Tema: La divinidad del Espíritu Santo.
Agustín a los amadísimos señores Deogracias y Teodoro, hermanos santos y colegas en el presbiterado, y a los colegas de diaconado Ticiano y al hermano Comes.
Hipona. Hacia el 419.
No por carta vuestra, sino a través de una persona de toda garantía y plenamente fiable, he llegado a conocer que estáis deseando que os escriba y que os demuestre, eliminando toda duda y toda oscuridad, que el Espíritu Santo es Dios. En esta realidad no pueden penetrar los de ingenio más torpe. Conozca, pues, vuestra fraternidad lo que al respecto puedo recordar de las Sagradas Escrituras. Ignoro en absoluto con qué argumentos -limitándonos a los aportados por la autoridad de las divinas Letras- se podrá convencer de que el Espíritu Santo es Dios a aquel a quien no le basta lo que dice el Apóstol: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo en vosotros, Espíritu Santo que tenéis de Dios, y que no os pertenecéis? En efecto, habéis sido comprados a gran precio. Glorificad y llevad a Dios en vuestros cuerpos1. En cuanto a los argumentos racionales que cualquier hombre o uno de mis características puede aportar, el tema es todavía objeto de la máxima discusión.
Quien se somete a la eminentísima autoridad de las Escrituras divinas ha de considerar en primer lugar lo que está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás2. La expresión griega indica que tal servidumbre no ha de entenderse al estilo de la que se debe también a los amos humanos, sino de otra que sólo se ha de otorgar a Dios y que recibe el nombre de (culto de) latría. De aquí que se condene justamente la idolatría, que se da cuando ese culto se tributa a los ídolos. Ese culto de latría sólo ha de tributarse a Dios. No dice el texto: «Adorarás sólo al Señor tu Dios», sino a él sólo servirás. El «sólo» únicamente lo emplea con referencia a servirás, es decir, a aquella servidumbre que recibe el nombre de latría. A este tipo de servidumbre se adscribe el templo, el sacrificio, el sacerdocio y realidades por el estilo. Por esto mismo, de ningún modo hubiese dicho el Apóstol que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo si no se le debiese esa servidumbre denominada culto de latría. Más aún, tal servidumbre no se le debería de no ser Dios, el único a quien se le debe, sobre todo teniendo en cuenta su afirmación de que nuestros miembros son miembros de Cristo3, cuya divinidad no niegan ni siquiera quienes rechazan que el Espíritu Santo sea Dios y pretenden que Cristo es mayor que el Espíritu Santo. ¿Cómo sería posible que los miembros de quien es mayor fuesen templos de quien es menor? A partir de aquí se comprende que el Espíritu Santo es, sin duda alguna, Dios, puesto que, manteniéndose en la recta piedad, un templo sólo se puede asignar a Dios. Y de ahí se comprende también que necesariamente es un único Dios junto con el Padre y el Hijo, puesto que la Trinidad es un único Dios. Por una parte, el templo sólo se adscribe a aquella servidumbre denominada culto de latría; por otra, está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás, es decir, a él solo tributarás tal culto, justamente porque ese culto de latría sólo se otorga rectamente cuando se otorga a Dios. Además, a quien se le ofrece un templo se le rinde culto de latría, y no hay más que un solo Dios a quien ha de tributársele. De todos estos puntos se deduce, sin que quepa duda alguna, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. Y la frase: Glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo se corresponde con aquella otra: Vuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo en vosotros, Espíritu Santo que habéis recibido de Dios.
He preferido escribir como he podido y con toda prisa estas cosas a retrasar el satisfacer el deseo de vuestra caridad con alguna excusa. Si consideráis que lo dicho es poco, reservaos para leer los libros sobre La Trinidad que, en el nombre del Señor, ya me dispongo a publicar. Quizá ellos aporten el convencimiento que no logra transmitir esta breve carta.