Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: 418 o comienzos del 419.
Controversia pelagiana.
Agustín saluda en el Señor a Sixto, señor y santo hermano, amadísimo en el Señor de los señores y colega en el presbiterado.
1. Te remití una carta por nuestro querido hermano el acólito Albino. Prometía enviarte otra más larga por nuestro santo hermano y colega en el presbiterado Firmo, que me ha traído la de tu Sinceridad, llena del candor de tu fe. Me ha producido una alegría tan grande que es más fácil sentirla que expresarla. He de confesar a tu Caridad que estaba sumamente triste cuando se pregonaba que simpatizabas con los enemigos de la gracia cristiana. Para que la tristeza se borrase de mi corazón, primero llegó la noticia de que habías pronunciado el anatema contra ellos ante un auditorio numerosísimo. Luego llegó también tu carta al venerable anciano Aurelio con otra que la Sede Apostólica remitía al África, condenando a los innovadores. La carta era breve, pero indicaba sin ambages tu fortaleza contra el error. Ahora me expresas con mayor claridad y amplitud tu opinión contra esa doctrina, al anunciarme en tu carta la fe misma de la Iglesia romana, a la cual el bienaventurado apóstol Pablo habló, muchas veces, y de muchas maneras, de la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor1. No sólo se desvaneció de mi corazón toda nube de tristeza. Brilló tal luz de gozo, que pareció que la angustia y temor primeros no habían sino servido para encenderme en mayor deseo de los goces que siguieron.
2. Por lo tanto, hermano amadísimo, aunque no te vea con mis ojos carnales, te tengo, abrazo y beso con el alma en la fe de Cristo, en la gracia de Cristo, en los miembros de Cristo. Ya vuelve a ti desde aquí el santísimo y fidelísimo portador de nuestros mutuos coloquios; tú quisiste que no sólo me trajera tus escritos, sino que me narrase y atestiguase los hechos. Le entrego, pues, mi contestación, y hablo un poco más contigo, amonestándote a que insistas en instruidos, pues perseveraste en llenarlos de temor como he sabido. Hay algunos que pretenden defender aún con mayor libertad las impiedades justísimamente condenadas; hay otros que se deslizan ocultamente dentro de las casas2 y no cesan de sembrar en secreto lo que ya no se atreven a proclamar en público; hay otros, finalmente, que enmudecieron del todo, reprimidos por un gran temor, pero retienen aún en el corazón lo que no osan manifestar; los hermanos pueden conocerlos perfectamente por haberlos oído antes defender esa doctrina. Por eso hay que reprimir con severidad a los unos y seguir con vigilancia a los otros; pero a los terceros hay que tratarlos blandamente y enseñarlos con diligencia; ya no se teme que corrompan, pero no se les puede abandonar, no sea que perezcan.
3. Piensan que se les arrebata el libre albedrío si conceden que el hombre no puede tener buena voluntad sin la ayuda de Dios. No entienden que no corroboran el libre albedrío, sino que lo hinchan para que vague de vanidad en vanidad, en lugar de colocarlo sobre el Señor como sobre roca inmóvil. Porque es el Señor quien prepara la voluntad3.
4. Piensan que les va a quedar un Dios aceptador de personas4 si creen que se apiada de quien quiere5, que llama a quien quiere6 y que hace religioso a quien quiere, sin mérito alguno precedente. Se fijan muy poco en que al condenado se le propina un castigo debido, y al que se salva se le da una gracia indebida, de modo que ni el primero puede quejarse de ser injustamente castigado ni el segundo puede gloriarse de ser justamente salvado. Antes diríamos que más bien se suprime la acepción de personas cuando no hay más que una sola masa de condenación y pecado; así, el que se salva aprenda del que no se salva el suplicio que le esperaba si la gracia no se hubiese interpuesto. Y si es gracia no es retribución de mérito alguno sino don gratuito de la bondad.
5. Añaden: «Pero es injusto el que uno sea salvado y el otro castigado, en una misma causa mala». Efectivamente, es justo que ambos sean castigados. ¿Quién lo negará? Demos, pues, gracias al Salvador cuando vemos que no se nos da lo que en la condenación de los demás vemos que habíamos merecido. Si todos fuesen liberados, quedaría oculto lo que se debe en justicia al pecado; y si nadie se salvara, no se sabría lo que otorga la gracia. Utilicemos para esta cuestión dificilísima las palabras del Apóstol: Queriendo Dios mostrar su ira y demostrar su poder, toleró con mucha paciencia los vasos de ira que fueron acabados para perdición; y para manifestar las riquezas de su gloria en los vasos de misericordia. El barro no puede decir a Dios: ¿Por qué me hiciste así? Pues El tiene poder para fabricar de la misma pasta un vaso de honor y otro de ignominia7. Toda la masa fue condenada por justicia; por justicia se le da la ignominia debida, y por gracia se le da el honor debido, esto es, no por las prerrogativas del mérito, o por la necesidad del hado, o por la temeridad de la fortuna, sino por la profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios. El Apóstol no la revela, sino que la adora oculta cuando dice: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios y misteriosos sus caminos! Porque ¿quién conoció el plan de Dios? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio antes a El para que se le devolviera? Porque de El, y por El, y en El están todas las cosas. A El gloria por los siglos de los siglos. Amén8.
6. Los que ignoran la divina justicia y quieren establecer la propia, no quieren que El tenga la gloria cuando justifica a los impíos con la gracia gratuita. Cuando se ven acosados por las voces de los hombres piadosos y religiosos que protestan, confiesan que Dios los ayuda a adquirir o retener la justicia, pero de modo que siempre preceda un mérito propio, como queriendo dar por delante para que se lo pague aquel de quien se dijo: ¿Quién le dio a El primero para que se le devolviera? Piensan que su mérito va siempre delante de aquel de quien oyen, o más bien a quien no quieren oír: Porque de El, y por El, y en El están todas las cosas9. La profundidad de la divina sabiduría y ciencia se refiere a las riquezas10, ya esas riquezas pertenecen las de la gloria empleadas en los vasos de misericordia11 que llama a su adopción. Tales riquezas quiere mostrarlas por medio de los vasos de ira, que fueron terminados para su perdición. ¿Y cuáles son esos caminos misteriosos, sino aquellos de los que se canta en el salmo: Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad?12 Son, pues, misteriosas su misericordia y su verdad, ya que se apiada de quien quiere, y no por justicia, sino por gracia y misericordia; y endurece a quien quiere13, pero no por iniquidad, sino por verdad del castigo. Esa misericordia y verdad se ajustan entre sí, como está escrito: La misericordia y la verdad se encontraron14. De modo que ni la misericordia impide la verdad con que es castigado quien lo merece, ni la verdad impide la misericordia con que es liberado quien no lo merece. ¿De qué méritos propios va a engreírse el que se salva, cuando, si se mirase a sus méritos, sería condenado? ¿Quiere decir eso que los justos no tienen mérito alguno? Lo tienen, pues son justos. Pero no hubo méritos para que fuesen justos; fueron hechos justos cuando fueron justificados, y, como dice el Apóstol, fueron justificados gratis por la gracia divina15.
