A Inocencio
Año 416
Silvano, Valentín, Aurelio, Donato, Restituto, Luciano, Alipio, Agustín, Placencio, Severo, Fortunato, Posidio, Novato, Segundo, Maurencio, León, Faustino, Cresconio, Maleo, Litorio, Fortunato, Donato, Ponticano, Saturnino, Creistonio, Honorio, Lucio, Adeodato, Processo, Cresconio, Segundo, Félix, Asiático, Rufiniano, Faustino, Servo, Terencio, Cresconio, Esperancio, Cuadrato, Lucilo, Savino, Faustino, Cresconio, Víctor, Venancio, Posidonio, Antonino, Inocencio, Presidio, Crescencio, Félix, Antonio, Víctor, Honorato, Donato, Pedro, Presidio, Cresconio, Lampadio y Delfín, del concilio Milevitano, a Inocencio, señor beatísimo, justamente venerable y papa honorable en Cristo, salud en el Señor.
1. El Señor, por un don especialísimo de su gracia, te colocó en la Sede Apostólica. En nuestros tiempos te hizo tal, que seríamos culpables de negligencia si callásemos ante tu veneración asuntos que debemos sugerir por el bien de la Iglesia. Por eso estamos muy lejos de pensar que puedas oírnos con fastidio o pereza. Te suplicamos que te dignes emplear tu diligencia pastoral en este gran riesgo que corren los miembros débiles de Cristo.
2. Se pretende suscitar una nueva y harto perniciosa herejía: la de los enemigos de la gracia de Cristo, que con sus impías discusiones tratan hasta de borrar la oración dominical. El Señor nos enseñó a decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y ellos afirman que en esta vida puede el hombre, una vez conocidos los mandamientos de Dios, sin la ayuda de la gracia de Dios y por la sola libre voluntad, llegar a una tal perfección de justicia, que ya no les sea necesario decir Perdónanos nuestras deudas. Las palabras que siguen, a saber: No nos dejes caer en la tentación1, no han de entenderse, según ellos, como si debiéramos pedir la gracia divina para no caer en la culpa cuando somos tentados, sino que eso depende de nuestra potestad: para cumplirlo basta la sola libertad humana. Como si el Apóstol hubiese dicho en vano: No del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia2. Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más de lo que podáis resistir, sino que con la tentación os dará el éxito para que podáis resistir3. En vano igualmente habría dicho el Señor al Apóstol: Rogué por ti para que no desfallezca tu fe4; y a sus discípulos todos: Vigilad y orad para que no caigáis en la tentación5. Todo esto pende, según ellos, de la voluntad del hombre. Afirman asimismo con vana presunción que los niños han de poseer la vida eterna, aunque no se les regenere con sacramento alguno de la gracia cristiana. Así anulan lo que dice el Apóstol: Por un hombre entró en el mundo el pecado y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en quien todos pecaron6. Y en otro lugar dice: Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados7.
3. Omitamos otras muchas cosas que alegan contra las divinas Escrituras, y citemos aquí dos puntos, con los que se empeñan en destruir toda nuestra fe cristiana, porque son el apoyo de los corazones fieles, a saber: que no hay que orar a Dios para que Él sea nuestro socorro contra el mal del pecado y para obrar la justicia, y que no hay que administrar a los niños el sacramento de la gracia cristiana para alcanzar la vida eterna. Al sugerir esto a tu pecho apostólico, no necesitamos hablar mucho, exagerando con palabras tamaña impiedad. Ello de por sí extraña en tal forma, que no podrá dispensarte de corregirlos, para que no se deslicen por otras partes y contaminen a muchos, o más bien los maten, al enajenarlos de la gracia de Cristo bajo el nombre de Cristo.
4. Se dice que los autores de este perniciosísimo error son Pelagio y Celestio. Queremos que sean curados dentro de la Iglesia antes que separarlos de ella, desesperando de su salud, si no nos fuerza a ello la necesidad. Se dice que uno de ellos, Celestio, ha llegado en Asia a la dignidad sacerdotal. Tu santidad pedirá mejor información a la Iglesia cartaginesa sobre lo que hace pocos años se discutió con él. Las cartas enviadas por algunos hermanos nuestros cuentan que Pelagio, establecido en Jerusalén, engaña a algunos. Añaden que otros, muchos más, que pudieran averiguar con mayor diligencia sus opiniones, luchan contra él en favor de la gracia de Cristo y de la verdad de la fe católica, en especial tu santo hijo, hermano y compresbítero nuestro Jerónimo.
5. Con ayuda de la misericordia de nuestro Dios, el cual se digne guiarte en el gobierno y escucharte en la oración, creemos que por la autoridad de tu santidad, derivada de la autoridad de las Santas Escrituras, habrán de someterse más fácilmente esos que sustentan opiniones tan perversas y perniciosas, para que nos regocijemos de su corrección y no nos entristezcamos con su ruina. Pero, sea cualquiera su elección, ya ve tu venerabilidad que hay que adoptar providencias insistentes y rápidas; por lo menos para que no enreden en sus lazos a otros en gran número, si disimulamos con ellos. Esto participamos por escrito a tu santidad desde el concilio de Numidia, imitando a nuestros colegas en la Iglesia de Cartago y de la provincia de Cartago, pues sabemos que han escrito sobre este punto a la Sede Apostólica, que tu beatitud ilustra.
(Con otra mano): Acuérdate de nosotros, y Dios te aumente su gracia, señor beatísimo, justamente honorable y santo Padre.