CARTA 190

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: Pío de Luis, OSA

Fecha: Otoño del 418.

El origen del alma.

Agustín saluda en el Señor a Optato, señor beatísimo, hermano deseable con sincero amor y colega en el episcopado.

1. No he recibido ninguna carta dirigida a mí por tu Santidad. Pero recibí la que enviaste a la Mauritania Cesariense cuando yo estaba en Cesarea, adonde me había llevado una obligación eclesiástica que me había impuesto el venerable Zósimo, obispo de la Sede Apostólica. Y sucedió que también yo leí lo que escribiste, pues me entregó tu carta el santo siervo de Dios Renato, nuestro querido hermano en Cristo. A petición e insistencia suya, y aunque me urgían otras apremiantes ocupaciones, me he visto obligado a contestarte. A esa petición vino a agregarse la de otro hermano nuestro, Murese, a quien hay que nombrar con el debido honor, y que es pariente tuyo, como supe por él mismo, y que llegó cuando yo estaba en dicho lugar. El me contó que también a él le habías remitido carta sobre ese punto, y me consultó al respecto para que por carta mía o suya te hiciese conocer mi opinión. Y el punto es: «Si las almas nacen por propagación lo mismo que los cuerpos, si todas ellas proceden de aquella que fue creada para el primer hombre, o bien el Creador omnipotente, el cual sigue actuando todavía1 ahora, las crea nuevas para cada individuo excluyéndose toda propagación».

2. Antes de proponer nada a tu Sinceridad sobre este punto, quiero que sepas que, a pesar de ser tantos mis opúsculos, nunca osé proferir una sentencia definitiva sobre este problema ni exponer sin pudor por escrito, para informar a otros, lo que yo mismo no tenía averiguado. Varias son las razones y causas que me afectan hasta no permitir que mi asentimiento se incline decididamente a una de las partes, sino que me mantienen vacilante entre ambos extremos. Sería largo el explicarlo en esta carta, ni es tan necesario que no pueda dejarlo a un lado para discutir lo que es menester sobre este problema, si no para ahuyentar toda vacilación, por lo menos para ahuyentar la temeridad.

3. El apoyo principal de la fe cristiana es éste: Por un hombre llegó la muerte y por un hombre la resurrección de los muertos; pues como en Adán todos mueren, así también todos serán vivificados en Cristo2. Y también: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte. Así pasó a todos los hombres la muerte, en quien todos pecaron3. Y también: El juicio de uno llevó a la condenación; el perdón de muchos delitos llevó a la justificación de la vida4. Y también: Por el delito de uno pasó a todos los hombres la condenación, y por la justificación de uno pasó a todos los hombres la justificación de la vida. Hay otros testimonios semejantes que declaran que nadie nace de Adán sino ligado con el vínculo de la condenación y del delito, y que nadie es liberado sino renaciendo por Cristo5. Tan terminantemente debemos mantenerlo, que hemos de saber que quien lo negare, de ningún modo pertenece a la fe de Cristo y a la gracia de Dios, que, a través de Cristo, se da a los pequeños y a los grandes. Aunque sea oculto el origen del alma, no hay peligro mientras quede a salvo la redención. Porque no creemos en Cristo para nacer, sino para renacer, sea la que sea la forma en que hemos nacido.

4. En tanto decimos que el origen del alma puede ignorarse sin peligro, en cuanto creamos que no es parte de Dios, sino criatura; en cuanto creamos que no ha nacido de Dios, sino que fue hecha por El y que ha de ser miembro de su linaje mediante la adopción por admirable concesión gratuita, no por una igual dignidad de naturaleza; en cuanto creamos que no es un cuerpo, sino un espíritu, y no un espíritu creador, sino un espíritu creado; en cuanto creamos que no ha entrado en este cuerpo corruptible, que la abruma6, porque la haya encerrado en él el mérito de las malas obras cometidas antes en el cielo o en cualquiera parte del mundo. Porque cuando el Apóstol habla de los gemelos de Rebeca, todavía no nacidos, afirma que nada habían hecho ni bueno ni malo; de modo que el mayor había de servir al menor, no por las obras, en las que no se distinguía el uno del otro, sino por voluntad de quien llama7.

