CARTA 182

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: La controversia pelagiana. Contestación a la carta 176

INOCENCIO saluda en el Señor al primado SILVANO, a VALEN­TÍN y a los demás hermanos amadísimos que asistieron al concilio de Milevi.

Roma. 27 de enero de 417

1. Entre las demás tareas de la Iglesia romana y ocupa­ciones de la Sede Apostólica, en las que respondemos con fiel y sobrio examen a consultas diferentes, nuestro hermano y colega en el episcopado julio nos trajo inopinadamente vues­tra carta, remitida desde el Concilio de Milevi con fervoroso interés por la fe; nos incluía otra carta del Concilio Cartagi­nense, con iguales quejas. La Iglesia celebra que los pastores demuestren tanta solicitud por los rebaños a ellos confiados, que no se contentan con no permitir que yerre alguno de ellos, sino que cuando la yerba de la venenosa delectación seduce a algunas ovejas y éstas continúan en el error, tratan de conse­guir la separación total, o, sí evitan aquello a lo que antes as­piraban ilícitamente, las protegen con la cautela de la antigua vigilancia. En ambos casos procuran no admitir a los tales, para que no arrastren a los demás con su ejemplo; no desdeñan a los que vuelven, condenándolos a los dientes de los lobos. Es una conducta muy prudente y llena de fe católica. Porque, ¿quién podrá tolerar al que yerra, o no recibir al que se co­rrige? Pienso que, así corno es duro ofrecer connivencia a los pecadores, así considero impío negar la mano a los conversos.

2. Miráis con diligencia y adecuadamente por el honor apostólico, de aquel honor arcano, repito, al que incumbe la preocupación por todas las iglesias, aparte los problemas ex­ternos1, preguntando qué sentencia hay que mantener en proble­mas dudosos, siguiendo en esto la forma de la regla antigua: sabéis como yo que fue mantenida siempre por todo el orbe. Pero dejo esto a un lado, pues creo que no se oculte a vuestra prudencia. ¿Por qué la habéis confirmado con vuestra forma de actuar, sino porque sabéis que a todas las provincias van siempre las respuestas de la fuente apostólica a los que las piden? Especialmente cuando se ventila un problema de fe, pienso que todos los hermanos y nuestros colegas en el episcopado no deben referirse sino a Pedro, es decir, al autor de sus títulos y honores, como ahora lo ha hecho vuestra dilec­ción, para que así pueda aprovechar a todas las iglesias conjun­tamente en todo el mundo. Sin duda tendrán todos mayor cau­tela cuando vean que los inventores del mal han sido separados de la comunión eclesiástica de acuerdo con lo establecido por nuestra sentencia, conforme a la relación de dos concilios.

3. Vuestra caridad logrará un doble bien: disfrutaréis de la gracia de haber guardado los cánones y todo el orbe se be­neficiará de vuestro bien. Porque ¿qué católico querrá en ade­lante cruzar la palabra con los adversarios de Cristo? ¿O quién compartirá la misma luz en una comunión de vida? Los autores de la nueva herejía sean evitados. ¿Pudieron acaso inventar con­tra Dios algo peor que negar el auxilio divino y suprimir la causa de la plegaria cotidiana? Eso equivale a decir: ¿Para qué ne­cesito yo a Dios? Con razón dice el salmista contra ellos: He aquí hombres que no pusieron a Dios como su ayuda2. Al negar el auxilio de Dios, dicen que el hombre puede bastarse a sí mismo y no necesita la gracia divina; pero, al quedar privado de ella, queda envuelto en la red del diablo3 cuando se vale de su sola libertad para cumplir todos los mandamientos de la vida4. ¡Oh perversa doctrina de mentes depravadas? Advierte, finalmente, que al primer hombre le engañó su libertad. Al utilizar con negligencia sus frenos, cayó en la presunción de la prevaricación. Y ya no pudo salir de allí, sino por la providen­cia de la regeneración, la venida de Cristo Señor, quien refor­mó el estado de la antigua libertad. Que oigan a David dicien­do: Nuestro auxilio está en el nombre del Señor5; y también: Sé mi ayuda, no me abandones ni me desprecies, Dios, salva­dor mío6. En vano diría eso David si dependía sólo de su vo­luntad lo que pedía a Dios con palabra trémula.

