Tema: Libro sobre una frase del apóstol Santiago
A Jerónimo.
Hipona. Poco después de la anterior.
1 1. No quise recargar con un nuevo problema la carta que te envié, hermano Jerónimo, para mí honorable en Cristo, acerca del alma humana. Te preguntaba si se crean una a una para cada individuo que nace, y cómo contraen el vínculo del pecado, que sin género de duda hay que borrar por el sacramento de la gracia de Cristo aun en los niños recién nacidos. La carta era demasiado larga. Pero cuanto más aguijonea un problema, tanto menos debemos desdeñarlo. Por eso, te ruego y suplico por nuestro Señor que expongas un punto que sin duda será de provecho a no pocos. Si ya se halla expuesto por ti o por otro, proporcióname el libro. ¿Cómo hemos de entender lo que está escrito en la carta del apóstol Santiago: Quien guardare toda la ley, mas quebranta un solo precepto, se hace reo de todos?1 Es un problema tal y tan grande, que bien me pesa no haberte consultado antes sobre él.
2. Aquí se trata de ordenar la vida presente de modo que lleguemos a la eterna, no de elucidar la vida pasada, ya desvanecida en el olvido, como ocurría en el otro punto sobre el que consideré que debía consultarte. Hay una frase elegante que viene muy a cuento aquí. Un sujeto se cayó al pozo. El agua era tan escasa, que le sirvió para no matarse en la caída, más bien que para impedirle hablar ahogándole. Se acercó otro sujeto y, al verle allá abajo, le dijo con compasión: «¿Cómo caíste ahí?». El cuitado replicó: «Haz el favor de pensar cómo puedes sacarme de aquí y no preguntes por el modo como caí». Así confesamos y mantenemos con fe católica que el alma, aun la del niño, tiene que ser liberada por la gracia de Cristo del reato del pecado como de un pozo. Bástele al niño que sepamos cómo ha de salvarse su alma, aunque nunca averigüemos cómo cayó en ese infortunio. Pensé, sin embargo, que te lo debía consultar, para no aceptar sin cautela una de esas opiniones sobre la encarnación del alma. No quiero verme obligado quizá a negar la necesidad de liberación que tiene el alma del niño, por afirmar que está exenta del reato, pues de ningún modo puede librarse sino por la gracia de Dios mediante Jesucristo nuestro Señor2. Si logramos además conocer el origen y la causa del mal, resistiremos con mayor preparación e instrucción, no a los que discuten, sino a los que pleitean con vanas palabras. Y si no lo logramos, no deberá entibiarse la obligación de la misericordia porque no se ve el principio de la miseria. A los que creen saber lo que no saben les llevo esta ventaja: no ignoro mi ignorancia. Una cosa es aquella cuya ignorancia es un mal y otra aquella que o no puede saberse, o no es necesario, o es indiferente para la vida que buscamos. En cambio, lo que ahora te consulto sobre la carta de Santiago Apóstol, atañe a la actividad de esa misma vida en la que vivimos y nos esforzamos por agradar a Dios para vivir eternamente.
