CARTA 214

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Primavera del 426.

Tema: La fe católica contra los pelagianos.

Agustín saluda en el Señor a Valentín, señor amadísimo y hermano digno de ser honrado entre los miembros de Cristo, y a los hermanos que te acompañan.

1. Acá llegaron dos jóvenes, Cresconio y Félix, diciendo que pertenecían a vuestra comunidad. Me contaron que vuestro monasterio se ha visto turbado con algunas disensiones, porque hay algunos de vosotros que proclaman la gracia de Dios de manera que niegan el libre albedrío del hombre; y lo que es más grave, dicen que en el día del juicio no pagará el Señor a cada uno según sus obras1. Pero también me indicaron que no todos opinan así, sino que muchos confiesan que la gracia de Dios ayuda al libre albedrío para que sintamos y obremos rectamente, y cuando venga el Señor a pagar a cada uno según sus obras, halle nuestras buenas obras, que El preparó para que caminásemos en ellas2. Los que así piensan, piensan bien.

2. Por lo tanto, como el Apóstol rogaba a los corintios os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que tengáis todos un mismo hablar y no haya entre vosotros cismas3. En primer lugar, Jesús, el Señor, como está escrito en el evangelio de Juan el Apóstol, no vino a juzgar el mundo, sino para que se salve el mundo por El4. Y en segundo lugar, como escribe el apóstol Pablo, Dios juzgará al mundo5 «cuando venga», como toda la Iglesia lo confiesa en el Símbolo, «a juzgar a los vivos y a los muertos»6. Si no existe la gracia de Dios, ¿cómo salva al mundo? Y si no existe el libre albedrío, ¿cómo juzga al mundo? Por lo tanto, el libro o carta mía que los dos mencionados hermanos trajeron consigo entendedlo de modo que ni neguéis la gracia de Dios ni defendáis el libre albedrío de manera que lo separéis de la gracia de Dios, como si de algún modo pudiésemos sin ella pensar o hacer algo según Dios, lo que en ninguna manera podemos. Por .eso, al hablar el Señor del fruto de la justicia, dijo a sus discípulos: Sin mí nada podéis hacer7.

3. Sabed, pues, que la citada carta a Sixto, presbítero de la Iglesia romana, está escrita contra los nuevos herejes pelagianos, que dicen que la gracia de Dios se da según nuestros méritos para que quien se gloríe se gloríe en sí mismo y no en el Señor, esto es, en el hombre y no en Dios. Pero el Apóstol lo prohíbe, diciendo: Nadie se gloríe en el hombre8. Y en otro lugar: Quien se gloríe, gloríese en el Señor9. Esos herejes pensando que ellos se hacen justos a sí mismos, como si el ser justos no se lo otorgase el Señor sino ellos mismos, se glorían no en el Señor, sino en sí mismos. A ésos les dice el Apóstol: ¿Quién te discierne?10 Y eso lo dice porque sólo Dios discierne al hombre de esa masa de perdición11 que procede de Adán, para convertido en vaso de honor y no de ignominia. Al oír el hombre carnal y vanamente hinchado: ¿Quién discierne?, podría responder con la voz o con el pensamiento, y decir: «Me discierne mi fe, o mi oración, o mi justicia». El Apóstol se adelanta a sus pensamientos, diciendo: ¿Qué tienes que no bayas recibido?12 Y si lo recibiste, ¿por qué te glorias como si no lo hubieras recibido? Se glorían como si no lo hubiesen recibido, los que piensan que se justifican a sí mismos. Y, por tanto, se glorían en sí mismos y no en el Señor.

