Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: Septiembre-noviembre del 419.
Tema: El origen del alma.
Agustín saluda en el Señor a Optato, señor beatísimo y sinceramente amadísimo, a la vez que hermano queridísimo y colega en el episcopado.
1. Por medio del piadoso presbítero Saturnino recibí la carta de tu veneración en que me pides con gran afán lo que aún no tengo. Me indicaste la causa de tu proceder. Dices que lo hiciste así porque crees que ya habrán contestado a mi consulta sobre este punto. ¡Ojalá fuese así! Dios me libraría de privarte de la comunicación de tal don, pues ya conozco tu expectación anhelante. Pero, si me crees, hermano amadísimo, ya han pasado casi cinco años desde que envié al Oriente el libro, no de mi presunción, sino de mi consulta, y aún no he merecido una respuesta que me declare ese punto en que quieres que yo te señale una postura definitiva. Mi libro y la respuesta te los hubiese enviado ya si los tuviera.
2. Tengo el libro mío, pero no me parece conveniente enviarlo o publicarlo sin la respuesta que aún no llegó a mis manos. Quizá él me contestará como deseo, y con razón podría molestarse de que mi consulta, firmada con un estudio laborioso, corra entre las manos de los hombres sin su respuesta, de la que todavía no hay que desesperar. Pudiera él pensar que obro con más jactancia que utilidad, como si yo pudiera preguntar lo que él no puede explicar, cuando quizá puede. Mientras lo hace, tenemos que esperar. Sé que está ocupado en otros asuntos que no pueden diferirse y son de gran importancia.
3. Para poner al corriente a tu Santidad, presta atención por un momento a lo que me contestó el año pasado por un portador a quien entregué una carta para él. Son palabras textuales de su carta que aquí transcribo: «Me sorprendió en un tiempo difícil en el que para mí era mejor callar que hablar. Hube de abandonar mis estudios para poner en práctica una elocuencia canina, al decir de Apio. Así no pudo contestar a tiempo a los dos libritos eruditísimos y llenos del resplandor de la elocuencia que me dedicaste. No es que en ellos halle nada que reprender, sino que, según el bienaventurado Apóstol, cada cual tiene su opinión, éste de un modo y aquél de otro1. Lo que se podía decir y tomar con sublime ingenio. De las fuentes de las santas Escrituras ya lo pusiste y explanaste tú. Ruego a tu Reverencia que me toleres un poco el que yo alabe tu ingenio, pues entre nosotros discutimos para instruimos. Sin duda los envidiosos, máxime los herejes, si ven que opinamos de distinto modo, nos calumniarán afirmando que eso viene de un ánimo despechado. Yo, sin embargo, mantengo el propósito de amarte, aceptarte, estimarte, admirarte y defender tus afirmaciones como si fuesen mías. En el diálogo que he publicado poco ha, he recordado el nombre de tu Beatitud, como era digno. Sigamos trabajando para que la perniciosa herejía sea arrancada de las Iglesias: siempre simula arrepentirse, para obtener permiso de enseñar en ellas, no sea que, si se manifiesta a las claras, sea expulsada fuera y muera».
4. Aquí ves, venerable hermano, las palabras con que mi carísimo Jerónimo contesta a mi consulta. No me niega la respuesta, sino que se excusa por falta de tiempo, porque se ve obligado a ocupar su atención en asuntos de mayor urgencia. También ves su ánimo benévolo para conmigo, y su aviso de que los envidiosos, y especialmente los herejes, podrían inventar que procede de despecho lo que hacemos para instruimos, salvos siempre el amor y la franqueza de la amistad. Si la gente lee ambos libros, el que yo escribí preguntando y el que él escriba contestando a mis preguntas, será preciso que le dé las gracias por haberme instruido, si el problema se explica bien conforme a su sentencia y el fruto será grande, pues serán muchos los que los leerán. Así, los cristianos peor dotados no sólo sabrán lo que han de opinar sobre el punto que con diligente examen hemos discutido, sino que aprenderán de nosotros, por la misericordia y gracia de Dios, cómo los hermanos más queridos pueden discutir para investigar, sin que por eso padezca nada el amor.
