CARTA 170

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Teología trinitaria.

Alipio y Agustín saludan en el Señor a Máximo, señor eximio y justamente venerable, a la vez que piadoso hermano.

Hipona. ¿Después del 416/418?

1. Al preguntar a nuestro santo hermano y colega en el episcopado Peregrino por tu salud y la de los tuyos, no tanto por la corporal como por la espiritual, sus respuestas nos han alegrado por lo que se refiere a ti; pero nos han entristecido por lo que se refiere a los tuyos, ya que aún no se han incorporado a la Iglesia con una saludable conversión. Esperábamos que tendría lugar pronto, y por eso lamentamos que aún no se haya realizado, señor eximio, hermano justamente honorable y piadoso.

2. Por eso, al saludar a tu caridad en la paz del Señor, te mandamos y rogamos que no retardes el enseñarles lo que aprendiste, a saber: no hay más que un solo Dios, a quien se debe aquella servidumbre que con vocablo griego se llama latría. Ese vocablo está en la ley, pues está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás1. Si sólo al Padre llamamos Dios, se replicará que no se le debe al Hijo el culto de latría: el decir eso es un pecado. Y si se le debe, ¿cómo se le debe tan sólo a Dios, sí se le debe al Padre y al Hijo, sino porque ese solo Dios, a quien se nos manda dar el culto de latría, de tal modo es un solo Dios, que se entienden en él el Padre, el Hijo y aun el Espíritu Santo? De Él dice el Apóstol: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son en vosotros templos del Espíritu Santo, que recibisteis de Dios, y ya no sois vuestros? Fuisteis comprados a un gran precio. ¡Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo!2 ¿A qué Dios, sino al Espíritu Santo, cuyos templos eran, según su testimonio, nuestros cuerpos? Luego se le debe al Espíritu Santo la latría. Si se nos mandara edificarle un templo de madera y piedra como el de Salomón, se demostraría que el edificarle un templo pertenece al culto de latría. ¡Cuánto más se deberá la latría a aquel a quien no edificamos un templo, sino de quien somos templo!

3. Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo se les debe la adoración de la cual se dijo: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás, y nosotros se la rendimos. Por lo tanto, el Señor nuestro Dios, a quien exclusivamente debemos adoración, no es el Padre sólo, ni el Hijo sólo, ni sólo el Espíritu Santo, sino la misma Trinidad, un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre no es la misma persona que el Hijo, ni el Espíritu Santo es el Padre o el Hijo, pues en aquella Trinidad, el Padre lo es de sólo el Hijo, el Hijo lo es de sólo el Padre, y el Espíritu Santo es espíritu del Padre y del Hijo; pero como la naturaleza es una y la misma, y la vida es inseparable, el hombre (en cuanto puede y precediendo la fe) entiende por esa Trinidad al único Dios nuestro, del que está escrito: Al Señor Dios tuyo adorarás y a Él sólo servirás, y a quien pregona el Apóstol diciendo: Porque de Él, en Él y por Él son todas las cosas; gloria a Él por los siglos de los siglos3.

4. El Hijo unigénito no procede de Dios Padre, como procede de El toda la creación, que creó de la nada. Le engendró de su propia sustancia, no le creó de la nada. Tampoco le engendró en el tiempo, pues mediante El creó todos los tiempos. Así como la llama no precede en el tiempo al resplandor que engendra, así nunca estuvo el Padre sin el Hijo. Porque él es la sabiduría de Dios Padre, de la que está escrito: Es resplandor de la luz eterna4. Es, pues, sin duda coeterno de aquella luz cuyo resplandor es. Por eso no le creó Dios en el principio, como creó en el principio el cielo y la tierra, sino que en el principio era el Verbo5. Tampoco el Espíritu Santo fue hecho de la nada, como lo fue la creación, sino que procede del Padre, de modo que no ha sido hecho ni por el Padre ni por el Hijo.

