CARTA 166

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Nota sobre las dos cartas siguientes (166 y 167)

(Retract. II, 71 (451)

Escribí también dos libros al presbítero Jerónimo, residente en Belén. Uno sobre el origen del alma humana y otro sobre el texto del apóstol Santiago en que dice: El que quebrante un solo mandamiento, aunque cumpla el resto de la ley, se ha hecho reo de todos. Le pedía su parecer sobre ambos puntos. En el primero no di une solución personal a la cuestión propuesta; en el segundo, en cambio, no callé lo que me parecía sobre la solución de la misma, pero le consulté sobre si él estaba también de acuerdo. Me contestó alabando en mí el que le hubiese consultado, pero replicó que no estaba (preparado) para dar una respuesta. Por mi parte, no quise publicar estos libros mientras él siguiese en vida, por si alguna vez se decidía a contestar, pensando en publicarlos junto con su respuesta. Mas una vez que ya ha muerto, los he publicado. El primero para exhortar a quien lo lea o bien a que no busque en absoluto cómo se otorga el alma a los que nacen, o bien a que admita respecto a una cuestión tan oscura una solución que no sea contraria a realidades evidentes. La fe católica, en efecto, sabe, en cuanto al pecado original de los niños, que si no renacen en Cristo, serán ciertamente condenados. El segundo, en cambio, para dar a conocer la solución que me pareció que debía dar del problema allí planteado.

El escrito comienza así: Deum nostrum qui nos vocavit.

Tema: Libro sobre el origen del alma del hombre

A Jerónimo.

Hipona. Primavera del Año 415.

1 1. A nuestro Señor, que nos llamó a su reino y a su gloria1, ¡ohsanto Jerónimo!, vengo suplicando y suplico que se digne hacer fructuosa esta carta que te remito. Es una consulta sobre puntos que ignoro. Aunque por años eres más anciano que yo, también yo, que te consulto, soy ya viejo. Mas para aprender lo que conviene ninguna edad me parece tardía. Es más propio de los ancianos el enseñar que el aprender, pero más que ignorar les conviene aprender lo que han de enseñar. Entre las angustias que me originan los problemas difíciles, ninguna me resulta tan intolerable como el verme casi del todo privado de tus cartas. La ausencia de tu caridad es tan lejana, que apenas puedo enviarte las mías. Los intervalos son, no de días o meses, sino de varios años. ¡Y yo que quisiera verte cada día, a ser posible, para poder departir contigo a mi gusto! En fin, no he de renunciar a hacer lo que puedo, porque no puedo hacer lo que quiero.

2. Acá llegó Orosio, joven piadoso, hermano en la paz católica, hijo por edad y colega en el presbiterado por dignidad, despierto de ingenio, fácil de palabra, ardiente de afán. Codicia ser vaso útil en la casa de Dios2, a fin de rebatir las falsas y perniciosas doctrinas que han asesinado las almas de los españoles con más aciago rigor que destrozó sus cuerpos la espada de las bárbaros. Desde la playa del Océano vino hasta mí, movido por la fama, esperando oírme exponer algunos puntos que desea conocer. Y cierto, ya ha recogido algunos frutos de su viaje. En primer lugar, el de no creer con excesiva ingenuidad a la fama acerca de mi persona. Luego le he enseñado cuanto he podido. Cuanto no he podido, le he mostrado cómo puede aprenderlo. Y, en fin, le he exhortado a ir a ti. Recibió con gusto y docilidad mi consejo o precepto. Entonces le rogué que a su vuelta regresara a la patria pasando por aquí. Ateniéndome a su promesa, pensé que Dios me deparaba esta ocasión de consultarte esos puntos que quiero conocer. Estaba yo buscando a quien enviar, y no hallaba fácilmente un sujeto idóneo porsu fidelidad en el obrar, prisa en obedecer y práctica en viajar. En cuanto traté a este joven, no pude dudar de que era tal cual yo lo pedía a Dios.

2 3. He aquí, pues, mis problemas. No te retraigas de desentrañarlos y resolverlos, por favor. A muchos les intriga la cuestión del alma, y yo te confieso que soy uno de ellos. En primer término, voy a exponerte lo que mantengo con toda firmeza acerca del alma. Después plantearé el problema que quisiera ver resuelto. El alma humana es inmortal según un modo propio suyo. Su inmortalidad no es omnímoda, como la del Señor, de la que está escrito: El solo tiene la inmortalidad3. La Santa Escritura se refiere con frecuencia a la muerte del alma; por ejemplo: Deja a los muertos que entierren a sus muertos4. Y, con todo, del mismo modo que muere al desprenderse de la vida de Dios, así no deja de seguir viviendo en su propia naturaleza; es mortal por una causa, y con razón se dice que al mismo tiempo es inmortal. El alma no es parte de Dios. Si así fuera, sería absolutamente inmutable e incorruptible. Y si esto fuera, no empeoraría ni mejoraría; no empezaría a tener en sí misma lo que no tenía, ni dejaría de tener lo que tenía, por lo que toca a sus afecciones. No es necesario el testimonio externo para demostrar que todo ocurre de muy diverso modo; quien se mira a sí mismo lo sabe. Los que quieren que el alma sea parte de Dios dicen en vano que la mancha y torpeza que advertimos en los inicuos y la debilidad y enfermedad que advertimos en todos los hombres, no le afecta al alma por su naturaleza, sino por el cuerpo. Nada importa la causa de su enfermedad. ¿Cómo podría enfermar si fuese inmutable? Lo que es de verdad inmutable e incorruptible, no puede mudarse ni corromperse al agregarse otra cosa alguna; toda carne sería invulnerable, y no sólo la de Aquiles, como narran las fábulas, si ningún accidente la tocase. Luego no es inmutable aquella naturaleza que es mudable por algún modo, alguna causa o en alguna parte. Y como Dios es de verdad y sumamente inmutable, y sería un crimen creer otra cosa, se sigue que el alma no es parte de Dios.

