Tema: Respuesta a dos cuestiones presentadas por Evodio.
A Evodio.
Hipona. Año 415.
1 1. Si tu santidad tiene tanto empeño en conocer los estudios en que principalmente me ocupo, y de los que me niego a separarme, envíame acá alguien que te los copie. Ya he terminado algunos que este mismo año, antes de Pascua, al acercarse la Cuaresma, había comenzado. Así, añadí dos libros nuevos a los otros tres de La ciudad de Dios, contra sus enemigos, los adoradores de los demonios. Creo que en esos cinco libros he discutido bastante contra aquellos que creen que debemos adorar a sus dioses por la felicidad de la vida presente y se oponen al nombre cristiano por creer que les impedimos su felicidad. En adelante, según prometí en el primer libro, tengo que hablar contra aquellos que juzgan necesario el culto de sus dioses por la vida que sigue a la muerte, sin saber que cabalmente por esa vida somos nosotros cristianos. He dictado la exposición de tres nuevos salmos, el sesenta y siete, el setenta y uno y el setenta y siete, con bastante amplitud. Todos esperan y me exigen con ahínco los que aún no he dictado ni estudiado. No quiero que me aparten de esto y me retarden cualesquiera otras cuestiones que me salgan al paso. Ni siquiera quiero continuar ahora los libros sobre La Trinidad, que desde hace tiempo traigo entre manos y que aún no he concluido. Me dan demasiada fatiga, y me imagino que son pocos los que podrán entenderlos; más me urgen los que, según mi esperanza, serán útiles a muchos.
2. El texto que tú citas: Quien ignora será ignorado1, no lo refiere el Apóstol al castigo que caerá sobre aquellos que no pueden discernir con su inteligencia la inefable unidad de la Trinidad, al modo que en nuestra alma se disciernen la memoria, el entendimiento y la voluntad. El Apóstol hablaba de otra cosa. Léelo, y verás que se refería a las cosas que edifican la fe o las costumbres de muchos, no a las que pueden llegar a la inteligencia de unos pocos, y aun a una escasa inteligencia, por muy grande que sea la que se puede obtener en esta vida acerca de asunto tan grande. Es decir, quería el Apóstol que la profecía se antepusiera a las lenguas, para que las asambleas no se celebrasen alborotadamente, como si el espíritu de profecía2 obligase a hablar a los que lo rehusaban; quería que las mujeres guardasen silencio en la iglesia y que todo se celebrase honestamente y con orden3. Al tocar esos puntos, dice: Si alguien cree ser profeta o espiritual, conozca que lo que os escribo es mandato de Dios. Si alguno lo ignora, él será ignorado4. Con esas palabras reduce a los inquietos al orden pacífico, conteniendo a los que eran tanto más fáciles para la sedición cuanto más creían sobresalir por su espíritu, siendo así que todo lo perturbaban con su orgullo. Por eso dice: Si alguien cree ser profeta o espiritual, conozca que lo que escribo es mandato de Dios. Aldecir si alguien cree serlo, afirma que no lo es; si lo fuera, no dudaría en reconocerlo, ni necesitaría de avisos y exhortaciones, pues todo lo juzga y por nadie es juzgado5. Producían sediciones y perturbaciones en la Iglesia, los que creían ser lo que en realidad no eran. Les induce, pues, a reconocer que es mandato de Dios6, porque el Señor no es un Dios de sedición, sino de paz7. Si alguien lo ignora, será ignorado8, es decir, reprobado. Si lo refieres a la ciencia, no ignora Dios a aquellos a quienes un día dirá: No os conozco9. Sugiere, pues, la reprobación con el vocablo ignorar.
3. Bienaventurados, dice el Señor, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios10, y esta visión se nos promete como premio supremo para el fin. Por eso, aunque ahora no podamos contemplar las realidades que creemos acerca de la naturaleza divina, no hay que temer que se refiera a eso el quien ignora será ignorado. Pues en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por la sabiduría, y por eso plugo a Dios salvar a los creyentes por la necedad de la predicación. Esta necedad de la predicación y la necedad de Dios, que es más sabia que los hombres11, lleva a muchos a la salvación; logran la salvación, ofrecida a los fieles por la necedad de la predicación, no sólo algunos que no alcanzan a contemplar con inteligencia cierta esa naturaleza de Dios que admiten por la fe, sino también otros que no alcanzan a discernir en su propia alma la sustancia incorpórea de la generalidad de los cuerpos con la certeza con que saben que viven, conocen y quieren.
