Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: Fin del 418.
«Judíos carnales e Israel espiritual».
Agustín saluda en el Señor a Asélico, señor beatísimo, hermano y colega en el episcopado.
1. El venerable anciano Donaciano se dignó remitirme la carta que tu santidad le envió sobre la controversia respecto al precaverse del judaísmo y con ruegos encarecidos me mandó que te contestase. Por temor a que lo tome como desprecio (si no lo hago), voy a contestar con la ayuda de Dios. Pienso que también tu caridad se complacerá en que, al escribirte a ti, no me he negado a obedecerle a él, pues ambos le veneramos por sus méritos.
2. El apóstol Pablo enseña que los cristianos, máxime los que vienen de la gentilidad, no deben vivir como los judíos, allí donde escribe: Dije a Pedro delante de todos; «Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a vivir como los judíos?» Y luego prosigue: Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; pero sabiendo que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, también nosotros hemos creído en Jesucristo para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley; porque por las obras de la ley no se justifica ningún hombre1.
3. No se refiere sólo a las obras de la ley, consistentes en los antiguos ritos, y que ahora, revelado el Nuevo Testamento, los cristianos han dejado de observarlas, como la circuncisión del prepucio, el descanso físico del sábado, el abstenerse de ciertos alimentos, la inmolación de ovejas en los sacrificios, las neomenías, los ácimos y cosas semejantes, sino también a lo que está escrito en la ley: No codiciarás2, cosa que nadie duda de que está dicho también para los cristianos. Ni las unas ni lo otro justifican al hombre, sino por la fe en Jesucristo3 y la gracia de Dios por Cristo nuestro Señor4. El mismo Apóstol dice: ¿Qué diremos? ¿Es pecado la ley? De ningún modo. Pero no conocí el pecado sino por la ley; no conocería la concupiscencia si la ley no dijese: «No codiciarás». Presentada la ocasión, el pecado, mediante el mandamiento, produjo en mí toda suerte de concupiscencias. Sin la ley está muerto el pecado. Y yo vivía algún tiempo sin ley. Pero, al llegar el mandamiento, revivió el pecado. Yo, en cambio, morí y he aquí que el precepto que fue dado para vida, fue para mí causa de muerte. Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató. En suma, que la ley es santa, y el precepto, santo y justo y bueno. ¿Luego algo que es bueno me ha sido causa de muerte? Nada de eso. Pero el pecado, para manifestarse como pecado mediante algo bueno me dio la muerte; de modo que al pecar por el precepto, el pecado se agrande sobremanera. Porque sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. No sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Si, pues, hago lo que no quiero, conozco que la ley es buena5.
4. En estas palabras del Apóstol vemos no sólo que la ley no es pecado, sino también que es santa y que el mandato es sabio y justo y bueno, cuando dice: No codiciarás. Pero el pecado seduce mediante algo bueno, y por eso bueno da muerte a los que, siendo carnales, creen que con sus fuerzas pueden cumplir la ley espiritual. Y así se hacen no sólo pecadores, cosa que ya serían aunque no hubiesen recibido la ley, sino también prevaricadores, cosa que no serían si no hubiesen recibido tal ley. Y así dice en otro lugar: Donde no hay ley, tampoco hay prevaricación6. Y como él mismo atestigua en otra parte: La ley se introdujo para que abundase el delito. Pero donde abundó el delito, sobreabundó la gracia7.