5. Supongamos que en algunas partes de mi escrito, donde el asunto es muy obscuro, aparece tan sólo la pregunta sin contestación alguna en que pudiese aparecer la verdad; y supongamos que el escrito pasa por tantas manos que llega a las de aquellos que, según palabras del Apóstol, se comparan consigo mismos2. Esos tales no entienden con qué ánimo trabajamos, pues ellos no saben trabajar con tan buena intención. No ven la voluntad que yo tengo hacia mi queridísimo amigo, honorable por sus grandes méritos; interpretarán a su antojo y expondrán las cosas como su odio sospecha y dicta. Eso es lo que por nuestra parte debemos evitar.
6. Pero supongamos que, a nuestro pesar, el escrito cae en manos de algunos de esos a quienes nosotros no queremos dado. ¿Qué nos queda sino aceptar con ánimo sosegado la voluntad de Dios? Pues no debería poner por escrito a nadie lo que quisiera que quedase siempre oculto. En el caso de que Jerónimo nunca conteste, por algún accidente o necesidad -ojalá no suceda así- algún día se publicará la consulta que yo le envié. Y no será inútil para los lectores. Si allí no encuentran lo que buscan, verán cómo hay que consultar y no afirmar temerariamente las cosas que se ignoran. Y, según lo que allí leyeren, se cuidarán de preguntar ellos a quienes pudieren con diligente caridad y sin litigiosas discusiones. Así hallarán lo que buscan o con su estudio aguzarán la vista mental hasta ver que no hay para qué seguir preguntando. Mas, puesto que no hemos de desesperar de recibir la respuesta del amigo consultado hace ya tiempo, creo que ya te he convencido: no debo publicar mi consulta por mi parte. Claro que tú no me la pides aislada, pues deseas que te remita también la respuesta, y yo lo hada si la tuviese. Mas para usar palabras de la carta de tu Santidad, si esa «demostración de mi sabiduría, que el autor de la luz me otorga por los méritos de mi vida», no es la consulta y pregunta que dirigí a Jerónimo, sino que crees que ya averigüé por mí mismo el problema, y me pides que te envíe mi solución, lo hada si fuese verdad lo que piensas. Pero te confieso que no he averiguado aún cómo el alma hereda de Adán el pecado, de lo cual nadie puede dudar, y ella no se propaga de Adán. Aún tengo que estudiado con mayor diligencia, no afirmado con mayor inconsideración.
7. Dices en tu carta que no has podido atraer a la opinión de tu humildad y a tu aserción plenísima de verdad a no sé cuántos ancianos y varones instruidos por doctos sacerdotes. Pero no me dices cuál es esa tu aserción plenísima de verdad a la que no has podido atraer a los ancianos y varones instruidos por doctos sacerdotes. Pues si esos ancianos opinaban y opinan lo que aprendieron de doctos sacerdotes, ¿cómo te habría causado molestias la turba rústica y menos instruida de los clérigos en puntos en que «había sido instruida por doctos sacerdotes»? Porque, si esos ancianos o si esa turba de clérigos por su maldad se había apartado de lo que aprendiera de los doctos sacerdotes, más bien habría que corregidos por la autoridad de los mismos y apartada del tumulto contencioso. Dices de nuevo que, siendo doctor nuevo y rudo, has temido turbar las tradiciones de tantos y tales obispos, y que, por no hacer injuria a los muertos, temes llevar a los hombres a un mejor sentir. ¿Qué quieres dar a entender, sino que esos a quienes deseabas corregir no querían abandonar la tradición de los doctores y grandes obispos ya difuntos y se resistían a creer a un doctor nuevo y rudo? Dejando a un lado de momento a ésos, deseo saber cuál es esa aserción tuya, proclamada por ti plenísima de verdad. No digo tu sentencia, sino tu aserción.