5. Esta Trinidad tiene una misma naturaleza y sustancia. No es menor en cada persona que en las tres juntas, ni mayor en las tres que en cada una. Tan grande es en sólo el Padre o en sólo el Hijo como en el Padre e Hijo juntos. Y tan grande en sólo el Espíritu Santo como lo es en el Padre, Hijo y Espíritu Santo juntos. Porque el Padre, para engendrar al Hijo de sí mismo, no disminuyó, sino que de sí mismo engendró otro sí mismo, quedando íntegro en sí mismo, siendo tan grande en el Hijo como lo era solo. Del mismo modo el Espíritu Santo procede íntegro de su principio íntegro. No precede a su principio, sino que es tan grande con El, cuanto lo es procediendo de Él. Y cuando procede, no disminuye a su principio, ni le aumenta uniéndose a Él. Los tres son uno sin confusión. Pero no son tres con separación, sino que, siendo uno, son tres, y siendo tres, son uno. El que otorgó a tantos corazones de sus fieles el ser un solo corazón6, ¡cuánto más conservará en sí mismo el que estas tres personas sean Dios, y las tres juntas sean un Dios y no tres dioses! Este es el único Señor nuestro Dios, a quien servimos con toda piedad y a quien únicamente se debe aquella adoración.

6. En las cosas que nacen en el tiempo, su bondad otorga que cada cosa engendre de la propia sustancia a su prole, como el hombre, por don suyo, engendra a un hombre de la misma naturaleza que él es, es decir, a un hombre que no es de otra naturaleza, sino de aquella que es la suya, aunque no engendre al padre de su hijo, que es él mismo. Ya ves qué gran impiedad es decir que Él no engendró lo que Él es. Hay nombres que indican relación de parentesco y no de naturaleza; se llaman relativos, y se refieren a otra cosa; ambas cosas relativas son a veces idénticas, pero a veces diversas. Son iguales cuando refieren el hermano al hermano, el amigo al amigo, el vecino al vecino, el pariente al pariente, y mil otras relaciones que sería interminable querer detallar. En estas relaciones, el primero es para el segundo lo que el segundo para el primero. Pero hay relaciones diversas, como de padre a hijo, de hijo a padre, de suegro a yerno y de yerno a suegro, de señor a siervo y de siervo a señor. Aquí no es el primero para el segundo lo que es el segundo para el primero, pero ambos son hombres: la relación es diversa; la naturaleza, idéntica. Si miras lo que es el uno para el otro, hallarás que el primero no es para el segundo lo que el segundo para el primero: el uno es padre; el otro, hijo; el uno, suegro; el otro, yerno; el uno, señor; el otro, siervo. Pero, si miras lo que cada uno es respecto a sí mismo o en sí mismo, hallarás que el uno es lo mismo que el otro: el uno es hombre y el otro también. Ya entiende tu prudencia que no hablan razonablemente los arrianos, de cuyo error Dios te libró al afirmar que la naturaleza es diversa en Dios Padre y en Dios Hijo, porque el uno es Padre y el otro Hijo; o que el Dios Padre no engendró a otro igual a Él, pues no engendró al Padre de su hijo, lo que es El respecto al Hijo. ¿Quién no verá que tales vocablos no denotan la naturaleza en sí misma, sino que indican la persona del uno en relación con la del otro?

7. Tal es también eso que dicen con igual engaño: que el Hijo tiene distinta naturaleza y diversa sustancia, porque Dios Padre no procede de otro Dios, y el Hijo, en cambio, aunque sea Dios, procede de Dios Padre. Tampoco aquí se indica la sustancia, sino el origen; es decir, no se indica lo que cada uno es, sino de dónde procede o no procede. Abel y Adán no dejaron de tener una misma naturaleza o sustancia porque Abel procedió de un hombre y Adán no procedió. Si se pregunta por la naturaleza de ambos, hombre fue Adán y hombre fue Abel; pero, si se pregunta por el origen, Abel procedió del primer hombre y Adán de ninguno. Así acaece en Dios Padre y Dios Hijo: si preguntamos por la naturaleza, ambos son Dios, v no es el uno más Dios que el otro; si se pregunta por el origen, es Padre Dios aquel de quien procedió el Hijo Dios, y el Padre no procedió de ningún Dios.

