CARTA 217

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Poco después del 416.

Tema: El inicio de la fe; doctrina católica sobre la gracia.

El obispo Agustín siervo de Cristo, y por él siervo de sus siervos, saluda en él al hermano Vidal.

1. Me llegaron noticias poco buenas de ti. Desde ese momento he rogado al Señor y, hasta que me lleguen otras buenas, sigo rogando todavía para que no desdeñes mi carta y la leas para tu salud. Si Dios escucha mi oración por ti, me concederá también que le ofrezca" por ti acciones de gracias. Si lo consigo, ningún reparo tendrás que oponer al principio de mi carta. Lo que pido por ti es que tu fe sea recta. Si no te desagrada que pidamos eso por nuestros seres queridos, si reconoces que esta oración es cristiana, si recuerdas haber rezado de ese modo también tú por tus allegados o reconoces que debes orar, ¿por qué dices eso que he oído que dices, a saber: «que el creer rectamente en Dios y concordar con el Evangelio no es un don de Dios, sino que es de nuestra cosecha, es decir, de la propia voluntad, y que Dios no nos lo ha obrado en el corazón»? Y cuando al respecto te preguntan: «Entonces ¿qué significa lo que dice el Apóstol: Dios obra en vosotros también el querer?1, tú contestas: «Por su ley y por sus Escrituras, que leemos u oímos, Dios hace que queramos; pero el consentir o no consentir a ellas es tan nuestro, que se realizará si queremos; y si no queremos, haremos que nada valga en nosotros la operación de Dios. Porque -dices- Dios hace que queramos -en cuanto es obra suya- en cuanto que nos son conocidas sus palabras. Pero, si no queremos asentir a ellas, hacemos que su operación no tenga influencia alguna en nosotros». Si eso dices, contradices a nuestras oraciones.

2. Di, pues, con toda claridad que no debemos orar por aquellos a quienes predicamos el Evangelio, para que crean, sino que debemos tan sólo anunciárselo. Ejercita tu afán de discutir contra las oraciones de la Iglesia. Cuando oigas que el sacerdote de Dios desde el altar de Dios exhorta al pueblo de Dios a orar por los incrédulos, para que Dios los convierta a la fe; por los catecúmenos, para que les inspire el deseo de la regeneración; por los bautizados, para que por su divino don perseveren en lo que comenzaron a ser, búrlate de esas palabras piadosas. Di que tú no atiendes a esa exhortación, esto es, que no ruegas a Dios por los infieles, para que los lleve a la fe, porque ésos no son beneficios de la divina misericordia, sino deberes de la voluntad humana. Y puesto que has sido educado en la iglesia cartaginesa, condena el libro del beatísimo Cipriano sobre la oración del Señor, pues al exponerla ese doctor, muestra que hay que pedir a Dios Padre lo que tú dices que el hombre recibe del hombre, esto es, de sí mismo.

3. Y si te parece que es poco lo que he dicho sobre las oraciones de la Iglesia y sobre el mártir Cipriano, escucha cosas mayores. Reprende al Apóstol, que dijo: Oramos a Dios para que no obréis ningún mal2. No dirás que no hace ningún mal el que no cree en Cristo o el que abandona la fe de Cristo. Por eso, cuando el Apóstol dice: Para que no hagáis ningún mal, no quiere que se realicen esos males. No le basta mandar; confiesa que ruega a Dios para que no se realicen, sabiendo que Dios corrige y dirige la voluntad humana para que no los realice. Porque el Señor dirige los pasos del hombre, y éste quiere su camino3. No dice «y aprenderá, o retendrá, o caminará», o cosa semejante; podr1a decir que eso lo da Dios al que ya quiere su camino; así daría a entender que al beneficio con que Dios dirige los pasos del hombre para que aprenda su camino, y lo retenga, y camine por él, le precede la buena voluntad del hombre; y que el hombre merece el don de Dios por su buena voluntad precedente. Por el contrario, dice: El Señor dirige los pasos del hombre y éste quiere su camino, para que entendamos que esa misma buena voluntad por la que empezamos a querer creer (pues el camino de Dios no es otra cosa que la fe recta) es un don de aquel que primeramente dirige nuestros pasos justamente para que queramos. La Escritura no dice: «El Señor dirige los pasos del hombre porque éste quiso ya su camino», sino que los dirige, y entonces el hombre quiere. Luego no los dirige porque el hombre quiso, sino que quiere porque Dios los dirige.