3. Por favor, ¿cómo se ha de entender que quien guarda toda la ley, pero quebranta un precepto, se hace reo de todos?3 ¿Por ventura será reo de homicidio, adulterio y sacrilegio quien comete un hurto, más aún, quien dijere al rico: Siéntate ahí, y al pobre: Tú quédate en pie allá? Si no es así, ¿cómo se hace reo de todos quien quebranta un solo precepto? ¿O acaso lo que dije del pobre y del rico no pertenece a los puntos en que, si uno peca, se hace reo de todos? Recordemos los antecedentes de esta afirmación y las premisas de que brota, y con las cuales forma contexto. Dice así: Hermanos míos, no mantengáis con acepción de personas la fe en la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Porque si entrase a vuestra reunión un señor vestido de blanco y con anillo de oro, y entrase también un pobre sórdidamente vestido, y miraseis al que viene vestido con lujo y le dijereis: «Tú siéntate aquí cómodamente», y luego le dijereis al pobre: «Tú quédate en pie allá», o «Siéntate en la alfombra de mis pies», ¿acaso no juzgáis en vosotros mismos y os hacéis jueces de inicuos pensamientos? Escuchad, hermanos míos amadísimos. ¿No eligió Dios a los pobres en este mundo, ricos en la fe y herederos del reino que prometió a sus amadores? Vosotros, en cambio, deshonrasteis al pobre. Lo deshonran porque le dice «quédate en pie allá», mientras al que tiene el anillo de oro le dicen: «Tú siéntate aquí cómodamente». Luego continúa declarando y desarrollando con mayor amplitud esa sentencia misma: ¿No es verdad que los ricos con su poder os oprimen y llevan a los tribunales? ¿No es verdad que blasfeman el santo nombre que ha sido invocado sobre vosotros? Bien hacéis si cumplís la ley real conforme a la Escritura: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero, si hacéis acepción de personas, cometéis pecado y la ley os arguye como transgresores4. Ya ves que llama transgresores de la ley a los que dicen al rico: Siéntate ahí, y a los pobres: Tú quédate en pie allá. Por lo cual, para que no creyesen que era un pecado desdeñable el transgredir la ley en ese punto, añade a continuación: Quien guardare toda la ley, pero quebrantare un precepto, se hace reo de todos. Porque el mismo que dijo: «No fornicarás», dijo también: «No matarás». Si no matas, pero fornicas, eres transgresor de la ley. Antes había dado la razón: La ley os arguye como transgresores5. Siendo esto así, y si no se ha de interpretar de otro modo, parece seguirse que quien dijere al rico: Siéntate aquí, y al pobre: Quédate allá en pie, otorgando a aquél un honor mayor que a éste, ha de ser tenido poridólatra, blasfemo, adúltero, homicida y, para abreviar, reo de todos los crímenes; porque al quebrantar un precepto se hace reo de todos ellos.
2 4. Entonces ¿quién tiene una virtud las tiene todas, y quien carece de una carece de todas? Si esto es verdad, se confirma esa interpretación de la frase. Mas yo pido una exposición, no una confirmación, ya que la frase es por sí misma a mis ojos más segura que todas las autoridades de los filósofos. Aunque sea verdad lo que acabo de decir sobre las virtudes y los vicios, no se sigue de ahí que todos los pecados sean iguales. Quizá yo me engañe. Pero sí es verdad lo que apenas recuerdo, la inseparabilidad de las virtudes agradó a todos los filósofos, que dijeron que esas virtudes eran necesarias para ordenar la vida. En cambio, sólo los estoicos osaron defender la igualdad de los pecados contra el sentido común del género humano. Tú mismo refutaste claramente con la Sagrada Escritura la vanidad de esos estoicos en aquel Joviniano, que en ese punto era estoico, aunque en libar y defender los placeres era epicúreo. En ese estudio tuyo, tan lleno de suavidad y lucidez, se vio bien claro que no agradó a los autores sagrados, o mejor a la Verdad, que habló por ellos, la igualdad de todos los pecados. Voy a esforzarme en declarar cómo puede darse que la igualdad de las virtudes sea verdadera, sin que nos veamos obligados a conceder la igualdad de todos los pecados. Si lo logro, me aprobarás. Donde yo no esté a la altura de la causa, tú suplirás.
5. Para demostrar que quien tiene una virtud las tiene todas y quien carece de una carece de todas, dicen que la prudencia no puede ser cobarde, ni injusta, ni intemperante, ya que, si lo fuese, no sería tampoco prudencia. Luego si es prudencia y es, por ende, fuerte, justa y templada, allí donde está, lleva consigo las demás virtudes. Del mismo modo, la fortaleza no puede ser imprudente, intemperante o injusta. Asimismo, la templanza es por necesidad prudente, fuerte y justa, y la justicia no puede ser sino prudente, fuerte y templada. Cuando una de esas virtudes es verdadera están con ella las demás, y cuando las demás faltan, ella no es auténtica, aunque en algún modo sea semejante a la auténtica.
