A Océano
A fines del 416
A Océano, con razón amadísimo y hermano honorable entre los miembros de Cristo, Agustín, salud.
1. Dos cartas de tu dilección he recibido a un tiempo. En una de ellas haces mención de otra tercera que aseguras haber remitido antes. No recuerdo haberla recibido, mejor dicho, me parece recordar no haberla recibido. Con las dos recibidas te doy mil gracias por tu benevolencia para conmigo. No pude contestar al momento, porque me lo ha impedido la variada tempestad de mis diversas ocupaciones. Pero ahora que he logrado una partecica de tiempo libre, he preferido contestar algo a seguir tanto tiempo callado ante tu serenísima caridad, temiendo hacerme más pesado con mi silencio que con mi locuacidad.
2. Ya sabía yo lo que el santo Jerónimo opinaba acerca del origen del alma, y ya había leído esas mismas palabras que en tu carta tomaste de su libro. A algunos les repugna que Dios cree con justicia almas para los frutos del adulterio. Pero no es eso lo que hace tan difícil el problema, ya que a los que viven bien y a los que se convierten a Dios con fe y con piedad no les dañan los propios pecados, mucho menos los de sus padres. La dificultad es ésta: si es verdad que se crean almas nuevas de la nada para cada uno de los que nacen, ¿cómo Dios, en quien no hay iniquidad alguna, condena con justicia tanto número de almas de niños, sabiendo ciertamente que han de salir de sus cuerpos sin el bautismo antes del uso de la razón, antes de que puedan sentir o conocer nada justo o injusto?1 No necesito extenderme sobre esto, pues bien sabes lo que quiero, o más bien, lo que no quiero decir. Estimo que lo dicho es bastante para el inteligente. Si has leído u oído de labios de Jerónimo, o el Señor te lo ha dado a conocer en tu meditación, algo que valga para resolver esa dificultad, házmelo saber por favor, y te quedaré más agradecido.
3. Sobre la mentira oficiosa y útil, opinas que se soluciona con el ejemplo del Señor, que dice que ni el Hijo del hombre sabe el día o la hora del fin de este siglo2. Al leerlo, me deleitaba el ahínco de tu ingenio, pero me parece que en modo alguno puede llamarse mentira una locución metafórica. No decimos mentira cuando llamamos alegre al día, porque nos pone alegres, o triste al lupino, porque con su sabor amargo contrista la cara del que lo gusta, o cuando decimos que Dios averigua lo que da a conocer al hombre. Tú mismo recordaste que eso se dijo a Abrahán3. No son mentiras, como puedes fácilmente advertir. Por eso el bienaventurado Hilario trata de aclarar ese difícil problema recurriendo al obscuro género de locuciones metafóricas; nos da a entender que Cristo dijo que no lo sabía en cuanto que lo ocultó o no lo comunicó a los otros. No excusa, pues, Hilario la mentira, sino que afirma que no hay mentira. No sólo ocurre esto en los tropos corrientes, sino también en la metáfora propiamente dicha, que todos conocemos en la conversación corriente: las vides se cubren de gemas, ondean las mieses, florecen los jóvenes. ¿Quién dirá que todo eso es mentira, porque no ve piedras preciosas, ni olas, ni plantas, ni árboles, en los que se emplean en sentido propio tales expresiones?
4. Tu ingenio y erudición te hará ver fácilmente cuan distinto es lo que dice el Apóstol: Viendo que no caminaba rectamente según la verdad del Evangelio, dije a Pedro en presencia de todos: "Si tú, siendo judío, vives a lo gentil y no a lo judío, ¿cómo obligar a los gentiles a judaizar?"4 Aquí no hay obscuridad metafórica; las palabras son propias de locuciones obvias. O el Doctor de los gentiles dijo verdad o dijo falsedad a los que daba a luz hasta que Cristo se formase en ellos5 y a quienes anunció, poniendo a Dios por testigo: Dios es testigo que en esto que os escribo no miento6. Si dijo falsedad, Dios nos libre de pensarlo, ya ves las consecuencias. El indicio de la verdad y el maravilloso ejemplo de humildad del apóstol Pedro te invitan a horrorizarte de admitir ninguno de los dos extremos.
5. ¿Para qué más, después de lo que tanto yo como el citado venerable hermano Jerónimo hemos discutido por carta sobre ese problema? En la obra que acaba de publicar contra Pelagio bajo el seudónimo de Cristóbulo alude a ese lance y a esas palabras del Apóstol, admitiendo la misma sentencia del bienaventurado Cipriano, que yo también seguí. Lo que es realmente problemático, en mi opinión, es el origen de las almas; y no por los frutos del adulterio, sino por la condenación de los inocentes, que no puede admitirse. Si a ese tan agudo y grande varón le has oído algo que pueda rectamente aquietar a los que preguntan, no dejes de comunicármelo, por favor. Porque en tus cartas te veo tan erudito y amable, que es una gran fortuna hablar contigo por carta. El presbítero Orosio ha traído no sé qué libro de ese hombre de Dios, y lo ha dado a copiar a tu dilección. El libro es alabado porque discute con la mayor brillantez acerca de la resurrección de la carne. Te ruego que no tardes en enviármelo. No te lo he pedido antes porque comprendo que tienes que copiarlo y corregir la copia; pero creo que te di tiempo sobrado para ambas cosas. Vivas para Dios sin olvidarte de mí.