Revisión: Pío de Luis, OSA
Fecha: Fin del 417 o comienzos del 418.
Precaución ante un escrito de Pelagio a Demetríade.
Agustín y Alipio saludan en el Señor a Juliana, señora digna de ser honrada con el debido obsequio en Cristo e hija justamente ilustre.
1. Fue acaecimiento grato y feliz que la carta de su Reverencia nos hallase reunidos en Hipona. Así hemos podido contestar juntos. Nos alegramos de saber que gozáis de salud y os anunciamos lo mismo de nosotros, confiados en que os gustará saberlo, señora digna de ser honrada con los debidos respetos en Cristo y, con razón, ilustre hija. Tenemos consciencia de que conocéis muy bien el religioso afecto que os debemos y cuánto nos preocupamos por vosotras ante Dios y ante los hombres. Nuestra humildad advirtió, primero por una carta y después también por la presencia corporal, que sois piadosas y católicas, esto es, auténticos miembros de Cristo; con todo, cuando recibisteis la palabra de Dios por nuestro ministerio, como dice el Apóstol, la recibisteis no como palabra de hombre, sino como palabra, cual es en verdad de Dios1. Este nuestro ministerio, cooperando la gracia y misericordia del Salvador, ha producido en vuestra casa tantos frutos que, cuando ya estaba preparado el matrimonio humano, la santa Demetríade prefirió el abrazo espiritual de aquel Esposo, más bello que todos los hijos de los hombres2, con quien se desposan las vírgenes, para lograr una más abundante fecundidad espiritual sin perder la integridad corporal. Hubiésemos ignorado la actitud en que nuestra exhortación fue recibida por la fiel y noble virgen, si no nos la hubiese hecho saber el alegre anuncio y veraz testimonio de vuestra carta, después de nuestra partida. Ella profesó la santidad del estado virginal. Y decíais que tan gran don de Dios se había logrado por nuestra intervención, ya que Dios planta y riega por medio de sus siervos, aunque es él mismo quien da el crecimiento3.
2. Siendo esto así, nadie nos tendrá por malignos si por nuestra más estrecha relación nos preocupamos, más de amonestaros a que evitéis las opiniones contrarias a la gracia de Dios. El Apóstol nos manda insistir en la predicación no sólo con oportunidad4, sino también sin ella. Pero a vosotras no os contamos en el número de aquellos a quienes nuestra palabra o escritura puede parecer importuna, cuando os amonestamos a evitar con cautela lo que no pertenece a la sana doctrina. Por eso recibisteis nuestra amonestación con ánimo tan grato, que en la carta a la que ahora contestamos, dices: «Vuestra Reverencia me amonesta a que no abra mis oídos a esos hombres que con frecuencia corrompen la fe venerable con impías discusiones. Os doy mil gracias por tan piadoso aviso...»
3. Luego añades: «Pero sepa Vuestro Sacerdocio que yo y mi pequeña familia estamos muy apartadas de tales personas; toda nuestra familia sigue la fe católica, de modo que jamás se ha desviado a herejía alguna, ni nunca ha caído, no digo ya en aquellas sectas que apenas admiten expiación, sino ni siquiera en aquellas que parecen admitir errores de poca monta». Esto es lo que nos obliga más y más a no callar ante vosotras acerca de algunos sujetos que se esfuerzan por corromper aun aquello que está sano. Consideramos que vuestra casa es una no pequeña iglesia de Cristo. Y no es pequeño el error de aquellos que piensan que la justicia, continencia, piedad o castidad que tengamos, las tenemos de nuestra cosecha, porque Dios nos hizo así, de modo que, fuera de revelarnos el conocimiento de los preceptos, no nos ayuda más a ejecutar mediante el amor lo que sabemos, por haberlo aprendido, que hemos de hacer. Esos dicen que la gracia y ayuda de Dios para vivir justa y rectamente no es otra cosa que la naturaleza y la enseñanza. Pero no quieren que Dios nos ayude a tener la buena voluntad, en la que consiste ese mismo recto vivir y esa caridad que sobresale tanto entre todos los dones de Dios, que se llama Dios5; sólo con ella se cumple en nosotros cuanto cumplimos de la ley o consejos divinos. Dicen que para eso nos bastamos solos con nuestra libertad. No os parezca error pequeño ese de confesarse cristianos y negarse a escuchar al Apóstol de Cristo. El cual, al decir que la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones, para que nadie creyese que la posee por su propia voluntad, añadió a continuación: por el Espíritu Santo que se nos ha donado6. Ya entiendes cuán grande y ruinoso error es el de quien no confiese tan grande gracia del Salvador, que al subir a lo alto lleva cautiva la cautividad y repartió dones a los hombres7.
