Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: Fin de octubre del 418.
Controversia pelagiana.
Agustín saluda en el Señor a Mercator, señor amadísimo e hijo digno de ser ensalzado con sincerísimo amor entre los miembros de Cristo.
1. La carta que tu caridad se adelantó a enviarme la recibí en Cartago. Y tanto me alegró, que recibí con el mayor placer el enojo que luego me manifestabas por no haberte contestado. Porque tu indignación no era principio de resentimiento, sino indicio de caridad. Verdad es que en Cartago no me faltaron quienes pudiesen llevarte mi carta, pero hubo asuntos urgentes que recabaron mi atención y mi ocupación hasta que salí de allí. Cuando partí, me trasladé hasta la Mauritania Cesariense, adonde me llevaron necesidades de la Iglesia. Mientras atravesé el país, diversas cosas que se presentaron a mis sentidos me robaron la atención de una y otra parte; no tuve a nadie que me estimulase a contestarte, ni se ofreció ocasión alguna de correo. A la vuelta, hallé acá otra carta tuya llena de lamentaciones y enfados, y otro libro lleno de testimonios de las santas páginas contra los nuevos herejes. Lo leí todo rápidamente, incluso la carta que habías remitido primero. Y puesto que me ofrecía una ocasión muy oportuna nuestro amadísimo hermano Albino, acólito de la Iglesia romana, no me quedó sino contestar.
2. Dios me libre de recibir con negligencia, hijo amadísimo, tus cartas o los escritos que remites a mi consideración; Dios me libre de desdeñarte con engreída vanidad, pues mi gozo por ti es tanto más grande cuanto ha sido más inopinado e imprevisto. Confieso que no sabía que hubieses progresado tanto. ¿Podemos desear cosa mejor que el que abunden los que combatan en todas partes los errores que amenazan y ponen asechanzas a la fe católica... y arguyan a los hermanos débiles e indoctos, el que abunden los que defiendan con agudeza y fidelidad a la Iglesia de Cristo contra las profanas novedades1 de los charlatanes? ¿No está escrito: La multitud de los sabios es la salud del mundo?2 Examiné, pues, con todo ahínco tu corazón en tus escritos, y he visto que hay que abrazarte y exhortarte a que vayas adelante con progresiva diligencia, y cooperará con tus fuerzas el Señor, que te las dio y alimentó.
3. No se han acercado poco a la verdad, en la cuestión del bautismo de los niños, esos errantes a quienes queremos devolver al buen camino. Ya confiesan que un niño recién dado a luz por su madre cree por medio de aquellos que le presentan al bautismo. Dicen, según me escribes, que los niños no creen en la remisión de los pecados, en el sentido de que se les perdonen también a ellos, pues no creen que tengan ningún pecado, sino porque también esos niños reciben el lavatorio por el que se realiza, en los que se realiza, la remisión de los pecados, y, por lo tanto, creen que se realiza en otros lo que no se realiza en ellos. Luego cuando los herejes dicen: «No creen de esa manera, sino que creen de esta otra», sin duda confiesan que los niños creen. Oigan, pues, al Señor: Quien cree en el Hijo, tiene la vida eterna; pero quien no cree en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él3. Si los niños se hacen creyentes por medio de aquellos que los presentan al bautismo, no serán creyentes si caen en manos de aquellos que creen no deberlos presentar, por pensar que de nada les ha de servir. Luego si por medio de los creyentes creen y tienen la vida eterna, por medio de los incrédulos son incrédulos y no verán la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre ellos. Porque no se ha dicho: «La ira de Dios viene sobre ellos», sino: permanece sobre ellos, porque ya estaba desde su origen sobre ellos y no se aparta de ellos sino mediante la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor4. Acerca de esa ira se lee también en el libro de Job: El hombre nacido de mujer, tiene una vida breve y está lleno de ira. ¿Por qué está la ira de Dios sobre la inocencia de un niño, sino por la condición y la mancha del pecado original? De esa mancha se escribe también en ese mismo libro que no está limpio ni siquiera el niño que tiene un solo día de vida sobre la tierra5.
4. Luego algo se ha hecho al discutir con tanto apremio contra esos herejes y al meter en sus oídos por una y otra parte las voces católicas: queriendo argumentar contra los sacramentos de la Iglesia, han confesado, sin embargo, que los niños creen. No les prometan la vida eterna aunque no se bauticen. ¿De qué otra vida se dijo: El que no cree al Hijo no tendrá la vida?6 Ni los excluyan del reino de los cielos para luego excluidos de la condenación. Porque ¿qué significa, sino la condenación, esa ira que, según el testimonio divino, permanece sobre el que no cree? Mucho se ha avanzado: si dejan a un lado escrúpulos de disputa, la causa está terminada. Si conceden que los niños creen, como se refiere a ellos aquella afirmación: Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos7, así también se refiere a ellos aquella otra del mismo Señor: Quien creyere y fuere bautizado, se salvará; mas quien no creyere será condenado8. Y pues confiesan que esos niños son creyentes cuando son bautizados, no duden de que serán condenados si no creen. Y osen decir, si pueden, que un Dios justo condena a los que no han heredado ningún mal de su origen y carecen del contagio del pecado.