8. Ya me has hecho conocer bastante que repruebas a los que afirman que todas las almas de los hombres se propagan y reproducen, por una sucesión de generaciones, de aquella única que fue infundida al primer padre. Pero no sé por qué razón o por qué testimonios de las divinas Escrituras pruebas que eso es falso, pues tu carta no lo dice. Además, después de haber leído la carta que antes enviaste a los hermanos de Cesarea y la que últimamente me dirigiste a mí, no veo bastante claro qué es lo que tú propones en lugar de lo que repruebas. Ya veo, según escribes, que crees que Dios hizo a los hombres y los hace y los hará, y que no hay nada en los cielos ni en la tierra que no haya recibido de él su esencia y consistencia. Esto es tan verdad, que nadie puede dudar de ello. Pero tienes que explicar de qué hace Dios las almas, pues niegas que las haga por propagación. Si las hace de otra cosa, dime qué cosa es ésa. O bien dime si las hace de la nada. Lejos de ti el admitir la opinión de Orígenes, Prisciliano, o de algunos otros que piensen lo mismo, según la cual las almas son encerradas en cuerpos terrenos y mortales por los méritos de su vida pasada. Porque a esa opinión se opone en absoluto la sentencia apostólica diciendo que Esaú y Jacob no habían hecho nada bueno ni malo antes de nacer3. Por lo tanto, conozco tan sólo en parte, y no del todo, tu opinión. E ignoro en absoluto la prueba, es decir, cómo se demuestra que tu opinión es verdadera.
9. Por eso en mi carta anterior te pedí que te dignaras enviarme el Libellum fidei, que me recuerdas haber tú escrito, lamentándote de no sé qué presbítero que falazmente lo firmó. Te lo pido de nuevo, juntamente con los testimonios divinos que hayas podido reunir para probar tu aserto. Porque en la carta a los de Cesarea dices que te había placido que aun los jueces seculares conocieran toda la prueba de tu verdad; reunidos ellos por súplica de todos y juzgándolo todo según la fe, la Divinidad otorgó por una infusión de su misericordia, según escribes, que expresasen, según su buen sentir, una afirmación y una prueba mayores que las que tu mediocridad les presentaba a medias con la autoridad de testimonios irrefutables. Deseo, pues, conocer con gran afán esa «autoridad de testimonios irrefutables».
10. Parece que para refutar a tus contradictores sólo reparas en un punto: en que niegan que nuestras almas sean obra de Dios. Si eso piensan, con razón hay que condenar su opinión. Sin duda habría que corregidos o detestados si afirmasen eso acerca del mismo cuerpo. ¿Qué cristiano negará que los cuerpos de todos los individuos que nacen son obra de Dios? Pero, al confesar que Dios forma esos cuerpos, no negamos que los engendran los padres. Supongamos, pues, que alguien dice que hay un cierto semen incorporal y especial en nuestras almas y que se hereda de los padres, aunque Dios forme con él las almas. Para refutado hay que emplear testimonios de la divina Escritura y no conjeturas humanas. Tienes abundancia de testimonios, sacados de la autoridad canónica de los santos Libros, para probar que Dios hace las almas. Con tales testimonios se refuta tan sólo a los que dicen que las almas de todos los individuos que nacen no son obra de Dios; pero no se refuta a los que confiesan eso y dicen que así como los cuerpos se forman por virtud de Dios, pero por propagación de padres, así también las almas. Para refutar a éstos, tienes que buscar testimonios divinos ciertos. Si ya los hallaste, tienes que enviármelos con mucha dilección a mí, que aún no los he hallado, aunque los he buscado con el mayor afán que he podido.