4. ¿Cómo podríamos hacer la vista gorda ante vosotras, para que evitéis tales cosas, pues os debemos tanto amor, después de haber leído el libro que alguien escribió a la santa Demetríade? Deseamos saber por tu respuesta a ésta quién es su autor y si os ha llegado el escrito. Que la virgen de Cristo lea en ese libro, si eso es lícito, por qué cree que su santidad virginal y todas sus riquezas espirituales no son sino de propia cosecha. Y aprenda, Dios nos libre, a ser ingrata, antes de ser plenamente bienaventurada. He aquí las palabras que le dirigen en ese libro: «Aquí tienes por qué justamente eres antepuesta a las otras; o mejor, sobre todo por esto. Porque se comprende que la nobleza corporal y la opulencia de los tuyos no son propiamente tuyas. Pero nadie pudo darte, sino tú misma, las riquezas espirituales. Luego con razón eres de alabar en esto y has de ser preferida a las demás, ya que tales riquezas no pueden estar en ti si no proceden de ti».
5. Ya ves la grave ruina que hemos de evitar en esas palabras. Al decir «esos bienes no pueden estar sino en ti», dice muy bien y con verdad. Este es el alimento. Pero decir «no proceden sino de ti», equivale plenamente al veneno. Libre Dios a la virgen de Cristo, que entiende piadosamente la propia pobreza del corazón humano y que por lo tanto no sabe adornarse sino con los dones de su Esposo, de escuchar con agrado tales palabras. Oiga más bien al Apóstol, que dice: Os he desposado a un único varón para presentaros a Cristo como una virgen casta. Pero temo que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así sean corrompidas vuestras mentes perdiendo la castidad para con Cristo8. No escuche, pues, acerca de las riquezas espirituales, a este que dice: «Nadie te las pudo otorgar sino tú misma»; y también: «No pueden estar sino en ti ni pueden proceder sino de ti». Escuche mejor a aquel que dice: Llevamos ese tesoro en vasos de barro para que la eminencia de la virtud sea de Dios y no proceda de nosotros9.
6. Oiga que la misma sagrada continencia virginal no la tiene de su cosecha, sino que es don de Dios, aunque Dios se la otorga a quien cree y la desea, y crea a ese mismo piadoso y veraz Doctor, quien, tratando de este punto, dice: Yo quisiera que todos fuesen como yo, pero cada cual tiene un don propio de Dios, unos de un modo y otros de otro10. Oiga al único Esposo, no sólo propio, sino de toda la Iglesia, que dice de esa castidad e integridad: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido concedido11. Así entenderá que, si tiene un don tan grande y noble, debe dar las gracias a Dios nuestro Señor, antes que escuchar las palabras de cualquier panegirista equivocado, y no quiero decir adulador lisonjero (para que no parezca que juzgo temerariamente los ocultos pensamientos del hombre), que le afirma que tiene ese don de su propia cosecha. Porque, como también dice el apóstol Santiago, todo regalo óptimo o todo don perfecto viene de arriba y desciende del Padre de las luces12. Tu hija, con grande gozo y voluntad tuya, te ha superado por esa santa virginidad: va detrás de ti por el nacimiento, pero delante de ti por su comportamiento; por el linaje procede de ti, pero por el honor está antes que tú; te sigue en edad y te precede en santidad. El don que tú no pudiste tener has empezado a poseerlo en tu hija: ella renunció al matrimonio carnal para crecer espiritualmente, no sólo en bien suyo, sino también tuyo, por encima del que has conseguido tú, porque te sometiste a ser menos que ella cuando te casaste para que ella naciera. Estos dones de Dios son, sin duda, vuestros, pero no proceden de vosotras13. Porque lleváis ese tesoro en cuerpos terrenos y aún frágiles, como si fuesen: de barro, para que la eminencia de la virtud sea de Dios y no proceda de vosotras14. Y no os maraville que yo diga que tales dones son vuestros y no proceden de vosotras; también llamamos nuestro al pan cotidiano, y, sin embargo, añadimos dánosle hoy15, para que nadie piense que procede de nosotros.
