CARTA 187

Traducción: Lope Cilleruelo

A Dárdano

Año 417

CAPÍTULO I

1. Confieso, hermano carísimo Dárdano, más ilustre para mí por la caridad de Cristo que por la dignidad de este siglo, que contesto más tarde de lo debido a tu carta. No quisiera yo que me preguntaras la causa, no sea que resulte más pesado por mis largas disculpas que por mi larga tardanza. Prefiero que perdones fácilmente mi falta a que juzgues mi defensa. Cualquiera que sea la causa, tú piensa que en ningún caso ha sido el desdén. Por el contrario, te hubiese contestado al momento si te hubiese desdeñado. No creas que, ya que al fin te escribo, voy a redactar cosas dignas de tu atención y de ser dirigidas a ti en dedicatoria. Me he decidido a contestar cualquier cosa antes de dejar pasar otro verano sin cumplir mi deuda y satisfacer mi obligación. No es que me haya aterrado y hecho vacilar tu dignidad, ya que es más amable tu humanidad que terrible tu dignidad. La verdad es que cuanto más te amo, menos hallo con qué satisfacer esa gran avidez de tu amor religioso.

2. El ardor de la mutua caridad nos fuerza a amar aun a aquellos que nunca vimos, cuando creemos que tienen lo que amamos. En este punto te adelantaste a mí, obligándome a pensar que se engaña respecto a mí tu opinión y expectación. Pero, aparte ese punto, me planteas en tu carta tales problemas que, aunque otro me los plantease, habían de ocuparme mucho tiempo, cuando en realidad tengo muy poco. Me los planteas tú, que, como profundo pensador, no te contentas con una solución superficial, y me los planteas a mí, tan sumamente ocupado, sumergido y abrumado por cuidados de intereses ajenos. Así, pues, ya comprendes, en tu prudencia y benevolencia, cuan plácido has de ser conmigo por haber tardado en contestar y por defraudar ahora la magnitud de tu expectativa.

CAPÍTULO II

3. Me preguntas: "¿En qué sentido hemos de creer que esté ahora en el cielo el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, siendo así que, cuando pendía de la cruz e iba ya a morir, dijo al ladrón creyente: Hoy estarás conmigo en el paraíso?"1 Con esas palabras quieres quizá decir que el paraíso tendrá que estar situado en alguna región del cielo, o que el hombre Cristo, por estar en Dios, tendrá que estar en todas partes, y que por estar en todas partes puede estar también en el paraíso.

4. Aquí pregunto yo, o más bien reconozco, cómo entiendes la humanidad de Cristo. No al estilo de ciertos herejes, una humanidad compuesta del Verbo y la carne, pero sin alma humana, de modo que el Verbo haga las veces del alma. Tampoco como un compuesto del Verbo de Dios, del alma y de la carne, pero sin una mente humana, de modo que el Verbo haga en el alma humana las veces de la mente. No entiendes tú así al hombre Cristo, sino que le entiendes como más arriba lo expresaste diciendo que creías en Cristo Dios omnipotente, de modo que no creerías que es Dios si no creyeras que es al mismo tiempo hombre perfecto. Al decir hombre perfecto, quieres que abarque toda la naturaleza humana, y no sería hombre perfecto si a la carne le faltase el alma o al alma le faltase la mente.

5. Luego si entendemos que las palabras Hoy estarás conmigo en el paraíso se referían al hombre que asumió el Verbo-Dios, no podemos deducir por esas palabras que el paraíso esté en el cielo. En efecto, ese día no había de estar en el cielo el hombre Cristo Jesús, sino que su alma había de estar en los infiernos y su carne en el sepulcro. Bien claramente dice el Evangelio que la carne había de estar colocada ese día en el sepulcro. En cuanto al alma, la doctrina apostólica atestigua que descendió a los infiernos. San Pedro trae para ello un testimonio de los Salmos, advirtiendo que estaba profetizado: Porque no dejarás mi alma en los infiernos, ni dejarás que tu santo vea la corrupción2. Eso dice del alma, la cual no fue abandonada, pues tan presto regresó, y también del cuerpo, pues por la inmediata resurrección no pudo corromperse en el sepulcro. Y nadie opina que el paraíso tiene que estar en el sepulcro. Y si alguien fuese tan necio que se empeñase en creerlo así, ya que el sepulcro estaba en un jardín, tendría que abandonar su opinión; aquel ladrón a quien se dijeron las palabras Hoy estarás conmigo en él paraíso" no estuvo aquel día en el sepulcro con Cristo. No se le hubiese ofrecido, como un gran galardón a su fe, una sepultura de la carne, que, una vez muerta, no siente ni pena ni gloria, cuando él pensaba en su descanso en el que hay sensibilidad.

6. Una solución nos queda: si las palabras Hoy estarás conmigo en el paraíso se han de aplicar al hombre, el paraíso tiene que estar en los infiernos, a los que Cristo había de descender en ese día en cuanto a su alma humana. ¿Se designará con ese vocablo "paraíso" aquel seno de Abrahán, en el que el rico epulón, mientras estaba en los tormentos, vio al pobre reposando? ¿O pertenece el seno de Abrahán a los infiernos? No es fácil decirlo. Leemos que se dijo del rico epulón: Murió también él rico y fue sepultado en el infierno; y también: Cuando era atormentado en los infiernos. En la muerte del pobre no se mencionan los infiernos, sino que se dice: Acaeció que murió aquel pobre y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán. Y luego Abrahán le dice al rico que se abrasa: Se extiende un gran caos entre nosotros y vosotros3, es decir, entre los tronos de los bienaventurados y los infiernos. No es fácil hallar en la Sagrada Escritura ese nombre de infiernos empleado en buen sentido. Por eso se suele preguntar: ¿Cómo podremos creer piadosamente que el alma de Cristo nuestro Señor estuvo en el infierno, si por infiernos han de entenderse siempre lugares de castigo? A lo cual se responde muy bien que descendió para socorrer a los que convenía, y que eso dice San Pedro: que Cristo puso fin a los dolores del infierno, en los que Él no podía ser retenido4. Supongamos que se haya de creer que están en el infierno ambas regiones, la de los que padecen y la de los que descansan, esto es, aquella en que el rico era atormentado y aquella en que el pobre era regalado. ¿Quién osará decir que Cristo nuestro Señor descendió tan sólo a la región penal y que no visitó a los que descansaban en el seno de Abrahán? Pero, si ha de entenderse por este último, ése ha de ser el paraíso que Cristo se dignó prometer para aquel día al alma del ladrón. Y si es así, paraíso es el nombre general de la región en que se vive felizmente. Verdad es que se llamó paraíso el lugar en que Adán estuvo antes de pecar, pero eso no le impide a la Escritura llamar a la Iglesia paraíso con fruto de manzanas.