6. Bien sabes que se dan ciertos vicios que son diametralmente opuestos a las virtudes, como la imprudencia a la prudencia. Hay otros que son contrarios cabalmente porque son vicios, pero que soy muy semejantes a las virtudes; así la astucia, no la imprudencia, con relación a la prudencia; me refiero ahora a aquella astucia que en su sentido peyorativo ordinario suele entenderse y llamarse así. No me refiero, pues, a esa astucia de la que nuestras Escrituras suelen hablar en buen sentido, por ejemplo: Sed astutos como la serpiente6, o Para dar astucia a los inocentes7. Verdad es que un gran conocedor de la lengua latina, habla en el buen sentido de la astucia cuando dice: «Tampoco le faltaban (a Catilina) ni el dolo ni la astucia para precaverse»; pero ese uso es para los latinos raro y para los nuestros frecuentísimo. Igualmente, en el terreno de la templanza, la prodigalidad se opone claramente a la parsimonia; en cambio, lo que vulgarmente suele llamarse tacañería es un vicio muy semejante a la parsimonia, no por naturaleza, sino por su apariencia falaz. Del mismo modo, la injusticia es manifiestamente contraría a la justicia en cuanto a semejanza; pero suele hacer como que imita a la justicia el apetito de venganza, aunque es un vicio. La cobardía es notoriamente contraria a la fortaleza; pero la obstinación, que se diferencia mucho por su naturaleza, se le parece por sus apariencias. En fin, la constancia es una parte de la fortaleza; de ella dista mucho la inconstancia, y sin duda alguna se le opone; pero la pertinacia trata de llamarse constancia, aunque no lo es; la constancia es una virtud y la pertinacia es un vicio.
7. Para no tener que repetir lo mismo sin cesar, vamos a poner un ejemplo por el que podremos entender los demás casos. Los que conocieron a Catilina escribieron de él que podía tolerar el frío, la sed y el hambre, y que tenía increíble paciencia para resistir la privación, la intemperie, las vigilias, y que por eso a sus propios ojos y a los de sus enemigos estaba dotado de gran fortaleza. Pero esa fortaleza no era prudente, pues elegía el mal en lugar del bien; no era templada, pues se manchaba con las más feas torpezas; no era justa, pues se había conjurado contra la patria. Por lo tanto, no era fortaleza, sino que la obstinación para seducir a los incautos se daba a sí misma el nombre de fortaleza. Si fuera fortaleza, no hubiese sido vicio, sino virtud; y si fuera virtud, no la hubiesen abandonado las otras virtudes, sus inseparables compañeras.
8. Pero si se trata de los vicios y se discute si también están todos allí donde está uno, o faltan todos donde falta uno, la prueba resulta difícil. En efecto, a cada virtud se oponen dos vicios, uno abiertamente contrario y otro que tiene las apariencias de la misma virtud. En el caso de Catilina era fácil descubrir un vicio: no se trataba de la fortaleza, ya que no llevaba consigo las otras virtudes. Pero difícilmente se podría demostrar que ese vicio era cobardía, cuando vemos una increíble disposición para tolerar y sufrir las más graves molestias. Quizá otros más ingeniosos pueden identificar la obstinación con la cobardía, ya que Catilina se había rendido ante la fatiga de otras buenas preocupaciones con las que se adquiere la auténtica fortaleza. Pero audaces hay que no son tímidos, y tímidos que no son audaces, y ambas cualidades son viciosas: quien tiene la auténtica virtud de la fortaleza no es temerariamente audaz ni atolondradamente cobarde; por eso nos vemos obligados a confesar que las virtudes tienen muchos vicios.
9. A veces un vicio se corrige con otro; por ejemplo, el amor al dinero, con el amor al honor. A veces un vicio es sustituido por otros varios: sirva de ejemplo el borracho que deja de beber por tacañería y avaricia. Así, pues, pueden unos vicios dejar su puesto a otros y no a las virtudes, y son muchos por lo tanto. En cambio, allí donde entra una virtud, puesto que lleva consigo a las otras, deben desaparecer todos los vicios que allí estaban. No estaban, sin embargo, todos los vicios, sino que se sucedían unos a otros a veces en igual o menor número y a veces en número mayor.