8. En vano se esfuerzan en replicar a esto diciendo: «El hombre engendra con pasión, y Dios engendró a su Hijo sin pasión». A ellos nada les ayuda eso, pero a vosotros mucho. Porque, si Dios otorga a las cosas temporales y pasibles el engendrar lo mismo que son, ¡cuánto más el Eterno e impasible engendraría lo mismo que Él es, el Uno al Único! Es grande nuestra admiración porque engendró sin pasión y con tanta igualdad que no precedió a su Hijo ni en la potestad ni en la edad. Pero todo lo que tiene y puede el Hijo, no se lo atribuye a sí mismo, sino al Padre, porque no procede de sí mismo, sino del Padre. Es igual al Padre, pero también eso lo recibió del Padre. Y no lo recibió para ser igual, como si antes fuera desigual, sino que nació igual y nació en la eternidad, y por eso siempre fue igual. No engendró el Padre un Hijo desigual y luego le añadió la igualdad después de nacido, sino que le dio la igualdad al engendrarle, porque le engendró igual y no diferente. Por lo tanto, el ser igual a Dios en la forma de Dios no fue usurpación para el Hijo, sino naturaleza. Porque lo tomó al nacer, no lo usurpó por soberbia7.

9. Dice la Escritura que el Padre es mayor8, porque el Hijo se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo9, no perdiendo la de Dios. Por esa forma de siervo no sólo se hizo inferior al Padre, sino también a sí mismo y al Espíritu Santo. Y no sólo dentro de la Trinidad, sino que fue disminuido un poco menos que los ángeles10, y hasta fue menor que los hombres cuando quedó sometido a sus padres11. Al llegar la plenitud de los tiempos, tomó esa forma de siervo y se anonadó, y por esa forma dijo: El Padre es mayor que yo12. Pero por la otra forma, que no perdió ni aun al anonadarse, dijo: Yo y el Padre somos una misma cosa13, porque se hizo hombre y siguió siendo Dios. El hombre fue asumido por Dios, no se consumió Dios en el hombre. Por eso es muy razonable que Cristo hombre sea menor que el Padre, y el mismo Cristo Dios sea igual al Padre.

10. Hemos celebrado que en presencia nuestra y con gran alegría del pueblo de Dios te hayas incorporado a esta fe católica y recta. Pero ¿por qué hemos de entristecernos por la indolencia de los tuyos? Te suplicamos, por la misericordia de Cristo, que con su ayuda quites esta tristeza de nuestro corazón. No es de creer que tu autoridad haya valido mucho para pervertir a los tuyos y nada valga para corregirlos. ¿Acaso te desprecian porque te has incorporado a la Iglesia católica en esta edad? Más deben admirarte y venerarte porque has vencido ese viejísimo error con una cierta juventud senil. Dios nos libre de que te resistan cuando dices la verdad, ellos que te creyeron cuando te desviabas de la misma. Dios nos libre de que se nieguen a sentir rectamente contigo los que se deleitaban en errar contigo. Reza por ellos e insísteles. Más aún, llévalos a la casa de Dios contigo, pues están en tu casa contigo; no te dé vergüenza ni seas perezoso para ir a la casa de Dios con ellos, pues solían reunirse contigo en la tuya. Ten en cuenta que la madre Iglesia te pide que le traigas los unos y le devuelvas los otros. Te pide esos que están contigo y te reclama aquellos que perdió por tu culpa. No la atormentes con pérdidas, antes bien alégrala con ganancias. Adquiera ella hijos que no tuvo, y no tenga que llorar a los que tuvo. Pedimos a Dios que hagas lo que te suplicamos. Y esperamos de su misericordia que con la carta de nuestro santo hermano y colega en el episcopado Peregrino y con la respuesta de tu dilección presto se llenará de gozo nuestro pecho por el éxito, y nuestra lengua de palabras de exultación14.