5. Tal es la utilidad de la ley: muestra al hombre a sí mismo, para que conozca su debilidad y vea cómo por la prohibición se aumenta la concupiscencia carnal, lejos de sanarse; con más ardor se apetecen las cosas prohibidas cuando se manda una cosa espiritualmente y se le obliga al hombre carnal a observarla. Mas el que sea espiritual el que tiene que cumplir la ley espiritual, lo hace la gracia, no la ley, esto es el don, no la orden, el Espíritu, que ayuda, y no la letra, que manda. Entonces el hombre comienza a renovarse interiormente según la gracia8, para hacer con el alma lo que ama, sin consentir que la carne haga lo que odia9, es decir: no en modo que carezca de toda apetencia, sino consiguiendo que no vaya tras ellas10. Lo cual es un bien tan grande, que, aunque mientras estamos en el cuerpo de esta muerte11 sintamos los deseos pecaminosos, si se realizase plenamente y no diésemos el consentimiento a ninguno de esos deseos, no tendríamos por qué decir a nuestro Padre, que está en los cielos: Perdónanos nuestras deudas12. Sin embargo, aún no seríamos tales cuales seremos cuando esto mortal se haya revestido de inmortalidad13. Porque entonces no sólo no obedeceremos a ningún deseo pecaminoso, sino que no habrá tales deseos a los que se nos prohíba obedecer.
6. Ahora, lo que se nos dice: Ya no soy yo el que lo hago, sino el pecado que habita en mí14, se aplica a la concupiscencia de la carne, que produce en nosotros sus movimientos, aun cuando no los obedezcamos, mientras no reine el pecado en nuestro cuerpo mortal hasta el punto de obedecer a tales deseos, y no ofrezcamos nuestros miembros como armas de iniquidad al pecado15. Si progresamos con perseverancia en esta justicia todavía no plena, llegaremos algún día a su plenitud, y entonces no se tratará de refrenar y reprimir la concupiscencia del pecado, sino que no existirá. Esto lo indicó la ley al decir: No codiciarás16, no porque podamos logrado aquí, sino como ideal al que tendamos en nuestro progreso. Se hace realidad no por la ley, que lo manda, sino por la fe, que lo consigue; no por la letra, que lo prescribe, sino por el Espíritu, que lo otorga; luego no por los méritos del hombre que obra, sino por la gracia del Salvador, que la regala. La utilidad de la leyes, por lo tanto, convencer al hombre de su debilidad y obligarle a implorar la medicina de la gracia que está en Cristo. Así: Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no creyeron? ¿Y cómo creerán a aquel de quien no oyeron hablar?17 Por eso dice poco después: Luego la fe viene por la escucha, y la escucha por la palabra de Cristo18.
7. Siendo esto así, los que se glorían de ser israelitas por nacimiento y se envanecen de la ley, fuera de la gracia de Cristo, son aquellos de quienes dice el Apóstol que, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la propia, no se subordinan a la justicia divina19. Llama justicia a la que el hombre recibe de Dios; y llama propia a esa justicia que ellos creen tener con suficiencia para cumplir los mandamientos, sin ayuda y el don de aquel que dio la ley. Semejantes a éstos son aquellos que profesan ser cristianos, pero se oponen a la gracia de Cristo, de modo que creen cumplir los mandamientos divinos con fuerzas humanas. Ignorando también ellos la justicia de Dios y queriendo establecer la propia, no se subordinan a la justicia divina20 y se asemejan a los judíos, si no en el nombre, en el error. Esta clase de hombres halló sus cabecillas en Pelagio y Celestio, defensores acérrimos de tal impiedad, que en un juicio reciente han sido privados de la comunión católica por los diligentes y fieles siervos de Dios y, por su corazón impenitente, se obstinan todavía en su condenación.
8. Quien quiera mantenerse alejado de este judaísmo carnal y animal, y por tanto reprensible y condenable, debe alejar de sí no sólo aquellos ritos antiguos que dejaron de ser necesarios una vez que fue revelado el Nuevo Testamento y se han realizado las cosas que aquellos símbolos significaban de modo que nadie sea juzgado respecto al comer y al beber a días de fiesta, novilunios o sábados que eran sombras del futuro21, sino también aquellos otros preceptos de la ley, establecidos para formar las costumbres de los fieles. Es decir, para que, renunciando a la impiedad y a las apetencias seculares, vivamos templada, justa y santamente en este siglo22, a lo que se refiere también este mandamiento de la ley que el Apóstol eligió para recomendarlo especialmente: No codiciarás23, y todos los preceptos de la ley que hablan del amor a Dios y al prójimo no ya mediante ritos simbólicos, ya que también Cristo dijo que en esos dos preceptos se cifran la ley y los profetas24. Pues bien, estos preceptos el cristiano los recibe, los abraza, no duda de que se han de observar; pero todo lo que progresa en su observancia lo atribuye no a sí mismo, sino a la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor25.
