CARTA 200

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Año 419.

Elogio de Valerio y envío del De nuptiis et concupiscentia.

Agustín saluda en el Señor a Valerio, señor ilustre e hijo justamente excelentísimo a la vez que amadísimo en el amor de Cristo.

1. Estaba yo molesto por haberte escrito varias veces sin haber obtenido contestación de tu Excelencia, cuando de pronto recibí tres cartas de tu Benignidad. Una, dirigida a mí y a otros, la recibí por mi colega en el episcopado Vindemial, Y poco después recibí dos por mi colega en el presbiterado Firmo. Este santo varón, muy unido a mí por una caridad estrechísima, como pudiste saber por él mismo, habló largamente conmigo de tu Excelencia y me informó con sinceridad sobre el conocimiento que tiene de ti en las entrañas de Cristo1. Con eso no sólo superó a la carta que recibí del mencionado obispo o las que él me trajo, sino también aquella que lamentaba no haber recibido. Lo que contaba de tu persona me resultó más gustoso, porque me contaba lo que tú no podrías contarme, aunque yo te lo requiriese, para no convertirte en predicador de tus loas, cosa que la santa Escritura prohíbe2. Yo mismo tengo reparos en escribirte esto, para no incurrir en la sospecha de adulación, señor ilustre, con razón excelentísimo, y amadísimo hijo en el amor de Cristo.

2. Mira cuánto me deleitó y alegró escuchar tus alabanzas en Cristo, o más bien las alabanzas de Cristo en ti, de boca de quien ni podía engañarme por su fidelidad, ni podía ignoradas por su amistad contigo. Pero, aunque no tantas cosas ni tan ciertas, ya he oído a otros cuán sana y católica es tu fe, cuán piadosa tu esperanza del futuro, cuál tu amor a Dios y a los hermanos, cómo no te engríes en los más altos honores ni pones tu esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios vivo, y que eres rico en obras buenas3; que tu casa es descanso y solaz de los santos y terror de los impíos; he oído cuánta precaución tienes para que nadie ponga asechanzas a los miembros de Cristo, embozado en el velo del nombre de Cristo, ya entre los viejos enemigos, ya entre los nuevos; y, finalmente, cuánto procuras la salud y combates el error de esos enemigos. Estas y otras semejantes cosas, como digo, acostumbro a oídas también de boca de otros; pero ahora, por el citado hermano he conocido más datos y de mayor garantía.

3. ¿Cómo podría alabar y amar en ti la pureza conyugal si no nos la describiese uno de tus íntimos familiares, que co­noce tu vida profundamente y no tan sólo en la superficie? Sobre este bien tuyo, don de Dios, me place hablar contigo con algún mayor detenimiento e intimidad. Sé que no te resultaré pesado si te envío algún escrito prolijo, para que, mientras lees, estés más tiempo conmigo. Porque he averiguado también que, entre tus muchas y grandes preocupaciones, te entregas con gusto y facilidad a la lectura y que te complaces mucho en mis opúsculos que han ido a caer en tus manos, aunque estén dirigidos a otro. ¡Cuánto más te gustará uno escrito para ti, en el que hablaré contigo como en tu presencia! ¿No te dignarás estudiado con más atención y recibido con mayor placer? Pasa, pues, de esta carta al libro que te adjunto. El mismo libro, en su comienzo, te hará saber más fácilmente por qué lo he escrito y sobre todo por qué te lo he enviado a ti.