7. Estos son enemigos y adversarios de la gracia divina. Con todo, Pelagio en el juicio eclesiástico que sufrió en Palestina anatematizó a los que dicen que la gracia de Dios se da según nuestros méritos. Y lo hizo porque de otro modo no hubiese salido de allí sin haber sido condenado. En cambio, en sus escritos posteriores se dice que se da por méritos esa gracia que tanto se recomienda en la carta del Apóstol a los Romanos, para que desde Roma, en cuanto capital, se difundiese su doctrina por todo el orbe. Tal es la gracia por la que es justificado el impío, esto es, hecho justo el que antes había sido impío. Por lo tanto, en la recepción de esta gracia no precede mérito alguno, porque a los impíos por sus méritos no se les debe la gracia, sino la pena. Y la gracia no sería gracia si no se diese gratuitamente, si fuese pago de méritos.
8. A veces preguntamos a esos innovadores en qué gracia sin méritos precedentes pensaba Pelagio cuando anatematizó a aquellos que dicen que la gracia de Dios se da según nuestros méritos. Y contestan que esa gracia sin méritos precedentes es la naturaleza humana con que fuimos creados. Porque antes de ser no pudimos merecer en absoluto el ser. Los cristianos han de alejar de su corazón esta falacia. Porque el Apóstol no encarecía esta gracia con la que fuimos creados para ser hombres, sino aquella por la que fuimos justificados cuando éramos malos hombres. Esta es la gracia por Jesucristo nuestro Señor. Porque Cristo no murió por quienes no existían para que fuesen creados los hombres, sino por los impíos, para que fuesen justificados. Ya existía el hombre que dijo: ¡Infeliz hombre yo! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor16.
9. Pueden decir que la remisión de los pecados es esa gracia que se da sin méritos precedentes. ¿Y qué mérito bueno pueden tener los pecadores? Pero también la remisión de los pecados tiene algún mérito si la fe la consigue. No puede carecer de mérito la fe gracias a la cual decía el publicano: ¡Oh Dios, apiádate de mi, pecador!, y descendió justificado por mérito de su fiel humildad, porque quien se humilla será ensalzado17. Sólo nos queda una cosa: la fe, de que toma principio toda justicia, por lo que en el Cantar de los Cantares se le dice a la Iglesia: Vendrás y pasarás comenzando por la fe18; esa fe, digo, que no depende del libre albedrío humano que los innovadores exaltan, ni de méritos precedentes, ya que por ella empiezan cualesquiera méritos buenos; esa fe hemos de confesar que es un don gratuito de Dios, si pensamos en una gracia verdadera, esto es, sin méritos. Porque, como se lee en la misma carta a los Romanos, Dios reparte a cada cual una medida de fe19. Las obras buenas las hace el hombre, pero la fe es producida en el hombre, y sin esa fe ningún hombre hace las buenas obras. Porque todo lo que no proviene de la fe es pecado20.
10. Por lo tanto, no se alabe el hombre ni pregone el mismo mérito de su oración, pues aunque al que ora se dé una ayuda para vencer las apetencias de bienes temporales, para amar los bienes eternos y a Dios, fuente de todos los bienes, la que ora es la fe que se dio al que aún no oraba, pues si no se le hubiese dado no hubiese podido orar. ¿Cómo invocarán a aquel en quien no creyeron? ¿O cómo creerán a aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán, si nadie les predica? Luego la fe viene por la escucha y la escucha por la palabra de Cristo21. Por lo tanto, el ministro de Cristo, predicador de esa fe, según la gracia que se le ha dado22, es el que planta y el que riega. Pero ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento23, el cual reparte a cada cual una medida de fe24. Por eso se dice en otro lugar: Paz a los hermanos y caridad con fe. Y para que nadie se la atribuya a sí mismo, añadió a continuación: Que viene de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Señor25. No tienen la fe todos los que oyen la palabra, sino aquellos a quienes Dios reparte una medida de fe, como no germina todo lo que se planta y se riega, sino lo que Dios hace crecer. ¿Por qué cree éste y no aquél, aunque ambos oyen lo mismo, y cuando se realiza un milagro en su presencia ambos ven lo mismo? Esa es la profundidad de las riquezas, de la sabiduría y ciencia de Dios, cuyos juicios son inescrutables26, en quien no hay iniquidad cuando se apiada de quien quiere y endurece a quien quiere27. El que estas cosas sean ocultas no significa sean injustas.
11. Supongamos que se perdonaron los pecados. Si el Espíritu Santo no habitase la casa purificada, ¿no volvería el espíritu inmundo con otros siete, y serían las postrimerías de aquel hombre peores que los antecedentes?28 Mas para que habite el Espíritu Santo, ¿no es cierto que sopla donde quiere29, y que la caridad, sin la cual nadie vive santamente, se ha difundido en nuestros corazones, no por obra nuestra, sino por el Espíritu Santo que se nos ha donado?30 Esta fe es la que definió el Apóstol al decir: Ni la circuncisión es algo ni el prepucio; sólo la fe que obra por la caridad31. Esta fe es propia de los cristianos, no de los demonios32. También los demonios creen y se estremecen. Pero ¿acaso aman? Si no creyesen, no hubiesen dicho: Tú eres el santo de Dios. O también: Tú eres el Hijo de Dios33. Y si amasen, no hubiesen dicho: ¿Qué hay entre ti y nosotros?34
12. Luego la fe nos atrae hacia Cristo, y si no nos fuese dada de lo alto por un don gratuito, no hubiese dicho el Señor: Nadie puede venir a mí si el Padre, que me envió, no le atrajere. Y poco después dice: Las palabras que yo os he hablado son espíritu y vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Y el evangelista añade: Porque desde el principio sabía Jesús quiénes eran los creyentes y quién le había de entregar. Y para que nadie pensara que los creyentes pertenecían a la divina presciencia lo mismo que los no creyentes, esto es, no como si hubiese de dárseles la fe, sino simplemente como si hubiese que conocer su voluntad, añadió a continuación: Y decía: Por eso os be dicho que nadie puede venir a mí si no le es otorgado por mi Padre35. He ahí .por qué algunos de los que le oyeron hablar de su carne y de su sangre se escandalizaron y se retiraron, mientras otros creyeron y se quedaron. Porque nadie puede venir a El si no le es otorgado por el Padre, y, por lo mismo, por el Hijo y el Espíritu Santo. No hay separación en los dones u obras de la inseparable Trinidad. El Hijo, que honra así al Padre, no presenta una prueba de diferencia, sino un gran ejemplo de humildad.