7. Por eso, como está escrito, Orad sin cesar, dando gracias por todo16. Oráis para poseerlo con perseverancia y progreso y dais gracias porque no tenéis los dones de vuestra cosecha. ¿Quién os separa de aquella masa de muerte y perdición que procede de Adán?17 ¿No ha sido aquel que vino a buscar y salvar lo que había perecido?18 O ¿cuándo el hombre oirá al Apóstol, que dice: Quién te separa? ¿Responderá: «Mi buena voluntad, mi fe, mi justicia», sin escuchar lo que a continuación dice el Apóstol: Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorias como si no lo hubieses recibido?19 Esa virgen sagrada oye y lee: «Las riquezas espirituales nadie te las pudo dar sino tú misma; en ellas has de ser alabada con razón, y has de ser antepuesta a las otras mujeres con motivo, ya que no pueden estar en ti si no proceden de ti». No queremos que entonces se gloríe esa virgen como si no las hubiese recibido. Mejor será que diga: En mí están, Señor, los votos de alabanza que cumpliré20. Y porque esos dones están en ella, pero no proceden de ella, acuérdese también de decir: Señor, en tu voluntad diste virtud a mi honra21. Tales obras, que proceden de ella por el libre arbitrio personal, sin el cual no se obra el bien, no proceden, como ese autor dice, «exclusivamente de ella». Porque, si el propio libre albedrío no es ayudado por la gracia, no constaría ni siquiera la buena voluntad en el hombre. Dice el Apóstol: Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar según la buena voluntad22. Y no tan sólo porque revela los preceptos, y así sabemos lo que hemos de hacer, como creen estos innovadores, sino porque nos inspira la caridad para que ejecutemos mediante el amor lo que aprendimos con la ciencia.
8. Cuán grande bien sea la continencia lo sabía aquel que dijo: Cuando supe que nadie puede ser continente si Dios no se lo concede...23 No sabía sólo que es un bien muy grande y sumamente apetecible, sino también que no puede existir si Dios no lo otorga. Se lo había enseñado así la Sabiduría, pues dice: ...Y también esto era regalo de la sabiduría, saber de quién es este don... Pero no le basté el saberlo, sino que dijo: Me presenté al Señor y se lo pedí24. Luego Dios nos ayuda, no sólo dándonos a conocer lo que hemos de obrar, sino también ayudándonos a ejecutar mediante el amor lo que ya sabemos porque nos lo enseñaron. Nadie puede ser sabedor, pero tampoco continente, si Dios no se lo da. Por eso aquél, que ya tenía la ciencia, pedía tener la continencia, para tener en sí lo que sabía que no procedía de sí. Mirando al propio albedrío, podemos afirmar que ese don viene también de él, pero no viene exclusivamente de él, ya que nadie puede ser continente si Dios no se lo otorga25. En cambio, este otro autor que habla de las riquezas espirituales, entre las qué hay que contar la luminosa y bella continencia, no dice: «Pueden estar en ti y proceder de ti», sino «Si no proceden de ti, tampoco pueden estar en ti». De modo que, como no las posee sino en ella misma, así no pueden proceder de otro sino de ella, y por ello habrá de gloriarse como si no las hubiese recibido. Dios misericordioso26 aleje esto de su corazón27.
9. Nosotros, conociendo la disciplina y humildad cristiana en las que creció y fue educada la santa virgen, pensamos que ella, al leer esas palabras, si es que las leyó, gimió y golpeó humildemente su pecho, y aun hasta lloró, orando confiadamente a Dios, a quien se ha consagrado y por quien ha sido santificada, para que así como las palabras no son suyas, sino de otro, así no sea tampoco suya esa fe que cree tener algo de qué gloriarse en sí misma y no en el Señor28. En verdad, el motivo de su gloria está en ella y no en las palabras ajenas, como dice el Apóstol: Cada cual pruebe sus propias obras, y así tendrá la gloría en si mismo y no en otro29. Pero no quiera Dios que sea ella su propia gloria, sino aquel a quien se dice: Tú eres mi gloria y el que levantas mi cabeza30. Así su gloria existirá como fuente de salvación en ella cuando su gloria sea el mismo Dios, que está en ella, de quien tiene todos los bienes por los que es buena. Y tendrá todos los bienes por los que podrá ser mejor, en cuanto puede ser mejor en esta vida, y aun aquellos por los que será perfecta, cuando lo fuere con la divina gracia y no con la alabanza humana. Porque su alma tendrá su alabanza en el Señor31, que sació de bienes su deseo32: El le inspiró ese deseo, para que su virgen no se gloríe en bien alguno como si no lo hubiese recibido33.