4. Estando así las cosas, y puesto que en todas las pági­nas divinas leemos que hay que unir el auxilio divino a la libre voluntad, y que ésta, privada de la asistencia divina, nada pue­de, ¿cómo Pelagio y Celestio pueden defender con tanta obs­tinación, según decís, que la voluntad sola tiene esa posibili­dad y, lo que es más digno de dolor para todos, que persuadan a tantos? Podríamos utilizar muchos ejemplos para apoyar ese magisterio, si no supiéramos que vuestra Santidad entiende perfectamente todas las Escrituras divinas. Vuestra relación cita tantos y tales testimonios, que con ellos solos puede confutarse esa doctrina; no es menester acudir a los misteriosos, pues ya no osan ni pueden rechazar los textos que vosotros ponéis, y que fácilmente os vinieron a las mientes. Tratan de suprimir esa gracia de Dios que, aun después de restituírsenos la anti­gua libertad, nos vemos obligados a pedir, porque sin su ayuda no podemos evitar otras maquinaciones del diablo.

5. Vuestra Fraternidad afirma que predican todavía otra cosa: que puede darse a los niños, aun sin la gracia del bautis­mo, el premio de la vida eterna. Es el colmo de la fatuidad. Si no comieren la carne del Hijo del hombre y bebieren su san­gre, no tendrán vida en ellos7. Creo que los que dan la vida sin la regeneración quieren anular el mismo bautismo, pues predi­can que los niños tienen lo que creen que no se les confiere por el bautismo. Si, pues, afirman que el no ser regenerado no es óbice alguno, es menester que confiesen que las aguas sagradas de la regeneración no sirven de nada. Mas para que la perversa doctrina de estos hombres superfluos pueda ser eli­minada por una inmediata razón de la verdad, el Señor lo pro­clama en el Evangelio al decir: Dejad a los niños y no les prohibáis que vengan a mí8.

6. Determinamos, pues, por la autoridad y vigor apostóli­cos, que Pelagio y Celestio, es decir, los inventores de nuevas doctrinas, que como dice el Apóstol no suelen producir edifica­ción, sino vanísimos problemas, sean privados de la comunión eclesiástica, hasta que salgan de los lazos del diablo, que los tiene cautivos a capricho9; que entretanto no sean recibidos dentro del rebaño del Señor, del que decidieron desertar para seguir el trámite de su perverso camino. Es preciso apartar a los que nos conturban y quieren cambiar el Evangelio de Cris­to10. Mandamos además que quien pretenda defender eso mismo con semejante pertinacia, incurra en igual castigo. No sólo los que obran, sino también los que consienten con los que obran, pues pienso que no hay mucha diferencia entre la intención del que obra y el favor del que consiente. Añado más: con fre­cuencia deja de errar quien no halla consentimiento. Esta sen­tencia quede, pues, firme, amadísimos hermanos, contra los antes mencionados; aléjense de los atrios del Señor, carezcan del cuidado pastoral, no sea que el contagio pestífero de dos ovejas se propague al vulgo incauto, y el lobo se alegre en su corazón rapaz de poder morder a mansalva a las ovejas dentro del redil del Señor, mientras los pastores tratan de disimular el temor de las dos ovejas. Cuidemos, pues, no sea que, al tran­sigir con los lobos, parezcamos ser más bien mercenarios que pastores11.

7. Mandamos por cierto, ya que Cristo Señor declaró por su propia voz que no quiere la muerte del que muere, sino que se convierta y viva12, lo siguiente: si, depuesto el error de su perversa doctrina, recobran el juicio y condenan aquellas cosas con que ellos se condenaron a si mismos, no se les niegue la medicina acostumbrada, es decir, el ser- recibidos por la Igle­sia; no sea que, si los rechazamos cuando vuelven, se queden .realmente fuera del redil y sean devorados por las rabiosas fau­ces del enemigo, que contra ellos mismos armaron con los agui­jones de sus malas disputas. Que lo paséis bien, hermanos.

Fechada el 27 de enero, siendo cónsules los ilustrísimos varones Honorio y Constancio.