13. Los defensores del libre albedrío, o más bien, los seductores, porque causan hinchazón, y causan hinchazón al causar presunción, al hablar no contra nosotros, sino contra el Evangelio, ¿qué han de decir, sino lo que el Apóstol se objeta de sí mismo, poniéndolo en boca de los tales: Y así me objetas: Por qué se queja todavía. Quién puede resistir a su voluntad?36 Pablo se presenta a sí mismo esa contradicción, como si se la presentara otro, uno de esos que no quieren aceptar lo que dijo arriba: Luego se apiada de quien quiere y endurece a quien quiere37. Digámosles, pues, con el Apóstol, ya que no hallaremos cosa que decir mejor que la que él dijo: ¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para responder a Dios?38
14. Buscamos por qué se merece el endurecimiento, y lo hallamos. Porque toda la masa fue condenada como retribución al pecado. Y no endurece Dios infundiendo malicia, sino no dando su misericordia. A los que no se la da, ni son dignos de ella ni la merecen. De lo que son dignos y lo que merecen es que no se les dé. Pero buscamos el mérito de la misericordia, y no lo encontramos, porque no lo hay, para que no se anule la gracia, cosa que sucedería si no se diese gratis, si fuese paga de méritos.
15. Podemos decir que ha precedido la fe, y en ella está el mérito de la gracia. Pero ¿qué mérito tenía el hombre antes de la fe para recibir la fe? ¿Qué tiene que no haya recibido? y si lo recibió, ¿por qué se gloría como si no lo hubiese recibido?39 El hombre no tendría sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios, si, según el anuncio profético, no hubiese recibido el espíritu de la sabiduría y de entendimiento, de consejo y fortaleza, de ciencia, piedad y temor de Dios40; como no tendría valor, caridad y continencia si no hubiese recibido el Espíritu, del que dice el Apóstol: No hemos recibido el espíritu de temor, sino el de valor, caridad y continencia41. Del mismo modo, no tendría el hombre la fe si no hubiese recibido el Espíritu de fe, del que dice el mismo Apóstol: Teniendo el mismo Espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por lo cual he hablado; también nosotros hemos creído, por lo cual hablamos. Que la fe no se recibe por méritos propios, sino por la misericordia de aquel que se apiada de quien quiere42, lo manifiesta claramente el Apóstol cuando dice de sí mismo: He conseguido la misericordia de ser fiel43.
16. Podríamos decir que precede el mérito de la oración para conseguir el don de la gracia. Porque, cuando la oración consigue lo que consigue, muestra que es don de Dios, para que el hombre no piense que lo tiene de su cosecha; si lo tuviese en su poder no lo pediría. Sin embargo, no se crea que precede ni siquiera ese mérito de la oración en aquellos que en hipótesis han recibido una gracia no gratuita, que no sería ya gracia, sino paga del mérito. Para que nadie crea eso, la misma oración se cuenta entre los dones de la gracia. Dice el Doctor de los Gentiles: No sabemos qué pedir para orar como conviene. Pero el mismo Espíritu interpela por nosotros con gemidos inenarrables44. ¿Por qué dice que interpela por nosotros sino porque nos hace interpelar? Interpelar con gemidos es certísimo indicio de indigencia, y no hemos de creer que el Espíritu Santo sea indigente de ninguna cosa. Dice que interpela porque nos hace interpelar, porque nos inspira el afecto de gemir e interpelar, según se ve en aquel pasaje del Evangelio: No sois vosotros los que habláis, sino que el Espíritu de vuestro Padre habla en vosotros45. No se logra eso de nosotros, como si nosotros nada hiciésemos. Luego la ayuda del Espíritu Santo se expresa indicando que El hace lo que nos hace hacer.
17. El que, según esas palabras, interpela con gemidos inenarrables no es nuestro espíritu, sino el Espíritu Santo, que ayuda a nuestra debilidad, como claramente lo muestra el Apóstol. Comienza diciendo que el Espíritu Santo ayuda a nuestra debilidad; y luego añade: Porque no sabemos qué pedir para orar como conviene46 y todo lo demás. De este Espíritu dice en otra parte con mayor claridad: No habéis recibido el espíritu de servidumbre para recaer nuevamente en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopci6n de hijos, en el que clamamos: ¡Abba!, ¡Padre!47 Ves que aquí no dice que el Espíritu mismo clame orando, sino que en El clamamos: ¡Abba!, ¡Padre! Y, sin embargo, en otro lugar dice: Porque sois hijos, envi6 Dios a vuestro corazón el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba!, ¡Padre!48 Aquí no dice en el cual clamamos, sino que prefirió decir que el Espíritu Santo clama, porque hace que clamemos. Así se dice: El mismo Espíritu interpela con gemidos inenarrables49, y también: Es el Espíritu de vuestro Padre el que habla en vosotros50.
18. Como nadie posee la recta sabiduría, el recto entendimiento, ni el recto consejo, ni la recta fortaleza, nadie es piadoso con ciencia o sabio con piedad, nadie teme a Dios con temor casto si no recibe el espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y fortaleza, de ciencia, piedad y temor de Dios51; como nadie tiene valor verdadero, caridad sincera, continencia religiosa, sino por el espíritu de valor, caridad y continencia52; del mismo modo, sin el espíritu de fe nadie creerá rectamente y sin el espíritu de oración nadie orará saludablemente. No es que sean tantos los espíritus, sino que todas estas cosas las obra un mismo Espíritu, que reparte sus dones a cada uno como quiere53, porque el Espíritu sopla donde quiere54. Pero hemos de confesar que ayuda de un modo a aquellos en quienes aún no habita y de otro a aquellos en quienes habita. Cuando todavía no habita, los ayuda para que sean fieles; cuando habita, ayuda a los que ya son fieles.
19. ¿Cuál es, pues, el mérito del hombre antes de la gracia? ¿Por qué méritos recibirá la gracia, si todo mérito bueno lo produce en nosotros la gracia, y cuando Dios corona nuestros méritos no corona sino sus dones? Como en el momento inicial de nuestra fe hemos conseguido misericordia, no porque éramos fieles, sino para que lo fuésemos, del mismo modo al fin, es decir, en la vida eterna, nos coronará, como está escrito, en piedad y misericordia55. No cantamos, pues, en vano: Y su misericordia me prevendrá56; y también: Su misericordia me seguirá57. La misma vida eterna la alcanzaremos al fin, pero sin fin, y, por lo tanto, supone méritos precedentes. Mas, puesto que esos méritos que la consiguen no los hemos alcanzado por nuestra suficiencia, sino que se han producido en nosotros por la gracia, esa misma vida eterna se llama gracia, porque se da gratuitamente, y no porque no se dé a los méritos, sino porque se dieron antes los méritos por los que se da la vida eterna. Y hallamos que es el apóstol Pablo, magnífico defensor de la gracia, el que llama gracia a la vida eterna, diciendo: El estipendio del pecado es la muerte; y es gracia de Dios la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo58.