CAPÍTULO III

7. Pero hay un sentido mucho más sencillo y libre de todas esas ambigüedades: las palabras de Cristo Hoy estarás conmigo en el paraíso han de entenderse, no en cuanto era hombre, sino en cuanto era Dios. Porque Cristo había de estar ese día, en cuanto a su carne, en el sepulcro, y en cuanto a su alma, en el infierno. Pero el mismo Cristo es Dios en todas partes. Es la luz que brilla en las tinieblas, aunque las tinieblas no le comprendan5. Es la Virtud y la Sabiduría de Dios, de la que está escrito: Llega de fin a fin con fortaleza, y todo lo dispone con suavidad6. A todas partes llega por su pureza, y nada manchado hay en ella7. Esté donde esté el paraíso, los bienaventurados, que están en él, están con aquel que se halla en todas las partes.

8. Cristo es Dios y hombre. En cuanto Dios, dice: Yo y el Padre somos uno8. En cuanto hombre dice: El Padre es mayor que yo9. Es Hijo de Dios, Unigénito del Padre, y es hijo del hombre, del linaje de David según la carne. Por lo tanto, cuando El habla o la Escritura habla de Él, hay que atender a ambos puntos, a lo que se dice y al aspecto en que se dice. Así como el alma racional y la carne son un hombre, así el Verbo y el hombre son un Cristo. En cuanto Verbo, Cristo es creador, ya que todo fue hecho por Él10. En cuanto hombre, Cristo es criatura, ya que fue hecho del linaje de David según la carne11, y también fue hecho a semejanza de hombre12. Además, puesto que en el hombre hay dos principios, el alma y la carne, Cristo estuvo triste hasta la muerte13 según el alma y padeció la muerte según la carne14.

9. Cuando decimos que Cristo es hijo de Dios, no separamos al hombre. Asimismo, cuando decimos que Cristo es hijo del hombre, no separamos a Dios. En cuanto hombre, estaba en la tierra, no en el cielo, donde está ahora, cuando decía: Nadie sube al cielo sino quien descendió del cielo, el hijo del hombre, que está en el cielo15; y, sin embargo, en cuanto Hijo de Dios estaba en el cielo, y en cuanto hijo del hombre estaba en la tierra y no había subido aún al cielo. Asimismo, en cuanto Hijo de Dios es Señor de la gloria, y en cuanto hijo del hombre fue crucificado. Y, sin embargo, dice el Apóstol: Si lo conocieran, nunca crucificarán al Señor de la gloria16. Por lo tanto, el hijo del hombre estaba en el cielo en cuanto Dios, y el Hijo de Dios era crucificado en la tierra en cuanto hombre. Luego del mismo modo que pudo decirse con razón que fue crucificado el Señor de la gloria, aunque la pasión pertenecía tan sólo a la carne, así pudo decir con razón: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Porque en su humana humildad iba a tener en ese día la carne en el sepulcro y el alma en el infierno; pero en su inmutabilidad divina nunca abandonó el paraíso, pues siempre está doquier.

10. No dudes de que el hombre Cristo Jesús está ahora en el cielo, de donde ha de venir. Recuerda y mantén fielmente la confesión cristiana, a saber: "Resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, y de allí, y no de otra parte, ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos". Y conforme lo pregonó la voz evangélica, ha de venir del mismo modo en que fue visto subir al cielo17, esto es, en la misma forma y substancia de la carne; porque esa carne le dio la mortalidad sin quitarle la naturaleza. Según esta forma, no hemos de pensar que esté doquier. Hay que cuidar, no sea que, al afirmar la divinidad del hombre, suprimamos la verdad del cuerpo. No se sigue que lo que está en Dios ha de estar en todas partes como Dios. En efecto, la veracísima Escritura dice de nosotros que en Él vivimos, nos movemos y somos18, y no estamos en todas las partes como Dios. Claro es que el hombre Cristo está en Dios de otro modo, porque de otro modo está Dios en ese hombre. Es un modo propio y singular. Porque Dios y el hombre son una persona, un Cristo Jesús, y así está, en cuanto Dios, en todas partes, y en cuanto hombre, tan sólo en el cielo.

CAPÍTULO IV

11. Cuando se dice que Dios está doquier, hay que resistir a las imaginaciones carnales y apartar la mente de los sentidos corporales: no pensemos que Dios se difunde por todas las partes con una corpulencia espacial, como la tierra o la humedad, el aire o la luz, pues todos estos volúmenes son menores en una parte que en el todo. Está en todas las partes más bien al modo que una gran sabiduría está en un hombre muy pequeño de cuerpo. Si tenemos dos sabios de diferente corpulencia, pero de igual sabiduría, esa sabiduría no es mayor en uno que en otro, o menor en uno de ellos que en los dos; es tan grande en el uno como en el otro y en cada uno de ellos como en los dos juntos. Porque, si son igualmente sabios, no saben más los dos juntos que separados; y del mismo modo, si ambos son inmortales, no viven más juntos que separados.

12. La misma inmortalidad corporal, que en la carne de Cristo se efectuó y a nosotros para el fin se nos prometió, es una gran cosa, pero no por su corpulencia; aunque se ha de realizar corporalmente, es una excelencia incorpórea. El cuerpo inmortal es menor en una parte que en el todo, pero la inmortalidad es tan plena en una parte como en el todo; los miembros son unos mayores que otros, pero no más inmortales unos que otros. Es como cuando ahora estamos enteramente sanos, según el modo de la salud presente en el cuerpo: aunque toda la mano es mayor que el dedo, no decimos que toda la salud de toda la mano es mayor que la del dedo; lo pequeño se compara con lo grande, de manera que, aunque lo uno no pueda ser tan grande como lo otro, puede ser tan sano como lo otro; los puntos de comparación son desiguales, pero la salud es igual. La salud sería mayor en los miembros más grandes, si los mayores fuesen más sanos; cuando no es así, sino que mayores y menores son igualmente sanos, entonces la cuantidad es desigual en los miembros por la corpulencia, pero es igual la salud, aunque sean dispares.

