CARTA 204

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Año 419-420.

Tema: ¿Cómo actuar con los donatistas?

Agustín saluda en el Señor a Dulcicio, señor eximio e hijo honorable.

1. No debía yo desdeñar tu petición, cuando me preguntaste cómo convenía que respondieses a los herejes cuya salvación busca también insistentemente tu celo confiado en la misericordia del Señor. Gran multitud de ellos entiende el beneficio que se les hace; con ellos nos congratulamos. Pero algunos, ingratos a Dios y a los hombres, por ese miserable instinto de furor, cuando no pueden destruirnos con sus asesinatos, creen aterrorizarnos procurándose la muerte a sí mismos; buscan, o bien su alegría con nuestra muerte, o bien nuestra tristeza con su muerte. Pero el furioso error de esos pocos hombres no debe impedir la salvación de tantas y tan grandes poblaciones. No solamente Dios y los hombres sensatos, sino también ellos mismos aunque son muy enemigos nuestros, perciben lo que les deseamos. Y así, cuando piensan que van a llenarnos de pavor con su muerte, no dudan de que temamos su perdición.

2. Pero ¿qué hemos de hacer, viendo cuántos son, con la ayuda del Señor, los que hallan el camino de la paz por medio de ti? ¿Podremos o deberemos prohibirte que insistas en conseguir la unidad por temor a que algunos, endurecidos y sumamente crueles consigo mismos, se pierdan por su propia voluntad y no por la nuestra? Desearíamos que todos los que contra Cristo llevan la señal de Cristo y contra el Evangelio se glorían del Evangelio sin entenderle, se apartaran de su equivocado camino y se gozaran con nosotros en la unidad evangélica. Dios, por su oculta pero justa disposición, ha predestinado a algunos de ellos a las últimas penas. Sin duda es mejor que, reintegrado y acogido (en la Iglesia) un número incomparablemente mayor, rescatado de esa división y dispersión pestífera, perezcan algunos en el fuego elegido por ellos, antes de que ardan todos en el sempiterno fuego infernal1, en castigo de su sacrílego cisma. La Iglesia siente dolor por estos que perecen, como David lo sintió por su hijo. No obstante su rebeldía, con solícito amor había dado órdenes para que guardaran su salud2. Cuando murió en castigo de su nefanda impiedad, le lloró con el testimonio de su voz bañada en lágrimas. Sin embargo, cuando el hijo, orgulloso y maligno, fue al lugar que le correspondía, el pueblo de Dios reconoció a su propio rey aunque estaba dividido por la tiranía de aquél. Y la unidad plena reconquistada consoló la tristeza del padre por el hijo perdido.

3. Por lo tanto, no te reprendemos, señor eximio e hijo honorable, porque hayas pensado que debías amonestar primero mediante un edicto a los que hay en Tamugades. Pero tu expresión: «Sabed que seréis entregados a la muerte que merecéis», ellos la han considerado, según lo indican sus respuestas, como Olía amenaza de parte tuya de arrestados y darles muerte, no entendiendo que tú hablabas de la muerte que ellos quieren darse a sí mismos. Porque no hay ninguna ley que te haya otorgado contra ellos el derecho del espada, ni los decretos imperiales cuyo ejecutor eres te ordenan que los mates. En el segundo edicto de tu Dilección has explicado mejor tu pensamiento. Al juzgar que debías dirigirte a su obispo mediante una carta, has mostrado de un modo muy humano de qué forma tan mansa adquieren moderación en la Iglesia católica aun aquellos que en nombre del emperador cristiano son encargados de corregir los errores con el temor o con el castigo. Si en algo pecaste, fue en tratado con palabras más honrosas de las que convenían a un hereje.

4. Quieres que yo conteste a su réplica. Creo que piensas que se debe prestar también este servicio a los de Tamugades, a saber: el de refutar con un poco más de esmero la doctrina de aquel que los engañaba. Pero yo estoy excesivamente ocupado, y en otros opúsculos he refutado charlatanería parecida. No sé cuántas veces en mis escritos y discusiones he demostrado que no pueden tener muerte de mártires, pues no tienen vida de cristianos: al mártir no lo hace la pena, sino la causa. También he mostrado que la libertad le fue concedida al hombre, pero que ello no obsta para que las leyes divinas y humanas establezcan penas justas para los pecados graves, y que les toca a los reyes piadosos de la tierra el reprimir con la conveniente severidad, no sólo los adulterios u homicidios, u otras acciones deshonestas o dañinas parecidas, sino también los sacrilegios. Y mostré que yerran mucho los que creen que nosotros recibimos a los herejes tales como son, porque no los bautizamos. ¿Cómo los recibiremos cuales son, si son herejes, y al pasar a nosotros se hacen católicos? No es lícito iterar los sacramentos una vez recibidos, pero es lícito corregir el corazón depravado.