4. A este punto quizá digas que eso lo realiza el Señor, cuando se lee o se oye su doctrina, si el hombre consiente con su voluntad a la verdad que lee u oye. Dices tú: «Porque, si al hombre se le oculta la doctrina de Dios, no serán dirigidos sus pasos, dirección necesaria para que quiera el camino de Dios». Por donde se ve que opinas que el Señor sólo dirige los pasos del hombre para que elija el camino divino por ese medio, ya que, sin la enseñanza de Dios, no se le manifiesta la verdad a que consentir con su propia voluntad. «Si consiente a ella -sigues diciendo-, cosa que está en poder de su libre albedrío, se afirma con razón que Dios dirige sus pasos para que quiera el camino de aquel cuya enseñanza si­gue, gracias a la información precedente y al consentimiento subsiguiente. Si quiere, eso lo hace con su libertad natural: y si no quiere, no lo hace. Y, según lo que haga, recibirá premio o castigo». Esta es aquella afirmación de los pelagianos, desgraciadamente extendida, justamente reprobada, condenada por el mismo Pelagio, cuando temió ser condenado en el tribunal de obispos orientales; consiste en decir que la gracia de Dios no se da para las acciones singulares, sino que consiste en el libre albedrío o en la ley y doctrina. ¿Tan pesados de corazón seremos, hermano4, que admitimos la afirmación pelagiana sobre la gracia de Dios, o, mejor dicho, contra la gracia de Dios, que el mismo Pelagio condenó, sin duda fingidamente, pero por miedo a los jueces católicos?

5. ¿En qué modo -dirás- podremos responder? ¿No crees que la respuesta más fácil y clara es aceptar lo que antes dijimos de la oración, de manera que ningún asalto del olvido lo arranque de nuestra mente y ningún sofisma de argumentación lo arrebate? Escrito está: El Señor dirige los pasos del hombre, y éste quiere su camino5; y también: La voluntad es preparada por el Señor6. Asimismo: Dios es el que obra en vosotros también el querer7. En estos y otros muchos pasajes se pregona la auténtica gracia de Dios, esto es, la que no se da por méritos nuestros, sino que trae consigo los méritos cuando se da. Porque previene la buena voluntad del hombre: no la halla, sino que la produce en el corazón de quien sea. Si Dios preparase y moviese la voluntad del hombre tan sólo en cuanto que presenta al libre albedrío su ley y doctrina, y no moviese su entendimiento con aquella profunda y secreta vocación, para que otorgue el asentimiento a esa ley y doctrina, bastaría, sin duda, leerla o entenderla a través de la lectura, o exponerla y predicarla; no sería menester orar para que Dios convierta a su fe los corazones de los infieles y otorgue con la generosidad de su gracia a los convertidos un perseverante progreso. Y si no niegas que hay que pedirla a Dios, ¿qué te queda, hermano Vital, sino confesar que la otorga aquel a quien admites que hay que pedirla? Pero, si niegas que debemos pedírsela a él, contradices a su enseñanza, pues en ésta hemos aprendido también que tales cosas hay que pedírselas a él.

6. Conoces la oración del Señor, y no dudo que dices a Dios: Padre nuestro, que estás en los cielos8, etc. Lee al bienaventurado Cipriano, que la expone, y considera con atención y entiende sumisamente cómo comenta las palabras: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo9. Sin duda te enseñará a rezar por los enemigos de la Iglesia, los infieles, según el precepto del Señor, que dice: Rogad por vuestros enemigos10. Te enseñará a pedir que se haga la voluntad de Dios así en aquellos que por su infidelidad no llevan sino la imagen del hombre terreno, y por eso justamente se llaman tierra, como en aquellos que ya son fieles y llevan la imagen del hombre celeste, y por eso reciben el nombre de cielo11. El Señor nos mandó orar por nuestros enemigos. Y el gloriosísimo mártir, al exponer aquella frase de la oración: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo12, dice que pidamos para ellos la fe que tienen ya los fieles. Estos enemigos de la piedad cristiana, o no quieren oír la ley de Dios y la enseñanza mediante la cual se predica la fe de Cristo, o la oyen o leen para detestada, befada y blasfemar contra ella, oponiéndosele con todas sus fuerzas. Luego nuestras oraciones a Dios para que los infieles crean y den su consentimiento a la enseñanza que contradicen son vanas e inútiles, más bien que verdaderas, si no toca a la gracia de Dios el convertir a la fe esas mismas voluntades humanas contrarias a la fe. Vana e inútil, más bien que verdaderamente, damos gracias a Dios con gran exultación cuando algunos de ellos creen si no es obra de Dios.