13. El cuerpo es una substancia, y su cuantidad consiste en la magnitud de su volumen; pero la salud no es cuantidad, sino cualidad del cuerpo. Lo que no puede obtener la cuantidad del cuerpo, puede obtenerlo la cualidad. Las partes del cuerpo no pueden estar en un mismo espacio, pues cada una de ellas ha de ocupar el suyo, mayor las mayores y menor las menores. La cuantidad no puede estar entera en cada una de las partes ni ser igual en todas ellas. Mayor es la cuantidad en las partes mayores, menor en las menores, y en ninguna de las partes puede igualar al todo. En cambio, esa cualidad del cuerpo que denominamos salud es igual en las partes mayores que en las menores, cuando todo el cuerpo está sano; las que son menos grandes, no por eso son menos sanas, ni las que son más grandes son más sanas. Y lo que la cualidad del cuerpo creado puede lograr en un cuerpo, ¿no había de lograrlo en sí misma la substancia del Creador?

14. Dios está difundido por doquier, ya que dijo por el profeta: Yo lleno el cielo y la tierra19, y también lo que antes cité acerca de la sabiduría: Llega de fin a fin con fortaleza, y todo lo dispone con suavidad20. También está escrito: El Espíritu del Señor llenó toda la tierra21; y de Él se dice en un salmo: ¿Adónde me apartaré de tu espíritu y adónde huiré de tu rostro? Si subiere al cielo, allí estás; si bajare al infierno, estás presente22. Se difunde por doquier sin ser una cualidad del mundo, sino una substancia creadora del mundo, que gobierna el mundo sin trabajo y lo contiene sin fatiga. No se difunde por espacios locales, como una corpulencia, de modo que la mitad de Dios ocupe la mitad del cuerpo del mundo, y la otra mitad de Dios ocupe la otra mitad del mundo, estando entero en todo el mundo, sino que está entero en sólo el cielo, entero en sola la tierra, entero en el cielo y en la tierra, no contenido en lugar alguno, sino entero en sí mismo y doquier.

15. Así están el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; así está la Trinidad, un solo Dios. No se dividieron entre sí el mundo en tres partes, para llenar cada uno una de esas partes, como si el Hijo y el Espíritu Santo no tuvieran donde estar en el mundo, si todo lo ocupara el Padre. Eso no toca a la verdadera, incorpórea e inmutable Divinidad. Porque la Trinidad no son tres cuerpos, cuya magnitud ha de ser mayor en los tres juntos que en cada uno de ellos. No ocupan los lugares con su volumen, para poder estar juntos en espacios separados. El alma establecida en el cuerpo, no sólo no encuentra apreturas, sino que tiene cierta holgura, no de corporales espacios, sino de gozos espirituales, cuando se realiza lo que dice el Apóstol: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son en vosotros templo del Espíritu Santo, que recibisteis de Dios?23 Y sólo un necio puede decir que el Espíritu Santo no halla lugar en nuestro cuerpo, cuando nuestra alma llena el cuerpo entero. Pues ¿cuánto más necio será decir que la Trinidad halla en algunas partes estrecheces, de modo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no puedan estar juntos en todas las partes?

CAPÍTULO V

16. Pero hay un punto más extraño aún: Dios, que doquier está entero, no habita, sin embargo, en todos. Porque no de todos puede decirse lo que afirma el Apóstol en el texto que antes cité o en este otro: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?24 En sentido contrario dice también: Quien no tiene el Espíritu de Cristo no pertenece a Cristo25. ¿Quién, sino quien ignore totalmente la inseparabilidad de la Trinidad, osará opinar que el Padre o el Hijo habitan en alguien en quien no habita el Espíritu Santo, o que el Espíritu Santo habita en alguien en quien no moran el Padre y el Hijo? Luego hemos de confesar que Dios está doquier por presencia de su divinidad, pero no por la gracia de la habitación. Atendiendo a esa gracia de habitación, en la que sin duda reconocemos la gracia del amor, no decimos: "Padre nuestro, que estás doquier", aunque esto sería verdad, sino que decimos: Padre nuestro, que estás en los cielos26. Así en la oración nos referimos a su templo, que debemos ser nosotros mismos, pues en cuanto somos, en tanto pertenecemos a su sociedad y familia de adopción. Porque si el pueblo de Dios, cuando aún no ha sido equiparado a sus ángeles y camina esta peregrinación, se llama ya templo de Dios, ¿cuánto será mejor templo de Dios en el cielo, en donde está el pueblo de los ángeles, a los que nos hemos de reunir y equiparar cuando termine esta peregrinación y hayamos recibido lo que se nos prometió?

17. Dios está doquier y no habita en todos. Pero, además, en aquellos en quienes habita no habita de igual modo. ¿Por qué pidió Eliseo recibir doblemente el Espíritu de Dios, que estaba en Elías?27 ¿Y por qué, entre los santos, unos son más santos que otros, sino porque Dios habita más intensamente en ellos? Pues ¿cómo será verdad lo que arriba dijimos, esto es, que Dios está íntegro doquier, cuando está más en unos y menos en otros? Hay que considerar con diligencia lo que dijimos, a saber, que está íntegro y doquier en sí mismo. No está, pues, en los hombres, de modo que unos tengan más de Dios y otros menos. Está doquier, porque no está ausente de ninguna de las partes. Está íntegro, porque no llena parte de las cosas con parte de su presencia, y en otra parte está con otra parte de sí, igualando las partes de las cosas con partes de sí mismo, una parte mayor en las mayores y menor en las menores. Está íntegro no sólo en toda creación, sino en cualquiera parte de ella. Y se dice que están lejos de Él aquellos que por el pecado se han hecho desemejantes a Él; como se dice que se acercan a Él aquellos que por una vida piadosa adquieren su semejanza. Así decimos con razón que los ojos están tanto más lejos de la luz cuanto más ciegos están. ¿Hay cosa más distanciada de la luz que la ceguera, aunque la luz esté presente y bañe los ojos anegados? Y con razón se dice que se acercan a la luz aquellos ojos que se acercan a la salud y progresan en recibir la capacidad de ver.