11. La consulta breve y última que envías a los hermanos de Cesarea reza así: «Os ruego que me instruyáis y eduquéis como a hijo y discípulo vuestro, que con la ayuda de Dios acaba de llegar a estos misterios, como debéis, como es digno y como conviene responder a los sacerdotes sabios: ¿Es preferible la sentencia que dice que el alma se propaga y que por un cierto origen oculto y orden secreto las almas de todos los hombres pasan por transfusión del primer hombre Adán, o es preferible la otra, que todos vuestros hermanos y sacerdotes de acá mantienen y afirman? ¿He de elegir esta última afirmación, retener esta creencia, que testifica y cree que Dios fue, es y será autor de todas las cosas y de todos los hombres?» Al proponer tu consulta sobre esos dos extremos, quieres que se te elija y se te responda brevemente por uno de ellos. Si alguien lo sabe, debería hacerlo, con tal que ambos extremos sean tan contradictorios que al elegir uno por necesidad quede rechazado el otro.
12. Pero alguien podría elegir uno de esos dos extremos sin excluir el otro, porque sostiene que en el género humano todas las almas vienen por transfusión del primer hombre Adán, pero al mismo tiempo afirma y cree que Dios fue, es y será autor de todas las cosas y de todos los hombres. ¿Qué piensas que se pueda oponer a éste? ¿Podríamos decirle: «Si las almas se propagan de los padres, no es Dios autor de todas las cosas, porque no crea las almas? Si eso decimos, se nos responderá: «Luego, como los cuerpos se propagan de los padres, ya no es Dios autor de todas las cosas, si por eso ha de afirmarse que ya no hace los cuerpos». ¿Y quién niega que Dios sea autor de todos los cuerpos humanos? ¿Quién dirá que sólo fabricó el que hizo al principio de tierra o, a lo sumo, también el de su mujer, pues la formó de una costilla del varón, pero no los de los otros, ya que los otros son engendrados por aquéllos, cosa que nadie ha de negar?
13. Puede ser que esos con quienes tú discutes sobre este problema afirmen que las almas se propagan de la primera, de modo que nieguen que las hace y forma Dios. En ese caso, insiste en argüirlos, convencerlos y corregirlos cuanto puedas, con la ayuda del Señor. Pero puede ser que admitan que las almas heredan de Adán y de los padres un principio, y, sin embargo, que Dios, autor de todas las cosas, crea y forma las almas en cada individuo. Mira que has de responder a éstos algo que esté en la santa Escritura, que no sea ambiguo y que no pueda entenderse de otro modo. Si ya lo hallaste, envíamelo, como ya antes te supliqué. Y si lo ignoras tú, lo mismo que yo, refuta con todas tus fuerzas a esos de quienes me hablabas en tu primera carta, los cuales, entre otras fábulas ocultas, dicen que las almas no son obra divina, y que por esa opinión necia e impía se han apartado de tu compañía y del servicio de la Iglesia. Defiende y mantén contra ellos por todos los medios lo que me apuntas en tu carta, esto es, que Dios hizo, hace y hará las almas y que no hay nadie, ni en los cielos ni en la tierra, que no haya recibido de Dios su consistencia y esencia. Eso puede creerse, decirse, defenderse y comprobarse con toda razón y verdad en todo género de criaturas. Dios fue, es y será autor de todas las cosas y de todos los hombres, como dices al fin de tu consulta a nuestros colegas en el episcopado de la provincia de Cesarea, cuando los exhortas a elegir esa opinión presentando el ejemplo de todos los hermanos y colegas en el sacerdocio que están ahí y la mantienen.