3 10. Averigüemos con mayor ahínco si esto es así. Porque no es una proposición divina esta de que «quien tiene una virtud, las tiene todas», y «quien carece de una, carece de todas». Así han opinado hombres sumamente ingeniosos y estudiosos, con mucho tiempo libre para reflexionar, pero al fin hombres. Yo, por mi parte, no me atrevo a decir que no tiene la pureza, o que esa pureza no es virtud, o es una virtud pequeña, no sólo el varón (por el parentesco que tienen las palabras vir y virtus), sino también la mujer que guarda a su marido la fidelidad conyugal, si así lo hace por los preceptos de Dios y sus promesas, y es fiel a Dios ante todo; o que no es puro el marido que guarda fidelidad a su esposa. De estos hombres hay muchos, y, sin embargo, ninguno de ellos carece de pecado, y ese pecado proviene, sin duda, de algún vicio. Por donde la pureza conyugal es, sin duda alguna, una virtud en las mujeres y varones religiosos, pues no podemos decir que no es nada o que es un vicio. Y, sin embargo, esa virtud no tiene consigo a todas las otras. Si las tuviese, no habría vicio; y si no hubiese vicio, carecería de pecado. Y ¿quién carece de pecado? ¿Quién vive sin algún vicio, es decir, sin algún fomes, ouna como raíz de pecados, cuando aquel que descansó sobre el pecho de Cristo8 dijo: Si dijéramos que carecemos de pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no habita en nosotros la verdad?9 Para ti no es menester discutir más, pero discuto pensando en otros que quizá lean esto. Porque en ese espléndido libro tuyo contra Joviniano demostraste lo mismo, con la mayor diligencia, por los libros santos. Allí citaste esa misma carta en la que se leen las palabras que dan pie a esta discusión, recordando lo que está escrito: Todos pecamos en muchas cosas. Habla un apóstol de Cristo y no dice «pecáis», sino pecamos. En el pasaje discutido decía: Quien guarda toda la ley, pero quebranta un precepto, se hace reo de todos10; y, sin embargo, aquí dice que todos pecamos y no sólo algunos, y que pecamos en muchas cosas y no tan sólo en una.
11. Guárdese todo fiel cristiano de afirmar que tantos miles de siervos de Cristo que con verdad afirman que tienen pecado, para no engañarse a sí mismos y para que la verdad more en ellos, no tienen ninguna virtud; la virtud es una gran sabiduría, y la misma Sabiduría dijo al hombre: He aquí que la piedad es la sabiduría11. Guardémonos de decir que tantos y tan grandes varones de Dios, fieles y piadosos, carecen de la piedad que los griegos llaman eusébeian, o más expresa y ampliamente theusébeian. ¿Qué es la piedad sino el culto de Dios? ¿Y cómo se le da culto sino por la caridad? Grande y auténtica virtud es, pues, la caridad que brota de un corazón puro, de la conciencia buena y de la fe no fingida, puesto que ella es también el fin del precepto12. Con razón se dijo que es fuerte como la muerte13, oporque, como a la muerte, nadie la vence, o porque, durante esta vida, la medida de la caridad es amar hasta la muerte, como dijo el Señor: Nadie tiene mayor caridad que el que da su vida por los amigos14; omás bien porque, como la muerte separa el alma de los sentidos corporales, así la caridad nos separa de las concupiscencias carnales. A ella se subordina la ciencia cuando es útil, pues sin ella hincha15. Y ningún vacío tendrá que llenar la ciencia con su hinchazón si la caridad lo ha llenado todo con su edificación. Con una definición mostró el Apóstol cuál es esa ciencia útil, pues dijo: He aquí que la piedad es la sabiduría16; y añadió al momento: Abstenerse del mal, ésa es la ciencia. Mas ¿por qué no decimos que quien tiene esta virtud las tiene todas, siendo así que la plenitud de la ley es la caridad?17 ¿Acaso cuanto mayor abundancia tiene el hombre de caridad, tanto más dotado está de virtud, y cuanto menos abundancia de caridad tiene, menos virtud posee, pues ella es virtud, y así, cuanto menos virtud tiene, tanto más vicio posee? Entonces allí donde la caridad sea plena y perfecta, no habrá lugar para el vicio.