CAPÍTULO VI

18. Creo que no me entendieran con bastante precisión, cuando dije que Dios estaba doquier íntegro, si no hubiese añadido "en sí mismo". Pero tengo que desarrollar esto con mayor diligencia. Pues ¿cómo está doquier, si está en sí mismo? Está doquier porque de ningún lugar está ausente. Pero está en sí mismo, porque no le contienen aquellos en quienes está presente como si no pudiese estar sin ellos. Quita a los cuerpos el espacio local, y ya no estarán en ninguna parte, y, por lo tanto, desaparecerán. Suprime los cuerpos, y las cualidades corporales no tendrán donde estar, y, por lo tanto, también desaparecerán. Cuando el cuerpo está igualmente sano en todo el volumen o igualmente blanco, la salud o la blancura no es mayor en una parte que en otra, ni mayor en el todo que en la parte; y así el todo no es más sano o más blanco que la parte. Si la salud o la blancura son desiguales, puede suceder que los miembros menores sean más sanos o blancos que los mayores. Por donde se ve que las cualidades no se dicen grandes o pequeñas por el volumen. Pero si el volumen, grande o pequeño, del cuerpo se suprime totalmente, sus cualidades no tienen dónde residir, aunque no se midan por volúmenes. En cambio, Dios no es menor si le contiene menos aquel en quien está presente. Porque está íntegro en sí mismo y está en los hombres, no porque necesita de ellos, como si no pudiera estar sino en ellos. Así como no está ausente de aquel en quien no habita, y está íntegro y presente aunque el hombre no lo posea, así está íntegro y presente en aquel en quien habita, aunque éste no lo posea totalmente.

19. Porque Dios no se divide para habitar en los corazones o cuerpos de los hombres, dando a éste una parte y otra aquél, como la luz, que entra por puertas y ventanas. Más bien lo compararíamos al sonido: éste es algo corpóreo y transitorio, y no lo percibe el que es sordo, y lo percibe mal el que es teniente. Y aunque estén a igual distancia todos los que lo perciben, uno lo percibe tanto mejor que otro cuanto «su oído es más fino, y tanto peor cuanto más duro es el oído. Sin embargo, el sonido suena del mismo modo y está igualmente presente a todos en el lugar en que están. Pero, con cuánta excelencia puede Dios estar presente e íntegro en todas las cosas, siendo una naturaleza incorpórea, inmutable, viva? No puede dilatarse y dividirse por compases de tiempo, ni necesita de espacio aéreo como sitio para ponerse al alcance de los que están presentes. Permanece en sí mismo en su eterna estabilidad, íntegro en todas y cada una de las cosas, aunque aquellos en quienes habita le contengan unos más y otros menos según sus diferentes capacidades, cuando Dios los ha constituido su templo amadísimo por la gracia de su bondad.

20. El Apóstol habló de dones que se dividen como por las partes y miembros de un organismo, en el que todos a la vez somos un templo, y cada uno de nosotros es un templo, porque Dios no es mayor en todos que en cada uno. Y con frecuencia sucede que uno le contiene más y muchos le contienen menos. Pero cuando el Apóstol dice: Hay división en los dones, añadió en seguida: Pero es el mismo Espíritu. Asimismo, al conmemorar la división de dones dice: Todos éstos los obra un solo y mismo Espíritu, que reparte los propios dones a cada uno según quiere28. El reparte, pero no se reparte, pues es siempre uno y el mismo. Se habló de división de dones como de miembros en el cuerpo. No tienen los oídos la misma función que los ojos, y así todos los miembros distribuidos en concordia ejercen los diversos oficios cuando están sanos, pero gozan de una única, común e igual salud, no diversa ni mayor en una parte y menor en la otra, aunque esos miembros son desiguales. La cabeza de este Cuerpo, de que habla el Apóstol, es Cristo, y su unidad se pregona en nuestro sacrificio. El Apóstol lo dio brevemente diciendo: Un solo pan, muchos somos un cuerpo29. Por nuestra Cabeza nos reconciliamos con Dios, porque en Dios está la divinidad del Unigénito, que se hizo partícipe de nuestra mortalidad para hacernos partícipes de su inmortalidad.

21. Este sacramento dista harto del corazón de los sabios soberbios, y por lo tanto no cristianos, y por lo tanto no sabios de verdad. Me refiero también a aquellos sabios que conocieron a Dios como dice el Apóstol: Porque, conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias30. Ya sabes en qué sacrificio se dice: "Gracias damos a Dios nuestro Señor". De la humildad de este sacrificio dista mucho el engreimiento y el coturno de esos sabios. Por eso es sumamente extraordinario cómo Dios habita en algunos que no le conocieron y no habita en algunos que le conocieron. Porque no pertenecen al templo de Dios los que conociéndole no le glorificaron ni dieron gracias como a Dios; y, en cambio, pertenecen al templo de Dios los niños santificados con el sacramento de Cristo, regenerados en el Espíritu Santo, quienes por su edad sin duda no pueden conocer a Dios. Mientras aquellos sabios pudieron conocer a Dios y no poseerle, estos niños pudieron poseerle antes de conocerle. Bienaventurados aquellos para quienes poseer a Dios es lo mismo que conocerle, porque esa noticia es plena, verdadera y bienaventurada.

CAPÍTULO VII

22. Ahora podemos y debemos ya tratar la cuestión que añades después de firmar tu carta: "Si los niños ignoran todavía a Dios, ¿cómo Juan pudo exultar en las entrañas de su madre antes de nacer, al llegar y presentarse la madre del Señor?" Me adviertes que has leído mi libro sobre el bautismo de los niños y luego añades: "Deseo conocer qué opinas acerca de las preñadas, puesto que la madre de Juan Bautista dio la respuesta de la fe en lugar de su hijo".