20. Por favor, mira con cuánta cautela dispuso las palabras en esa breve fórmula. Si las consideramos con diligencia, se aclara un tanto la obscuridad de este problema. Al decir: La muerte es el estipendio del pecado, creeríamos que era muy oportuno y consecutivo el añadir: «Y el estipendio de la justicia es la vida eterna». Y así es, ya que, así como la muerte se da como estipendio del pecado, así la vida eterna es como el estipendio al mérito de la justicia. Si no quería decir «de la justicia», podría haber dicho «de la fe», ya que el justo vive de la fe59. Y por eso en muchos lugares de las santas Escrituras se la llama recompensa a la vida eterna. Pero nunca se llama recompensa a la fe o a la justicia, ya que precisamente a la fe o a la justicia se les da la recompensa. Y lo que es la recompensa o salario para el trabajador, eso es el estipendio para el militar.
21. Pero el bienaventurado Apóstol procede contra el engreimiento, que trata de insinuarse incluso en los grandes, hasta el punto de que por ese engreimiento le dieron a él el ángel de Satanás para que le abofetease y no le permitiese levantar presuntuosamente la cerviz60. Militando, pues, con cautela contra esta peste del engreimiento, dice: Estipendio del pecado es la muerte. Es estipendio porque se debe, porque se retribuye con justicia, porque se paga merecidamente. En cambio, para que la justicia no se engría con los méritos positivos del hombre, y a pesar de que no duda de que el pecado es un mérito negativo, no dice por contraste que la vida eterna sea estipendio de la justicia, sino: La vida eterna es gracia de Dios. Y para que esa gracia no se busque por otro camino que el Mediador, añadió: en Jesucristo nuestro Señor61, como si dijera: «Al oír que la muerte es estipendio del pecado, ¿por qué tratas ya de engreírte?, ¡oh humana no justicia, sino clara soberbia, embozada en el nombre de justicia! ¿Por qué tratas ya de engreírte y quieres pedir la vida eterna, contraria a la muerte, como un estipendio debido? Sólo se debe la vida eterna a la verdadera justicia; pero si la justicia es verdadera, no proviene de ti, sino que desciende de lo alto, del Padre de las luces62. Para tenerla, si es que la tienes, hubiste de recibirla, pues ¿qué tienes de bueno que no hayas recibido?63 Por lo tanto, ¡oh hombre!, si has de recibir la vida eterna, ella es ciertamente estipendio de la justicia, pero para ti es una gracia, ya que la misma justicia es para ti una gracia. Se te daría la vida eterna como debida si procediera de ti esa justicia que la merece. Ahora bien, de su plenitud hemos recibido no sólo la gracia, por la que ahora vivimos en la justicia hasta el fin de las fatigas, sino también por esa gracia, la gracia64 de vivir después en el descanso sin fin». Nada más saludable cree la fe, pues nada más verdadero descubre el entendimiento. Y debemos escuchar al profeta que dice: Si no creyereis, no entenderéis65.
22. Añade el hereje: «Pero se excusarán los hombres que no quieren vivir fiel y rectamente diciendo: ¿Qué hacemos nosotros cuando vivimos mal, pues no hemos recibido la gracia para vivir bien?». No pueden decir, en verdad, que no hacen ningún mal, puesto que viven mal, pues si no hacen ningún mal, viven bien. Si viven mal, viven de su mal, o del original que heredaron, o del que ellos añadieron. Si son vasos de ira, terminados para la perdición merecida que se les pagará, impútenselo a sí mismos: fueron fabricados de una masa condenada por Dios con razón y justicia por el pecado de uno, en quien todos pecaron66. Pero no se engrían si son vasos de misericordia, extraídos de la misma masa67, si Dios no quiso darles el suplicio merecido; glorifíquenle porque les otorgó una misericordia no merecida, y si tienen otra opinión opuesta, Dios se lo revelará68.
23. En fin, ¿de qué modo se excusarán? Únicamente del modo que el Apóstol se objetó a sí mismo poniendo en boca de ellos estas palabras: ¿Por qué se queja todavía? ¿Quién puede resistir a su voluntad?69 Es lo mismo que decir: «¿Por qué se quejan de que nosotros ofendemos a Dios con nuestra mala vida, si nadie puede resistir a la voluntad de quien nos endureció al no otorgamos la misericordia?». Si ellos no se avergüenzan de contradecir con esa excusa, no a nosotros, sino al Apóstol, ¿por qué nos va a pesar el aducir nosotros una y otra vez lo que dijo el Apóstol: ¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para responder a Dios? Acaso dice el barro al alfarero: «¿Por qué me hiciste así?» ¿Acaso no tiene poder el alfarero para hacer de la misma masa, condenada con razón y justicia, un vaso de honor, que no lo ha merecido, pero que por gracia de misericordia se le ha otorgado, y otro de ignominia, merecida, por la justicia de la ira para hacer conocer la riqueza de su gloria sobre los vasos de misericordia?70 Así muestra Dios lo que da a los salvos, cuando los vasos de ira reciben el suplicio que se debía a todos. Al cristiano, que aún vive de la fe, que aún no ve lo que es perfecto, sino que sabe parcialmente, bástele entretanto saber o creer que Dios71 no libra a nadie sino mediante una misericordia gratuita por Jesucristo nuestro Señor. Y no condena a nadie sino con equidad y verdad por el mismo Señor Jesucristo. Pero ¿por qué libra a unos y no a otros? Sondee quien pueda la profunda sima de los juicios divinos, guardándose del precipicio. ¿Acaso habrá iniquidad en Dios?72 En modo alguno. Pero sus juicios son inescrutables, y sus caminos, misteriosos73.
24. Todavía entre los adultos puede decirse con razón: «Estos no quisieron entender para obrar bien74. Estos, lo que es más grave, entendieron, pero no obedecieron». Porque, como está escrito, con palabras no se enmienda el esclavo endurecido; aunque entienda no obedecerá75. ¿Por qué no obedecerá, sino por su pésima voluntad? En equidad se le debe, pues, una más grave condenación divina, pues al que más se dio más se le exige76. Dice la Escritura que son inexcusables aquellos que ven la verdad y perseveran en la iniquidad; como dice el Apóstol: La ira de Dios se revela desde el cielo sobre toda la impiedad e injusticia de aquellos hombres que detienen la verdad en la injusticia. Porque lo que puede conocerse de Dios, les está manifiesto, ya que Dios se lo manifestó. Las cosas invisibles de Dios desde la creación del mundo se entienden y ven por las cosas que fueron creadas; como también su sempiterna virtud y divinidad, de modo que son inexcusables77.
