencio los soldados de Cristo, no para matar a los hombres, sino para vencer a los príncipes, potestades y espíritus de maldad13, esto es, al diablo y a sus ángeles14. A estos enemigos vencen los santos, aunque no pueden verlos; aunque no los ven, los dominan, cuando dominan lo que ven. Pero no te exhortaré a vivir esa vida, ya que te sirve de impedimento la esposa,sin cuyo consentimiento ya no te es lícito vivir en continencia. No debías haberla tomado, después de las palabras que pronunciaste en Tubunas, pero ella se casó contigo en inocencia y buena fe, no sabiendo nada de todo esto. ¡Ojalá pudieras persuadirla a que abrace la continencia para dar a Dios sin impedimento lo que sabes que le debes! Mas, si no puedes lograrlo, guarda por lo menos la castidad conyugal y reza a Dios, que ha de sacarte de esos aprietos, para que algún día puedas lo que ahora no puedes. El tener mujer no te impide o no debe impedirte amar a Dios y no amar al mundo, ni mantener la fe y buscar la paz aun en las mismas batallas, si no puedes evitarlas, ni hacer el bien con los bienes del mundo o evitar hacer el mal por amor de esos bienes. Esto, hijo amadísimo, me exige que te escriba la caridad con que te amo según Dios y no según este mundo. Escrito está: Corrige al sabio y te amará; corrige al necio y todavía añadirá el odio15. Pensando en eso, he debido creer que eres sabio y no necio.