4. Adelanto mi persuasión de que el alma es también incorpórea, aunque sea difícil convencer de esto a los tardos de ingenio. No quiero promover una controversia superflua ni padecerla con razón: si la realidad es patente, no es menester discutir sobre palabras. Si se denomina cuerpo toda sustancia, esencia o cualquier otro vocablo más apto que se emplee, aquello que en algún modo está en sí mismo, el alma es un cuerpo. Si nos place denominar incorpórea tan sólo a aquella naturaleza que es sumamente inmutable y está doquier toda, el alma es un cuerpo. Pero si por cuerpo entendemos lo que está situado o se mueve en un lugar espacial con longitud, latitud y altura, de modo que una parte mayor de él ocupe un mayor espacio, y una parte menor, menor espacio, y sea mayor el todo que la parte, entonces el alma no es un cuerpo. En efecto, se extiende por todo el cuerpo que anima, pero no por difusión local, sino por atención vital; está entera en todas las partículas del cuerpo, no es menor en las menores ni mayor en las mayores; en ciertas partes está más atenta y en otras lo está menos, pero en todas y cada una de ellas está entera. Del mismo modo, siente toda entera lo que siente en el cuerpo, aunque sea en una parte de él; cuando tocas en un minúsculo punto de la carne viva, aunque ese punto no sea el cuerpo entero, sino un punto que apenas se aprecia en el cuerpo, el alma entera se apercibe de ello; lo que se siente no recorre el cuerpo entero, sino que se siente tan sólo donde se excita. ¿Cómo percibe el alma entera lo que no se ejecuta en el cuerpo entero sino porque está toda entera en el sitio en que se toca, sin necesidad de abandonar el resto para estar entera en ese punto? Gracias a su presencia viven los demás puntos en que no se tocó. Si la impresión se produce en varias partes a la vez, el alma entera lo advierte en esas partes varias. Por lo tanto, no podría estar entera en todas y en cada una de las partes de su cuerpo a la vez, si se extendiese por ellas como vemos que se extienden los cuerpos por espacios locales, ocupando con sus partes menores menor espacio y con las mayores mayor. Si al alma se le llama cuerpo, no es un cuerpo como lo son la tierra, el aire, el agua y el éter. Todos éstos son mayores cuando ocupan mayor espacio y menores cuando lo ocupan menor, y ninguno de ellos está entero en una de sus partes, sino que las partes del cuerpo corresponden a las partes del espacio. Ya se diga que es corpórea o incorpórea el alma, tiene una naturaleza propia, creada de una sustancia más excelente que todos estos elementos de la mole mundana; no puede en verdad ser representada en alguna de esas fantasías de imágenes corporales que percibimos mediante el sentido carnal, sino que se la entiende con la mente y se la siente con la vida. No digo todo esto para enseñarte cosas que tú conoces, sino para formular mi convicción firmísima acerca del alma. Cuando plantee los problemas, nadie piense que ni la ciencia ni la fe me dicen nada acerca del alma.

5. Tengo, además, certeza de que el alma cayó en el pecado, no por culpa de Dios o por necesidad de Dios o de ella misma, sino por propia voluntad. Tengo certeza de que no puede librarse del cuerpo de esta muerte ni en virtud de su propia voluntad, como si ésta le bastase, ni por la muerte de su cuerpo, sino por la gracia de Dios mediante Jesucristo nuestro Señor5. Tengo certeza de que no hay alma alguna en el género humano que no necesite para su liberación del Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús6. Séque toda alma que salió del cuerpo sin la gracia del Mediador y sin su sacramento en cualquier edad del cuerpo, se verá en el tormento y enel último juicio recibirá el cuerpo para el castigo. Mas, si después de la generación humana que proviene de Adán es regenerada en Cristo e incorporada a su sociedad, tendrá reposo tras la muerte de su cuerpo y recibirá ese cuerpo para su gloria. Estos son los puntos que mantengo con toda firmeza acerca del alma.