25. Llama inexcusables a estos que pudieron entender y ver las cosas invisibles de Dios por medio de las creadas, y no obedecieron a la verdad, sino que permanecieron inicuos e impíos. No es que no conocieran a Dios, sino que, habiéndolo conocido, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias78. Pues ¿cuánto más inexcusables serán los que, instruidos en su ley, confían en ser guías de ciegos, y, enseñando a otros, no se enseñan a sí mismos; que predican la prohibición de robar y roban, y las demás cosas que dice de ellos el Apóstol?79 Porque les dice: Por eso eres inexcusable, ¡oh hombre que juzgas!; porque al juzgar a otro te condenas a ti mismo, ya que haces las mismas cosas que juzgas80.
26. También dice el Señor en el Evangelio: Si yo no hubiese venido y les hubiese hablado, no tendrán pecado; mas ahora no tienen excusa de su pecado81. No es que no tuviesen pecado los que estaban llenos de otros muchos y grandes pecados; pero quiere decir que si él no hubiese venido, no hubiesen tenido el pecado de no haber creído en él, a pesar de haberle oído. Afirma, pues, que ya no tienen esa disculpa que suele aducirse: «No hemos oído, y por eso no creímos». La soberbia humana, pues, que presume de las fuerzas del libre albedrío, se considera excusada cuando cree que peca por ignorancia y no por positiva voluntad.
27. Respecto a esa disculpa, la divina Escritura declara inexcusables a los que convence de que pecan a sabiendas. Pero el justo juicio de Dios tampoco perdona a los que no le oyeron, porque los que pecaron sin ley perecerán sin ley82. y aunque ellos crean que eso los disculpa, Dios no admitirá esa disculpa, pues sabe que hizo al hombre recto83, y que le dio un precepto al que tenía que obedecer, y que no apareció el pecado, ni aun el hereditario, sino por el libre albedrío de la voluntad de que el hombre usó mal. Y no es que se condene a los que no pecaron, ya que aquel pecado pasó a todos desde uno, en quien todos a una pecaron84 antes de cometer cualesquiera pecados individuales. Por ello, es inexcusable el pecador, ya porque tiene la culpa original, ya porque ha añadido algo de su propia voluntad, y eso tanto el que sabe como el que ignora, tanto el que juzga85 como el que no juzga. Porque en aquellos que no quisieron entender, la ignorancia es, sin duda, pecado; y en aquellos que no pudieron, es pena del pecado. Y en ninguno se da una excusa justa, sino una justa condenación.
28. La palabra divina declara inexcusables a los que pecan a sabiendas y no por ignorancia y se creen excusados según el juicio de su soberbia, por el cual confían mucho en las fuerzas de la propia voluntad. Han perdido la excusa de la ignorancia, y no han adquirido la justicia, para la que presumían que bastaba la voluntad. Pero el Apóstol, a quien Dios otorgó la gracia de conocer y de obedecer, advierte: Por la ley se obtiene el conocimiento del pecado86. Y también: No conocí el pecado sino por la ley; hubiese ignorado la concupiscencia si la ley no me hubiese dicho: «No codiciarás»87. Y no alude al hombre ignorante de la ley imperativa, sino al que tiene necesidad de la gracia libertadora, cuando dice: Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior. Y luego, no sólo conociéndola, sino también deleitándose en la ley, añade: ¡Infeliz hombre yo! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor88. Nadie libra de las heridas de aquel verdugo sino la gracia del único Salvador. Nadie libra de las cadenas de la esclavitud a los vendidos al pecado sino la gracia del Redentor.
29. Por eso todos los que buscan excusas para sus iniquidades y torpezas, son castigados justísimamente; porque los que son liberados lo son tan sólo por la gracia. Si la excusa fuese justa, ya no libertaría la gracia, sino la justicia. Pero, como la gracia es la que libra, no halla nada justo en aquel a quien libra: ni voluntad, ni obras, ni siquiera excusas, ya que, si hay una disculpa justa, quien la utiliza se libra con razón y no por gracia. Sabemos que se libran por la gracia de Cristo también algunos de esos que dicen: ¿Por qué se queja todavía? ¿Quién puede resistir a su voluntad?89 Si esa excusa fuese justa, no se libertarían por gracia gratuita, sino por la justicia de esa disculpa. Pero, si se libran por la gracia, sin duda la disculpa no es justa. Gracia verdadera es aquella que libra al hombre cuando no se le retribuye por merecimiento. Dicen, pues: ¿Por qué se queja todavía? ¿Quién puede resistir a su voluntad? Pero no se realiza en ellos otra cosa que la que se lee en el libro de Salomón: La necedad del hombre estropea sus caminos y acusa a Dios en su corazón90.
30. Dios hace vasos de ira para perdici6n, para mostrar la ira y demostrar .su poder, por el que utiliza bien aun a los mismos malos; y manifiesta las riquezas de su gloria en los vasos de misericordia91, que fabrica para honor, no merecido por la masa condenable, sino donado por generosidad de su gracia. Con todo, en esos mismos vasos de ira fabricados para la ignominia debida a los merecimientos de la masa, es decir, en los hombres creados para los bienes de naturaleza, pero destinados al suplicio por los vicios, no crea, sino que condena Dios la iniquidad, pues a ésta la rechaza con su recta verdad. A su divino beneplácito hay que atribuir la humana naturaleza, que sin duda alguna es laudable; y del mismo modo a la voluntad del hombre hay que atribuir la culpa, que sin excusa es vituperable. Esa voluntad humana o transmite un vicio hereditario a la posteridad, que estaba encerrada en el hombre cuando pecó, o adquirió otros vicios cuando cada individuo vivió luego perdidamente. Pero ya se trate del pecado que originalmente se hereda, ya de aquellos que cada cual reúne en su propia vida por no entender, o por no querer entender, o porque aumenta la prevaricación con el conocimiento de la ley, nadie es liberado y justificado de ellos sino mediante la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor92. Y ésta nos libra no sólo porque nos perdona los pecados, sino porque antes nos inspira la fe y el temor de Dios, infundiéndonos saludablemente el afecto y el efecto de la oración, hasta que cure todos nuestros achaques, y redima de la corrupción nuestra vida, y nos corone con su piedad y misericordia93.