4. He ahí por qué en la carta que os ha llegado demostré con testimonios de las santas Escrituras, como podéis comprobado en ella, que nuestras buenas obras, las piadosas oraciones y la recta fe no hubieran podido existir en nosotros si no las hubiésemos recibido de aquel de quien dice el apóstol Santiago: Toda dádiva óptima y todo don perfecto viene de arriba, desciende del Padre de las luces13. Y ello para que nadie diga que se le da la gracia de Dios por méritos de sus buenas obras, o de sus oraciones, o de su fe, y nadie piense que es verdad lo que dicen esos herejes, a saber: que la gracia de Dios se da según nuestros méritos, cosa absolutamente falsa. Y no es que no haya méritos, ya el bueno de los piadosos ya el malo de los impíos, pues en otro caso, ¿cómo juzgará Dios al mundo? Lo que sucede es que son la gracia y la misericordia de Dios las que convierten al hombre, pues dice el salmista: (El es) mi Dios; su misericordia me prevendrá14. Así es justificado el impío, es decir, de impío se hace justo, y comienza a tener el mérito bueno que Dios coronará cuando juzgue al mundo.

5. Deseaba enviaros muchas cosas, para que las leyeseis y pudieseis conocer con mayor exactitud y amplitud todo el proceso que en los concilios episcopales se ha seguido contra los herejes pelagianos. Pero tuvieron prisa esos hermanos que de vuestra comunidad han venido hasta mí, y que os llevan una carta mía, no una respuesta, ya que ellos no trajeron carta alguna de vuestra caridad. Con todo, los acogí, ya que su sencillez indicaba bastantemente que no podían fingir nada. Se dieron prisa para celebrar con vosotros la Pascua a fin de que tan santo día, con la ayuda de Dios, pueda hallaros en paz mejor que en disensión.

6. Mejor haréis, y yo os lo suplico encarecidamente, si os dignáis enviarme acá a la persona que, según dicen, les turbó. O no entiende mi libro o no le entienden a él, cuando se empeña en solucionar y resolver una cuestión muy difícil que pocos entienden. Es el problema de la gracia de Dios, problema que hizo a algunos hombres poco inteligentes pensar que el apóstol Pablo decía: Hagamos el mal para que venga el bien15. Por eso el apóstol Pedro dice en su segunda carta: Por lo tanto, amadísimos, en espera de esos acontecimientos esforzaos en ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha; procurad conservaros in violados, inmaculados y en paz de Dios, y estimad como salvación la paciencia de nuestro Señor; como también nuestro dilectísimo hermano Pablo os ha escrito, según la sabiduría que le ha sido otorgada; en todas las otras cartas que tratan de este punto, en los cuales hay algunos puntos difíciles de entender; que los hombres ignorantes y volubles pervierten, como las demás Escrituras, para su propia ruina16.

7. Guardaos, pues, de lo que tan gran Apóstol dice con anta dureza. Cuando veáis que no entendéis, creed de entrada a la divina palabra, cuando afirma que existen tanto el libre albedrío como la gracia de Dios. Sin ayuda de ésta el libre albedrío no puede convertirse a Dios ni progresar hacia El. Y orad para entender ¡Sabiamente lo que creéis piadosamente y para eso, es decir, para entender sabiamente, tenemos d libre albedrío. Pues si nuestro entender y nuestra sabiduría no dependiesen del libre albedrío, no se nos mandaría en la Escritura: Entended los que carecéis de sabiduría en el pueblo, y vosotros, necios, sed sabios alguna vez17. Por el mismo hecho de mandársenos y ordenársenos que poseamos inteligencia y sabiduría, se nos exige la obediencia, y no puede haber obediencia sin libre albedrío. Pero, si el libre albedrío pudiese ejecutar eso mismo, alcanzar la inteligencia y la sabiduría, sin la ayuda de la gracia de Dios, no se diría a Dios: Dame la inteligencia para comprender tus mandamientos18. Tampoco estaría escrito en el Evangelio: Entonces les abrió el sentido para que entendiesen las Escrituras19. Ni diría el apóstol Santiago: Si alguno de vosotros necesita sabiduría, pídala a Dios, que da a todos generosamente y sin echarlo en cara, y se le dará20. Poderoso es el Señor para dárosla a vosotros y a mí, para que enviéis a toda prisa noticias, y yo me goce de vuestra paz y común acuerdo. Os saludo, no sólo en mi nombre, sino también en el de los hermanos que viven conmigo, y os ruego que oréis con perseverancia y unanimidad por nosotros. El Señor esté con vosotros.