12. He aquí por qué me parece que los estoicos se engañan: no conceden que quien aprovecha en sabiduría tenga la sabiduría; según ellos, la tiene tan sólo quien es perfecto en ella. No niegan el progreso, pero dicen que nadie es sabio si no sale como de una cierta sima y se remonta a respirar las libres auras de la sabiduría. Cuando se trata de un hombre que va a ahogarse, no interesa saber sí tiene por encima muchos estadios, o un palmo, o un solo dedo de agua; así dicen los estoicos que progresan los que tienden a la sabiduría, porque van saliendo al aire de lo profundo de la vorágine. Si no se libran de toda su estulticia en ese progreso o ascensión, como de un agua que los oprime, ni tienen la virtud ni son sabios; pero, en cuanto se liberan, tienen ya toda la sabiduría y no les queda estulticia, por la que pueda subsistir en ellos pecado alguno.
13. Esta metáfora en que la estulticia se equipara al agua y la sabiduría al aire, de manera que el alma sale del ahogo de la estulticia a respirar de repente la sabiduría, no me parece bastante apropiada a la autoridad de nuestras Escrituras. Mejor será comparar el vicio o la estulticia con las tinieblas y la virtud o la sabiduría con la luz, en cuanto estas metáforas de cosas sensibles pueden conducirnos a las inteligibles. No hay, pues, un hombre que surge del agua al aire y que empieza a respirar de pronto lo suficiente, en cuanto sobrepasa el nivel del agua, sino un hombre que pasa de las tinieblas a la luz y que, según avanza, va siendo iluminado, hasta que la iluminación sea completa. Decimos que ese hombre va saliendo de la caverna tenebrosa y que la luz empieza a iluminarle, y tanto más le ilumina cuanto más se acerca a la salida. El resplandor que le ilumina viene del sol hacía el que tiende, y la oscuridad que aún le sigue rodeando procede de las tinieblas que abandona. Luego no se justificará en presencia de Dios ningún viviente18; y, sin embargo, el justo vive de la fe19. Revestidos están los santos de justicia20, unos más y otros menos. Y nadie vive acá sin pecado, pero unos más y otros menos. Y quien peca lo mínimo, ése es el óptimo.
4 14. ¿Cómo es que me estoy dando aires doctorales, como olvidado de la persona a quien estoy hablando, mientras estoy proponiendo lo que deseo saber por ti? Iba yo a presentar a tu examen mi opinión acerca de la igualdad de los pecados, y esto fue ocasión del problema que ahora toqué. Voy, pues, a terminar mi exposición. Aunque fuese cierto que quien posee una virtud las posee todas, y quien carece de una carece de todas, ni aun así serían iguales los pecados. Porque allí donde no hay virtud alguna, no hay rectitud ninguna; pero hay unas cosas peores que otras y unas desviaciones mayores que otras. Yo opino que es más verdadero y más congruente con las Sagradas Letras decir que las intenciones del alma son como los miembros del cuerpo, no porque ocupen respectivos sitios, sino porque se sienten con las impresiones: uno es iluminado más, otro menos y otro carece de luz en absoluto, velado por un cuerpo opaco; y del mismo modo, todo el que es alcanzado por la iluminación de la piadosa caridad la muestra mejor en un acto y peor en otro, y en un tercero no muestra nada. Si esto es así, entonces puede decirse que tiene una virtud y no tiene otra, que posee en más alto grado una virtud y en más bajo grado otra. Así podemos decir: «la caridad es mayor en éste que en aquél»; y también: «éste tiene alguna y aquél ninguna», eso por lo que atañe a la caridad, que se identifica con la piedad. Y podemos decir que un hombre tiene más pureza que paciencia, y más hoy que ayer, sí es que progresa en ella y que carece de continencia, mientras tiene no poca misericordia.