31. Estos herejes, que se imaginan que de ese modo Dios se convierte en aceptador de personas94, pues tratándose de una misma causa, sobre unos se derrama su misericordia y sobre otros permanece su ira, pierden todas las fuerzas del razonamiento humano en la causa de los niños. Voy a omitir esa condenación que comprende a los niños, aunque acaben de salir de las entrañas maternales, y de la que habla el Apóstol diciendo: El delito de uno pasó a todos los hombres para condenación; y de la que no libra sino aquel de quien si mismo Apóstol dice: Y la justificación de uno pasó a todos los hombres para justificación de vida95. Voy a dejar eso y a mencionar tan sólo un punto que los innovadores, aterrados por la autoridad evangélica, o más bien quebrantados por el acuerdo plenamente unánime de la fe de los pueblos cristianos, han llegado a conceder sin reservas, a saber: que ningún niño entra en el reino de los cielos96 si no renaciere por el agua y el Espíritu. ¿Qué causa aducirán para que uno sea tratado de modo que salga de la vida con el bautismo, mientras otro es entregado en manos infieles, o, aunque sean fieles, sale del mundo antes de que esas manos fieles le presenten al bautismo? ¿Aducirán el hado o la fortuna? No creo que se precipiten en una tal demencia, por muy poco que deseen ostentar el nombre de cristianos.
32. ¿Por qué no entra ningún niño en el reino de los cielos si no recibe el lavatorio de la regeneración?97 ¿Acaso eligió él padres infieles o negligentes para nacer? ¿Y qué diré de las innumerables muertes inopinadas o repentinas que sobrevienen a los hijos aun de los cristianos piadosos, antes de recibir el bautismo? ¿No es verdad que a veces, por el contrario, algunos hijos de sacrílegos y enemigos de Cristo van a parar por algún azar a manos de cristianos y emigran de esta vida con el sacramento de la regeneración? ¿Qué dirán a esto los que disputan que para que la gracia pueda otorgarse tiene que preceder algún mérito humano, pues si no Dios sería aceptador de personas?98 ¿Dónde están aquí los méritos que precedieron? Si piensas en esos niños, no tienen méritos propios y todos pertenecen a la masa común. Si piensas en sus padres, buenos son los méritos de aquellos cuyos hijos murieron de muerte repentina sin el bautismo de Cristo. Y son malos los de aquellos cuyos hijos, por alguna intervención de los cristianos, murieron con los sacramentos de la Iglesia. Y, sin embargo, la Providencia divina, que ha contado nuestros cabellos, sin cuya voluntad no cae a tierra un pájaro99, que ni es forzada por el hado, ni sorprendida por accidentes fortuitos, ni corrompida por impiedad alguna, no proveyó para que todos los niños de sus hijos renacieran a la herencia celeste, y, en cambio, lo proveyó para algunos niños de los impíos. Un niño, nacido de esposos creyentes, recibido con alegría de sus padres, fue ahogado durante el sueño por su madre o por su nodriza y se vio privado y alejado de la fe de los suyos. Y otro, nacido de un estupro sacrílego, es expuesto por el cruel miedo de su madre, es recogido por la piedad misericordiosa de unos extraños, que le bautizan con cristiana solicitud, y se hace consorte y partícipe del reino eterno. Que piensen en esto, que lo mediten, y que se atrevan a decir que o Dios es aceptador de personas por su gracia100 o remunerador de méritos precedentes.
33. Supongamos que se esfuerzan por sospechar en los adultos algunos méritos positivos o negativos. ¿Qué dirán de unos niños, de los cuales el uno, sin méritos propios negativos, fue ahogado violentamente, y el otro, que no tuvo méritos positivos, mereció el cuidado de quien le bautizó? Excesivamente vanos y ciegos son si, después de meditar en esto, aún no se dignan exclamar con nosotros: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios y misteriosos sus caminos!101 ¡No se opongan, pues, con esa locura tan obstinada a la misericordia gratuita de Dios! Dejen al Hijo del hombre que busque y salve lo que había perecido102, sin distinción de edades. Y, tratándose de sus inescrutables juicios, no osen juzgar por qué, en una misma causa, sobre uno se derrama la misericordia de Dios, mientras sobre otro permanece su ira.
34. ¿Quiénes son ellos para responder a Dios?103 Rebeca concibió a la vez dos gemelos de Isaac, nuestro padre; todavía no habían nacido ni ejecutado nada bueno ni malo para que el propósito divino permaneciese según la elección, a saber, elección de gracia y no por mérito, elección por la que Dios hace a los elegidos, no los encuentra; y, con todo, no mirando a las obras, sino al que llama, se dijo que el mayor serviría al menor104. Para confirmar dicha afirmación, el bienaventurado Apóstol recurre al testimonio de un profeta muy posterior a los hechos: Amé a Jacob, y tuve odio a Esaú105, para que se entendiera que, tiempo después, el profeta había revelado lo que, por gracia, estaba en la predestinación de Dios, antes de que los niños nacieran. ¿Qué amaba Dios en Jacob antes de que naciera ni hiciera bien alguno, sino un don gratuito de su misericordia? ¿Y qué odiaba en Esaú, antes de que naciera ni hiciera nada malo, sino el pecado original? Porque ni podía amar la justicia en aquel que no la tenía ni podía odiar la naturaleza en aquel que la tenía buena.
35. Cuando los herejes se ven apretados por estas angustias, es sorprendente en qué precipicios se arrojan, temiendo las redes de la verdad. Dicen: «Odiaba al uno y amaba al otro de los gemelos aún no nacidos porque preveía sus futuras obras». ¿Quién no se admirará de que le faltase sentido tan agudo al Apóstol? Sin duda el Apóstol no lo vio cuando se presentó a sí mismo la objeción como si proviniese de un adversario. No dio esa contestación tan breve, tan clara, tan absoluta y tan verdadera como ellos piensan. Proponía un problema que causa estupor: ¿Cómo podía decirse con rectitud que, entre dos niños que aún no habían nacido ni habían hecho nada bueno ni malo, Dios amó al uno y odió al otro? Al presentarse esa objeción, expresa el sentimiento del lector diciendo: ¿Qué diremos, pues? ¿Acaso habrá iniquidad en Dios? De ningún modo106. He aquí la ocasión para introducir lo que éstos piensan: «Dios preveía sus obras futuras cuando decía que el mayor había de servir al menor». No dice eso el Apóstol, sino que, para que nadie ose gloriarse de los méritos de sus obras, quiso que lo que dijo sirviese para encarecer la gracia y gloria de Dios. Había dicho: ¡Lejos de nosotros pensar que hay iniquidad alguna en Dios! Como si le replicaran: «¿Cómo lo pruebas, si, por el contrario, has dicho que no se dijo mirando a obras, sino al que llama: El mayor servirá al menor?» Contesta: Dice a Moisés: Me apiadaré de aquel de quien me compadezca y haré misericordia a aquel de quien me apiadare. Por lo tanto, no es obra del que quiere o del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia107. ¿Dónde están los méritos, dónde las obras pasadas o futuras, realizadas o realizables por las fuerzas del libre albedrío? ¿Acaso no profirió el Apóstol una afirmación clara, recomendando la gracia gratuita, esto es, la gracia verdadera? ¿No ha hecho Dios necia la sabiduría de los herejes?108
36. ¿De qué se trataba para que hablase así el Apóstol, para que presentase el ejemplo de los gemelos? ¿Qué pretendía persuadir? ¿Qué anhelaba inculcar? Justamente lo que se opone a la locura de estos innovadores, lo que los soberbios no entienden, lo que no quieren saber aquellos que, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la propia, no se subordinan a la justicia de Dios109. De la gracia se ocupaba el Apóstol y por eso mencionaba a los hijos de la promesa. Porque lo que promete Dios, no lo hace sino Dios. Que prometa el hombre y realice Dios, tiene su parte de razón y de verdad; pero que diga el hombre que él realiza lo que Dios prometió, es el sentido réprobo de una orgullosa impiedad.
