CARTA 191

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Fin de octubre del 418.

Controversia pelagiana

Agustín saluda en el Señor a Sixto, señor venerable, santo hermano, digno de ser acogido en el amor de Cristo y colega en el presbiterado.

1. La carta que tu benignidad remitió a Hipona por el santo hermano el presbítero Firmo, llegó cuando yo estaba ausente. A mi vuelta pude leerla, cuando ya el portador se había ido, y ésta es la primera y gratísima ocasión que se me ofrece por medio de nuestro querido hijo el acólito Albino. Nos escribías a los dos, pero ya no estábamos juntos. Recibirás, pues, una carta de cada uno, no una de los dos. En efecto, el portador de la presente ha salido para visitar al venerable Alipio, mi hermano y colega en el episcopado, llevándole también tu carta, ya leída por mí; él contestará a tu santidad por su parte. Esa tu carta nos ha llenado del más íntimo gozo. Pero ¿quién sabrá expresar lo que no se puede formular? Pienso que ni tú mismo sabes bien -créenos a nosotros, sin embargo- el inmenso bien que has hecho al enviarnos tal escrito. Como tú eres testigo de tu espíritu, así lo soy yo del mío y puedo testimoniarte cuánto me ha afectado la evidente sinceridad de tu carta. Copié con entusiasta celeridad tu brevísima carta que por el acólito León enviaste al bienaventurado anciano Aurelio sobre este problema, y con el mayor afán se la leí a cuantos pude. Allí nos expusiste tu opinión sobre esa nueva doctrina extremadamente perniciosa, y, en contraste, lo que opinas sobre la gracia de Dios, que se otorga a los niños y a los adultos, a la cual tanto se opone dicha doctrina. Pues ¿con cuánta exultación piensas que habremos leído este escrito tuyo más prolijo y con cuánta solicitud se lo habremos ofrecido a cuantos hemos podido, y lo seguiremos ofreciendo a cuantos podamos para que lo lean? ¿Hay cosa alguna que pueda leerse o escucharse con mayor alegría que una defensa tan pura de la gracia de Dios contra sus enemigos y de labios de aquel que antes era pregonado como protector muy influyente de esos enemigos? ¿Habrá cosa por la que debamos dar a Dios mayores gracias? Ahora defienden la gracia los que la reciben contra aquellos que o no la reciben o les es grato el recibida, porque por un oculto y justo juicio de Dios no se les concede el que les resulte grato el recibirla.

2. Por eso, señor venerable, hermano merecedor de ser acogido en el amor de Cristo, obras muy bien cuando escribes sobre ese problema a los hermanos, ante los cuales suelen jactarse de tu amistad los herejes. Pero aún te queda una mayor preocupación: no sólo deben ser castigados con una saludable severidad los que osan airear sin tino ese error tan dañino para el nombre cristiano, sino que con mayor diligencia hemos de rehuirlos por razón de las más débiles ovejas del Señor. Porque los herejes no cesan de susurrar, aunque con voz más baja y tímida, penetrando en las casas, como dice el Apóstol, y ejecutando con la impiedad habitual lo que el Apóstol expresa a continuación1. No hay que perder tampoco de vista a los que ahora guardan un profundo silencio por el temor que sienten, pero que no han renunciado a su opinión perversa. Antes de que esta peste fuese condenada con una sentencia tan clara por la Sede Apostólica, pudiste conocer algunos de ellos, a los que ahora ves de pronto tan callados. No puede saberse si se han curado. Lo sabremos cuando no sólo callen sus falsos dogmas, sino cuando defiendan también, con el mismo afán con que solían defenderlos, las verdades contrarias a ellos. A éstos, sin embargo, hay que tratarlos con mayor benignidad. ¿Para qué asustarlos, cuando su taciturnidad prueba que ya están bastante atemorizados? Pero no hay que desechar la diligencia del médico, como si ya estuviesen sanos, pues la úlcera late dentro escondida. No hay que aterrorizarlos, pero hay que adoctrinarlos. Mientras el temor de la severidad ayuda en ello al doctor de la verdad, podrán, a mi juicio, más fácilmente, y con ayuda de Dios, combatir de palabra lo que ahora no osan exponer, una vez que comprendan y amen la gracia de Dios...