Tema: Disposiciones morales para conocer la Trinidad.
A máximo.
Hipona. ¿Después del 416/418?
1. Has de conformar tu vida y costumbres con los preceptos de Dios, pues los hemos recibido para bien obrar, empezando por un religioso temor. Porque el principio de la sabiduría es el temor del Señor1, por el que se quebranta y debilita la soberbia humana. Después has de ser manso y humilde en la piedad, sin rechazar con prevenciones contenciosas o lo que aún no entiendes o lo que les parece absurdo y contradictorio en las Sagradas Escrituras a los indoctos, y sin imponer tu interpretación al sentido de los sagrados Libros. Has de ceder y diferir con mansedumbre el entender, antes que denunciar sin mansedumbre lo que es para ti un secreto. En tercer lugar, cuando ya empieces a comprender tu propia debilidad humana y a saber el lugar en que yaces, qué cadena penal arrastras contigo por haber nacido de Adán y cuán lejos del Señor peregrinas2; cuando adviertas en tus miembros otra ley que contradice a la ley de tu mente y te arrastre cautivo en la ley del pecado que reside en tus miembros, entonces exclamarás: Infeliz hombre yo, ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?3 Así te consolará en tus lágrimas, prometiéndote la liberación, la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor. En cuarto lugar, desea cumplir la justicia con mayor ahínco y fervor que el que ponen los inicuos en desear los placeres de la carne, si bien, con la esperanza de la ayuda divina, en este apetito el ardor es más tranquilo y el fuego más eficaz. En este cuarto grado de la vida espiritual se insiste con perseverancia en la oración para que a los que tienen hambre y sed se les conceda saciarse de justicia4. Así, además de no resultar fatigoso, les deleitará el abstenerse de todo deleite de corrupción, no sólo propia, sino también ajena, aunque sea luchando y resistiendo. Para que Dios otorgue esa facilidad, se te añade un quinto consejo, referido a la misericordia: ayuda al pobre en lo que puedas, ya que anhelas ser ayudado por el Omnipotente en aquello que tú no puedes. El papel de la misericordia es doble: perdonar las injurias y dar pruebas de humanidad; ambas cosas las abarcó brevemente el Señor al decir: Perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará5. Esta actividad vale igualmente para purificar el corazón y poder así contemplar con pura inteligencia, en cuanto es posible en esta vida, la inmutable sustancia de Dios. Ante nosotros tenemos un obstáculo y hay que eliminarlo, para que nuestra mirada entre en la luz. Por eso dijo el Señor: Pero dad limosna, y todas las cosas serán puras para vosotros6. Y por eso sigue el sexto consejo, que es la pureza de corazón.
2. Para dirigir la mirada pura y auténtica a la luz, no refiramos al fin de agradar a los hombres o de satisfacer nuestras necesidades corporales el bien que laudablemente hagamos ni la verdad que aguda y sagazmente descubramos. Dios quiere ser servido gratuitamente, pues no hay objeto alguno fuera de él por el que hayamos de apetecer a Dios. Cuando por esos peldaños de la vida, con mayor prisa o lentitud, alcanzamos la pureza intelectual, entonces osaremos decir que podemos tocar un tantico con la mente la unidad de la suma e inefable Trinidad; ahí residirá la suma paz. Porque ya no hay cosa que hayamos de esperar, cuando los reformados según la imagen de su origen, del Hijo de Dios, nacido de los hombres, gozarán de la inmutabilidad del Padre. Resumiendo: primero, bienaventurados los pobres de espíritu, en lo que reside el temor. Después, bienaventurados los mansos, en lo que reside la piedad dócil. En tercer lugar, bienaventurados los que lloran, en lo que se halla la ciencia de la propia debilidad. Cuarto, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, en lo que consiste la fortaleza en el empeño para mantener domadas las concupiscencias. Quinto, bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia, donde se da el consejo de ayudar para merecer ser ayudados. Entonces se llega al sexto grado, en el que se dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios7, donde se ve que el entendimiento puro y capacitado para comprender8 no percibirá nada de la Trinidad si no renuncia a apetecer las alabanzas humanas, aunque haga cosas laudables. Y así llegamos al séptimo grado, la tranquilidad de aquella paz que no puede darnos el mundo9. Cuatro son las virtudes que también los filósofos pudieron indagar con memorable habilidad, a saber: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Si ahora para lograr un culto religioso perfecto, les añadimos y unimos otras tres, a saber: fe, esperanza y caridad, hallamos el número siete. Y no pueden omitirse las tres últimas virtudes, pues sabemos que sin ellas no se puede ni servir a Dios ni agradarle.