23. Las palabras de Isabel, madre de Juan, son sin duda éstas: Bendita tú entre las mujeres y bienaventurado el fruto de tu vientre. Y ¿de dónde a mí que venga la madre de mi Señor a mí? He aquí que al sonar la voz de tu salutación en mis oídos exultó de gozo el niño en mis entrañas31. El evangelista advierte que para decir eso fue llena del Espíritu Santo. Sin duda por su revelación conoció lo que significaba la exultación del niño, esto es: que había venido la madre de aquel cuyo precursor y heraldo había de ser. Pudo, pues, darse esa significación de un prodigio tan nuevo para que lo conocieran los mayores, pero sin que lo conociera el niño. Cuando el Evangelio lo narra, no dice "creyó", sino exultó el niño en sus entrañas. Tampoco dijo Isabel: "Exultó en la fe el niño en mis entrañas", sino: Exultó en gozo. Tal exultación la vemos no tan sólo en los niños, sino también en los animales, aunque no proviene de la fe, de la religión o de cualquiera otro conocimiento racional. Esta exultación fue inusitada y nueva, porque se realizó en las entrañas y a la llegada de aquella que había de dar a luz al Salvador de los hombres. Por eso fue maravillosa y digna de ser contada entre los grandes milagros. Por lo tanto, esa exultación, o diríamos resalutación ofrecida a la madre del Señor, como suele acaecer en los milagros, fue obra divina en el niño, no obra humana del niño.

24. Supongamos que en aquel niño se hubiera acelerado tanto el uso de razón y de voluntad, que dentro de las entrañas maternales pudiese ya conocer, creer, consentir, cosas que en los demás niños han de venir con la edad. Eso mismo sería un milagro del poder divino, y no puede servir de modelo para la naturaleza humana. Cuando Dios quiso, una asna muda habló racionalmente32: no por eso se nos amonesta a los hombres a que en nuestras deliberaciones tengamos en cuenta los consejos asnales. Yo, pues, no desdeño lo que se realizó en Juan, pero tampoco deduzco de ahí una regla para ver lo que se ha de opinar acerca de los niños. Es más, digo que en Juan eso fue un milagro, precisamente porque en los otros niños no lo veo. Cierta semejanza con esto tiene aquella lucha de los gemelos en las entrañas de Rebeca. Pero ello fue un prodigio, hasta el punto de que la madre buscó un oráculo divino y oyó que aquellos dos niños representaban dos pueblos33.

25. Los niños no conocen las cosas divinas, pues ni aun las humanas conocen; si quiero demostrarlo con palabras, temo hacer injuria a nuestra capacidad, pues trato de probar con palabras una cosa en la que la evidencia de la verdad supera bien todas las habilidades y funciones de la palabra. ¿No vemos a esos niños cuando comienzan a dar algunas señales de voz articulada y después de su mudez comienzan a hablar? Sienten y dicen tales cosas, que, si no progresasen y siguieran en ese estado, ninguno, por muy fatuo que fuese, dudaría en tenerlos por fatuos. A no ser que creamos, y es lo único que nos queda, que esos niños fueron sabios en los vagidos de la infancia y aun en el mismo silencio de las entrañas, pero que al empezar a hablar con nosotros progresaron hasta llegar a esa ignorancia que descubrimos en ellos. Ya ves cuan absurdo es opinar así; el sentido de los niños, que ya prorrumpen en palabras, es casi nulo en comparación con la sabiduría de los mayores; pero casi puede llamarse inteligencia si se compara con el estado en que nacieron. Por eso, en el mismo momento de otorgarles el beneficio de la salud, cuando la gracia cristiana los socorre, ellos resisten con las voces y movimientos que pueden; pero no se les imputa. Toda su resistencia no es tenida en cuenta hasta que se realiza en ellos el sacramento con el que expira la condenación original que heredaron. ¿Y por qué así, sino porque no saben lo que hacen, hasta el punto de que no lo estimamos como hacer? Si entonces utilizasen la libertad de su razón y voluntad, tendrían que dar el consentimiento a esa santificación, y sería un gran mal resistir a tan grandes gracias. No sólo no les aprovecharía el sacramento conferido, sino que contraerían un nuevo reato. ¿Qué cristiano lo ignora?

CAPÍTULO VIII

26. Decimos, pues, que el Espíritu Santo habita en los niños bautizados, aunque ellos no lo conozcan. Del mismo modo que no conocen su propia mente, tampoco conocen al Espíritu, aunque esté en ellos. Aun no pueden usar de la razón, que en ellos es como una centellita apagada, que se va despabilando con la edad. Lo cual no debe parecer extraño en los niños, cuando el Apóstol dice a algunos ya mayores: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?34 De los tales había dicho poco antes: El hombre animal no percibe las cosas que Son del Espíritu de Dios. También los llama niños, no por la edad de la carne, sino por la de la mente35. Esto significa que no percibían al Espíritu Santo. Habitaba en ellos, a pesar de lo cual eran animales y no espirituales, pues aun no podían por el conocimiento percibir al que habitaba en ellos.

27. Se dice que también habita en los tales porque obra ocultamente en ellos para que sean su templo, obra que consuma en los que progresan y perseveran en el progresar. Así, en un lugar dice el Apóstol: Por la esperanza hemos sido salvados, mientras en otro lugar dice: Él nos salvó por el lavatorio de la regeneración36. Dice nos salvó, como si la salvación hubiese sido ya otorgada; pero luego expone cómo debe entenderse eso, cuando dice: Por la esperanza hemos sido salvados. Mas la esperanza que se ve no es esperanza. Porque lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Y si esperamos lo que no vemos, lo esperamos por la paciencia37. Muchas cosas se ponen en las Escrituras como realizadas, entendiéndose que aún se esperan. Y por eso dijo el Señor a sus discípulos: Todas las cosas que oí a mi Padre os las di a entender...38 Lo cual se dijo por la esperanza del futuro, pues luego les añade: Tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis soportarlas ahora39. Obra, pues, el Espíritu, en aquellos mortales en que aun habita, la edificación de su templo, que será perfeccionada, no en esta vida, sino en la que sucede a ésta, cuando la muerte será absorbida en la victoria y se le diga: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Cuál es el aguijón de la muerte sino el pecado?40

