CARTA 197

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Fin del 418 o comienzo del 419.

El fin del mundo.

Hesiquio.

1. Ya que vuelve a tu Santidad tu hijo y nuestro colega en el presbiterado Cornuto, por quien recibí la carta con que tu veneración se ha dignado visitar a mi humildad , al fin pago mi deuda, devolviéndote el obsequio debido de mi saludo y encomendándome encarecidamente a tus oraciones, muy agradables a Dios, señor y hermano. Acerca de las palabras de los profetas, con frecuencia predicciones, sobre los que quieres que te escriba alguna cosa, me ha parecido mejor remitir a tu Beatitud algunas exposiciones entresacadas de los opúsculos del santo Jerónimo, hombre doctísimo, sobre esos anuncios, por si acaso no las tienes. Si ya las tenías y no satisfacían tu curiosidad, dígnate decirme, por favor, tu opinión sobre ellas y cómo entiendes tú esos mismos oráculos proféticos. Yo creo que las semanas de Daniel han de referirse al tiempo ya pasado, pues no me atrevo a contar tiempos hasta la venida del Salvador, que se espera para el fin. Y creo que ningún profeta fijó en ese sentido el número de los años, sino que prevalece más bien lo que dijo el Señor: Nadie puede conocer los tiempos que el Padre reservó a su poder1.

2. Dice en otro lugar: Nadie sabe ni el día ni la hora2. Algunos lo entienden opinando que pueden computar los tiempos, aunque nadie conozca el día ni la hora exactos. No quiero hacer notar aquí que las Escrituras suelen poner «el día y la hora» para indicar el tiempo. Pero ciertamente el texto citado se refiere clarísimamente a la ignorancia de aquellos tiempos. Los discípulos le preguntan al Señor, y él contesta: Nadie puede conocer los tiempos que el Padre reservó a su poder3. No dijo «el día» o «la hora», sino «los tiempos», que no suelen designar tan breve espacio de tiempo como el día y la hora, máxime si atendemos al idioma griego, del que sabemos que fue traducido al nuestro ese libro en que se halla el pasaje, pues el latín no puede expresar todos los matices. En griego se lee χρόνους ἢ καιρούς. Aunque ambos vocablos tienen sentido diferente, los latinos traducen ambos por tiempos. Los griegos llaman καιρούς no a un tiempo que transcurre en el rodar de las horas, sino al que es oportuno o inoportuno para algo, como, por ejemplo, para la siega, la vendimia, el calor, el frío, la paz, la guerra y cosas semejantes. Llaman, en cambio, χρόνους al rodar de las horas.

3. Los apóstoles no preguntaban como si quisieran saber precisamente el día o la hora, esto es, una brevísima parte del día; querían saber si era ya el tiempo oportuno en que se restablecería el reino de Israel. Entonces escucharon: Nadie puede conocer los tiempos que el Padre reservó a su poder4, esto es, los χρόνους ἢ καιρούς. Aunque dijésemos en nuestra lengua tiempos u oportunidades, no daríamos la expresión exacta, ya que tanto los tiempos oportunos como los inoportunos se llaman καιροί. Y me parece que el computar los tiempos, esto es, los χρόνους para saber cuándo será el fin de este siglo o la venida del Señor, es querer saber lo que nadie puede saber, según la palabra de Cristo.

4. Ahora bien, la oportunidad del tiempo no se dará antes de que sea predicado el Evangelio en todo el mundo, para que sirva de testimonio a todas las naciones. Sobre este punto leemos una afirmación clarísima del Salvador, que dice: y será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, en testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin5. ¿Qué significa entonces vendrá, sino que antes no vendrá? No sabemos cuándo vendrá, pero no debemos dudar de que no vendrá antes. Supongamos que los siervos de Dios se tomaran el trabajo de recorrer el orbe de la tierra y averiguar en cuanto pudieren las naciones que quedan en las que todavía no se ha predicado el Evangelio. De ahí podríamos advertir de alguna manera cuán lejos está nuestro presente del fin del mundo. Hay muchos lugares inaccesibles e inhabitables, y por eso no se cree que los siervos de Dios puedan recorrer el orbe para contar fielmente cuántas y cuán grandes son las naciones a las que no ha llegado el Evangelio de Cristo. Pues mucho menos creo yo que pueda saberse por las Escrituras el espacio de tiempo que falta hasta el fin, ya que en ellas leemos: Nadie puede conocer los tiempos que el Padre reservó a su poder6. Si se nos asegurase con certidumbre que el Evangelio había sido predicado ya en todas las naciones, ni aun así podríamos decir cuánto tiempo queda hasta el fin. Diríamos con razón que nos acercábamos más y más. Quizá diga alguno que con suma celeridad se ha predicado el Evangelio a los pueblos romanos y a los bárbaros ocupados, y que algunos de éstos se han convertido a la fe de golpe y no poco a poco; por donde no es increíble que el Evangelio pueda predicarse en las naciones restantes en pocos años, no ya durante la vida de los que ya hemos envejecido, pero sí en la de los jóvenes, que aún tienen que llegar a la vejez. Pero si ha de ser así, mejor será probado por la experiencia, cuando haya sucedido, que descubrirlo en los libros antes de que suceda.

5. Me he visto obligado a decir eso por la opinión de un sujeto, a quien también el presbítero Jerónimo acusa de temeridad, pues se atrevió a aplicar las semanas de Daniel a la venida futura de Cristo y no a la pasada. Si por tus mejores méritos el Señor reveló o revelare algo mejor a la santa humildad de tu corazón, te ruego que te dignes comunicármelo. Y recibe esta contestación mía como de un hombre que preferiría saber antes que ignorar esos puntos sobre los que consultas. Pero, como aún no lo he conseguido, prefiero confesar con cautela mi ignorancia, antes que profesar una falsa ciencia.