Tema: Controversia antidonatista.
Agustín, obispo de la Iglesia Católica, a Donato, presbítero donatista.
Hipona. Entre el año 411 y el 413.
1. Si pudieras ver el dolor de mi corazón y mi solicitud por tu salvación, quizá te compadecieras de tu alma y agradaras a Dios1 escuchando no mi palabra, sino la divina. No te grabarías en la memoria las divinas Escrituras para cerrar el corazón a ellas. Te desagrada el que se te arrastre hacia la salvación, cuando vosotros habéis arrastrado a tantos de los nuestros hacia la perdición. ¿Cuál es nuestra voluntad sino capturarte, traerte a nosotros y guardarte para que no perezcas? Si se te ha dañado algo en tu cuerpo, tú te lo procuraste, al negarte a utilizar la montura en que te colocaban. Preferiste arrojarte malamente a tierra. El compañero tuyo fue llevado ileso, porque no se hizo a sí mismo tamaño mal.
2. Piensas que tampoco se te debió hacer eso, porque crees que nadie debe ser obligado al bien. Escucha qué dijo sobre eso el Apóstol: Quien desea el episcopado, desea una buena obra2. Y ya ves cuántos son retenidos a la fuerza para que acepten el episcopado. Se les lleva, encierra, guarda. Padecen hartos males involuntarios, hasta que les viene la gana de aceptar la obra buena. ¡Cuánto mejor se os debe apartar a vosotros del error dañino, por el que sois enemigos de vosotros mismos, y se os debe llevar y conducir a conocer o a elegir la verdad, no sólo para que mantengáis saludablemente vuestra dignidad, sino también para que no perezcáis de la peor forma! Dices que Dios otorgó la libertad y que por eso el hombre no debe ser forzado ni siquiera al bien. ¿Y por qué entonces esos de quienes hablé arriba son obligados a aceptarlo? Advierte, pues, lo que te niegas a ver. Se emplea misericordiosamente la buena voluntad para dirigir la mala voluntad del hombre. ¿Quién no sabe que el hombre no se condena sino por el reato de su mala voluntad, y que no se salva si no tuviere buena voluntad? Si a alguien amamos, no debemos permitirle que utilice cruel e impunemente su mala voluntad. Antes bien, si podemos, hemos de prohibirle el mal y obligarle al bien.
3. Si a la mala voluntad se le debiera dejar a su albedrío, ¿por qué los israelitas, que rehusaban y murmuraban, fueron separados del mal con tan duros castigos3 y arrastrados hacia la tierra de promisión? Si a la mala voluntad se le debe dejar a su albedrío, ¿por qué a San Pablo no se le dejó en su mala voluntad de perseguir la Iglesia, sino que fue derribado y quedó ciego? Fue cegado para ser convertido, fue convertido para ser enviado y fue enviado4 para que padeciera por la verdad lo que él había hecho padecer a otros por su error. Si a la mala voluntad se le debe dejar a su albedrío, ¿por qué en las Santas Escrituras se avisa a los padres para que no sólo corrijan con palabras al hijo obstinado, sino para que le azoten los costados, y así por la coacción y por el freno sea conducido a la sana disciplina?5 Por eso se escribe también: Le azotas con la vara, pero salvarás su alma de la muerte. Si se debe dejar a la mala voluntad a su albedrío, ¿por qué se fustiga a los pastores negligentes, diciéndoles: No recondujisteis de nuevo a la oveja errante y no buscasteis a la perdida?6 Vosotros sois ovejas de Cristo, lleváis el carácter del Señor en el sacramento que recibisteis. Pero os habéis extraviado y habéis perecido. No debéis disgustaros con nosotros porque reconducimos a los errantes y buscamos a los perdidos. Mejor será cumplir la voluntad del Señor, que nos exhorta a que os obliguemos a volver a su redil, que consentir a la voluntad de las ovejas errantes empeñadas en perecer. No digas, pues, en adelante, eso que tantas veces te oigo decir: «Me da la gana errar, me da la gana perecer». Mejor haremos nosotros en no permitirlo en cuanto podamos.