28. Por eso, los que ahora renacen del agua y del Espíritu Santo se limpian en la purificación de ese lavatorio de todos sus pecados, ya del que heredaron de Adán, en quien todos pecamos; ya de los que hemos cometido por obra, palabra o pensamiento. Pero, como seguimos en esta vida humana, que es tentación sobre la tierra, todavía repetimos con motivo: Perdónanos nuestras deudas41. Esta oración la dice toda la Iglesia, purificada por el Salvador con el lavatorio del agua en la palabra, para tenerla gloriosa, sin mancha ni arruga o cosa semejante42. Y entonces se consumará la purificación en realidad, mientras ahora progresando se camina en esperanza. ¿Cómo diremos que ahora no tiene mancha ni arruga o cosa semejante, siendo así que en todos los hombres que a ella pertenecen, que ya usan de la razón mental y libertad, que soportan la carga de la carne mortal, o por lo menos en muchas de sus miembros, como tienen que confesarlo los más obstinados contradictores, tiene que decir con verdad: Perdónanos nuestras deudas?

29. Cuando estos mortales en que el Espíritu habita van progresando y renovándose de día en día, y El los justifica más y más, los escucha en su oración, los purifica en su confesión, para tener su templo inmaculado para siempre. Con razón, pues, se dice que no habita en aquellos que, conociendo a Dios, no le glorificaron ni le dieron gracias como a Dios. Adoraron y sirvieron a la criatura, más bien que al Creador43, y no quisieron ser templo del único y verdadero Dios. Al querer tener a Dios con otros muchos dioses, en lugar de mezclarle con muchos dioses falsos, se quedaron privados del verdadero. Y con razón se dice que habita en aquellos a quienes llamó según el propósito, y los aceptó para justificarlos y glorificarlos, aun antes de que pudieran conocer su naturaleza incorpórea, que está íntegra doquier, en cuanto en esta vida44, cuando progresa mucho, puede el hombre conocerla; es decir, en espejo y enigma. Muchos de esos en quienes habita son semejantes a aquellos de quienes dice el Apóstol: No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales. Como a niños en Cristo os di a beber leche y no comida. Con ella no podíais ni aun ahora podéis45. A ésos les dice también: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?46 Estos tales pueden llegar al último día de su vida antes de llegar a la edad espiritual de la mente, en que puedan alimentarse con alimento sólido y no con leche. Y entonces el que habita en ellos perfeccionará la inteligencia, que aquí fue deficiente, ya que no se apartaron de la unidad del Cuerpo de Cristo, que es nuestro camino, ni de la sociedad del templo de Dios. Para no apartarse, mantienen con perseverancia en la Iglesia la regla de la fe, común a los pequeños y a los grandes; siguen marchando por el camino a que llegaron, hasta que Dios les revele lo que erróneamente saben, y no convierten en dogmas sus pensamientos carnales. Porque no se endurecen en una defensa contenciosa, sino que andan caminando, esto es, progresando, solicitando con su piadosa fe una clara inteligencia.

CAPÍTULO IX

30. Siendo esto así, el nacer y el renacer, dos cosas que se realizan en un solo hombre, pertenecen a dos hombres: el nacer pertenece al hombre primero, Adán, y el renacer, al hombre segundo, Cristo; y así dice el Apóstol: Pero no es antes lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual. El primer hombre, de tierra, terreno es; el segundo, del cielo, es celestial. Y como el terreno, así son los terrenos, y cuál el celestial, tales son los celestiales. Como hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevemos la imagen del que es del cielo. Dice también: Por un hombre la muerte y por un hombre la resurrección de los muertos. Y como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados47. En ambos extremos dice todos, porque nadie va a la muerte sino por Adán, y nadie va a la vida sino por Cristo. En Adán se demostró lo que valía la libertad para dar la muerte; en Cristo, lo que valía la ayuda de Dios para la vida. En fin, el primer hombre no era más que hombre; el segundo nombre y Dios. El pecado se cometió abandonando a Dios; la justicia no se da sino con Dios. Por eso no moriríamos si no viniésemos de los miembros de Adán por propagación carnal; no viviríamos si no fuésemos miembros de Cristo por la conexión espiritual. Necesitamos nacer y renacer, mientras a Cristo le bastó nacer por nosotros. Es que nosotros pasamos del pecado a la justicia renaciendo, mientras El no hizo tránsito alguno de pecado a justicia, sino que al ser bautizado encareció más con su humildad el sacramento de nuestra regeneración, simbolizando a nuestro hombre viejo en su pasión y a nuestro hombre nuevo en su resurrección.

31. Efectivamente, la concupiscencia rebelde, que habita en la carne mortal, por la que se mueven los miembros fuera del albedrío de la voluntad, se modera por la justicia conyugal, para que, uniéndose los padres, nazcan los que necesitan nacer. Pero Cristo no quiso que su carne viniese por esa unión de varón y mujer, sino que la tomó por nosotros en una virgen, exenta de concupiscencia en la concepción: es la semejanza de la carne de pecado, con la que purificó en nosotros la carne de pecado48. Así dice el Apóstol: Como el delito de uno pasó a todos los hombres para condenación, así la justificación de uno pasó a todos los hombres para justificación de la vida49. Porque nadie nace sino por obra de la concupiscencia carnal, heredada del primer hombre, que es Adán; y nadie renace sino por obra de la gracia espiritual, otorgada por el hombre segundo, que es Cristo. Por lo que, si pertenecemos a Adán por nacer, pertenecemos a Cristo por renacer, y nadie puede renacer antes de nacer. Sólo El nació de un modo singular, porque no necesitaba renacer, porque no venía del pecado; en él nunca estuvo, ni fue concebido en iniquidad, o en el delito le nutrió su madre en las entrañas. El Espíritu Santo vino sobre ella, y la virtud del Altísimo la cubrió, y lo que nació de ella, santo, es llamado Hijo de Dios. El mal de los miembros rebeldes no se extingue, pero se modera, con el bien de las nupcias, para limitar de algún modo la concupiscencia carnal y realizar así la pureza conyugal. En cambio, la Virgen María, a quien se dijo: La virtud del Altísimo te cubrirá50, al concebir tan santa prole, no ardió bajo la sombra divina en el ardor de esta concupiscencia. Exceptuada, pues, esa piedra angular, no veo cómo pueden los hombres ser edificados para formar la casa de Dios y para que Dios habite en ellos sino cuando han renacido. Y no pueden renacer sino después de nacidos.