15. Para formular brevemente y en general la noción que tengo de la virtud por lo que atañe a la vida honesta, la caridad es la virtud con que se ama aquello que se debe amar. Esta es mayor en unos, menor en otros, nula en algunos, y en nadie es tan perfecta que no sea susceptible de aumento mientras vive en este mundo. Ahora, mientras puede crecer, si es menor de lo debido, a un vicio se debe. Por ese vicio, no hay unjusto en la tierra que haga el bien y no peque21. Por ese vicio, no se justifica en presencia de Dios ningún viviente22. Porese vicio, si decimos que carecemos de pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no habita en nosotros23; por ese vicio, por mucho que progresemos, siempre tendremos necesidad de repetir: Perdónanos nuestras deudas24, aunque ya en el bautismo nos fue perdonado todo lo que dijimos, hicimos y pensamos. Quien vea rectamente, verá por qué, cuándo y dónde hay que esperar esa perfección que no es ya susceptible de aumento. Si no hubiese preceptos, no tendría el hombre dónde mirarse con certidumbre, para ver de dónde se aparta, adónde tiende, por qué se congratula, qué es lo que pide. Grande es, pues, la utilidad de los mandamientos aunque se le limiten al libre albedrío sus prerrogativas, para que la gracia de Dios sea más glorificada.
5 16. Si esto es así, ¿por qué el que guarda toda la ley, sí quebranta un precepto, se hace reo de todos? Puesto que la plenitud de la ley es la caridad25, con la que amamos a Dios y al prójimo, y puesto que de esos dos preceptos de la caridad penden la Ley y los Profetas, ¿acaso el que peca contra la caridad se hace reo de todos los preceptos, pues todos penden de ella? En efecto, nadie peca sino obrando contra ella, ya que no adulterarás, no cometerás homicidio, no robarás, notendrás deseos perversos, y si hay algún otro mandamiento, se recapitula en este dicho: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». El amor al prójimo no obra mal. Y la plenitud de la ley es la caridad26. Nadie ama al prójimo sino quien ama a Dios y trata con todas sus fuerzas de que ame también a Dios ese prójimo a quien ama como a sí mismo. Si no ama a Dios, no se ama a sí mismo ni al prójimo. Por eso, quien guardare toda la ley, si quebranta un mandamiento, se hace reo de todos, ya que obra contra la caridad, de la que pende la entera ley. Se hace, pues, reo de todos los preceptos cuando peca contra aquella de la que penden todos.
17. ¿Por qué entonces se niega la igualdad de los pecados? ¿Acaso porque quien peca más gravemente obra más en contra de la caridad, y quien más levemente obra menos? Por esto admite el más y el menos, por lo que se hace reo de todos los pecados; pero por pecar más gravemente o pecar contra varios preceptos se hace más reo, y se hace menos reo por pecar levemente o contra menos preceptos. Es decir, el reato sería tanto mayor cuanto más pecare, y tanto menor cuanto menos pecare; pero siempre sería reo de todos los preceptos el que quebrantó uno, porque pecó contra aquella virtud de la que penden todos los preceptos. Si esto ha de entenderse así, se soluciona del mismo modo lo que dice el Varón de la gracia apostólica: En muchas cosas tropezamos todos27. Porque todos tropezamos, uno más grave y otro más levemente, según pecamos más grave o más levemente. Cuanto mayor es el sujeto en cometer el pecado, menor es en amar a Dios y al prójimo; y cuanto menor es en la perpetración del pecado, mayor es en el amor de Dios y del prójimo; es decir, tanto estará más lleno de iniquidad, cuanto más vacío de caridad. Y seremos perfectos en la caridad cuando nada quede de nuestra debilidad.