7. No engañemos a los hombres, ya que no podemos engañar a Dios. Y no oramos a Dios, sino que fingimos orar, si creemos que somos nosotros mismos, y no El, quien hace lo que oramos. En ningún modo damos gracias a Dios sino que fingimos darlas, si no creemos que es El quien hace aquello por lo que damos gracias. Si en las conversaciones de los hombres hay labios mentirosos13, no los haya por lo menos en la oración. Lejos de nosotros el negar con el corazón que Dios hace aquello que le pedimos que haga con nuestros labios y palabras. Lejos también de nosotros, lo que es más grave el callarlo en nuestras conversaciones para engañar a otros, no sea que, mientras queremos defender ante los hombres el libre albedrío, perdamos ante Dios el auxilio de la oración y no sea auténtica nuestra acción de gracias, pues no reconocemos la auténtica gracia.

8. Si queremos defender verdaderamente el libre albedrío, no combatamos aquello que lo hace libre. Quien combate la gracia, que da a nuestro albedrío la libertad de apartarse del mal y hacer el bien14, quiere que siga cautivo su albedrío. ¿Cómo dice el Apóstol: Dando gracias al Padre, que nos hizo capaces de participar en la suerte de los santos en la luz; que nos sacó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor?15 Responde: «¿Por qué dice eso, si no libra Dios nuestro libre albedrío, sino que él se libera a sí mismo?» Luego mentimos cuando damos gracias a Dios como si El hiciese lo que no hace. Y erró el que dijo que Dios nos hizo capaces de participar en la suerte de los santos, porque nos sacó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor. Responde: « ¿Cómo disponíamos del libre albedrío para apartamos del mal y hacer el bien16 cuando él estaba bajo el poder de las tinieblas?» Luego, si Dios nos sacó, como dice el Apóstol, El es quien hizo libre el albedrío. Si tan sólo por la predicación de su doctrina produce un tan gran bien nuestro, ¿qué diremos de aquellos a los que todavía no sacó del poder de las tinieblas? ¿Tan sólo hay que predicarles la doctrina divina, o hay que orar también por ellos para que Dios los saque del poder de las tinieblas? Si dices que tan sólo hay que predicarles, contradices al mandato de Dios y a las oraciones de la Iglesia. Y si confiesas que hay que orar por ellos, confiesas que hay que orar para que den su asentimiento a esa doctrina, libertado ya su libre albedrío del poder de las tinieblas. Así se cumple que no se hacen fieles sino mediante el libre albedrío, y, con todo, se hacen fieles por la gracia de aquel que libertó su arbitrio del poder de las tinieblas. No se niega la gracia de Dios, sino que se muestra que es auténtica gracia, pues no se da por méritos precedentes. Y al mismo tiempo se defiende el libre albedrío, fundamentándolo en la humildad y no precipitándolo en el orgullo, para que quien se gloría, se gloríe, no en el hombre, en sí mismo o en otro, sino en el Señor17.

9. ¿Cuál es el poder de las tinieblas, sino el poder del diablo y de sus ángeles?18 Fueron ángeles de luz19, pero no se mantuvieron en la verdad por el libre albedrío, sino que cayeron de ella20 y se hicieron tinieblas. No pretendo enseñarte estas cosas, sino que te las apunto para que recuerdes lo que ya sabes El género humano está sometido a ese poder de las tinieblas por la caída de aquel primer hombre a quien ese poder persuadió la prevaricación, y en el cual todos caímos21. Por eso, tal poder de las tinieblas son sacados también los párvulos cuando son regenerados en Cristo. Y no aparece esto en su albedrío liberado cuando llegan al uso de la razón, cuando tienen una voluntad que asiente a la doctrina en que les educaron y acaban en ella esta vida, si es que fueron elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados a los ojos de Dios en caridad, predestinados a la adopción de hijos22.

10. Este poder de las tinieblas, esto es, el diablo, que se llama también príncipe del poder aéreo, obra en los hijos de la incredulidad. Este príncipe, gobernador de las tinieblas23, es decir, el diablo de los hijos de la incredulidad, los gobierna según su arbitrio24, que no es libre para hacer el bien, sino que está endurecido para causar el máximo mal, en castigo de su crimen. Por eso, nadie que tenga fe sana creerá o pensará que esos apóstatas se convertirán algún día a la antigua piedad, corrigiendo su voluntad. Y ¿qué es lo que promueve este poder de las tinieblas en los hijos de la incredulidad, sino sus obras malas, y ante todo y sobre todo esa misma incredulidad o infidelidad por la que son enemigos de la fe? Sabe e diablo que por ésta pueden ser limpiados, curados, reinar en la eternidad con perfecta libertad; eso es lo que les envidia con encono. Por lo tanto, a algunos, por los que presume engañar más y mejor, les permite tener algunas cosas que parecen buenas obras, y por esas obras son alabados. Y lo permitió en todo el mundo, especialmente entre los romanos, en aquellos que vivieron preciara y gloriosamente. Pero es veracísima la Escritura, que dice: Todo lo que no procede de la fe, es pecado25. Y también: Sin la fe es imposible agradar a Dios26 aunque no a los hombres. Por eso este príncipe trabaja sobre todo para que no se crea en Dios ni se vaya por la fe al Mediador, que desbarata sus obras.