CAPÍTULO X

32. Sea cualquiera la opinión que tengamos acerca de las preñadas y de los hombres que aún están dentro de las entrañas maternales; ya estimemos que son o que no son capaces de recibir algún modo de santificación, y ya deduzcamos esto de Juan, quien aun antes de ser dado a luz exultó en el gozo, cosa que no pudo realizarse sino por obra del Espíritu Santo, o ya lo deduzcamos de Jeremías, a quien dice el Señor: Antes de que salieses del vientre, yo te santifiqué51; una cosa es cierta: la santificación, por la que individualmente somos constituidos templos de Dios, y todos juntos formamos un templo de Dios, no se realiza sino en los que han renacido, y éstos tienen que haber nacido. Y nadie acabará bien la vida en que nació si no renace antes de acabarla.

33. Puede alguien decir que el hombre está ya nacido en las entrañas de la madre y citar el testimonio del Evangelio, en el que se decía a José, aludiendo a la madre del Señor, Virgen, que estaba encinta: Lo que en ella ha nacido, del Espíritu Santo es52. ¿No hay en ese caso una segunda natividad después de la primera, y no será nuestro renacimiento una tercera natividad? Cuando el Señor hablaba de esto, dijo: Si alguien no renaciere de nuevo53. Es decir, computaba la primera natividad, que se efectúa cuando pare la madre, no cuando concibe o queda embarazada; computaba aquella por la que el hijo nace de la madre, no por la que nace en la madre. No llamamos renacido al nombre a quien parió su madre, como si después de haber nacido una vez de las entrañas hubiese vuelto a nacer, sino que dejamos a un lado esa natividad de la concepción y decimos que el hombre nace en el parto, para que pueda renacer del agua y del Espíritu. Aludiendo a ese nacer de la madre, se dice que el mismo Jesús nació en Belén de Judá54. Si el hombre puede ser regenerado en las entrañas por la gracia del espíritu, puesto que todavía tiene que nacer, renace antes de nacer, y eso es imposible. Por lo tanto, los hombres- nacidos para el organismo del Cuerpo de Cristo, fábrica viva del templo de Dios, que es la Iglesia, son transportados de la masa de ruina al edificio sólido, no por las obras de justicia que realizaron, sino renaciendo por la gracia. Fuera de ese edificio, que se construye para ser beatificado y ser eterna habitación de Dios, la vida de todo hombre es infeliz y hay que llamarla muerte mejor que vida. Quien es habitado por Dios, para que la ira de Dios no recaiga sobre él, no es extraño a este Cuerpo, a este templo, a esta ciudad. Por el contrario, quien no renace es extraño.

CAPÍTULO XI

34. El Salvador manifestado quiso que fuese manifiesto el sacramento de nuestra regeneración. Era un punto oculto para los antiguos justos, aunque también ellos se salvaban por la misma fe, que a su tiempo había de ser revelada. No osamos anteponer los fieles de nuestro tiempo a los amigos de Dios que nos profetizaron estas cosas, cuando Dios se presenta como Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, de tal modo que afirma que tal es su nombre para siempre55. Si se cree que la circuncisión ocupó para los antiguos santos el lugar del bautismo, ¿qué diremos de aquellos que agradaron a Dios antes de ser preceptuada la circuncisión, aunque también ellos se salvaron por la fe? Porque, como está escrito en la epístola a los Hebreos, sin la fe es imposible agradar a Dios56. Y el Apóstol dice: Teniendo el mismo espíritu de fe, por el que está escrito: creí y por eso hablo; y nosotros creímos y por eso hablamos57. Ni diría el mismo si los patriarcas no hubiesen tenido el mismo espíritu de fe. Ellos, cuando el sacramento estaba oculto, creían en la futura encarnación de Cristo, del mismo modo que nosotros la creemos realizada. Y tanto nosotros como ellos esperamos el futuro advenimiento de Cristo a juzgar. El misterio de Dios no es otra cosa que Cristo, en el que era preciso vivificar a todos los que habían muerto en Adán. Porque, como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados58, según arriba expliqué.

CAPÍTULO XII

35. He ahí por qué Dios, que doquier está presente e íntegro, no habita en todos, sino tan solo en aquellos a quienes nace su templo beatífico o sus templos beatificados, sacándolos de la potestad de las tinieblas y transportándolos al reino del Hijo de su amor59, lo que comienza con la regeneración. En un sentido se habla del templo de Dios, cuando la mano de los hombres lo levanta con materiales inanimados, como el tabernáculo fue erigido con maderos, velos, pieles y demás utensilios, o como el rey Salomón levantó el templo con piedra, vigas y metales. En otro sentido diferente se había de la realidad misma que estaba representada en tales símbolos. Por eso se dice: Y vosotros, como piedras vivas, formáis una casa espiritual60. Por eso está escrito también: Hornos los templos de Dios vivo, corno Dios dice: "porque habitaré entre ellos y me paseare; y seré su Dios y ellos serán mi pueblo"61.

36. No debe extrañarnos que se obren prodigios mediante algunos sujetos que no pertenecen a su tiempo o no pertenecen todavía, es decir, mediante aquellos en los que no habita o todavía no habita. Recuerda a aquel sujeto que en el nombre de Cristo expelía los demonios, aunque no seguía a Cristo. Cristo le permitió que continuara, porque así recomendaba su nombre, que era útil a muchos62. Él nos asegura que en el último día muchos le dirán: En tu nombre racimos muchos prodigios. A éstos no les contestaría: No os conozco63, si perteneciesen a ese templo de Dios que El beatifica con su habitación. El centurión Cornelio, antes de ser agregado a ese templo por la regeneración, vio que le enviaban un ángel y le oyó decir que habían sido escuchadas sus oraciones y aceptadas sus limosnas64. Obra Dios estas cosas porque doquier está presente o por medio de sus santos ángeles.

