Al papa Inocencio
Año 416
Aurelio, Numidio, Rusticano, Fidenciano, Evagrio, Antonio, Palatino, Adeodato, Vicente, Publiano, Teasio, Tuto, Pannonio, Victor, Restituto, Ampelio, Ambivio, Félix, Donaciano, Adeodato, Octavio, Serotino, Mayorino, Postumiano, Críspulo, Víctor, otro Víctor, Leucio, Mariano, Fluctuoso, Faustiniano, Quotvultdeo, Candorio, Máximo, Megasio, Rústico, Rufiniano, Próculo, Severo, Tomás, Jenaro, Octaviano, Pretextato, Sixto, Quotvultdeo, Pentadio, Quotvultdeo, Cipriano, Servilio, Pelagano, Marcelo, Venancio, Dídimo, Saturnino, Bizaceno, Germán, Germaniano, Invencio, Mayorino, Invencio, Cándido, Cipriano, Emiliano, Romano, Africano, Marcelino y los demás que asistieron al concilio de la iglesia cartaginesa, a Inocencio, señor beatísimo y honorabilísimo y santo hermano.
1. Según costumbre, nos reunimos solemnemente en la iglesia cartaginesa para celebrar un sínodo al que nos convocaron por diversas causas. Nuestro compresbítero Orosio nos entregó cartas de nuestros santos hermanos y consacerdotes Heros y Lázaro y decidimos agregarlas a ésta. Una vez leídas, denunciamos a Pelagio y Celestio como autores de un notorio crimen y de un error que todos hemos de anatematizar. Con ese motivo, quisimos que se mencionase lo que hace casi un lustros se trató aquí en Cartago a nombre de Celestio. Se leyó todo, como tu santidad podrá ver en las cartas adjuntas, aunque ya era notoria la sentencia en la que esa peste parecía ya en aquel tiempo separada de la Iglesia ante el tribunal de los obispos. Creímos, sin embargo, por común acuerdo, que convenía anatematizar a los autores de esa doctrina, si ellos mismos no la anatematizaban, si bien se dice que Celestio ha sido elevado más tarde a la dignidad sacerdotal. Si no se conseguía la salud de ellos, por lo menos se procuraría la de los que fueron o pueden ser engañados, una vez conocida la sentencia pronunciada contra ellos.
2. Realizado esto, señor y hermano, decidimos ponerlo en conocimiento de tu santa caridad, para que a lo establecido por nuestra mediocridad se añada la autoridad de la Sede Apostólica. Hemos de proteger la salud de muchos y aun corregir la perversidad de algunos. Lo que estos herejes intentan con sus dañinas disposiciones, no es defender, sino exagerar con soberbia sacrílega la libertad. No dejan lugar alguno a la gracia de Dios, por la que somos cristianos, por la que se hace verdaderamente libre el albedrío de nuestra voluntad, pues se libra de la dominación de las concupiscencias carnales. Y así dice el Señor: Si el Hijo os libertare, entonces seréis verdaderamente libres1. Ese auxilio lo impetra la fe en Cristo Jesús, Señor nuestro. Pero éstos afirman, como nos lo han hecho saber los hermanos que han leído sus libros, que la gracia de Dios consiste en que El creó e instituyó la naturaleza del hombre de modo que por su propia voluntad pueda cumplir la ley divina, ya la escrita por la naturaleza en el corazón, ya la promulgada por escrito; y que esa ley pertenece también a la gracia de Dios, pues Dios se la dio a los hombres para ayudarles2.
3. Pero se niegan a reconocer aquella gracia por la que, como dijimos, somos cristianos, cuyo pregonero se constituye el Apóstol diciendo: Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior; pero veo en mis miembros otra ley que contradice a la ley de mi mente y que me cautiva bajo la ley del pecado que hay en mis miembros. ¡Hombre infeliz yo! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor3. Tampoco osan combatirla abiertamente. Pero ¿qué otra cosa hacen cuando no cesan de persuadir a los hombres animales, refractarios a las cosas del Espíritu de Dios4, que la naturaleza humana por sí sola basta para obrar y consumar la justicia y para cumplir los mandamientos divinos? No reparan en lo que está escrito: El espíritu ayuda nuestra debilidad5. No del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia6. Un cuerpo somos en Cristo y miembros unos de otros, y tenemos dones diversos según la, gracia que se nos ha donado7. Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue vacía en mí, sino que trabajé más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Gracias a Dios, que nos dio la victoria por Jesucristo Nuestro Señor8. No porque seamos capaces de pensar algo como de propia cosecha, sino que nuestra suficiencia viene de Dios9. Llevamos ese tesoro en vasos de barro para que la eminencia de la virtud sea de Dios y no nuestra10. Hay otros innumerables textos; un libro entero no bastaría si quisiéramos espigarlos por toda la Escritura. Miedo tenemos de parecer inoportunos al citarte esos textos a ti, que desde la Sede Apostólica predicas con mayor gracia. Lo hacemos porque, cuanto más débiles somos, con mayor frecuencia nos instigan y con mayor audacia nos combaten esos enemigos, creyendo que cada uno de nosotros tiene ya bastante con atender a predicar la palabra de Dios.