4. Si Cristo ha muerto tan sólo por aquellos que pueden discernir esas realidades con inteligencia cierta, trabajamos casi en vano en la Iglesia. Mas si, como es lo cierto, los pueblos débiles y creyentes corren al médico para que los sane Cristo, y éste crucificado, a fin de que donde abundó el delito sobreabunde la gracia12, entonces se nos ofrece una realidad maravillosa por la grandeza de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios y por sus juicios inescrutables13. Hay muchos que pueden discernir lo corporal de lo incorporal, y por ello se estiman harto, y se burlan de la necedad de la predicación, por la que se salvan los creyentes: se desvían mucho del único camino que conduce a la vida eterna. En cambio, muchos que se glorían en la cruz de Cristo y no se apartan del camino, ignoran estas distinciones sutilísimas, pero no perecerá uno de los pequeños por los que Cristo murió. Así llegan a la misma eternidad, verdad y caridad, es decir, a la perdurable, cierta y plena felicidad en la que todo está patente a los espíritus indeficientes, videntes y amantes.
2 5. Creamos, pues, en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, con firme piedad. Creamos que el Hijo no es la misma persona que el Padre, ni el Padre es el Hijo, ni el Padre ni el Hijo son el Espíritu Santo. Pensemos que en esta Trinidad no hay diferencia de lugar ni de tiempo, sino que las tres realidades son una sola naturaleza e iguales y coeternas. No fueron creadas unas criaturas por el Padre, otras por el Hijo y otras por el Espíritu Santo, sino que todas y cada una de las que fueron o son creadas subsisten por la Trinidad creadora. A nadie libra el Padre sin el Hijo y sin el Espíritu Santo, o el Hijo sin el Padre y sin el Espíritu Santo, o el Espíritu Santo sin el Padre y el Hijo, sino que libran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, un solo Dios verdadero y verdaderamente inmortal, un solo Dios absolutamente inmutable. En las Escrituras se dicen separadamente muchas cosas de cada uno, para sugerir la Trinidad, aunque esa Trinidad sea inseparable. Así como no pueden ser citados los tres a la vez con sonidos corporales, aunque los tres van inseparables y unidos, así en algunos pasajes de la Sagrada Escritura se simbolizan particular e individualmente por ciertas criaturas; por ejemplo, el Padre es simbolizado en la voz que dijo: Tú eres mi Hijo14; el Hijo se muestra en el hombre que tomó de la Virgen15, y el Espíritu Santo, en la forma corporal de la paloma16. Estos símbolos son distintos, pero en modo alguno demuestran que estén separadas las tres personas.
6. Para entender esto, tomamos a nuestro modo la memoria, el entendimiento y la voluntad. Enunciamos con distinción las tres potencias en tiempos separados, aunque nada decimos o hacemos sin el concurso de las tres juntas. Pero no se crea que se comparan a la Trinidad de modo que le convengan del todo. Porque, cuando se discute, ¿a qué comparación vamos a conceder tanta conveniencia que se adapte en todas sus partes a la cosa simbolizada? ¿O cuándo podremos tomar una criatura que se asemeje al Creador? En el ejemplo dicho aparece primero esta semejanza desemejante. La memoria, el entendimiento y la voluntad están en el alma, pero las tres potencias no son el alma; en cambio, la Trinidad no está en Dios, sino que ella es Dios. Por ahí se patentiza su admirable simplicidad; en ella no es una cosa el ser y otra el entender o cualquier otra cosa que se afirme de la naturaleza divina; en cambio, el alma es, aun cuando no entienda. Por donde una cosa es su ser y otra su entender. Además, ¿quién osará decir que el Padre no entiende por sí mismo, sino por el Hijo, como la memoria no entiende por sí misma, sino por el entendimiento, pues en ella están las tres potencias? En igual forma el alma recuerda tan sólo por la memoria y quiere por la voluntad. La semejanza se emplea porque esas tres potencias que están en el alma se enuncian con nombres singulares, correspondientes a las tres distintas potencias, pero no puede enunciarse ninguno de esos nombres sin la cooperación de las tres: cuando se habla, se recuerda, se entiende y se quiere. Y así, se entiende de algún modo que no hay criatura alguna que represente tan sólo al Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, ni hay criatura que no sea producida por la Trinidad unida, que obra inseparablemente. Por lo tanto, no se hizo la voz del Padre, ni el alma y la carne del Hijo, ni la paloma del Espíritu Santo, sino por obra de la Trinidad.