10. Si nos equivocamos o no acerca de sus sentimientos, háznoslo saber en tu contestación. Sabemos muy bien que con todos los vuestros adoráis y habéis adorado a la indivisible Trinidad. Pero el error humano no se desliza tan sólo a partir de aquí, pensando algo contrario a la indivisible Trinidad. Hay otros muchos puntos en los que se yerra sin tino; por ejemplo, en este que tocamos en nuestra carta con mayor prolijidad quizá de la necesaria, dada vuestra casta prudencia por lo que respecta a la fe. Verdad es que, cuando alguien niega que procede de Dios un bien que procede de Dios, sin duda hace injuria a Dios, y por tanto a la Trinidad. Esté lejos de vosotros ese mal, como creemos que lo está. Dios nos libre de que haya producido, no digo en tu alma o en la de esa sagrada virgen, hija tuya, pero ni siquiera en la del último siervo o sierva, alguna impresión este libro, del que hemos creído que debíamos citar algunas de sus expresiones, que podían entenderse con más facilidad.
11. Si examináis con mayor diligencia aquellas otras en las que parece hablar en favor de la gracia de Dios y de su auxilio, las hallaréis tan ambiguas, que pueden referirse a la naturaleza, a la doctrina o al perdón de los pecados. Puesto que se ven obligados a confesar que hemos de orar para no caer en la tentación34, pueden desvirtuado diciendo que eso nos ayuda en otro sentido: cuando oramos y pedimos, se nos patentiza35 la inteligencia de la verdad, en la que aprendemos lo que hemos de obrar, aunque nuestra voluntad no recibe energía para ejecutar lo que ya hemos aprendido. A ese mismo punto de la doctrina lleva su confesión de que Cristo nuestro Señor, ejemplo de vida santa, es para nosotros gracia y auxilio de Dios; quieren decir que en ese modelo aprendemos cómo hemos de vivir, pero no aceptan que se nos ayude a ejecutar mediante el amor lo que antes aprendimos.
12. Hallad, si podéis, en ese libro algún pasaje en que, exceptuada la naturaleza, el libre albedrío de la voluntad que pertenece a esa naturaleza, la remisión de los pecados y la revelación de la doctrina, se confiese un tal auxilio de Dios como lo confesaba aquel que dijo: Cuando supe que nadie puede ser continente si Dios no se lo concede, y que también eso era regalo de la sabiduría, saber de quién es este don, me presenté al Señor y se lo pedí36. Este en su oración no pretendía recibir la naturaleza en la que fue creado; ni se preocupaba del arbitrio natural de la voluntad, con la que fue creado; ni deseaba la remisión de los pecados, pues más bien deseaba la continencia para no pecar; ni deseaba saber lo que tenía que ejecutar, pues confiesa que ya sabía de quién era tal don; sino que del Espíritu de sabiduría quería recibir tanta fuerza de voluntad y tal fuego del amor, que bastasen para realizar la gran virtud de la continencia. Suponiendo que halléis un texto que diga eso, os daremos mil gracias si os dignáis apuntarlo en vuestra respuesta.
13. No podemos encarecer bastante nuestro deseo de que se encuentre una abierta confesión de esa gracia en los escritos de estos hombres (pues son muchos los que los leen a causa de su agudeza y elocuencia), de esa gracia que tan vivamente recomienda el Apóstol. El dice que hasta recibimos la medida de la fe, de la que vive el justo37 y sin la cual es imposible agradar a Dios38, que obra por la caridad39, antes de la cual y sin la cual no hay obras buenas en nadie, puesto que todo lo que no viene de la fe es pecado40. Dice que Dios la reparte a cada cual y que él nos socorre para vivir piadosa y justamente, no sólo mediante la revelación de la ciencia, que sin la caridad hincha41, sino inspirando la caridad misma, que es la plenitud de la ley42 y que edifica nuestro corazón para que la ciencia no lo hinche. Pero todavía no hemos podido hallar una tal cosa en sus escritos.
14. De un modo especial querríamos que una tal declaración se hallase en este libro, del que hemos citado algunos párrafos: en ellos alaba a la virgen de Cristo, como si nadie sino ella misma pudiera darle riquezas espirituales, y como si no pudieran proceder sino de ella. No quiere el autor del libro que ella se gloríe en el Señor, sino que se gloríe como si no las hubiese recibido43. En el libro no se cita el nombre del autor ni el de tu Reverencia. Pero el autor asegura que la madre de la virgen le pidió que escribiese a la hija. Ahora bien, Pelagio en una de sus cartas, en la que pone claramente su propio nombre sin callar el de Demetríade, la virgen consagrada, afirma que le escribió a ella, y se esfuerza en probar con el testimonio de esa obra que confiesa claramente la gracia de Dios, aunque se afirme que la niega o que la calla. No sabemos si se trata del mismo libro en el que puso las palabras citadas acerca de las riquezas espirituales, ni si ha llegado a poder de vuestra santidad. Te pedimos que os dignéis cercioramos en vuestra contestación.