37. Al encarecer, pues, a los que nacieron de la promesa, muestra que el hecho tuvo su primer caso en Isaac, hijo de Abrahán. La obra de Dios aparece más clara en aquel que fue engendrado, fuera del orden natural ordinario, en las entrañas estériles y muertas de la senectud, para que ella fuese símbolo de la obra divina, no de la humana, entre los hijos de Dios, anunciados para el futuro. Y dice así: Por Isaac llevará tu nombre una descendencia; esto es: no todos los descendientes carnales serán hijos de Dios, sino que se cuentan como descendencia los hijos de la promesa. La palabra de la promesa es ésta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo eso, añade, sino también Rebeca que concibió de una sola relación con Isaac nuestro padre110. ¿A qué viene el añadir aquí de una sola relación? Sin duda para que Jacob no se gloriase, no sólo de sus propios méritos o de los de padres diversos, pero ni siquiera de los de un padre único, mejorada en algún modo su voluntad, diciendo que el Creador le había amado porque, cuando su padre le engendró, merecía ya más alabanza por sus mejores costumbres. De una sola relación, dice el Apóstol: el mérito del padre era único cuando los engendró, único el mérito de la madre cuando los concibió. Porque, aunque la madre los llevó encerrados en sus entrañas hasta el momento de darlos a luz, y quizá cambió en su voluntad y sentimientos, no cambió para uno, sino para los dos, pues los llevaba a ambos en su seno.
38. Hemos de ver, pues, la intención del Apóstol. Para encarecer la gracia, no quiere que se gloríe sino en el Señor, aquel de quien se dijo: Amé a Jacob111. Dios ama al uno y odia al otro, si bien ambos tienen un solo padre, una misma madre, han sido engendrados a la vez, y no han hecho nada bueno ni malo. Entienda Jacob que no pudo ser separado sino por la gracia de aquella masa de iniquidad original, en la que su hermano mereció ser condenado por justicia, si bien la causa de ambos era común. Aunque aún no habían nacido ni hecho nada, ni bueno ni malo, para que permaneciese el propósito divino según la elección, no mirando a las obras, sino a quien llama, se le dijo: «El mayor servirá al menor112.
39. Que la elección de la gracia no se realiza porque preceda algún mérito proveniente de obras, lo manifiesta con toda claridad el mismo Apóstol en otro pasaje, diciendo: Del mismo modo, también en esta época se ha salvado un resto por elección de la gracia. Y si de la gracia, ya no de las obras; de otro modo, la gracia ya no es gracia113. Citando luego el testimonio profético según esa gracia, dice: Como está escrito: «Amé a Jacob y tuve odio a Esaú». Después añade: ¿Qué diremos? ¿Acaso hay iniquidad en Dios? De ningún modo. ¿Y por qué de ningún modo? ¿Acaso fue porque preveía las futuras obras de ellos? Tampoco es eso. Porque a Moisés dice: Me apiadaré de quien me compadeciere y haré misericordia a aquel de quien me apiadare. Luego no es obra de quien quiere o del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia114. Y para que en esos vasos, terminados para la perdición que la masa condenada tiene merecida, comprueben los vasos de misericordia el beneficio que les ha otorgado la misericordia divina, continúa115: Porque dice la Escritura al Faraón: «Te he suscitado para mostrar en ti mi poder y para que sea glorificado mi nombre sobre toda la tierra». Y luego concluye sobre ambos puntos: Luego se apiada de quien quiere y endurece a quien quiere116. Y esto lo hace aquel en quien no hay ninguna iniquidad. Se apiada por un don gratuito y endurece por un mérito justo.
40. Todavía puede decir el orgullo del soberbio infiel o la disculpa condenable del castigado: ¿Por qué se queja todavía? Pues ¿quién resistirá a su voluntad? Diga y oiga lo que le conviene el hombre: ¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para responder a Dios?117; y todo lo demás sobre lo que ya he hablado bastante y con frecuencia, según mis fuerzas. Óigalo y no lo desdeñe. Si lo desdeña, descúbrase endurecido para desdeñado así; y si no lo desdeña, crea que le ayudan para que no lo desdeñe; endurecido, porque lo merece; pero ayudado por pura gracia.
41. Ya se ha visto cuán ciegos son los que dicen que Dios previó las obras futuras de los dos gemelos del patriarca Isaac, puesto que vivieron hasta la vejez, y que en atención a ellas amó a Jacob y odió a Esaú118. Aunque fuese así, nadie podrá decir lo mismo de quienes van a morir de niños, a saber, que Dios prevé sus obras futuras y, de acuerdo con ellas, hace que uno reciba el bautismo y otro no lo reciba, pues ¿cómo pueden llamarse futuras las obras que nunca se realizarán?