9. Se pregunta con razón si a uno que es de esa forma verdadero y auténtico cristiano hay que llamarle también judío e israelita. Mas, puesto que se entiende que ha de sedo en el espíritu y no en la carne, no debe llamarse así en la conversación ordinaria, sino retenerlo en un sentido espiritual. Por la ambigüedad del vocablo, que persiste en la conversación ordinaria, parecería que el cristiano profesa doctrinas opuestas al nombre cristiano. El bienaventurado Apóstol explica y soluciona ese problema, a saber, si un cristiano puede considerarse al mismo tiempo judío o israelita. Dice así: Cierto que la circuncisión es provechosa si guardas la ley. Pero si la traspasas, tu circuncisión se hace prepucio. En cambio, si el incircunciso guarda los preceptos de la ley, ¿no será tenido por circuncidado? Por lo tanto, el incircunciso natural, que cumple la ley, te juzgará a ti que, a pesar de tener la letra y la circuncisión, traspasas la ley. Porque no es judío el que lo es en el exterior, ni circuncisión la circuncisi6n exterior de la carne, sino que es judío el que lo es en el interior y es circuncisi6n la del corazón según el espíritu, no según la letra. Su alabanza no le llega de los hombres, sino de Dios26. Oímos al Apóstol de Cristo que encarece a un judío oculto, judío no por la circuncisión de la carne, sino por la del corazón; no por la de la letra, sino por la del espíritu. ¿Y quién es ese judío sino el cristiano?
10. Somos, pues, judíos, no según la carne, sino según el espíritu, del mismo modo que somos linaje de Abrahán, no según la carne, como aquellos que con orgullo carnal se glorían de ese nombre, sino según el espíritu de fe, cosa que no son ellos. Sabemos que nosotros éramos el objeto de la promesa cuando Dios dijo a Abrahán: Te he constituido padre de muchas naciones27. Y conocemos las muchas cosas que sobre esto dice el Apóstol: Afirmamos que a Abrahán le fue computada la fe por justicia; pero ¿en qué modo le fue computada? ¿Cuando ya se había circuncidado o antes? No después de la circuncisión, sino cuando estaba incircunciso y recibió la circuncisión por señal, por sello de la justicia de la fe, que poseía siendo incircunciso, para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos se les adjudique la justicia; y así sea padre de la circuncisi6n, pero no solo de los circuncisos, sino también de los que siguen los pasos de la fe de nuestro padre Abrahán antes de ser circuncidado. Y poco después añade: Por consiguiente, la promesa viene de la fe, para que siendo gratuita sea firme la promesa hecha a toda la descendencia, no sólo a los hijos de la ley, sino a los hijos de la fe de Abrahán, padre de todos nosotros, según está escrito: «Te he constituido padre de muchas naciones»28. Asimismo está escrito en la carta a los Gálatas: Como Abrahán creyó a Dios y le fue imputado a justicia. Entended, pues, que los nacidos de la fe, ésos son los hijos de Abrahán. Previendo la Escritura que por la fe justificaría Dios a los gentiles, anunció de antemano a Abrahán: «En ti serán benditas todas las gentes», para que los que nacen de la fe sean bendecidos con Abrahán que creyó29. Poco después dice en la misma carta: Hermanos, hablo al modo humano: Al testamento, con ser de hombre, nadie lo anula, nadie le añade nada. Pues a Abrahán y a su descendencia fueron hechas las promesas. No dice «a sus descendencias», como a muchas, sino a una sola: «Ya tu descendencia»; que es Cristo30. Y poco después añade: Todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán, herederos según la promesa31.