7. El sonido de aquella voz, que al momento cesó de sonar, no entró a formar unidad de persona con el Padre, como aquella forma corporal de la paloma tampoco entró a formar unidad de persona con el Espíritu Santo. Una vez cumplido su papel simbólico, dejaron de existir, como aquella nube reluciente que en el monte cubrió al Salvador y a sus tres discípulos17, o mejor, como aquel fuego que significó al Espíritu Santo18. Todos aquellos símbolos se realizaban para liberar a la naturaleza humana, y por eso tan sólo el hombre entró a formar unidad de persona con el Verbo de Dios, es decir, se unió, mediante una admirable y singular asunción, con el único Hijo de Dios; el Verbo siguió permaneciendo inmutablemente en su naturaleza, en la cual hemos de pensar que no hay nada compuesto, nada que admita fantasía alguna del alma humana. Aunque se lee: El Espíritu de Sabiduría es múltiple19, hay que decir con razón que es también simple. Es múltiple porque abarca muchas cosas, pero es simple porque es aquello que abarca. Así se dice que el Hijo tiene vida en sí mismo20, y lamisma vida es El. El hombre se juntó al Verbo, no se convirtió el Verbo en hombre con la unión. Y así se llama Hijo de Dios, juntamente con el hombre asumido: ese Hijo de Dios es inmutable y coeterno al Padre, pero en cuanto Verbo sólo; y ese Hijo de Dios fue sepultado, pero en sola la carne.
8. Por eso, cuando se dice algo del Hijo de Dios, hay que ver a qué se refiere. Al asumir al hombre, no creció el número de personas, sino que permaneció inalterable la Trinidad. En cualquier hombre, exceptuando aquel único que individualmente fue asumido por el Verbo, el alma y el cuerpo son una misma persona; del mismo modo en Cristo el Verbo y el hombre son una misma persona; cuando a un hombre lo llamamos filósofo, por ejemplo, es filósofo según el alma, y, sin embargo, decimos corrientemente que el filósofo fue herido, muerto, sepultado, aunque todo esto se realiza en la carne, no en el alma, por la que es filósofo. Pues del mismo modo Cristo es Dios, Hijo de Dios, Señor de la gloria o cualquiera otra denominación que le demos por razón del Verbo, y, sin embargo, decimos con razón que Dios fue crucificado, aunque estamos seguros de que padeció en cuanto a la carne, no en cuanto a aquello por lo que es Señor de la gloria.
9. El sonido de la voz, y la forma corporal de la paloma, y las lenguas distintas como de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos; los acaecimientos que en el monte Sinaí se realizaron con tan terribles manifestaciones21, lo mismo que la columna de nube durante el día y de fuego durante la noche22, todo eso se produjo y consumó con una misión simbólica. Ante todo guardémonos de pensar que por todo esto la naturaleza de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo sea mudable o transformable. No nos importe el que a veces el símbolo reciba el nombre de la cosa simbolizada. Así se dice que el Espíritu Santo descendió en forma corporal como una paloma y posó sobre El. Así la piedra es Cristo porque simboliza a Cristo23.
3 10. Me sorprende que opines que el sonido de aquella voz que dijo: Tú eres mi Hijo24, no pudo producirse mediante el alma sino en sola la naturaleza corporal por voluntad divina, y, en cambio, no opines que del mismo modo podría producirse la forma corporal de un animal cualquiera y un movimiento semejante al de un ser viviente, pero sin mediar espíritu animal alguno, por voluntad divina. Si las criaturas corpóreas obedecen a Dios sin la ayuda del alma vivificante, y entonces se producen los sonidos que suele producir el cuerpo animado, para que la forma de la locución articulada entre en los oídos, ¿por qué no habían de obedecer de modo que, sin mediar alma vivificante, sino por el mismo poder del Creador, entren por los ojos la figura y movimiento de un ave? ¿Podrá merecerlo el oído y no podrá merecerlo la vista? Ambos sentidos se forman de la materia corporal lo mismo que los sensibles, el que suena al oído y el que se ofrece a los ojos, la voz articulada y los miembros delineados, el movimiento oíble y el visible. Es verdadero el cuerpo que sentimos por el sentido corporal, y cuerpo no significa otra cosa que lo que percibimos por ese sentido corporal. El alma no se percibe en ningún ser animado ni con ningún sentido corporal. No hay, pues, necesidad de inquirir cómo apareció la forma corporal de la paloma, del mismo modo que no inquirimos cómo sonaron las voces de un cuerpo articulado. Si pudo faltar el alma allí donde se dijo que se produjo una voz, no una cuasi voz, mejor pudo faltar cuando se dice una paloma, significando con este término únicamente la forma corporal que se ofrece a los ojos, sin expresar la naturaleza de ese ser animado y vivo. Así se dice también: Se produjo de pronto un rumor del cielo, como si agitase un viento vehemente, y aparecieron sobre ellos lenguas distintas como de fuego25. Aquí se habla de una forma como de viento y como de fuego sensible semejante a esas naturalezas corrientes y notorias, y no parece indicarse que se hayan creado en esos momentos las dos naturalezas corrientes y notorias.