14. Pero una cosa es preguntar si Dios hace todas las almas y los cuerpos, como lo proclama la verdad, esto es, si hay alguna naturaleza no hecha por Dios, opinión que es manifiestamente errónea. Y otra cosa muy diferente es preguntar si Dios hace las almas mediante la propagación o sin propagación, aunque sea indudable que Dios es quien las hace. En este punto quiero que seas sobrio y cauto: no anules la propagación de las almas de modo que incurras sin darte cuenta en la herejía de los pelagianos. Decimos, y decimos con verdad, que Dios es el creador de los cuerpos humanos, cuya propagación nos es conocida, y no sólo del primer hombre o de la primera pareja, sino de todos los que nacieron de ellos. Pienso que lo entenderás fácilmente: cuando decimos que Dios es autor de las almas, no pretendemos refutar a los que defienden su propagación, pues también hace Dios los cuerpos, aunque no podemos negar que nacen por propagación. Hay que buscar otros documentos para refutar a los que admiten la propagación de las almas, si la verdad comprueba que se equivocan. Si pudiste, debiste preguntar a esos a quienes, como escribes en la última carta dirigida a mí, temías llevar a una mejor opinión por temor de hacer injuria a los buenos. Porque esos difuntos fueron tantos y tales y tan doctos obispos, que temes corromper sus tradiciones, siendo tú doctor nuevo y rudo, según dices. Quisiera yo conocer las razonesy los testimonios en que se apoyaban tantos, tales y tan doctos varones para defender la propagación de las almas... Pero no has tenido en cuenta su autoridad cuando, en la carta que enviaste a los de Cesarea, dices que se trata de un nuevo descubrimiento y opinión inaudita. Aunque se tratase de un error, sabemos que no es nuevo, sino muy viejo y antiguo.
15. Cuando en un problema hay motivos que con razón nos obligan a dudar, no por eso hemos de preguntamos si deberemos dudar. En cosas dudosas hemos de dudar sin duda alguna. Ves cómo el Apóstol no duda de su duda cuando fue arrebatado al tercer cielo: no sabe si fue en el cuerpo o fuera del cuerpo. Sea una cosa o la otra, yo no lo sé -dice- Dios lo sabe4. ¿Por qué no podré yo dudar, mientras lo ignore, si mi alma viene a esta vida por propagación o sin ella, bien convencido de que en ambos casos ha sido hecha por el sumo y verdadero Dios? ¿Por qué no me será lícito decir: Sé que mi alma subsiste por obra de Dios y que es obra de Dios; pero no sé, Dios lo sabe, si viene por propagación, como el cuerpo, o sin propagación, como la del primer hombre? Quieres que yo confirme una de las dos posiciones. Podría hacerlo si lo supiera. Si tú lo sabes, aquí me tienes más deseoso de aprender lo que no sé que de enseñar lo que sé. Y si no lo sabes, como yo tampoco lo sé, reza, como yo, para que por sí mismo o por medio de algún siervo suyo nos enseñe aquel Maestro que dijo a sus discípulos: No queráis que los hombres os llamen maestros, porque uno es vuestro Maestro, Cristo5. El sabe si nos conviene conocer estas cosas, pues sabe no sólo lo que enseña, sino también lo que conviene que aprendamos.
16. Confieso a tu dilección mi deseo. Deseo saber lo que me preguntas. Y más desearía saber, si fuera posible, cuándo se presentará el Deseado de todas las naciones6 y cuándo se realizará el reino de los santos, que el de dónde vine a esta tierra. Sin embargo, cuando los discípulos, nuestros apóstoles, preguntaron a Cristo, que todo lo sabe, recibieron esta respuesta: No os toca conocer el tiempo o los tiempos que Dios reservó a su poder7. Quizá conoce Dios que no nos toca saber esto tampoco, pues sin duda conoce qué saber nos es útil. Por Cristo conozco que no nos toca conocer los tiempos que Dios reservó a su poder. En cambio, ni siquiera sé si nos toca a nosotros, esto es, si pertenece a nosotros el conocer ese origen de las almas que yo ignoro. Si por lo menos supiera que no nos toca a nosotros el conocerlo, desistiría no sólo de afirmar lo que no sé, sino aun de inquirirlo. Por ahora, el problema es muy obscuro y profundo. Mi cautela para no ser temerario en enseñar supera aquí a mi deseo de saber; pero por lo menos quiero saber si puedo saber. Desearía conocer este punto del origen del alma, aunque es más necesario lo que decía aquel santo: Dame, Señor, a conocer mi fin8. No dijo mi origen. ¡Ojalá, sin embargo, no se me ocultase cuál fue mi origen, en cuanto se refiere a este problema!