5. También nos objetas en tu carta que Enoc y Elías no han muerto, sino que han sido trasladados con su cuerpo de esta vida humana. No veo qué provecho pueden sacar de esa objeción para el problema que ventilamos. Voy a omitir que en otros pasajes se dice que también ellos morirán, como lo entienden la mayor parte de los expositores de Juan cuando el Apocalipsis cita a los dos profetas; callando su nombre, dice que esos dos santos aparecerán con sus cuerpos, en los que ahora viven, para morir también ellos por Cristo9 lo mismo que los otros mártires. Pero, dejando a un lado esa cuestión, y sea de ello lo que sea, te pregunto ¿qué ayuda presta a su opinión? Eso no prueba que los hombres no mueren corporalmente por causa del pecado. Supongamos que Dios, que perdona los pecados a tantos fieles suyos, quisiera condonar a algunos la misma pena del pecado. ¿Quiénes somos nosotros para replicar a Dios por qué a unos así y a otros así?10
6. Lo que decimos es lo que dice claramente el Apóstol: El cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu es vida por la justicia. Y si el espíritu del que resucitó a Cristo de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por su espíritu que habita en vosotros11. No decimos esto de modo que neguemos el poder de Dios para realizar sin muerte, en aquellos que El quisiere, lo que creemos que realizará en tantos después de la muerte. Seguirá, sin embargo, siendo verdad que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres12. Eso se dijo para demostrar que, si la muerte no hubiese entrado por el pecado, no habría muerte. Pues también decimos: «Todos son enviados al infierno por sus pecados». ¿Será falso eso porque no todos los hombres sean enviados al infierno? Lo que decimos es verdad no porque todos sean enviados, sino porque ninguno es enviado a no ser por mérito de sus pecados. Semejante, aunque por contraste, es aquella sentencia: La justificación de uno pasó a todos los hombres para justificación de vida13. No todos los hombres pertenecen a la justificación de Cristo, pero se dice eso porque nadie es justificado sino por Cristo.
7. Con mayor motivo causa dificultad otro punto. ¿Por qué permanece la pena del pecado cuando no permanece el pecado, es decir, si la muerte corporal es pena del pecado? Pero es cosa muy diferente preguntar por qué muere un niño bautizado y preguntar por qué no murió Elías después de haber sido justificado. Nos intriga que, borrado el pecado en el niño, tenga lugar la pena del pecado; pero no debe maravillamos que, borrado el pecado, no se siga la pena del pecado. Con la ayuda de Dios resolví, según mi capacidad, en los libros sobre El bautismo de los niños, que sé que conoces bien, esa cuestión de la muerte de los bautizados, es decir: por qué una vez perdonado el pecado subsiste una cierta pena del pecado. ¿Cuánto menos deberá preocupamos esta objeción: Por qué el justo Elías no murió, si la muerte es pena del pecado? Es como si preguntaran: ¿Por qué no ha muerto el pecador Elías, si la muerte es pena del pecado?
8. Quizá de una cuestión deducen otra y preguntan: «Si Elías y Enoc no tuvieron pecado, hasta el punto de no padecer siquiera la muerte, que es pena del pecado, ¿por qué se dice que nadie vive aquí sin pecado? » ¡Como si no pudiésemos contestarles con mayor fundamento: «El Señor quiso que vivieran, ya borrado el pecado, pero no les permitió vivir aquí porque aquí nadie puede vivir sin pecado»! Podríamos decir contra ellos estas cosas y otras semejantes, si ellos pudiesen con certidumbre probar que Elías y Enoc no han de morir jamás. Como no pueden enseñado y es mucho mejor creer que Enoc y Elías han de morir al fin del mundo y como es más lógico creer que han de probar la muerte, no tienen por qué presentados como una objeción, pues no han de favorecer por parte alguna su causa.
9. Algo tocan a esa cuestión aquellos a quienes, hablando de la resurrección de los muertos, se refiere el Apóstol: Y nosotros, los que hemos quedado vivos, seremos arrebatados juntamente con ellos a las nubes, saliendo al encuentro de Cristo en el aire; y así estaremos siempre con el Señor14. Pero el problema les afecta a esos de quienes habla San Pablo, y no a los herejes. Aunque aquéllos no mueran, no veo en qué les favorezca a éstos, pues podemos decir lo que dijimos de Elías y Enoc. En realidad, por lo que toca a las palabras del bienaventurado Apóstol, parece afirmar que al fin del mundo cuando venga el Señor y vaya a tener lugar la resurrección de los muertos, algunos no han de morir, sino que los que se hallen en vida pasarán de repente, transformados, a aquella inmortalidad que se otorga también a los demás santos, y con ellos serán arrebatados a las nubes, como dice el Apóstol. Siempre que me puse a meditar tales palabras, me ha parecido eso y no otra cosa alguna.
