Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: Verano del año 418.
Tema:El caso del monje Leporio.
Los obispos Aurelio, Agustín, Florencio y Segundo saludan en el Señor a Próculo y Cilenio, señores amadísimos, hermanos honorables y colegas en el sacerdocio.
1. Vuestra Santidad corrigió con razón y oportunidad a nuestro hijo Leporio por la presunción de su error. Al salir de ahí, saludablemente turbado, vino a nosotros y le recibimos para que se corrigiese y sanase. Vosotros habéis obedecido al Apóstol al corregir a los inquietos y nosotros al consolar a los pusilánimes y recibir a los débiles1. Como hombre, fue sorprendido en un delito2 no pequeño, como es el mantener algunas opiniones no rectas ni verdaderas acerca del unigénito Hijo de Dios, que en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y que, al llegar la plenitud del tiempo, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Negaba que Dios se hubiese hecho hombre, temiendo que se siguiera una indigna mutación o corrupción en la substancia divina, por la que Cristo es igual al Padre3. No vio que inventaba una cuarta persona en la Trinidad, cosa totalmente ajena a la fe sana. Con la ayuda de Dios le hemos instruido con espíritu de mansedumbre, máxime teniendo en cuenta que el vaso de elección4 al ver esto añadió: no sea que mirando por ti mismo también tú seas tentado5, para que nadie se goce de haber llegado a un tal aprovechamiento espiritual, que se imagine no poder ser ya tentado como hombre. Añadió, además, el Apóstol una afirmación saludable y pacífica, para que los unos llevemos las cargas de los otros, pues así cumpliremos la ley de Cristo6 El que piensa que es algo, no siendo nada, se engaña a si mismo7, dilectísimos y honorables hermanos.
2. Quizá no hubiésemos podido lograr su enmienda si vosotros no hubieseis condenado antes lo que en él había contrario a la verdad. El mismo Señor y Médico nuestro, que dijo: Yo castigaré y yo sanaré8, utilizando sus vasos y ministros golpeó por medio de vosotros al engreído y sanó por medio de nosotros al arrepentido. El mismo administrador y provisor de su casa destruyó por vosotros lo mal edificado y edificó por nosotros lo que debía construirse. El mismo diligente agricultor de su heredad desarraigó por vosotros lo estéril y dañino y plantó por nosotros lo útil y fecundo. Demos, pues gloria, no a nosotros, sino a su misericordia, pues en sus manos9 están nuestras personas y nuestras palabras. Y así como en el citado hijo nuestra humildad alabó vuestro ministerio así vuestra Santidad ha de congratularse en el nuestro. Acoged, pues, con corazón paterno y fraterno a quien se ha corregido por nuestra misericordiosa mansedumbre, como nosotros le acogimos tras la corrección recibida de tu misericordiosa severidad. Nosotros y vosotros hemos tenido papeles distintos, pero una misma caridad hizo ambas cosas necesarias para la salvación del hermano. Un solo Dios lo hizo, pues Dios es caridad10.
3. Como nosotros le hemos recibido por su presencia, recibidle vosotros por su carta. Hemos creído deber firmarla para testimoniar que es suya. Tras la oportuna amonestación no tuvo dificultad en comprender que Dios se había hecho hombre, pues La Palabra se hizo hombre y la Palabra era Dios11. El Apóstol le enseñó que la encarnación no significó para ella perder lo que era, sino asumir lo que no era: que al anonadarse no perdió la forma de Dios, sino que recibió la de siervo12. Lo que él temía al negarse a confesar que Dios hubiese nacido de mujer, que hubiese sido crucificado y que hubiese padecido otras debilidades humanas, era que se creyese que la divinidad se había cambiado en hombre y que hubiese sufrido corrupción al mezclarse con el hombre Piadoso temor, pero incauto error. Llevado por la piedad, vio que la divinidad no podía sufrir cambio alguno, pero fue un incauto al suponer que el hijo del hombre podía separase del Hijo de Dios, de modo que fueran dos personas distintas y que uno de ellos no era Cristo, o que había dos Cristos luego reconoció que la Palabra de Dios, es decir, el Hijo unigénito de Dios, se hizo hijo del hombre, de manera que ninguno de los dos se convirtió en el otro, sino que permaneciendo ambos en su propia naturaleza, Dios sufrió en cuanto hombre las debilidades humanas, pero conservando íntegra en sí mismo la naturaleza divina. Y sin temor alguno confesó a Cristo como Dios y hombre. A partir de entonces, temió más la adición de una cuarta persona en la Trinidad que aquel detrimento de la naturaleza de la divinidad. No dudamos de que vuestra Dilección recibirá con gozo su enmienda y la dará a conocer a aquellos a quienes su error escandalizó. Los que con él vinieron, con él se corrigieron y sanaron, como va expreso en sus firmas, que fueron estampadas en nuestra presencia. Sólo queda que en la respuesta de vuestra Beatitud os dignéis alegramos con vuestra alegría por la salud del hermano. Deseamos, dilectísimos honorables hermanos, que gocéis de salud en el Señor y que: os acordéis de nosotros.