11. Pero el Mediador entra en la casa del fuerte27, esto es en este mundo de mortales, establecido, por lo que le compete a él, bajo el poder del diablo. De él está escrito que tiene poder de muerte28. Entra, pues, en la casa del fuerte, es decir del que tiene bajo su dominio al género humano, y primero lo ata, es decir, reprime y cohíbe su poder, con lazos más fuertes que ese poder. Y así le arranca sus vasos29, todos los que tenía predestinados para ello, libertando su arbitrio del poder de él, para que con libre voluntad crean, sin que lo pueda impedir él. Para esto se necesita la gracia, no basta la naturaleza. Se necesita, digo, la gracia que nos trajo el segundo Adán; no basta la naturaleza, que en su totalidad hizo perecer en sí mismo el primer Adán. Se necesita la gracia, que quita el pecado y vivifica al pecador muerto; no la ley, que muestra el pecado, pero no vivifica del pecado. Aquel gran predicador de la gracia dijo: No conocí el pecado sino por la ley30. Y también: Si se hubiese dado una ley que pudiese vivificar, la justicia vendría en absoluto de la ley31. Se necesita la gracia; los que la reciben se hacen amigos, aunque fueran enemigos, de la enseñanza saludable de las Santas Escrituras; no basta la misma enseñanza, pues los que la leen y oyen sin la gracia de Dios se hacen sus peores enemigos.

12. No consiste, pues, la gracia de Dios en la naturaleza del libre albedrío ni en ley o enseñanza, como afirma neciamente la perversidad pelagiana, sino que se da para cada acción por voluntad de aquel de quien está escrito: El Dios, que voluntariamente otorga la lluvia para su heredad32. Por la magnitud del primer pecado perdimos el libre albedrío para amar a Dios, y esa ley y enseñanza de Dios, aunque santa, justa y buena33, mata, si no vivifica el Espíritu34. Este hace que b aceptemos; no por oírla, sino por obedecerla; no por leerla, sino por amarla. Por lo tanto, el creer en Dios y vivir rectamente no es obra del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia35. No significa esto que no debamos querer ni correr, sino que Dios obra en nosotros el querer y el correr36. Y por eso el mismo Señor Jesús, distinguiendo los creyentes de los no creyentes, esto es, los vasos de misericordia de los vasos de ira37, dice: Nadie viene a mí si no se lo otorgare mi Padre38. Dijo eso porque se habían escandalizado de su enseñanza algunos discípulos, que más tarde no le siguieron39. No digamos, pues, que la gracia es la enseñanza, mas reconozcamos la gracia, que hace que nos aproveche esa enseñanza. Si esa gracia falta, vemos que hasta nos perjudica misma enseñanza.

13. Dios, que conoce todas sus obras futuras en su predestinación, las dispuso de modo que conviertan a su fe a algunos incrédulos, escuchando las oraciones de los creyentes por ellos. Y así queden refutados y, si El les es propicio, corregidos los que piensan que la gracia de Dios es la naturaleza del libre albedrío con que nacemos, o que es la enseñanza sin duda útil, que se predica de forma oral o escrita. No oramos por los infieles para que exista su naturaleza, esto es, para que sean hombres, ni para que se les anuncie la doctrina que oyen para su mal si no creen (y la mayor parte de las veces oramos por aquellos que no quieren creer cuando la leen u oyen), sino que oramos para que se corrija su voluntad, para que den su asentimiento a la enseñanza, para que se cure su naturaleza.

14. Pero los fieles oran también por sí mismos, para perseverar en lo que empezaron a ser. Por la salubérrima humildad es útil para todos o para casi todos el no poder saber lo que serán en el futuro. Para eso se dice: El que cree estar en pie, mire no caiga40. Por la utilidad de ese temor, para que los que fuimos regenerados y empezamos a vivir piadosamente no nos encumbrásemos, como si estuviésemos seguros41, algunos que no han de perseverar están mezclados con los que han de perseverar, por permisión, provisión o disposición de Dios. Cuando ellos caen, caminemos con temor y temblor42 por el camino justo hasta que pasemos de esta vida, que es una prueba sobre la tierra43, a la otra en la que ya no tendremos que reprimir el orgullo ni luchar contra sus tentaciones y sus gestiones.