10. Sobre ese punto preferiría oír a otros más doctos. Quizá se pruebe que a los que creen que habrá algunos que sin morir serán llevados vivos a la vida perdurable se les pueden aplicar las otras palabras del Apóstol: Necio, lo que tú siembras no es vivificado si primero no muere15. Porque, si no todos mueren, ¿cómo podrá realizarse lo que dice la mayor parte de los códices: Todos resucitaremos?16 La resurrección no cabe si no precede la muerte. El que algunos códices lean: todos dormiremos, nos obliga a aceptar dicha interpretación más fácil y clara. Y quizá hay en las santas Letras otros testimonios que nos fuercen a creer que ningún hombre alcanzará la inmortalidad si no precede la muerte. Dice el Apóstol: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos basta la venida del Señor, no nos adelantaremos a los que ya durmieron. Porque el mismo Señor con un mandato, con una voz de arcángel y con una trompeta, descenderá del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos en nubes para salir al encuentro de Cristo en el aire; y así siempre estaremos con el Señor17. Quisiera, como dije, oír sobre ese punto a otros más doctos; quizá puedan explicar esas palabras de modo que se entienda que todos los hombres que actualmente viven o vivirán después de nosotros han de morir; yo corregiría mi opinión, puesto que alguna vez no lo he entendido así. No debemos ser doctores indóciles, y mejor es enderezarse cuando se es pequeño que romperse cuando ya se es duro. Está bien que con nuestros escritos se ejercite y aprenda la debilidad nuestra o la ajena, pero no se haga de ellos una autoridad semejante a la canónica.
11. Quizá en esas palabras del Apóstol no pueda hallarse ningún otro sentido y se vea que él quiso entender lo que parece ser el sentido obvio de la palabra, a saber: que al fin del mundo y cuando la venida del Señor habrá algunos que no serán despojados del cuerpo, sino que serán revestidos de inmortalidad, para que lo mortal sea absorbido por la vida18. A esta afirmación se adapta, sin duda, lo que confesamos en la regla de la fe: «Que el Señor vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos»19. Aquí no entenderíamos por vivos a los justos y por muertos a los injustos, aunque hayan de ser juzgados unos y otros, sino que la venida del Señor hallaría vivos a los que no hubieran salido de sus cuerpos, y muertos a los que ya hubieran salido. Si se prueba que ha de entenderse así, entonces hay que ver cómo se han de entender aquellas otras palabras: Lo que tú siembras no es vivificado si antes no muere. Y aquellas otras: Todos resucitaremos, o Todos dormiremos20, de forma que estas afirmaciones no se opongan a aquella según la cual se cree que algunos han de vivir aun con su cuerpo para siempre, sin gustar la muerte.
12. Sea cual sea el sentido más agudo y verdadero de estas afirmaciones, ¿qué tiene que ver con la causa de esos herejes el que todos sean castigados con una muerte que les es debida o el que algunos sean eximidos de este tributo? En todo caso, consta que la muerte, no sólo la espiritual, sino también la corporal, no hubiera existido si el pecado no la hubiese precedido, y que es más admirable el poder de la gracia cuando los justos resucitan de la muerte a la bienaventuranza que cuando son eximidos de la experiencia de la muerte. Sea dicho esto por razón de esos sobre quienes me escribes, si bien creo que ya no dicen que Adán hubiese muerto corporalmente aunque no hubiese pecado.
13. Hay que presentar un estudio más diligente sobre la resurrección, esto es, sobre aquellos que al parecer no morirán, sino que pasarán de esta condición mortal a la inmortalidad sin probar la muerte. Si oíste o leíste, o aún puedes oír o leer o pensar algo definitivo y preciso, con algún argumento razonable y acabado, te ruego que me lo hagas saber. Porque yo quiero más aprender que enseñar, y así lo confieso a tu caridad. Esto es lo que nos amonesta el apóstol Santiago, que dice: Sea todo hombre veloz para escuchar, tardo para hablar21. A aprender debe invitamos la suavidad de la verdad; en cambio, a enseñar nos debe obligar la necesidad de la caridad. Es más de desear que pase esta necesidad por la cual el hombre enseña algo al hombre, para que todos nos dejemos enseñar por Dios22. Aunque ya sucede así cuando aprendemos lo que pertenece a la verdadera piedad, aunque parezca que es un hombre el que lo enseña. Porque ni el que planta ni el que riega es algo, pues es Dios el que da el crecimiento. Porque, si Dios no diese el crecimiento, nada harían los apóstoles al plantar y regar. ¡Cuánto menos haremos yo, tú o cualquiera otro de estos tiempos, cuando nos creemos que somos doctores!