5. Con esas muertes furiosas que se irrogan algunos de ellos suelen ser detestables y abominables aun para muchos de los suyos, cuya mente no ha caído tanto en la demencia. Ya les he contestado, de acuerdo con las Escrituras y principios cristianos, que está escrito: El que para sí es malo, ¿para quién será bueno?3 Los que creen que pueden y deben darse muerte a sí mismos creerán que pueden matar también al prójimo si éste quiere morir y se halla en las mismas pruebas, pues dice la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo4. Pero el libro de los Reyes muestra lo suficiente que, sin la autorización de las leyes o del legítimo poder, no es lícito matar a otro, aunque éste lo pida y lo quiera y no pueda ya vivir. Porque el rey David mandó dar muerte al que remató al rey Saúl. Y eso que el reo alegó que Saúl, herido y agonizante, le había ordenado ejecutado para librar, con un golpe, de aquellos dolores al alma, que luchaba con las ligaduras del cuerpo y quería desasirse5. Quien sin autoridad alguna de legítima potestad mata a un hombre, es homicida. Luego quien a sí mismo se mata, no será homicida si no es hombre. Todo esto lo he dicho de mil modos en otros de mis sermones y escritos.

6. Sin embargo, recuerdo y debo confesar que aún no les he respondido respecto a ese anciano Racías, que ellos, tras haber examinado con atención todas las Escrituras eclesiásticas, agobiados por la extrema escasez de ejemplos, se glorían de haber encontrado al fin en los libros de los Macabeos6, en el cual quieren autorizar el crimen con que se dan muerte. Para refutarlos, bastará que tu caridad y cualesquiera hombres prudentes adviertan que, si para moralizar la vida cristiana se disponen a traer ejemplos de gente judía contenidos en las Escrituras, entonces pueden citar ése. Pero muchos, aun de los que han sido alabados en la verdad de los santos Libros, han ejecutado acciones que no convienen a nuestro tiempo o que ya en su tiempo eran reprobables. Uno de esos casos es la acción de Racías. Era noble entre los suyos, había progresado mucho en el judaísmo, dos cosas que el Apóstol considera como daño y estiércol en comparación con la justicia cristiana7, y por eso se le llamó padre de los judíos. Siendo esto así, ¿qué maravilla es que un engreimiento orgulloso sobrecogiese a ese hombre, y optase por suicidarse antes de sufrir de manos enemigas una indigna servidumbre, después del encumbramiento disfrutado entre los suyos?

7. Estas cosas suelen celebrarse en los libros de los gentiles. Pero, aunque ese hombre es alabado en los libros de los Macabeos, el hecho en sí es narrado, no alabado. Se pone a la vista para que lo juzguemos y no para que lo imitemos; no para que lo juzguemos con nuestro criterio, pues como hombres podemos juzgar, sino con el criterio de la doctrina sobria, que aun en los mismos libros del Antiguo Testamento es clara. Ese Racías estaba muy lejos de aquel texto en que se lee: Recibe todo lo que te sobrevenga, y sufre en el dolor, y en tu humillación ten paciencia8. Luego ese varón no fue sabio en elegir la muerte, sino incapaz de soportar la humillación.

8. Está escrito que quiso morir noble y virilmente. Pero ¿sabiamente? Noblemente, es decir, para no perder en la cautividad la libertad de su linaje. Virilmente quiere decir que tenía tal energía de ánimo, que estaba pronto para darse a sí mismo la muerte. No pudo ejecutarla a espada, y entonces se precipitó del muro; quedó vivo, y entonces corrió hasta una piedra abrupta y allí, ya exangüe, se arrancó las entrañas y con ambas manos las esparcía sobre el pueblo y luego, agotado, murió. Son acciones heroicas, pero no buenas; no todo lo que es heroico es bueno; hay cosas heroicas que son malas. Dios dijo: No mates al inocente y justo9. Si Racías no fue justo e inocente, ¿cómo se le propone a la imitación? Y si fue justo e inocente, ¿por qué se opina que se debe alabar a quien mató a un inocente y justo, esto es, a Racías?

9. Por ahora termino aquí la carta, para que no resulte excesivamente prolija. A los de Tamugades les debo este ministerio de caridad. Por medio de tu deseo y a través de Eleusino, mi hijo honorable y amadísimo, que ha sido tribuno entre ellos, me insinuaron que contestase a las dos cartas del obispo donatista Gaudencio, máxime a la segunda, pues en ella pretende escribir conforme a las santas Escrituras, y que lo hiciese de modo que no se pueda pensar que se ha pasado algo por alto.