15. ¿Por qué algunos, que no han de permanecer en la fe y sana doctrina, reciben temporalmente esa gracia y se les permite vivir aquí hasta que caen, cuando podrían ser arrebatados de esa vida para que la maldad no cambiase44 su corazón, como apunta el libro de la Sabiduría acerca de un santo, muerto en edad temprana? Sobre este punto investigue cada cual como pueda. Y si, aparte la solución que yo he dado, encuentra otra probable, concorde con la regla de la recta fe, reténgala, y yo la retendré con él si llega a mi conocimiento. En todo caso, caminemos en el punto a que hemos llegado hasta que el Señor nos revele si pensamos algo distinto. Eso es lo que nos recomienda la carta45 del Apóstol. Hemos llegado a algunos puntos que sabemos con certidumbre que pertenecen a la fe verdadera y católica. En ella hemos de caminar de modo que nunca nos desviemos, por la ayuda y misericordia de aquel a quien decimos: Llévame, Señor, por tu camino, y caminaré en tu verdad46.

16. Puesto que por la clemencia de Cristo somos cristianos católicos:

(1.º) Sabemos que los aún no nacidos nada han hecho en su vida, ni bueno ni malo; que no han venido a las miserias de esta vida por méritos de alguna otra vida anterior individual que no pudieron tener; que, sin embargo, «los nacidos carnalmente según Adán contraen en su primer nacimiento el contagio de la muerte antigua»; que no se liberan del suplicio de la muerte eterna, suplicio que por una justa condenación va pasando de uno a todos47, si no renacen en Cristo por la gracia.

(2.°) Sabemos que la gracia de Dios no se da ni a los niños ni a los adultos por méritos nuestros.

(3.°) Sabemos que se da a los adultos para cada acción.

(4.°) Sabemos que no se da a todos los hombres. Aquellos a quienes se les da, no se les da según los méritos de las obras, y ni siquiera según los méritos de la voluntad de aquellos a quienes se da. Esto se ve claramente en los niños.

(5.°) Sabemos que a aquellos a quienes se les da, se les por misericordia gratuita de Dios.

(6.°) Sabemos que a aquellos a quienes se les niega. se les niega por justo juicio de Dios.

(7.°) Sabemos que todos nos presentaremos ante el tribunal de Dios48 para que reciba cada uno según aquello que ejecutó a través de su cuerpo, no según aquello, bueno o malo, que hubiese ejecutado si hubiese vivido más tiempo49.

(8.°) Sabemos que también los niños recibirán según aquello, bueno o malo, que ejecutaron a través del cuerpo. Pero lo ejecutaron no por sí mismos, sino por los que respondieron por ellos diciendo que renunciaban al diablo y creían en Dios. Por eso se les computa en el número de los fieles por caer dentro de la afirmación del Señor que dice: El que creyere y fuere bautizado, se salvará50. Y por eso, a aquellos que no reciben ese sacramento les acaece lo que sigue: Y el que no creyere, será condenado51. Si, como he dicho, mueren en edad temprana, serán juzgados según aquello que ejecutaron a través del cuerpo, es decir, durante el tiempo que vivieron en el cuerpo, cuando creyeron o no creyeron mediante el corazón de los que los presentaban, cuando fueron o no fueron bautizados, cuando comieron o no comieron la carne de Cristo, cuando bebieron o no bebieron su sangre. Se les juzgará, pues, según lo que ejecutaron a través del cuerpo, y no según aquello que hubieran ejecutado si hubiesen vivido largo tiempo.

(9.°) Sabemos que los que murieron en el Señor viven en la felicidad52, y no les atañe lo que hubieran hecho si hubiesen vivido más tiempo.

(10.°) Sabemos que los que creen en el Señor con su propio corazón, lo hacen por su voluntad y libre albedrío.

(11.°) Sabemos que los creyentes obramos conforme a la recta fe cuando pedimos a Dios que quieran los que no quieren creer.

(12.°) Sabemos que debemos y solemos dar gracias a Dios con veracidad y rectitud, como por un beneficio, por aquellos incrédulos que ya creyeron.

17. Creo que adviertes que, entre las cosas que dije que sabíamos, no he querido enumerar todas las verdades que pertenecen a la fe católica, sino tan sólo aquellas que atañen a esta cuestión sobre la gracia de Dios que se discute entre nosotros, es decir, si precede o sigue esta gracia a la voluntad del hombre. Dicho más claramente, si se nos da porque queremos o Dios hace por medio de ella que queramos. Si tú, hermano, mantienes conmigo estas doce afirmaciones, que, como he dicho, sabemos que pertenecen a la fe recta y católica, doy gracias a Dios. Y no las daría de verdad si no fuera cierto que se debe a la gracia de Dios el que las mantengas. Y si las mantienes, nada tengo que discutir contigo sobre este punto.