37. Algunos entienden aquella santificación de Jeremías, antes de salir de las entrañas maternales, como un tipo del Salvador, que no necesitó de regeneración. Pero, aunque se refiera al mismo profeta, puede aplicarse sin inconveniente a la predestinación. Así el Evangelio llama hijos de Dios a los no regenerados. Cuando Caifás dijo, refiriéndose al Señor: Conviene que un hombre muera por el pueblo y no perezca el pueblo entero, el Evangelio continúa diciendo: Esto no lo dijo de su cosecha, sino que, por ser pontífice de aquel año, profetizó que Jesús moriría por el pueblo; y no sólo por el pueblo, sino para congregar en uno los hijos de Dios que estaban dispersos65. Llamó hijos de Dios a otros, aparte los hebreos, que estaban esparcidos en las restantes naciones y no eran fieles ni estaban bautizados. ¿Por qué los llama hijos de Dios sino en cuanto a la predestinación, según la cual dice el Apóstol que Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo?66 La reunión en uno había de constituirlos hijos de Dios. Ese en uno no se refiere a un lugar corporal, pues acerca de la vocación de los gentiles anunció el profeta: Y le adorarán, cada cual desde su lugar, todas las islas de los gentiles67. Cuando dice congregará en uno, se entiende en un espíritu, en un cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Tal congregación es la edificación del templo de Dios. Tal congregación no la produce la generación carnal, sino la regeneración espiritual.

CAPÍTULO XIII

38. Dios habita en los individuos como en sus templos y en todos reunidos en uno como en un templo. Mientras ese templo fluctúa en este siglo como el arca de Noé, se realiza lo que está escrito en el Salmo: Dios habita el diluvio, aunque esas palabras pueden entenderse sin inconveniencia de los muchos fieles que están en todas las naciones, a los que el Apocalipsis designa con el nombre de aguas68. El Salmo añade: Y el Señor se sentará como rey para siempre69. Se acomodará, sin duda, en su templo, establecido ya en la vida eterna después de la fluctuación de este siglo. Dios está, por lo tanto, presente doquier y doquier íntegro; no habita en todas partes, sino en su templo, para el que es benigno y propicio por la gracia; y el que habita es poseído por unos más, por otros menos.

39. De nuestra misma Cabeza dice el Apóstol: Porque en El habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente. Corporalmente no quiere decir que sea corpóreo. Puede esa palabra usarse en sentido metafórico, a semejanza de un templo edificado corporalmente: entonces Dios habita en él como una sombra, esto es, mediante signos simbólicos, ya que el Apóstol llama a los antiguos ritos "sombras del futuro"70, con un vocablo también metafórico, pues que, como está escrito, Dios no habita en templos edificados por las manos71. O pudo decirse corporalmente porque en el cuerpo que Cristo tomó de la Virgen habita Dios como en su templo. Por eso, cuando los judíos le pedían un prodigio, les contestó: Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré. El evangelista añade la consecuencia, diciendo: Esto lo decía por el templo de su cuerpo72.

40. ¿Qué decir, pues? ¿Diremos que la diferencia entre la Cabeza y los miembros es que en cualquiera de los miembros, por muy importante que sea, por ejemplo, en un gran profeta o en un apóstol, aunque habita la divinidad, no habita toda la plenitud de la divinidad como en la Cabeza, que es Cristo? También en nuestro organismo sienten todos los miembros. Pero ese sentir no es tan grande como en la cabeza, en la que reside todo el sentido quíntuple. En la cabeza están la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, mientras en los otros miembros sólo reside el tacto. ¿Hay alguna otra diferencia entre la Cabeza y cualquier otro miembro, por excelente que sea, fuera de que en la Cabeza, como en su templo, habita la plenitud de la divinidad? La hay, sin duda, ya que se formó una sola persona con el Verbo en la asunción singular del hombre Jesús. De ninguno de los santos pudo, puede o podrá decirse: El Verbo se hizo carne73. Ningún santo, aunque sobresalga por la gracia, recibió el nombre de Unigénito, de modo que quien antes de los siglos fue llamado Verbo de Dios lo siga siendo con el hombre asumido. Singular es, pues, aquella asunción, y no puede ser en modo alguno común con cualesquiera santos, por mucho que sobresalgan por su sabiduría o santidad. He ahí un documento bastante claro y preciso de la divina gracia. ¿Quién habrá tan sacrílego que ose afirmar que hubo un alma humana que por méritos de su libertad llegó a ser otro Cristo? ¿Cómo por esa libertad, que se otorga común y naturalmente a todos, merecería aquella sola alma pertenecer a la persona del Verbo unigénito, si eso no se le hubiese concedido por una gracia singular, una gracia que es menester predicar, que sería un crimen pretender juzgar?

41. Esto he elucubrado ordenadamente según mis fuerzas, en cuanto el Señor me ayuda. Cuando te lances a imaginar a Dios doquier presente, no difundido por espacios e intervalos, como si tuviese volumen o extensión, sino íntegro doquier, aparta la mente de todas las imágenes corporales que la imaginación humana suele revolver. No se piensa así de la justicia, de la sabiduría o de la caridad, de la que está, escrito: Dios es caridad74. Cuando pienses en la inhabitación divina, piensa en la unidad y congregación de los santos, y principalmente en los cielos, donde se dice que Dios habita principalmente, porque allí se realiza a la perfección la divina voluntad por la obediencia de aquellos en quienes habita; y después también en la tierra, donde Dios edifica y habita la casa que ha de dedicar al fin del siglo. No dudes de que Cristo nuestro Señor, unigénito Hijo de Dios, igual al Padre, e hijo del hombre menor que el Padre, está íntegro y presente en todas partes, como Dios que es, pero habita en un lugar del cielo en cuanto al modo de su cuerpo verdadero. Y como me deleitaba hablar contigo, no sé si he guardado ya el modo de una explicación suficiente, como compensándome con mi locuacidad de mi largo y anterior silencio. Pero te tengo entrañado en mi espíritu por la religión y benevolencia con que me interesaste y charlo realmente como con un amigo. Así, pues, si ves que en esta obrilla de mi pluma se ha logrado algo útil, dale gracias a Dios. Pero, si descubres algún vicio mío, perdóname como amigo carísimo, deseando mi curación con el mismo sincero cariño con que me otorgas tu perdón.