42. Replican: «Pero en los que Dios saca de aquí, prevé cómo habría vivido cada cual de haber vivido. Por eso, cuando sabe que uno habría vivido inicuamente, hace que muera sin bautismo, y de ese modo castiga en él las malas obras, no las que hizo, sino las que habría hecho». Pero supongamos que Dios castiga las malas obras, aun las que no se han ejecutado. Consideren en primer lugar cuán falsamente prometen que escaparán de la condenación los niños que mueren sin bautismo; si éstos no llegan a recibir el bautismo porque habrían de vivir mal en el caso de que vivieran, sin duda serían considerados en atención a esa misma mala vida, si es que merecen condenación incluso las obras malas que se habrían hecho. Después, consideren también que si Dios atiende a que reciban el sacramento del bautismo aquellos que El sabe que habrían de vivir bien, si vivieran, ¿por qué no les mantiene a todos en vida, pues la adornarían con sus buenas costumbres? ¿Por qué algunos de los que son bautizados y tienen larga vida viven muy mal y a veces llegan hasta la apostasía? ¿Por qué no arrojó Dios del paraíso a la primera pareja de pecadores, pues sabía que habían de pecar, para que no cometiesen una acción indigna de tan santo lugar, si es que son justamente castigados los pecados aún no cometidos? ¿Y en qué se le ayuda a aquel que es arrebatado para que la malicia no cambie su entendimiento y para que la seducción no engañe a su alma119, si es que se castigan con justicia las obras que iba a hacer, aunque no las haya hecho? ¿Por qué, en fin, no hace más bien que reciba el baño de la regeneración aquel niño120 que habría de vivir mal si viviera, para que de ese modo, antes de morir, se le perdonen en el bautismo los pecados que habría de cometer? ¿Quién es tan ciego que diga que no puede Dios perdonar en el bautismo esos pecados, si puede castigados en los que no lo reciben?
43. Tengamos cuidado, para no dar la impresión de que, en la discusión con quienes, aunque refutados en todas partes, se esfuerzan por persuadir de que Dios castiga incluso los pecados no cometidos, inventamos nosotros contra ellos tal doctrina, y no se crea, en cambio, que ellos son tan romos que piensen eso o intenten convencer de ello a otros. Si yo no hubiese oído que lo afirman, no consideraría necesario refutados. Les refuta la autoridad de las divinas Lecturas y el rito del bautismo de los niños transmitido desde la antigüedad, retenido con firmeza en la Iglesia. En él se ve con claridad que, cuando los niños son exorcizados y cuando, por medio de los que los presentan, responden que renuncian al diablo, son liberados de la dominación diabólica. Así, como no hallan por dónde escapar, se lanzan atolondrados al precipicio por no querer cambiar de opinión.
44. Les parece que son muy agudos cuando preguntan: «¿Cómo pasa el pecado a los hijos de los fieles, pues no dudamos de que fue borrado en los padres por el bautismo?» ¡Como si la generación carnal no pudiese tener algo que sólo la regeneración espiritual puede borrar! ¡Cómo si en el bautismo se curara de pronto la debilidad de la concupiscencia carnal, al modo que es borrado en un instante su reato, aunque por la gracia del renacer y no por la condición de nacer! Por eso, a quien nace por medio de esa concupiscencia, aunque sea de padres renacidos, ella le causará daño, a no ser que igualmente renazca. Pero, sea la que sea la dificultad de esta cuestión, no impide a los obreros de Cristo, que trabajan en su campo, el bautizar para remisión de los pecados de los niños, tanto los nacidos de padres fieles como los nacidos de infieles; también los agricultores, cuando se trata de injertar, convierten todos los acebuches en olivos, ya sea que las plantas hayan nacido de acebuches o de olivo121. Preguntamos a un campesino cuál es la causa de que, siendo una cosa el acebuche y otra el olivo, sin embargo, de la semilla de ambos nace siempre el acebuche. El no omitirá la operación de injertar, aunque no sepa solucionar esa cuestión. De otro modo, si piensa que todos los brotes nacidos de la semilla del olivo no pueden ser otra cosa que olivos, hará por su negligente vanidad que todo el campo se convierta en una selva amarga y estéril.
45. Cuando se han visto abrumados por el peso de la verdad, han inventado otra salida. Pero Dios es fiel en sus palabras122, y por lo tanto, su Iglesia no puede bautizar para una ficticia remisión de los pecados a los niños, sino que se realiza lo que anuncian las palabras, si lo que se hace se hace con fe. ¿Qué cristiano no se reirá de la salida que se han inventado al verse oprimidos por la mole de esta verdad tan clara, aunque la halle sumamente ingeniosa? Dicen, pues: «Los niños responden con verdad por los labios de los que los presentan. Responden que creen en la remisión de los pecados; pero no porque esa remisión tenga lugar en ellos, sino porque en la Iglesia o en el bautismo son perdonados los pecados de aquellos que los tienen, no los de aquellos que no los tienen». Por eso ellos no quieren que los niños se bauticen para remisión de los pecados, como si se realizase en ellos la remisión, ya que defienden que no tienen pecado alguno; aunque estén sin pecado, se bautizan en un bautismo en el que todos los pecadores encuentran la remisión de los pecados.
46. Pudiera ser que, si tuviese tiempo, refutase con mayor sutileza y profundidad esas astucias que cambian de piel. Pero, por muy taimados que sean, no hallan qué contestar al hecho de que sobre los niños se practican exorcismos y la insuflación. Todo eso es una ceremonia falaz si el diablo no tiene dominio en ellos. Y si tiene dominio y, por tanto, los exorcismos y la insuflación no son falaces, ¿por qué medio los domina el príncipe de los pecados, sino por el pecado? Si sienten pudor y no osan decir que tales ritos de la Iglesia no son una farsa, confiesen que también en los niños se busca lo que había perecido. Y no había perecido sino por el pecado lo que no puede buscarse ni encontrarse sino por la gracia. Pero ¡gracias a Dios! Al argumentar para que no se crea que se realiza en los niños la remisión de los pecados, han confesado que los niños creen, aunque sea mediante el corazón y labios de los adultos. Ya oyen al Señor, que dice: Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no entrado en el reino de los cielos123; y conceden que hay que bautizar a los niños con vistas a ese reino. Oigan también al mismo Señor, que dice: Quien no creyere, será condenado124, pues ya confiesan que los niños renacen por el ministerio de los que los bautizan, del mismo modo que creen por el corazón y los labios de los que responden. Atrévanse a decir que Dios que es justo condena al inocente, no hallándolo ligado con ningún vínculo de pecado original.
47. Perdóname si mi escrito ha sido prolijo y oneroso a tus ocupaciones. También yo me hice fuerza para interrumpir mis ocupaciones al escribirte esto y ocuparme en tu carta, y en responder a las muestras de tu benevolencia hacia mí. Si sabes que ellos han excogitado alguna otra cosa contra la fe católica, y si con tu amor fiel y enteramente pastoral publicas algo contra ellos, para que no se ceben en las ovejas débiles del rebaño del Señor, dámelo a conocer. Nuestro celo es como excitado del sueño de la indolencia por la inquietud que causan los herejes, para que estudiemos con mayor atención las Escrituras y hallemos con qué salirles al paso para que no dañen a la grey de Cristo. Así, por la múltiple gracia del Salvador, aun eso mismo que el enemigo maquina para perder, Dios lo convierte en ayuda. Porque todo coopera al bien de los que aman a Dios125.