5. Puestos estos puntos a salvo, el problema puede ser tan escondido e impenetrable entre las obras ocultas de Dios, que no pueda explicarse por un testimonio claro de las Sagradas Escrituras. ¿Hemos de creer que los gemelos antes de nacer no habían hecho nada bueno ni malo porque sus almas no se habían propagado de sus padres, sino que el alma de cada uno había sido creada de la nada? ¿Estaban originalmente en sus padres, pero carecían de individualidad para llevar una vida propia y peculiar? Sea lo que sea, quede en salvo la fe, por la que creemos que nadie, ya sea de mucha, poca o reciente edad, se libra «del contagio de la muerte antigua y de la atadura del pecado que contrajo en su primer nacimiento» sino por el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús8.

6. Por la fe salubérrima en ese hombre-Dios se salvaron también aquellos justos que, antes de que El viniese en carne9, creyeron que él había de venir en la carne. Porque una misma es nuestra fe y la de aquellos, ya que ellos creyeron futuro lo que nosotros creemos realizado; y por eso dice el Apóstol: Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por lo cual he hablado, también nosotros creemos, y por eso hemos hablado10. Si, pues, aquellos que anunciaron que Cristo había de venir en carne tenían el mismo espíritu de fe que aquellos otros que anunciaron que Cristo había venido, los ritos sagrados pudieron ser diversos según la diversidad de los tiempos, pero concurren con la máxima armonía a la unidad de la misma fe. Los Hechos de los Apóstoles ponen en boca del apóstol Pedro: Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, imponiendo sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres pudimos llevar? Nosotros, en cambio, creemos que somos salvados por la gracia del Señor Jesús, como lo fueron también ellos11. Si, pues, ellos, esto es, los padres, que no podían llevar el yugo de la ley antigua, creyeron que obtenían la salvación por la gracia del Señor Jesús, manifiesto es que esa gracia hizo vivir de la fe también a los antiguos justos: Porque el justo vive de la fe12.

7. La ley se introdujo para que abundase el delito y para que sobreabundase la gracia, por la que había de sanarse la abundancia del delito. Si se hubiera dado una ley que pudiese vivificar, la justicia vendría en absoluto de la ley. Para qué bien se dio la ley, lo expresa el Apóstol a continuación, diciendo: Pero la Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa se diese a los creyentes mediante la fe en Jesucristo13. Había que promulgar la ley para que el hombre se viese a sí mismo con mayor claridad, para que el alma humana soberbia no creyese que podía ser justa de su propia cosecha, e ignorando la justicia de Dios, esto es, la que el hombre tiene de Dios, quisiese establecer la suya propia, esto es, como si la consiguiese con sus propias fuerzas, y no se sometiera a la justicia de Dios14. Convenía, pues, añadir el mandato que dice: No codiciarás15, para que el pecador soberbio experimentase el pecado de la prevaricación, y así la enfermedad, manifestada por la ley, aunque no sanada por ella, buscase la medicina de la gracia.

8. Por lo tanto, todos los justos, esto es, los veraces adoradores de Dios, ya antes, ya después de la encarnación de Cristo, no vivieron ni viven sino por la fe en la encarnación de Cristo, en quien está la plenitud de la gracia. Y como está escrito que no hay otro nombre bajo el cielo en el que debamos salvamos16, ese nombre vale para salvar al género humano desde aquel momento en que quedó viciado en Adán. Porque, como todos mueren en Adán, así todos serán vivificados en Cristo17. Como nadie llega al reino de la muerte sin Adán, así nadie llega sin Cristo al reino de la vida. Como los hombres lo son por Adán, así los hombres justos lo son por Cristo. Como por Adán fueron castigados a ser mortales todos los hijos del siglo, así por Cristo se hacen inmortales en la gracia todos los hijos de Dios.

9. ¿Por qué fueron creados aquellos que el Creador sabía que pertenecían a la condenación y no a la gracia? El bienaventurado Apóstol toca ese punto con tan sucinta brevedad cuanto mayor es su autoridad. Dice que Dios quiso mostrar su ira y demostrar su poder, soportando con mucha paciencia los vasos de ira, que fueron acabados para la perdición y para hacer manifiestas las riquezas de su gloria en los vasos de misericordia. Antes había dicho que Dios, como el alfarero, hacía de la misma masa un vaso de honor y otro de ignominia18. Con razón parecería injusto que se hicieran de allí los vasos de ira para perdición, si no estuviese ya condenada toda la masa, por Adán. Luego el que de esa procedencia se hagan vasos de ira pertenece al castigo debido, y el que, por el nuevo nacimiento, se hagan vasos de misericordia, pertenece a la gracia no debida.