18. Voy a exponer brevemente esas afirmaciones. ¿Cómo seguirá la gracia al mérito de la voluntad humana, cuandose da a los niños que no pueden querer o no querer? ¿Cómo diremos que los méritos de la voluntad preceden a los de la gracia en los adultos, cuando la gracia, para ser auténtica gracia no se da por méritos nuestros? Pelagio mismo temió tanto esta misma afirmación católica, que hubo de condenar en absoluto a los que dicen que la gracia de Dios se da según nuestros méritos, para no ser él condenado por los jueces católicos. ¿Cómo se dice que la gracia consiste en la naturaleza del libre albedrío o en la ley y enseñanza, cuando el mismo Pelagio condenó esa afirmación, confesando que la gracia de Dios se da para cada acción, sin duda a aquellos que ya tienen el uso del libre albedrío?

19. ¿Cómo se dice que todos la recibirían, si aquellos a quienes no se les da no la rechazasen con su voluntad, ya que Dios quiere que todos los hombres se salven?53 No se da a muchos niños y gran parte mueren sin la gracia, sin que ellos tengan una voluntad contraria, cuando sus padres lo quieren y disponen el bautismo con prisa, cuando los ministros lo quieren y también están prontos, y, sin embargo, no se les da, porque Dios no quiere, porque el niño expira de pronto antes de recibir ese bautismo para el que tanto se corría. Es claro que los que resisten a esta verdad tan notoria no entienden el sentido de aquella frase: Dios quiere que todos los hombres se salven, pues muchos no se salvan, no porque ellos dejen de querer, sino porque no quiere Dios, cosa que sin sombra de duda se aprecia en los niños. Escrito está: Todos serán vivificados en Cristo54, aunque tantos son condenados a muerte eterna, porque todos los que reciben la vida eterna no la recibe sino en Cristo. Pues del mismo modo se dice que Dios quiere que todos los hombres se salven, aunque no quiere que se salven muchos, porque todos los que se salvan no se salvan sino porque El quiere. Quizá puedan interpretarse de otro modo esas palabras del Apóstol, con tal de que no se pongan en contradicción con esa verdad tan notoria en la que vemos quemuchísimos no se salvan porque no quiere Dios, aunque quieran ellos.

20. ¿Cómo merecerá la voluntad humana que se le dé la gracia divina, si a aquellos a quienes se les da se les da por gratuita misericordia, para que sea auténtica gracia? ¿Cómo se valoran los méritos de la voluntad humana, cuando aquellos a quienes no se da esa gracia no se diferencian por ningún mérito ni por ninguna voluntad muchas veces? Tiene una misma causa con aquellos a quienes se da, aunque a ello no se les da por justo juicio de Dios, ya que en Dios no hay iniquidad55. ¿No será para que entiendan aquellos a quienes se les da cuán gratis se les da, cuando no se les da por justicia, ya que con justicia no se da a otros que tienen una causa semejante?

21. ¿Cómo no pertenecerá a la gracia de Dios no sólo la voluntad de creer desde el principio, sino también la de perseverar hasta el fin56, cuando el fin de esta vida no está en la potestad del hombre, sino en la de Dios? Puede Dios dar ese beneficio aun a los que no han de perseverar, enviando a la muerte para que la maldad no cambie su corazón57. Cierre. que el hombre no recibirá ni el bien ni el mal sino según lo que realizó a través del cuerpo58, y no según lo que hubiese realizado si hubiese vivido más tiempo.

22. ¿Cómo se dice que a algunos niños que van a morir ;no se les da, y a otros iguales se les da, porque Dios prevé las futuras voluntades que tendrían si vivieran más tiempo, cuando cada uno, según defiende el Apóstol, recibirá el bien y el mal según lo que realizó a través del cuerpo59 y no según lo que hubiera realizado si hubiera vivido más tiempo? ¿Cómo son juzgados los hombres por sus voluntades futuras, afirmando que las habrían tenido de haber permanecido más tiempo en la carne, cuando dice la Escritura: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor?60 Su felicidad no es cierta y segura si Dios ha de juzgar no las cosas que hicieron, sino las que habrían hecho si la vida se les hubiese prolongado. Y no recibe ningún beneficio aquel que es arrebatado paz. que la maldad no cambie su corazón61, pues tendrá que pagar por esa maldad, a la que fue substraído quizá cuando la maldad era ya inminente. Tampoco tendríamos que gozarnos por aquellos que murieron en fe recta y vida santa, pues quizá serían condenados por algunos pecados graves que quizá hubiesen cometido si hubieran vivido más. Ni deberíamos lamentamos por aquellos que han acabado esta vida en la infidelidad y perversas costumbres, pues quizá, de haber vivido más tiempo, habrían hecho penitencia y vivido piadosamente, y serán juzgados por esto. Y todo aquel libro que el gloriosísimo mártir Cipriano escribió sobre La mortalidad tendríamos que reprobado y rechazado; todo su empeño es darnos a entender que hemos de felicitamos por los fieles buenos que mueren, porque son substraídos a las tentaciones de esta vida para vivir en adelante en una felicidad segurísima Mas como esto no es falso, y sin duda son bienaventurados los muertos que mueren en el Señor62, es digno de risa y de execración ese error que piensa que los hombres serán juzgados según esas voluntades futuras, que, si son de muertos, no son futuras.