11. Según esta interpretación del Apóstol, hay judíos que no son cristianos; traen su origen de la carne de Abrahán, pero no son hijos de Abrahán. Cuando el Apóstol dice: Entended que los que vienen de la fe ésos son los hijos de Abrahán, sin duda quiere decir que los que no vienen de la fe no son hijos de Abrahán. Por lo tanto, si Abrahán no es padre de los judíos, al modo como lo es de nosotros, ¿qué les aprovechará haber salido de su carne y retener su nombre sin eficacia? Si pasan a Cristo y empiezan a ser hijos de Abrahán por la fe, entonces son judíos, no externa, sino íntimamente, por la circuncisión del corazón; no en la letra, sino en el espíritu; su alabanza no proviene de los hombres, sino de Dios32. Pero, si se apartan de esa fe, serán contados entre los ramos desgajados de ese olivo en cuyo tronco, según dice el mismo Apóstol, se injerta el acebuche33, es decir, la gentilidad. Eso no se realiza por la carne, sino por la fe; no por la ley, sino por la gracia; no por la letra, sino por el espíritu; no por la circuncisión de la carne, sino por la del corazón; no externa, sino íntimamente; no con alabanza de los hombres, sino de Dios, para que así todo cristiano igual que no es hijo carnal, sino espiritual, de Abrahán, no sea un judío carnal, sino espiritual; ni sea un israelita carnal, sino espiritual. De ese nombre habla en estos términos el Apóstol: No todos los que son de Israel son Israel, ni todos los que son descendientes de Abrahán son hijos; sino que por Isaac llevará tu nombre una descendencia. Esto es, no son hijos de Dios los que son hijos de la carne, sino que serán reputados como descendencia los hijos de la promesa34. ¿No son éstas grandes maravillas y un profundo misterio? Muchos nacidos de Israel no son Israel, y muchos no son hijos, aunque son descendencia de Abrahán. ¿Por qué no lo son ellos como lo somos nosotros, sino porque no son hijos de la promesa y no pertenecen a la gracia de Cristo, sino que son hijos de la carne y llevan un nombre vano? Por lo tanto, ni ellos son Israel al modo como lo somos nosotros, ni nosotros somos Israel al modo como lo son ellos. Nosotros lo somos por la regeneración espiritual, mientras ellos lo son por la generación carnal.
12. Tenemos que ver y distinguir: hay un Israel que recibió el nombre en atención a la carne, y otro que recibió, en atención al espíritu, la realidad con que ese nombre se significaba. ¿Acaso nacieron israelitas de Agar, esclava de Sara? ¿No nació de ella Ismael y con su descendencia propagó la raza de los ismaelitas y no la de los israelitas? De Sara, en cambio, vino Israel, a través de Isaac, el cual nació a Abrahán35 como fruto de una promesa. Pero, siendo esto así en cuanto a la propagación carnal, se llega a la interpretación espiritual, y entonces se advierte que no pertenecen a Sara los israelitas carnales, que de ella traen su origen carnal. Y, en cambio, pertenecen a ella los cristianos, que no son hijos de la carne según Ismael, sino hijos de la promesa según Isaac, aunque pertenecen al misterio espiritual y no al linaje carnal del mismo Isaac. El Apóstol habla así a los Gálatas: Decidme los que queréis someteros a la ley: ¿No habéis oído lo que dice? Porque está escrito que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre36. Pero el de la sierva nació según la carne; el de la libre, en virtud de la promesa. Hay en ello una alegoría. Esas dos mujeres son dos testamentos: el uno, que procede del monte Sinaí, engendra para la servidumbre. Es Agar. El monte Sinaí se halla en Arabia y corresponde a la Jerusalén actual, que es, en efecto, esclava en sus hijos. Pero la Jerusalén de arriba es libre, y ésa es nuestra madre, pues está escrito: «Alégrate, estéril, que no pares; prorrumpe en gritos tú que no conoces los dolores del parto; porque serán más los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido»37. Y nosotros, hermanos, somos hijos de la promesa, a la manera de Isaac. Mas así como entonces el nacido según la carne perseguía al nacido según el espíritu, así también ahora. Pero ¿qué dice la Escritura? Arroja a la sierva y a su hijo, que no será heredero el hijo de la esclava con el hijo de la libre38. En fin, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre, con la libertad con que Cristo nos libertó39.