10. Dios muestra su ira; no la perturbación de su ánimo, como sucede en la llamada ira del hombre, sino la retribución justa y fija, porque de una estirpe de desobediencia se van propagando el pecado y el suplicio, y, como está escrito en el libro de Job, también el hombre nacido de mujer tiene una vida breve y está lleno de iracundia19. Es vaso de esa ira de que está lleno, y por eso se le llama vaso de ira. Y demuestra Dios su poder porque sabe usar bien de los malos, otorgándoles muchos bienes naturales y temporales y utilizando su malicia para ejercitar a los buenos y excitarles mediante la comparación, para que los buenos aprendan en los malos a darle gracias; los separó de ellos no por méritos humanos, ya que eran iguales en la misma masa, sino por su divina misericordia. Esto aparece claro particularmente en los niños que renacen por la gracia de Cristo y, concluyendo esta vida en aquella tierna edad, pasan a la bienaventurada. De ellos no puede decirse que los distinga de otros niños, que mueren sin esta gracia en la condenación de la misma masa, el uso del libre albedrío.

11. Si Dios hubiese creado de la progenie de Adán tan sólo a los que habían de ser recreados por la gracia, y no hubiesen nacido otros hombres que los que Dios adopta por hijos, quedaría oculto ese beneficio que se hace a los que no lo merecen, porque no se daría el debido castigo a ninguno de los que vienen de la misma estirpe merecedora de condenación. Mas, al soportar con mucha paciencia los vasos de la ira que fueron acabados para la perdición, no solo mostró la ira y demostró su poder aplicando el castigo y utilizando bien a los que no son buenos, sino que manifestó también las riquezas de su gloria en los vasos de misericordia20. Así, quien ha sido justificado gratis advierte lo que se le da: es separado de los condenados, con los que tenía que ser condenado por una misma justicia, no por sus méritos, sino por la gloria de la generosísima misericordia de Dios.

12. Quiso que por su creación nacieran muchos que por su presciencia sabía que no pertenecían a su gracia. Por su muchedumbre incomparable son muchos más que los hijos de la promesa, que se dignó predestinar a la gloria de su reino21. Así mostró con la misma muchedumbre de los rechazados que para Dios no tiene importancia el número, por grande que sea, de los que son justamente condenados. Y de este modo los redimidos de esa condenación entiendan que eso era lo que se debía a la masa entera, pues ven lo que se ejecuta con tan gran parte de ella; y no tan sólo en los que han añadido al pecado original muchos otros por el arbitrio de su mala voluntad, sino también en tantos niños ligados tan sólo por el vínculo del pecado original, que fueron arrebatados de este mundo sin la gracia del Mediador. Toda la masa hubiese recibido la recompensa de la justa condenación si el alfarero, no sólo justo, sino también misericordioso, no hubiese fabricado otros vasos de honor según su gracia, no según lo merecido22; y así socorre a los niños, aunque no podemos apuntarles ningún mérito, y previene a los adultos para que puedan tener algunos méritos.

13. Siendo esto así, supongamos que tus palabras no pretenden sostener que las nuevas almas, por esa inocencia de su misma novedad, no pueden ser reas de condenación antes de utilizar el libre albedrío para pecar; sino que confiesas con fe católica que, aunque salgan del cuerpo en esa tierna edad, van a perderse en la condenación si no son libertadas por el sacramento del Mediador, que vino a buscar y a salvar lo que había perecido23. En ese caso, busca dónde, por qué y cuándo han comenzado a merecer la condenación, si son nuevas; pero no hagas a Dios, o a otro ser no creado por Dios, autor, o del pecado de esas almas, o de una condenación de inocentes. Podrás hallar quizá lo que yo te he invitado a buscar. Yo confieso que no lo he hallado. Si lo hallas, defiende cuanto puedas, afirma cuanto puedas que las almas de los niños son creadas nuevas de tal modo que no se originan por propagación y, además, comunícame con fraterna caridad lo que hayas descubierto.