4. Ahora te has arrojado a un pozo para matarte. Y eso lo hiciste con libre voluntad. ¡Cuán crueles serían los siervos de Dios si se hubiesen concertado en esa tu mala voluntad y no te hubiesen librado de la muerte! ¿Quién no los declararía culpables con razón? ¿Quién no los tendría justamente por impíos? Y, sin embargo, tú te arrojaste voluntariamente al agua para morir; ellos te sacaron de allí contra tu voluntad para que no murieras. Obraste según tu mala voluntad, pero para tu ruina; ellos obraron contra tu voluntad, pero para tu salud. Pues si así hay que guardar la salud corporal, de modo que aunque no queramos nos la han de conservar quienes nos aman, ¿cuánto más la salud espiritual, pues con su falta es de temer la muerte eterna? Verdad es que con esa muerte que tú quisiste causarte ibas a morir no sólo temporal, sino eternamente; no debías suicidarte, aunque te obligaran, no a salvarte, ni a la paz de la Iglesia, ni a la unidad del cuerpo de Cristo, ni a la santa e individua caridad, sino a otros males cualesquiera.
5. Hojea las Escrituras divinas y discute cuanto puedas. Mira si ejecutó jamás eso alguno de los justos y fieles, aunque tanto les atormentaban aquellos que querían llevarlos a la eterna ruina, no a la vida eterna, adonde te se te fuerza a ir a ti. He oído que has dicho que eso quiere significar el Apóstol cuando dice: Aunque entregare mi cuerpo a las llamas7. Decía él que sin la caridad no aprovechan los demás bienes: las lenguas de los hombres y de los ángeles, todos los misterios, toda la ciencia, la profecía, la fe que transporta las montañas y la distribución de los bienes a los pobres8. Por eso te parece que entre los bienes citó ese del suicidio voluntario. Pero repara con diligencia y mira cómo dice la Escritura que alguien entrega su cuerpo a las llamas. No dice que el tal sujeto se arroje al fuego cuando se ve perseguido por el enemigo, sino cuando se le propone hacer algún mal o el padecerle; elija entonces no hacer el mal, antes bien padecerlo. Así es como entrega su cuerpo en poder de los verdugos, como lo hicieron aquellos tres mancebos que fueron forzados a adorar la estatua de oro. Se les amenazaba, si no lo hacían, con el horno ardiente de fuego. Rehusaron adorar al ídolo, pero no se precipitaron ellos al fuego. Sin embargo, de ellos está escrito9 que entregaron sus cuerpos, para no adorar ni servir a otro dios alguno, sino a su Dios. Ya ves en qué sentido dice el Apóstol: Si entrego mi cuerpo a las llamas10.
6. Considera lo que sigue a continuación: Si no tengo caridad, nada me aprovecha. A esta caridad se te llama ni de ella se te deja caer. ¿Piensas que te aprovechará algo el precipitarte a la muerte, cuando nada te aprovecharía aunque otro te matase siendo enemigo de la caridad? Establecido fuera de la Iglesia, separado del organismo de la unidad y del vínculo de la caridad, serías castigado con eterno suplicio, aunque fueses abrasado vivo por el nombre de Cristo. Eso es lo que dice el Apóstol: Aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha11. Vuelve, pues, el espíritu a una sana consideración y sobrio pensamiento. Mira con diligencia si eres llamado al error y a la impiedad y sufre cualquier molestia por la verdad. Si, por el contrario, te hallas en el error y en la impiedad, considera a donde se te llama: allí está la verdad y la piedad, porque allí están la unidad cristiana y la caridad del Espíritu Santo. ¿Por qué te empeñas todavía en ser enemigo de ti mismo?
7. La misericordia de Dios ha permitido que nosotros y vuestros obispos nos hayamos reunido en Cartago en una asamblea numerosa, para discutir entre nosotros con el mayor orden acerca de nuestro cisma. Se han levantado actas; allí constan nuestras firmas. Léelas o permite que te las lean, y elige entonces lo que quieras. He oído que has dicho que estarías dispuesto a tratar conmigo acerca de las actas si omitiésemos aquellas palabras que vuestros obispos dijeron, a saber: «Una causa no prejuzga otra causa, ni una persona a otra persona que omitamos esas palabras, cuando la misma Verdad habló en ellas por medio de vuestros obispos inconscientes. Dirás que ellos erraron en este punto y que se deslizaron incautamente en una falsa sentencia. Pero nosotros replicamos que dijeron verdad, y lo probamos fácilmente con tu mismo caso. Supongamos que vuestros obispos, elegidos por todo el partido de Donato para defender la causa de todos, de modo que todos tuviesen por bueno y grato lo que ellos hicieran, hayan dicho algo con temeridad y no conforme a la verdad, y que por eso no quieres que sienten prejuicio contra ti. En ese caso dijeron la verdad, pues «ni una causa prejuzga a otra, ni una persona a otra». Debes reconocerlo: si no quieres que la persona de tantos obispos tuyos representados por esos siete siente prejuicio contra la persona del presbítero Donato de Mutugenna, ¡cuánto menos la persona de Ceciliano, aunque en ella se hubiese descubierto algún crimen, debería sentar prejuicio contra la universal unidad de Cristo, la cual no se encierra en la pequeña ciudad de Mutugenna, sino que se difunde por el orbe terráqueo!