17. Pero aun respecto a ese punto del origen no soy ingrato a mi doctor. Sé que el alma humana es un espíritu y no un cuerpo; que es racional o intelectual. Sé, además, que no es naturaleza divina, sino una criatura mortal, en cuanto se deteriora y puede desprenderse de la vida de Dios, de cuya participación recibe la bienaventuranza. Sé que al mismo tiempo es inmortal, en cuanto que no puede perder el sentir, con que le ha dé ir bien o mal después de esta vida. Sé que no mereció ser encerrada en la carne por actos realizados antes de la carne; pero al mismo tiempo sé que el hombre no está sin la mancha del pecado, aunque sólo sea de un día su vida sobre la tierra9, como está escrito. Por lo tanto, sé que nadie nace de Adán sin pecado en la serie de la generación, y que por eso los niños necesitan renacer por la gracia de la regeneración en Cristo. Muchas y grandes son estas verdades acerca del principio u origen de nuestras almas, entre las cuales hay bastantes que pertenecen a ese saber que consta por la fe; me congratulo de haberlas aprendido y confirmo que las sé. Respecto al origen de las almas, aunque estoy seguro de que las hace Dios, no sé si Dios las hace en los hombres por propagación o sin propagación; más quisiera saberlo que ignorado. Mientras no lo sepa, mejor será dudar que atreverme a afirmar como cierto algo que quizá se opone a tal opinión. Y sobre ese punto no debo dudar.
18. Tú, mi buen hermano, me consultas y quieres que yo elija una de las dos opiniones: ¿Se propagan las almas, lo mismo que los cuerpos, a partir del primer hombre? ¿Las forma el Creador en cada individuo sin propagación alguna, como creó la del primer hombre? En ambos casos hay que afirmar que las hace Dios. Permíteme, pues, que también yo consulte cómo el alma hereda el pecado original, si ella misma no es originalmente una herencia. No negamos que todas las almas heredan de Adán el pecado original, para no caer detestablemente en la herejía pelagiana. Si no sabes lo que yo demando, perdona que yo ignore ambas cosas, la que preguntas tú y la que pregunto yo. Y si ya sabes contestar a lo que yo te pregunto, enséñamelo, y entonces te responderé, ya sin temor alguno, a lo que tú quieres que yo conteste. Te ruego que no te enfades porque no he podido responder a lo que tú quieres y únicamente he podido mostrarte lo que has de inquirir. Cuando lo averigües, no dudes en mantener lo que buscabas.
19. Pensé que debí escribir esto a tu santidad, pues crees que debes impugnar la propagación de las almas como si ya estuvieses cierto de tu opinión. Por lo demás, si yo me hubiese dirigido a los que defienden esa propagación, quizá les hubiese mostrado que ignoran lo que creen saber y cuánto deben temer el afirmado con audacia.
20. En la carta que te adjunto, mi amigo habla de dos libros que yo le envié, anunciando que no ha tenido todavía tiempo de contestar. No te maravilles de eso. Tan sólo en uno de ellos se toca este problema. En el otro estudié y resolví unproblema distinto, pero sometiendo a su juicio mi solución. Cuando nos amonesta y exhorta a trabajar para destruir en las iglesias una perniciosísima herejía, se refiere a la pelagiana. También yo te amonesto cuanto puedo a que la evites con la mayor cautela, hermano, cuando estudies o discutas el origen de las almas. No se te ocurra pensar que hay un alma, excepción hecha de la del Mediador, que no hereda de Adán el pecado original, adquirido por generación, del que ha de librarse por la regeneración.