14. Pero supongamos que no descubres por qué o cómo se hacen pecadoras las almas de los niños, ni quién, no teniendo ellas en sí mismas malicia alguna, las obliga a traer de parte de Adán un motivo de condenación, cuando crees que no se propagan de la primera alma creada, sino que se las encierra, creadas nuevas e inocentes, en una carne pecadora. En ese caso, tampoco has de adherirte temerariamente a la otra opinión, hasta creer que las almas derivan por reproducción de aquella primera. Porque quizá otro podrá averiguar lo que tú no pudiste, o quizá tú mismo averigües más tarde lo que ahora no pudiste. Los que afirman que todas las almas se propagan de la que Dios le dio al primer hombre, y, siguiendo la opinión de Tertuliano, creen que las almas se desprenden de los padres, admiten automáticamente que esas almas no son espíritus, sino cuerpos, y que nacen de simiente corporal. ¿Puede afirmarse cosa más perversa? No es maravilla que Tertuliano haya soñado tal cosa, puesto que opina que el mismo Dios creador no es sino un cuerpo.

15. Rechacemos del corazón y de la boca cristiana esa demencia. Quien confiese que el alma es un espíritu, como lo es, y no un cuerpo, y que, sin embargo, se propaga de padres a hijos, no se hallará en dificultades para afirmar que todas las almas, aun las de los niños, a los que la Iglesia bautiza para perdonarles, no falsa sino verazmente, los pecados, heredan el pecado original, como lo predica la verdadera fe. Ese pecado lo cometió el primer hombre con su propia voluntad; por la generación se transmite a toda la posteridad y sólo se purifica por la regeneración. Pero cuando comience a estudiar y discutir qué es lo que se afirma, no es extraño que ningún entendimiento humano comprenda cómo una candela se encienda de otra, y cómo una llama venga de otra sin detrimento de la primera, y que de ese modo mismo del alma del padre se origina el alma en la prole o se propaga a ella. ¿Es que hay un semen incorpóreo del alma que por una vía oculta e invisible pasa del padre a la madre cuando ésta concibe? ¿O es que el alma está latente en el semen corporal, lo que es más increíble? Cuando el semen se vierte, pero sin que se produzca la concepción, ¿tendrá que verterse juntamente el semen del alma? ¿Volverá con suma ligereza y en un instante a su fuente, o perecerá? Si perece, ¿cómo será inmortal un alma cuyo semen es mortal? ¿O recibirá la inmortalidad cuando obtiene la forma que la hace vivir, como recibe la justicia cuando obtiene la forma que la hace sabia? ¿Y cómo la forma Dios en el hombre, aunque un alma proceda de otra por vía seminal? ¿Será al modo que forma en el hombre los miembros corporales, aunque el cuerpo derive del cuerpo por vía seminal? Porque si no fuese Dios quien forma la criatura espiritual, no estaría escrito: El cual forma el espíritu del hombre en él24. Y también: El cual formó individualmente los corazones de los hombres25. Si el corazón significa aquí el alma, ¿quién dudará de que Dios puede formarla? ¿Pero la forma del alma del primer hombre como forma individualmente la cara de los hombres, aunque del único cuerpo del primer hombre?

16. Sobre este punto y otros tales se hacen muchas preguntas que de ningún modo pueden solucionarse con el entendimiento carnal, porque están sumamente alejadas de nuestra experiencia, y se esconden en los senos más secretos de la naturaleza. Por eso, no ha de avergonzarse el hombre de confesar que no sabe lo que no sabe, no sea que por mentir, diciendo que sabe, nunca merezca saber. ¿Quién negará que Dios es el creador y hacedor no sólo de un alma, sino de todas? Tan sólo quien contradiga abiertamente al divino testimonio, ya que Dios dice sin ambigüedad por el profeta: Yo hice todo soplo26, entendiendo en este término el alma, como lo evidencian las palabras que siguen. No sólo inspiró el primer soplo al primer hombre, formado de la tierra, sino que El hizo y todavía hace todo aliento. Pero se pregunta si hace todos los alientos del primero, como hace todos los cuerpos del primero, o bien hace todos los cuerpos del primero, pero las almas las crea nuevas de la nada. Porque ¿quién hace las especies que se van derivando de sus semillas en correspondencia con sus orígenes, sino quien sin semilla hizo las semillas? Pero cuando un asunto es naturalmente obscuro y sobrepuja nuestra capacidad y no se aclara con un testimonio manifiesto de la divina Escritura, es de temer que las conjeturas humanas fallen definitivamente en uno u otro sentido. Decimos que nacen nuevos hombres, ya en cuanto al cuerpo, ya en cuanto al alma, porque empiezan a tener vida propia. Pero, según el pecado original, el hombre nace viejo, y por eso se renueva por el bautismo.

