Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: Fin de octubre del 418.
El amor cristiano.
Agustín saluda en el Señor a Celestino, señor venerable, santo hermano muy deseable y colega en el diaconado.
1. Cuando llegó a Hipona el escrito que tu Santidad me dirigió por medio del clérigo Proyecto, yo me había ausentado muy lejos. Al llegar aquí y leerlo, comprendí que debía contestar y esperaba ocasión para hacerlo. De pronto se me ofreció una coyuntura muy grata, pues partía de aquí nuestro amadísimo hermano el acólito Albino. Congratulándome, pues, de tu salud, que yo te deseo entrañablemente, devuelvo a tu santidad los debidos saludos. Siempre soy deudor de la caridad, la cual, aunque venga sola y haya sido pagada, no cancela la deuda. Se devuelve cuando se dona, pero, aun después de devuelta, la deuda sigue en pie, pues que no hay tiempo alguno en que no deba donarse. Cuando se devuelve no se pierde, sino que se multiplica, pues se devuelve de lo que se tiene y no de lo que se carece. No puede devolverse sino cuando se tiene, y no se tiene sino cuando se dona. Es más, cuando el hombre la dona, crece en él y se adquiere una caridad tanto mayor cuanto se dona a más hombres. ¿Cómo se negará a los amigos, pues se debe aun a los enemigos? Sin embargo, se dona con cautela en los enemigos y se distribuye confiadamente a los amigos. Procura con todas sus fuerzas recibir lo que da, aun de aquellos a quienes devuelve bien por mal. Porque deseamos que se haga amigo aquel enemigo a quien amamos con veracidad. No le amamos si no le queremos bueno, y no será bueno si no pierde el mal de la enemistad.
2. La caridad no se dona, pues, del mismo modo que el dinero. Este disminuye si se dona; aquélla aumenta. Pero hay, además, otra diferencia: si damos a alguien dinero, seremos para con él más generosos si renunciamos a que lo devuelva; en cambio, nadie es verdadero donador de la caridad si no exige benignamente su cuenta de acreedor. Porque cuando se recibe dinero, éste pasa al que lo recibe y se aleja del que lo da; en cambio, la caridad crece en aquel que se la exige a su amado, aunque no la reciba, y, además, el deudor empieza a tenerla cuando empieza a pagar. Por lo tanto, señor y hermano, te pago con el mayor gusto la mutua caridad, y con alegría la recibo: la que yo recibo la sigo reclamando, y la que yo te pago, aún te la debo. Porque tenemos un Maestro, ante el cual somos condiscípulos, y debemos escucharle con docilidad, cuando manda y nos dice por medio de su Apóstol: A nadie debáis nada, sino el amor recíproco1.