13. He aquí que, según esta interpretación espiritual del Apóstol, somos más bien nosotros los que pertenecemos a la libre Sara, aunque no descendemos carnalmente de ella. Y, en cambio, los judíos, que descienden de ella carnalmente, manifiestan pertenecer más bien a la esclava Agar, de la que no descienden carnalmente. Este grande y profundo misterio vuelve a aparecer en los nietos de Abrahán, esto es, en aquellos gemelos hijos de Isaac y Rebeca, Esaú y Jacob, quien después recibió como nombre Israel. Hablando de esto el mismo Apóstol, recuerda que los hijos de la promesa por Isaac pertenecen a la gracia de Cristo, diciendo: Ni es esto sólo. También Rebeca los concibió de una sola relación con Isaac nuestro padre. Pues bien, cuando aún no habían nacido ni habían hecho nada bueno ni malo, para que permaneciese el propósito de Dios según la elección, no en atención a las obras, sino en atención a quien llama, se dijo que el mayor serviría al menor, como está escrito: «A Jacob amé y a Esaú tuve odio»40. Esta doctrina apostólica y católica nos indica con harta evidencia que los judíos o israelitas pertenecen a Sara según la carne, como los ismaelitas pertenecen a Agar. Pero, según el misterio del Espíritu, los cristianos pertenecen a Sara, y los judíos a Agar. Asimismo, según el origen carnal, a Esaú, que también se llamó Edom41, pertenece la raza de los idumeos, y a Jacob, que también fue llamado Israel42, pertenece la raza de los judíos. Pero, según el misterio del Espíritu, los judíos pertenecen a Esaú, y los cristianos a Israel. Y así se cumple lo que está escrito: El mayor servirá al menor, esto es, el pueblo de los judíos, que es anterior, servirá al pueblo de los cristianos, que es posterior. He ahí cómo somos Israel por adopción divina, sin gloriamos del parentesco humano; y no externa, sino íntimamente; no por la letra, sino por el espíritu; judíos no por la circuncisión de la carne, sino por la del corazón43.
14. Así está el problema. Pero no debemos sembrar ambigüedad en la conversación ordinaria con inepta locuacidad. Cuando se trata de discernir las cosas, no hemos de desvirtuar los vocablos corrientes de su vieja significación, dando a los que son y se les designa habitualmente como cristianos el apelativo inusitado de judíos; de igual modo a uno que sea y se llame cristiano, no debe agradarle el que se le designe por israelita. Esto debe entenderse siempre en sentido espiritual y decirse muy pocas veces; pero no debe preferirse para utilizado corrientemente con inepta insolencia o, si puede decirse, con estulta ciencia. ¿Acaso ignoraban los apóstoles, de quienes nosotros lo aprendimos, de qué modo somos la descendencia de Abrahán, herederos de la promesa como Isaac44; y que éramos judíos en espíritu, no por la letra; por la circuncisión del corazón, no por la de la carne; Israel de Dios y no Israel según la carne?45 Lo conocían con mayor certidumbre y sabiduría que nosotros. Y, no obstante, en el lenguaje corriente llamaban israelitas y judíos a los que todos llamaban así por venir del linaje de Abrahán según la carne.