17. Yo no he descubierto aún nada cierto sobre el origen del alma en las Escrituras canónicas. Los que afirman que las almas se crean nuevas sin propagación alguna, entre los textos con los que pretenden probado, citan aquellos dos que ya mencioné: El cual forma el espíritu del hombre en él27, y también: El cual formó individualmente los corazones de los hombres28. Y ya ves cómo puede contestar el que no los acepte. Porque es incierto si los forma de otros o de la nada. Uno de los principales testimonios parece ser aquel que se lee en el libro del Eclesiastés de Salomón: y volverá el polvo a la tierra como estaba; y el espíritu volverá a Dios, que lo otorgó29. Pero es fácil contestar que el cuerpo vuelve a la tierra, de la que fue formado el primer cuerpo del hombre, y el espíritu vuelve a Dios, que creó la primera alma del hombre. Porque puede decirse: Nuestro cuerpo se ha propagado de aquel primer cuerpo y vuelve a la tierra, de la que fue formado el primer cuerpo; pues del mismo modo nuestra alma, aunque se haya propagado de la primera alma, no vuelve a la nada, porque es inmortal, sino a Dios, que hizo la primera alma. Por eso mismo, el decir que el espíritu de cada hombre vuelve a Dios, que lo otorgó, no soluciona esta obscurísima cuestión, porque Dios lo otorgó de todos modos, ya derivándolo del primero, ya sacándolo de la de todos modos , ya derivándolo del primero, ya sacándolo de la nada.

18. Asimismo, los que con temeridad inconsiderada defienden la propagación de las almas, piensan disponer de otros testimonios que creen que favorecen su opinión, y el más manifiesto y expreso, a su juicio, que aducen es el escrito en el Génesis: Todas las almas que entraron en Egipto con Jacob, los que salieron de su muslo30; pueden creer que con ese a su parecer evidentísimo texto se demuestra que las almas se propagan de padres a hijos, pues parece evidente que no sólo los cuerpos de los hijos, sino también las almas de los mismos salieron del muslo de Jacob. Y en el mismo sentido, tomando el todo por la parte, quieren entender lo que dijo Adán cuando apareció ante él la mujer: Esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne31. No dijo: «Y alma de mi alma». Pero puede suceder que al nombrar la carne se entiendan ambas cosas, como en el otro texto, en que sólo se mencionan las almas y se sobrentienden también los cuerpos de los hijos.

19. Pero ese testimonio, que parece tan claro y manifiesto, no bastaría para resolver esta cuestión. Ni aunque hubiese puesto en femenino las que salieron de su muslo, para que entendiésemos que salieron las almas. Y no bastaría, porque podría decirse alma en lugar de cuerpo, en una forma de locución en que se cita el contenido por el continente. Así dice cierto autor: «Coronan el vino», cuando coronan el vaso de vino, porque el vino es el contenido, y el vaso es el continente. Así, a la basílica la llamamos iglesia, porque contiene al pueblo, y el pueblo es la verdadera iglesia; con ese nombre de iglesia, esto es, del pueblo contenido, se designa al lugar o continente. Y como las almas están contenidas en los cuerpos, cuando se habla de las almas de los hijos pueden entenderse los cuerpos de los mismos. Así se entiende también mucho mejor aquel texto de la ley: Queda manchado el que entra a un alma muerta. Quiere decir al cadáver de un difunto, entendiendo por un alma muerta un cuerpo muerto, que es el que contenía al alma, ya que, aunque esté ausente el pueblo, esto es, la iglesia, el edificio continúa llamándose iglesia. Eso se contestaría, aunque se hubiese empleado el femenino para referirse a las que salieron del muslo de Jacob, es decir, a las almas. Pero como se emplea el masculino, esto es, los que salieron del muslo de Jacob, ¿quién no preferirá entender que se trata de las almas de aquellos que salieron de su muslo, esto es, las almas de los hombres? Así puede en­tenderse que los hombres salieron del muslo del padre sólo en cuanto al cuerpo, aunque eran suyas las almas, y en el número de éstas se entiende el número de los hombres.