23. ¿Cómo se dice que niega el libre albedrío de la voluntad el que confiesa que todo hombre que en su corazón cree en Dios no puede creer sino con su libre voluntad? ¿No combaten más bien el libre albedrío los que combaten la gracia de Dios, que le hace verdaderamente libre para elegir: ejecutar el bien? ¿Cómo se dice que por la ley de Dios y la enseñanza contenida en las Santas Escrituras se realiza lo que dice la misma Escritura, esto es, que el Señor prepara la voluntad63, y no mejor por una oculta inspiración de la gracia de Dios, cuando rogamos a Dios con fe recta para que crean aquellos que contradicen a esa enseñanza y no quieren creer en ella?

24. ¿Cómo espera Dios a las voluntades de los hombres para que aquellos a quienes da la gracia se anticipen a la obra de Dios, si damos gracias a Dios, y con razón, por aquellos quienes otorgó su misericordia, aunque no creían y perseguían con impía voluntad su doctrina, cuando Dios les convirtió a El con una omnipotentísima facilidad y de refractarios hizo voluntarios? ¿Por qué le damos las gracias por ello, si no lo hizo El? ¿Por qué le engrandecemos tanto más cuanto más se resistían a creer esos de cuya fe nos felicitamos, si la voluntad humana no cambia a mejor por la gracia divina? Dijo el apóstol Pablo: Yo era desconocido para las iglesias de Judea que existen en Cristo; tan sólo oían que «el que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes devastaba»; y en mí magnificaban a Dios64. ¿Por qué magnificaban a Dios, si Dios no había convertido a sí con la bondad de su gracia el corazón de aquel hombre cuando alcanzó misericordia para ser fiel, como él mismo confiesa65, en aquella fe que en otro tiempo devastaba? Esa misma palabra que emplea, ¿a quién sino al mismo Dios se refiere, como ejecutor de tan gran bien? ¿Qué significa en mí magnificaban a Dios, sino «en mí pregonaban que Dios es hacedor de obras grandes»? Y ¿cómo pregonaban que Dios era hacedor de obras grandes, si no había ejecutado El aquella hazaña de convertir a Pablo? ¿O cómo la había ejecutado Dios, si no le había hecho voluntario de refractario que era?

25. No podrás negar que esas doce afirmaciones pertenecen a la fe católica. De todas y cada una de ellas resulta que hemos de confesar que la gracia de Dios se anticipa a.; voluntad humana y la prepara, lejos de darse esa gracia por mérito de ella. Quizá afirmes que alguna de esas doce afirmaciones no es verdadera. Te recomiendo su número, porque es más fácil de aprender y más preciso de retener. Si eso afirmas, dígnate escribirme para que yo lo sepa y te conteste según la capacidad que el Señor me concediere. No creo que seas un hereje pelagiano, pero no quiero que lo seas, a fin de que no pase a ti o quede en ti algo de aquel error.

26. Quizá entre esas doce afirmaciones encuentres algo que creas deber negar o poner en duda, y así me obligues a examinarlo más detenidamente. Pero ¿prohibirás a las iglesias el orar por los infieles, para que sean fieles; por aquellos que no quieren creer, para que quieran creer; por aquellos que resisten a su ley y enseñanza, para que den su asentimiento a su ley y enseñanza, para que Dios les dé lo que prometió por el profeta: un corazón capaz de conocerle y unos oídos que le oigan66, cosas que habían recibido aquellos de quienes decía el Salvador: Quien tenga oídos para oír, que oiga?67 ¿Acaso cuando oigas que el sacerdote de Dios en el altar exhorta al pueblo a orar a Dios, o cuando le oigas que ora con voz alta a Dios para que obligue a las gentes incrédulas a venir a su fe, no responderás «Amén»? ¿Acaso aducirás también opiniones contrarias a esta fe sana? Clamarás acaso o susurrarás que el beatísimo Cipriano erró en esto, al enseñarnos a orar por los enemigos de la fe cristiana, para que también ellos se conviertan a esa fe?