11. Un sutil razonamiento y un estudio mejor podría quizá demostrar que las naturalezas que no se mueven en el tiempo ni en el espacio, no se mueven sino mediante el alma, que puede moverse en el tiempo, aunque no en el espacio. Y entonces se sigue que todo aquello se efectuó mediante criaturas vivas, como se efectúa mediante los ángeles. Pero sería largo y no necesario el discutirlo con mayor diligencia. Además, hay visiones que aparecen tanto a la imaginación como a los sentidos corporales, no tan sólo en el sueño y en el frenesí, sino también en la vela y la buena salud mental; y no acaecen por alucinación de los demonios burlones, sino por revelación imaginaria mediante formas incorpóreas semejantes a los cuerpos; no pueden discernirse en absoluto (si la ayuda divina no las revela mejor o si la inteligencia no las aclara) casi nunca cuando se producen, pero con mucha frecuencia sí después de acaecidas. Siendo esto así, cuando la Sagrada Escritura habla de esas visiones que se presentan, ya a nuestra imaginación, ya a nuestros sentidos corporales, ya se trate de la naturaleza corporal, ya de sola la forma sensible aunque de una naturaleza espiritual, no debemos afirmar temerariamente de cuál de ambas visiones se trata, ni si se producen sensiblemente, aunque mediante una criatura viva. Basta que creamos sin dudar, o captemos con la inteligencia que podamos, la naturaleza invisible e inmutable de la suma e inefable Trinidad, separada y distinta de los sentidos de la carne mortal y de toda transformabilidad que la mejore o la empeore, o de cualquiera otra mutación.
4 12. He aquí los dos puntos que, a pesar de mis urgentes ocupaciones, he podido redactar para ti: el primero, sobre la Trinidad, y el segundo, sobre la paloma en que apareció el Espíritu Santo, no en su naturaleza, sino en una forma simbólica, del mismo modo que el Hijo de Dios no fue crucificado por los judíos según el nacimiento del que dijo el Padre: Antes de la aurora te engendré26, sino según el hombre tomado de las entrañas de la Virgen. Tú verás cuán ocioso vives para hacer esas consultas. No creí necesario tocar todos los puntos que pones en tu carta. En cuanto a esos dos, sobre que quisiste oír algo de mi boca, estimo que he contestado. Si no he sido bastante largo para tu avidez, he sido bastante dócil para con tu caridad.
13. Además de los dos libros que he añadido a los otros tres de La ciudad de Dios, y de la Exposición de tres nuevos salmos, escribí un librito al santo presbítero Jerónimo sobre el origen del alma. Le preguntaba cómo, sin menoscabarse la fe bien fundada de la Iglesia, puede defenderse su opinión; escribió él a Marcelino, de religiosa memoria, que «se crean almas individuales para cada individuo que nace». Creemos con firmeza que todos mueren en Adán, si no son liberados por la gracia de Cristo27, la cual obra aun en los párvulos mediante su sacramento; de lo contrario, son arrastrados a la condenación. Escribí todavía otro al mismo, preguntándole su opinión sobre un pasaje de la carta de Santiago, que dice: Quien guarda toda la ley, pero quebranta un precepto, se hace reo de todos28. En éste exponía yo mi parecer, mientras que en el primero me limité a preguntar su opinión sobre el origen del alma, y mi discusión era una incesante interrogación. No he querido perder la coyuntura que me ofrecía Orosio, un joven presbítero muy santo y estudioso, que llegó acá desde el fin de España, es decir, desde las playas del Océano, movido tan sólo por el afán de conocer las Santas Escrituras. Le persuadí a que visitase a Jerónimo. Este Orosio me hizo algunas preguntas que le inquietaban sobre la herejía de los priscilianistas y sobre algunas opiniones de Orígenes no aceptadas por la Iglesia. Contesté a sus preguntas con la brevedad y claridad que pude en un libro no grande. He escrito también un libro grande contra la herejía de Pelagio. Me obligaron a ello algunos hermanos a quienes él había atraído a su opinión perniciosísima contra la gracia de Cristo. Si quieres poseer todos esos escritos, envía a alguien que te saque copia. Y a mí permíteme que me dedique a investigar y a dictar cosas que, por ser necesarias a muchos, han de anteponerse, a mi ver, a esas consultas tuyas, que a muy pocos atañen.