20. Quisiera leer tu librito, el que mencionas en tu carta 14, por si pusiste allí algún testimonio seguro. Un amigo muy amado y muy estudioso de las divinas Escrituras me preguntó qué opinaba yo, y sin rubor alguno le confesé mi ignorancia y vacilaciones sobre este punto. Mi amigo escribió a ultramar a un doctísimo varón, y éste le contestó que hubiese sido mejor consultarme a mí, ignorando que ya lo había hecho sin lograr obtener de mí una postura cierta y definida. Pero en esa cartita apuntó que prefería creer en la creación de las almas nuevas mejor que en su propagación. Advertía, sin embargo, al mismo tiempo, que la iglesia occidental, ya que el docto varón se halla en Oriente, suele aceptar la propagación de las almas. Al presentárseme esta buena ocasión, le escribí un librito no pequeño, consultándole y pidiéndole que primero me instruya a mí y después me envíe otros para que los instruya.

21. Aquí puedes leer ese libro mío, que no lo es de un doctor, sino de alguien que investiga, o aún mejor, de uno que desea aprender. No debe ser enviado a parte alguna, ni entregado a nadie de fuera, hasta que, con la ayuda de Dios, no baya recibido la respuesta en que aquel docto varón defenderá con prontitud y liberalidad lo que piensa; veremos si puede enseñarme cómo las almas no vienen de Adán y, sin embargo, heredan de él y con justicia la suerte de la condenación, si no obtienen el perdón de los pecados mediante la regeneración. Dios nos libre de creer que las almas de los niños reciben en el lavatorio del bautismo una purificación ficticia de sus pecados, o que Dios o algún otro ser no creado por él es autor de esa mancha de la que se purifican. Hasta que él no me conteste o, si Dios quiere, yo mismo alcance a comprender de alguna manera por qué motivo las almas, si no proceden de aquella pecadora de Adán, caen bajo el pecado original, el cual existe necesariamente en todos los niños, sin que Dios las ate, si son inocentes, puesto que él no es autor del pecado, ni ninguna otra sustancia del mal, que no existe. Hasta entonces nada me atrevo a predicar.

22. Te amonesto, amadísimo hermano, si recibes con paciencia y benignidad mi advertencia, a que no incurras por falta de cautela en una herejía nueva que pretende zapar contra los más firmes fundamentos de la fe antiquísima, disputando contra la gracia de Dios, que Cristo nuestro Señor concede con inefable bondad a los pequeños y a los grandes. Sus fautores, o por lo menos sus acérrimos y más conocidos defensores, son Pelagio y Celestio. Fueron condenados en todo el orbe cristiano, si no se corrigen y hacen penitencia, por la vigilancia de concilios de obispos y el socorro del Salvador, que defiende su Iglesia, lo mismo que por los dos venerables obispos de la Sede Apostólica, los papas Inocencio y Zósimo. Por si no hubiesen llegado a tu santidad ejemplares de las recientes misivas (una dirigida especialmente a los africanos y otra dirigida universalmente a todos los obispos) que han venido de la sede citada, he cuidado de que os las lleven los hermanos, a quienes entregué esta carta para que la hagan llegar a tu veneración. Esos tales no son herejes por negar que las almas se originan de la primera alma pecadora, cosa que quizá puede defenderse con auténtica razón o por lo menos puede ignorarse sin menoscabo de la fe. Se les considera en absoluto como herejes declarados porque de aquí pretenden establecer que las almas de los niños no heredan ningún mal que haya de ser expiado en el bautismo. Sobre este punto la argumentación de Pelagio, que va adjunta con las cartas de la Sede Apostólica, con otras afirmaciones igualmente condenables del mismo autor, suena así: «Si el alma no se propaga, sino que es únicamente la carne la que recibe la transmisión del pecado, entonces sólo ella merece el castigo. Porque es injusto que un alma que hoy nace, y no de la masa de Adán, lleve un pecado ajeno tan antiguo; porque no puede admitirse con razón alguna que Dios, quien perdona los pecados personales, impute un pecado ajeno».