15. Dice el apóstol Pablo: Los judíos piden prodigios y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, y estulticia para los gentiles, y para los llamados, judíos y griegos, Cristo Virtud de Dios y Sabiduría de Dios46. A los que llama griegos les da también el nombre de gentiles, porque su idioma sobresale de un modo especial entre ellos. Si los mismos cristianos son judíos, ya será para los cristianos un escándalo Cristo crucificado, del cual se dijo: Escándalo para los judíos. ¿Quién, si no está extremadamente loco, pensará eso? Dice asimismo el Apóstol: Vivid sin ofensa para los judíos, para los griegos y para la Iglesia de Dios47. ¿Cómo distinguiría esas tres cosas si tuviese que llamar judía a la Iglesia de Dios en el lenguaje corriente? Dice asimismo: A nosotros, a quienes llamó, no sólo de entre los judíos, sino de entre los gentiles48. ¿Cómo los llamó de entre los judíos si los llamó más bien de entre los no judíos para que fuesen judíos? Dice también de los israelitas: ¿Qué diremos? Que los gentiles, que no seguían la justicia, alcanzaron la justicia, pero la justicia que proviene de la fe. En cambio, Israel, que perseguía la ley de justicia, no llegó a esa ley. ¿Por qué? Porque la quería no por la fe, sino por las obras. Tropezaron en la piedra de tropiezo49. Igualmente anota: ¿Y qué dice a Israel? Todo el día extendí mis manos a un pueblo que no me creía y me contradecía50. Y añade a continuación: Digo, pues: ¿Acaso rechazó Dios a su pueblo? De ningún modo. Porque también yo soy israelita, del linaje de Abrahán y de la tribu de Benjamín. No rechazó Dios a su pueblo, al que eligió en su presciencia51. Si los cristianos son Israel, ¿cómo se llamó a sí mismo israelita? ¿Acaso porque se hizo cristiano? No, en verdad, sino porque según la carne era del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín. Eso no lo somos nosotros según la carne, aunque según la fe seamos descendencia de Abrahán, y por lo tanto Israel. Luego una cosa es lo que un sentido espiritual descubre, y otra lo que reclama el lenguaje corriente.
16. En fin, ese no sé quien, Apto, de quien me escribes que enseña a comportarse como judíos a los cristianos, como tu Santidad me ha indicado, se llama a sí mismo judío o israelita, de manera que prohíbe aquellos alimentos que, según la conveniencia de los tiempos, prohibía también la ley dada por el santo siervo de Dios Moisés52, y quiere persuadir las otras observancias de aquel tiempo, ya abolidas y superadas entre los cristianos. El Apóstol las llama sombras del futuro53, para que se entienda en ellas la profecía y se advierta que su observancia carece ya de significado. Donde se ve por qué ese Apto quiere que le llamen israelita y judío en sentido carnal, no en el espiritual. Pero a nosotros no nos obligan ya aquellas observancias, que quedaron anuladas con la revelación del Nuevo Testamento. En cuanto a los otros preceptos de la ley, necesarios todavía para nuestro tiempo, por ejemplo, No adulterarás, no matarás, no codiciarás, y si algún otro mandamiento hay que se recapitule en aquella forma, Amarás a tu prójimo como a ti mismo54, aprendimos y enseñamos que hay que observados, no con las fuerzas humanas, como estableciendo nuestra propia justicia55, sino mediante la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor56, en aquella justicia que nos viene de Dios. Con todo, no negamos ser linaje de Abrahán, ya que nos dice el Apóstol: Luego sois linaje de Abrahán57; ni que somos judíos interiormente, pues nos dice el mismo Apóstol: El verdadero judío no es el que lo es externamente, ni la verdadera circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; es judío el que lo es interiormente y la circuncisión verdadera es la del corazón, la que se ajusta al espíritu, no a la letra, la que obtiene su alabanza de Dios, no de los hombres58. Tampoco negamos que somos israelitas espirituales, esto es, pertenecientes a aquel menor de quien se dijo que sería servido por el mayor59. Pero no nos imponemos estos nombres de un modo indecente. Retenemos la inteligencia del misterio, no procedemos con insolencia en el lenguaje.