18. A mi ver, no es un leve pecado mantener la fe de nuestro Señor Jesucristo con la acepción de personas, si referimos a los hombres eclesiásticos aquella diferencia entre sentarse y quedarse en pie. ¿Quién tolerará que se elija a un rico para una sede de honor en la Iglesia, desdeñando a un pobre que es más instruido y más santo? ¿Y quién no peca si la referimos a las asambleas cotidianas? Quizá sólo se peca cuando el sujeto juzga dentro de sí mismo y le parece que uno es tanto mejor cuanto más rico. Eso parece dar a entender el Autor cuando añade: ¿Acaso no juzgáis en vosotros mismos y os hacéis jueces de inicuos pensamientos?28
6 19. La ley de la libertad es, pues, la ley de la caridad, de la que dice: Si cumplís la ley real según las Escrituras: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», obráis bien. Pero si os comportáis con acepción de personas, perpetráis el pecado, argüidos por la ley como transgresores29. Y después de esa frase tan difícil de entender, de la que ya he dicho todo lo que tenía que decir, el Autor se refiere a la misma ley de libertad y dice: Hablad y obrad de modo que empecéis a juzgar por la ley de la libertad30. Bien sabe ]o que arriba dijo, a saber, porque todos tropezamos en muchas cosas31, y por eso sugiere la medicina del Señor, medicina cotidiana para las heridas cotidianas, aunque leves, añadiendo: Un juicio sin misericordia para quien no hiciere misericordia32. Por eso dijo también el Señor: Perdonad, y se os perdonará; dad, y se os dará33. Y todavía sobrepuja la misericordia al juicio34. No dice que lo vence, ya que no es enemiga del juicio, sino que lo sobrepuja, porque muchos son recogidos por misericordia, pero son los que hicieron misericordia, pues bienaventurados los misericordiosos35, porque de ellos se apiadará Dios.
20. Justo es que se les perdone, pues perdonaron, y que se les dé, pues dieron. Porque Dios es misericordioso cuando juzga y justo cuando es misericordioso. Por eso le dice el Salmista: Cantaré, Señor, tu misericordia y tu justicia36. Quien se tiene por demasiado justo, y en su seguridad espera un juicio sin necesidad de misericordia, provoca a Dios a justísima ira. Por eso el Salmista, temeroso, dijo: No entres en juicio con tu siervo37. Al pueblo contumaz se le dice: ¿Por qué queréis contender en juicio conmigo?38 Cuando el Rey justo se sentare en el trono, ¿quién presumirá de tener casto el corazón? ¿Quién se gloriará de estar limpio de pecado?39 ¿Qué esperanza habría si la misericordia no sobrepujase al juicio? Pero esa misericordia se aplicará a los que hicieron misericordia, repitiendo con verdad: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos40, dando sin queja, porque Dios ama al que da con alegría41. En fin, Santiago habla en este pasaje de las obras de misericordia, para consolar a los que tenía aterrorizados con su otra afirmación; advierte, pues, que esos pecados cotidianos, sin los cuales acá no podemos vivir, se expían con remedios igualmente cotidianos. Por este medio el hombre que quebranta un precepto y se hace reo de todos, tropezando en muchas cosas, pues en muchas tropezamos todos42, quizá llegue al tribunal del alto juez abrumado por la carga de su reato, integrada por mil cosas pequeñas, y no halle la misericordia que él no quiso otorgar. Por el contrario, perdonando y dando, ha de merecer que le perdonen sus deudas y le den lo prometido.
21. Hartas cosas he dicho ya, con las que quizá te tengo aburrido; aunque las apruebas, no las esperas aprender, ya que solías enseñarlas. Respecto al estilo con que hablo, no me cuido gran cosa. Pero si hay algo aquí que ofenda tu erudición, te ruego que me contestes y amonestes, y no te desdeñes en corregirme. Bien infeliz es el que no glorifica dignamente los múltiples y santos afanes de tus estudios ni da gracias por ellos a Dios nuestro Señor, por cuyo don eres como eres. Debo sentir mayor gusto en aprender de cualquiera lo que ignoro sin que me sea útil la ignorancia que en enseñar a otros lo que sé. ¡Cuánto más justamente te reclamo esa deuda de caridad, pues por tu doctrina, en el nombre y con la ayuda de Dios, has hecho en la lengua latina tantas adquisiciones como jamás se habían hecho! De un modo especial te suplico por el Señor: si tu dilección sabe que de algún modo puede exponerse mejor aquella frase: Quien guarda toda la ley, pero quebranta un precepto, se hace reo de todos, dígnate comunicármelo.