4. Por eso, si es verdad que tu veneración ha creído justamente absuelto a Pelagio en las actas episcopales que se dicen levantadas en Oriente, el error mismo y la impiedad, que tiene ya muchos defensores esparcidos por doquier, deben ser anatematizados también por la autoridad de la Sede Apostólica. Compadézcanos tu santidad con entrañas pastorales y considere cuan pestífero y ruinoso va a ser lo que se sigue necesariamente de las disputas sacrílegas de ellos; ya no deberemos orar para no caer en la tentación, consejo que el Señor dio a sus discípulos11 y recogió en la oración dominical12, o para que no desfallezca nuestra fe, cosa que el mismo Cristo dice haber hecho por el apóstol Pedro13. Porque, si todo eso pende de los poderes de la naturaleza y de la voluntad libre, ¿quién no verá que en vano las pedimos al Señor y que oramos falazmente, pues al orar pedimos lo que podemos obtener con las fuerzas suficientes de nuestra naturaleza, creada con esa suficiencia? Por lo tanto, el Señor Jesús no debió decir: Vigilad y orad para no caer en la tentación, sino "Vigilad para no caer en la tentación". Ni debió decir al beatísimo Pedro, primero de los apóstoles: He rogado por ti, sino "Te aconsejo, te encargo y ordeno que no desfallezca tu fe".
5. Estos herejes, con su disputa, se ponen en contradicción con nuestras bendiciones. En vano haríamos invocaciones sobre el pueblo, pidiendo a Dios que le sea agradable con su recta y piadosa vida. Vana sería la oración del Apóstol cuando dice: Doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, de quien deriva toda paternidad en los cielos y en la tierra, para que, según las riquezas de su gloria, os conceda ser corroborados por su Espíritu14. Supongamos que queremos, al bendecir, hacer una invocación sobre el pueblo, diciendo: "Concédeles, Señor, ser corroborados por tu Espíritu". Estos, con su disputa, nos saldrán al paso, afirmando que se niega la libertad cuando se pide a Dios lo que depende de nuestra potestad. "Si queremos ser corroborados en la virtud, dicen ellos, podemos serlo con aquella posibilidad natural que no recibimos ahora, sino que hemos recibido al ser creados".
6. Niegan, además, que debamos bautizar a los niños para obtener la salud que se da por Cristo Salvador; de ese modo los matan para siempre con tan mortífera doctrina, prometiéndoles la vida eterna aunque no se bauticen, asegurándoles que no va con ellos lo que dijo el Señor: Vino el Hijo del hombre a salvar lo que había perecido15. Porque, según estos herejes, los niños no han perecido, ni tienen nada que salvar o redimir con tan alto precio; nada hay viciado en ellos, nada hay cautivo bajo la potestad del diablo, y no se derramó por ellos aquella sangre que se lee derramada en remisión de los pecados16. Verdad es que Celestio. en la iglesia de Cartago, confesó en su libelo que la redención de los niños se realiza también mediante el bautismo de Cristo. Pero muchos que dicen ser o haber sido discípulos de Celestio y Pelagio no cesan de afirmar dichas iniquidades, y con ellas tratan de destruir por doquier los fundamentos de la fe cristiana. Por lo tanto, aunque Pelagio y Celestio se hayan corregido o afirmen que nunca pensaron tales cosas, aunque nieguen ser suyos los escritos que se han aducido contra ellos y no hubiera medio de convencerlos de «u mentira, en general, todo el que dogmatice y afirme que la naturaleza humana puede bastarse a sí misma para evitar los pecados y cumplir los divinos mandamientos, es enemigo de la gracia de Dios, que con tanta evidencia se patentiza en las oraciones de los santos. Y todo el que niegue que los niños se libran de la perdición y reciben la salud sempiterna por el bautismo de Cristo, sea anatema. No dudamos que tu veneración dará su veredicto sobre los otros puntos reprochados cuando vea las actas episcopales que se dicen confeccionadas en Oriente con tal motivo. Y todos nos regocijaremos en la misericordia de Dios. Reza por nosotros, papa y señor beatísimo.