27. Finalmente; ¿acusarás al apóstol Pablo por tener tales deseos respecto a los judíos infieles? De ellos dice: El buen deseo de mi corazón y mi oración a Dios en favor de ellos es que se salven68. A los tesalonicenses dice también: Por lo demás, hermanos, orad por mí para que la palabra de Dios corra y sea glorificada, lo mismo que entre vosotros, para que nos libremos de los hombres inicuos y malos; porque la fe no es de todos69. ¿Cómo correría y sería glorificada la palabra de Dios sino convirtiendo a la fe a aquellos a quienes se predica, puesto que a los ya creyentes se refiere diciendo: Lo mismo que entre vosotros? Sabe ciertamente que lo hace aquel a quien quiere que se ruegue, para que se realice también la liberación de los hombres inicuos y malos. Estos no habían de creer, a pesar de las oraciones, y por eso dice: La fe no es de todos. Como si dijera: «Porque, a pesar de vuestras oraciones, no será glorificada en todos la palabra de Dios» Habían de creer aquellos que estaban ordenados a la vida eterna70, predestinados a la adopción de hijos por Jesucristo, en el mismo Jesucristo y elegidos en El antes de la creación del mundo71. Pero Dios hace creer a los incrédulos por las oraciones de los creyentes para mostrar que es El quien lo hace. Nadie hay tan ignorante, tan carnal, tan torpe de ingenio, que no vea que Dios hace lo que él mismo manda que le pidan que haga.

28. Estos y otros testimonios divinos, que sería largo enumerar, muestran que Dios por su gracia quita a los infieles o. corazón de piedra72 y se anticipa en los hombres a los méritos de la buena voluntad; de modo que la voluntad es preparación por la gracia antecedente, y no se da la gracia por mérito antecedente de la voluntad. La acción de gracias indica lo mismo que la oración. La acción de gracias se celebra por los fieles, y la oración, por los infieles. Si tenemos que orar a Dios para que lo haga, tenemos que darle gracias cuando lo ha hecho. Por eso dice el Apóstol a los Efesios: Por lo cual yo, al oír hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de darle gracias por vosotros73.

29. Hablamos ahora del inicio mismo, cuando los hombres que eran refractarios y adversos se convierten a Dios y comienzan a querer lo que no querían y a tener la fe que no tenían. Para que eso se realice en ellos rezamos por ellos, aunque ellos no recen; Porque ¿cómo invocarán a aquel en quien no creyeron?74 Pero cuando se haga realidad lo que pedimos, nosotros por ellos y ellos por sí mismos, daremos gracias a aquel que lo realizó. Sobre las oraciones que los fieles elevan tanto por sí mismos como por otros fieles, para perseverar en lo que empezaron a ser, y sobre la acción de gracias por ese progreso, no he de discutir contigo, a mi parecer. Tú y yo tenemos que discutir eso contra los pelagianos. Porque ellos atribuyen al libre albedrío de la voluntad todo lo que atañe a la fiel y piadosa vida de los hombres de tal manera que piensan que lo tenemos de nuestra cosecha y no tenemos que pedirlo a Dios. Pero, si es verdad lo que he oído decir de ti, tú tan sólo quieres que no sea don de Dios el principio de la fe, en el que reside también el principio de la voluntad buena, esto es, piadosa. Defiendes que tenemos de nuestra cosecha el empezar a creer. Y concedes que los demás bienes de una vida piadosa los da Dios por su gracia a los que, poseyendo ya la fe, piden, buscan y llaman75. Y no prestas atención a que rogamos a Dios por los infieles para que crean, porque Dios da también la fe. Y por eso damos gracias a Dios por los que ya creyeron, porque les dio también la fe.

30. Tengo que acabar mi carta. Por eso, si dices que no hay que orar para que los que no quieren creer quieran creer o si dices que no hay que dar gracias a Dios porque quisieron creer los que no querían creer, habrá que proceder contra ti de otro modo, para que no yerres de ese modo o no induzcas a otros a error, si tú persistes en el errar. Pero si, como yo creo sientes y consientes que debemos y solemos orar a Dios por los que no quieren creer, para que quieran creer, y por aquellos que se oponen y resisten a su ley y enseñanza, para que se rindan a ella y la sigan; si sientes y consientes que solemos y debemos dar gracias a Dios por todos ésos cuando se han convertido a su fe y enseñanza y de refractarios han pasado a querer, es menester que confieses sin dudar que la gracia de Dios se anticipa a la voluntad de los hombres; que el que los hombres quieran lo que no querían lo hace Dios, a quien pedimos que lo haga, a quien sabemos que es justo y digno dar gracias cuando lo ha hecho. Dios te dé entendimiento en todo, señor y hermano.