8. Pero he aquí que respetamos tu voluntad. Tratamos contigo, como si tus obispos no hubiesen dicho que «una causa no prejuzga a otra, ni una persona a otra». Averigua tú lo que debieron decir allí cuando se hallaron con la objeción de la causa y persona de Primiano: él con sus colegas condenó a los que le habían condenado, y, después de condenarlos y detestarlos, volvió a recibirlos en sus dignidades. En aquella famosa sentencia se había dicho que «las playas estaban llenas de los cadáveres de los muertos». Y, sin embargo, Primiano prefirió reconocer y aceptar el bautismo que habían administrado esos muertos, antes que anularlo y borrarlo; pero al mismo tiempo anuló esa sentencia que vosotros, interpretándola mal, soléis repetir: «Si uno es bautizado por un muerto, ¿de qué le aprovecha su lavatorio?»12. Supongamos que vuestros obispos no hubiesen contestado que «una causa no prejuzga a otra, ni una persona a otra». Entonces hubiesen sido declarados reos en la causa de Primiano. Pero, al decir eso, declaraban inocente a la Iglesia católica en la causa de Ceciliano, que es lo que nosotros decíamos.
9. Lee lo demás y discútelo. Ve si pudieron probar algún crimen al mismo Ceciliano, con cuya persona querían sentar prejuicio contra la Iglesia. Mira si no han declarado más bien hartas cosas a su favor, y si no es verdad que con esas lecturas que han presentado y recitado no han confirmado totalmente la causa buena de Ceciliano. Léelo o deja que te lo lean. Considéralo todo, repásalo con diligencia, y elige lo que has de seguir: o gozar con nosotros en la paz de Cristo, en la unidad de la Iglesia católica, en la caridad fraterna, o soportar por más tiempo las importunidades de nuestro amor hacia ti, y todo por tu criminal disensión, por el partido de Donato, por una división sacrílega.
10. He oído que has prestado atención y repites un punto que está escrito en el Evangelio: que se apartaron del Señor setenta discípulos y se les dejó al arbitrio de su mala e impía partida; y que a los otros doce que quedaron les replicó el Señor: ¿Acaso queréis iros también vosotros?13 Pero no te fijas que entonces comenzaba la Iglesia a germinar con brotes recientes: todavía no se había cumplido la profecía que dice: Le adorarán todos los reyes de la tierra; todas las gentes le servirán14. Cuanto más se va cumpliendo eso, tanta mayor autoridad utiliza la Iglesia, no sólo para incitar, sino también para obligar al bien. Eso quería significar entonces el Señor. Aunque su poder era grande, prefería recomendar antes la humildad. Con harta evidencia lo demostró en la parábola del banquete, cuando envió a llamar a los invitados, y éstos se negaron a venir; entonces dice al siervo: Sal a las plazas y calles de la ciudad y tráeme acá a los pobres, débiles, ciegos y cojos. Y dijo el siervo a su señor: «Hecho está lo que mandaste, y todavía sobra lugar». Y el señor dijo a su siervo: «Sal a los caminos y setos y obliga a todos a entrar, para que se llene mi casa»15. Fíjate que de los primeros que llegaron se dice: Introdúcelos, y no: Oblígalos a entrar. De este modo presenta los principios de la Iglesia, que iría creciendo hasta tener fuerzas para obligar. Convenía, pues, que, al robustecer sus fuerzas y crecimiento, obligase a los hombres a entrar en el convite de la salud eterna. Por eso, después de decir: Hecho está lo que mandaste y todavía sobra lugar, añade: Sal a los caminos y setos, y oblígalos a entrar. Por lo tanto, si caminaseis quietos fuera de este convite de la santa unidad de la Iglesia, sería como si os encontrásemos en los caminos. Pero cometéis contra los nuestros muchos crímenes y crueldades, y es como si estuvieseis llenos de espinas y asperezas; por eso es también como si os encontrásemos en los setos y os obligásemos a entrar. El que es compelido, se ve forzado a ir adonde no quiere; después de entrar, ya recibe el alimento por propia voluntad. Reprime, pues, ya ese ánimo tuyo inicuo y rebelde, para que halles en la verdadera Iglesia de Cristo el convite de la salud.