23. Si puedes afirmar la creación de las almas sin propagación alguna, de modo que con doctrina sana y no extraña a la fe católica se vea que esas almas son reas del pecado del primer hombre, afirma como puedas tu opinión. Pero si no puedes eximidas de la propagación sin eximidas al mismo tiempo de todo vínculo de pecado, líbrate por todos los medios de un razonamiento de ese estilo. Porque en el bautismo de los niños no es ficticia la remisión de los pecados; no es un perdón verbal, sino un perdón que se realiza efectivamente. Voy a utilizar las palabras que se leen en la carta del beatísimo obispo Zósimo. «Fiel es el Señor en todas sus palabras32, y su bautismo tiene la misma plenitud en la realidad y en la palabra, esto es, en la obra, confesión y remisión verdadera de los pecados en todo sexo, edad y condición del género humano. Porque nadie recibe la liberación sino quien es siervo del pecado, ni puede llamarse redimido sino quien verdaderamente era antes cautivo del pecado, como está escrito: Si el Hijo del hombre os libertare, entonces seréis realmente libres33. Por El renacemos espiritualmente y por El estamos crucificados al mundo. Por su muerte se rompe aquel decreto de muerte contraído por propagación; muerte que por Adán pasa a todos nosotros y se transmite a toda alma. Todos los nacidos en absoluto están sometidos a él, hasta que se libran por el bautismo...» En estas palabras de la Sede Apostólica está la fe católica, tan antigua y fundamentada, tan clara y cierta, que sería blasfemo el que un cristiano dudase de ella.

24. Luego por la muerte de Cristo se rompe el decreto de muerte, contraído por propagación, no sólo en alguna o en algunas de las almas, sino en todas. Si puedes defender que las almas son ajenas a la propagación y al mismo tiempo mostrar con razones válidas que, no obstante, están sometidas a este decreto que sólo rompe la muerte de Cristo, y aparezcan justamente ligadas no a causa de su propagación sino por ese débito de la carne, en ese caso no sólo puedes defenderlo sin que nadie te lo prohíba; explícame también cómo puedo yo defenderlo contigo. Pero supongamos que no puedes probar lo que opinas sobre la creación de las almas nuevas sin destruir en ellas el reato del pecado del primer hombre; o que re ves obligado a admitir que esas almas totalmente inocentes se hacen pecadoras, al propagarse la carne, aunque no se propaguen ellas, por obra de Dios o de no sé qué otra naturaleza del mal. En ese caso, mejor es que siga oculto el origen del alma, con tal de que admitamos sin dudar que es una criatura de Dios. Mejor es eso que llamar a Dios autor del pecado, o introducir contra Dios una naturaleza del mal extraña a él, o hacer inútil el bautismo de los niños.

25. Voy a decir a tu Dilección algo positivo, sumamente importante, o mejor necesario e inconcuso sobre esta cuestión. Sea el que sea el origen de las almas, ya se propaguen de la primera, ya no se propaguen de ninguna, es absolutamente indudable que el alma del Mediador no trajo de Adán pecado alguno. Si, de hecho, ninguna deriva por propagación de otra, cuando todas están vinculadas en la carne de pecado que se propaga, tanto menos se debe creer que haya podido venir por descendencia de un alma pecadora el alma de aquel cuya carne procede de una virgen y fue concebida por la fe, no por la libido, para existir no en la carne de pecado, son en la semejanza de la carne de pecado34. Y si todas las almas son reas por el pecado de la primera alma pecadora, porque todas se propagan de ella, entonces la que el Unigénito unió a sí, o no heredó de la primera el pecado, o no proviene de ella. En realidad no era imposible que tomase para sí un alma sin pecado el que borró nuestros pecados. O el que creó un alma nueva para la carne de Adán, formada de la tierra, sin padre, pudo muy bien crear un alma nueva para la carne que sin obra de varón tomó de la mujer.

26. Esto he respondido, según he podido, no con la pericia que deseas, pero sí con solícito amor, a la carta de tu Santidad que remitiste a nuestros amigos, aunque no a mí. Si lo recibes con bondad y en la paz de la Iglesia conservas esta amonestación fraterna y útil, no errando, sino considerándola con prudencia, hemos de dar gracias a Dios. Si te maravillas de que yo ignore este punto, o, sin maravillarte, te determinas a enseñarme con mutua caridad algo cierto acerca del origen de las almas, salva siempre la fe, que es certísima y Clarísima, hemos de dar más abundantes gracias a Dios. Vive siempre para el Señor, sin olvidarte de mí, señor beatísimo y hermano, deseado con sincero amor.