3 6. Escucha ahora mi consulta y no me desprecies; así no te menospreciará a ti aquel que por nosotros se dignó ser menoscabado. Deseo saber dónde contrajo el alma el reato por el que es arrastrada a la condenación, aunque se trate de un niño muerto prematuramente, si la gracia de Cristo no le garantiza por medio del sacramento con que también los niños son bautizados. Tú no te cuentas entre aquellos que han comenzado a echar por su boca algunas novedades, afirmando que los niños no traen culpa alguna de Adán, que haya de ser disuelta mediante el bautismo. Si supiese que tú opinas eso, mejor dicho, si no supiese que tú no opinas eso, no te lo preguntara ni creería que había que preguntártelo a ti. Sobre este punto conozco tu opinión, conforme con la mejor fundada fe católica. Desvaneciendo la vana palabrería de Joviniano, empleaste el testimonio del libro de Job: Nadie está limpio en tu presencia, ni siquiera el niño sin habla que vivió un solo día sobre la tierra7. Después añadiste: «Somos reos en la semejanza de la trasgresión de Adán». Además, tu libro sobre el profeta Jonás así lo declara a satisfacción de un modo insigne y notorio, al afirmar que están obligados a ayunar los niños por razón del pecado original. Tengo, pues, motivos para preguntarte dónde contrajo el alma ese reato, del que tiene que libertarse, aun en esa edad, mediante el sacramento de la gracia cristiana.

7. Hace algunos años, escribí yo acerca del libre albedrío algunos libros, que fueron a parar a manos de muchos y ahora los poseen muchísimos, en los que propuse cuatro opiniones sobre la encarnación del alma: 1) o las almas se propagan de aquella que se le dio al primer hombre; 2) o se les da a todos un alma nueva; 3) o ya existen las almas en alguna parte y vienen a los cuerpos por designio divino; 4) o espontáneamente. Así las expuse para que, fuese cual fuese la verdadera, no contradijese mi tesis, que entonces se orientaba con el mayor ahínco contra los que pretendían proponer frente a Dios una naturaleza del mal apoyada en su propio principio, es decir, contra los maniqueos. No había oído aún hablar de los priscilianistas, que borbotan blasfemias no muy desemejantes a las de aquéllos. No cité esa quinta opinión que citaste entre las otras, para no pasar por alto ninguna, en la carta que enviaste a Marcelino, varón de religiosa memoria y para mí sumamente grato en la caridad de Cristo, al contestar a su pregunta sobre este punto, a saber: que el alma sea una parte de Dios. No lo hice, en primer término, porque al tocar este punto no se trata de la encarnación, sino de la naturaleza del alma, y en segundo término, porque, contra la opinión de esos a quienes yo combatía, mi intención, ante todo, se dirigía a separar la naturaleza inculpable e inviolable del Creador de los vicios y lacras de la criatura; ellos pretendían que la sustancia del mal, a la que atribuyen un propio principio y unos príncipes, había corrompido y oprimido la sustancia misma del Dios bueno por la parte que pudo capturar, y de ese modo la había conducido a la necesidad de pecar. Exceptuado el error de esta herética opinión, deseo conocer cuál de esas cuatro opiniones restantes he de elegir. Cualquiera que sea la elegida, en modo alguno contradirá a la fe de que estamos seguros, a saber: que todas las almas, aun la del niño recién nacido, necesitan la liberación del lazo del pecado y que ésta no se da sino por medio de Jesucristo, y éste crucificado.

4 8. Abreviando: ciertamente opinas que es Dios quien crea ahora todas las almas para todos los que nacen. Para que no se objete a esa opinión que Dios acabó todas sus criaturas en el día sexto y que en el séptimo descansó8, traes el testimonio del Evangelio: Mi Padre continúa trabajando hasta el presente. Así escribías a Marcelino. En tu carta te dignaste citarme con la mayor benevolencia, indicándole que me tenía en África a mí, que podría explicarle más fácilmente el problema. Si yo lo pudiese, no hubiese recurrido él a ti, que vives tan lejos, si es que te escribió desde África, pues ignoro cuándo te escribió; sé tan sólo que conocía bien mi vacilación en ese problema, y por eso recurrió a ti sin consultarme. Si me hubiese consultado, le hubiese yo exhortado más aún y le hubiese dado mil gracias por su colaboración conmigo, suponiendo que tú no hubieses preferido acusar un breve recibo en lugar de contestar. Quizá no querías trabajar en vano estando aquí yo, a quien suponías óptimo conocedor de lo que Marcelino preguntaba. Ya ves que quiero que tu opinión lo sea también mía, pero doy testimonio de que aún no lo es.

9. Me envías discípulos para que les enseñe lo que yo no aprendí. Enséñame, pues, lo que les he de enseñar. Muchos me piden que les enseñe ese punto, y yo les confieso que lo ignoro con otros mil. Aunque quizá en mi presencia se ruborizan y callan, dirán para sus adentros: ¿Tú eres maestro en Israel e ignoras esto?9 Eso es lo que dijo el Señor a uno de aquellos a quienes les deleitaba ser llamados maestros. Había visitado de noche al verdadero Maestro10: quizá se ruborizaba de aprender quien solía enseñar. A mí, en cambio, me place más oír al maestro que ser oído como maestro. Bien recuerdo lo que dijo a sus preferidos: No queráis que los hombres os llamen maestros, porque uno es vuestro maestro, Cristo11. El es el que enseñó a Moisés por medio de Jetró12, a Cornelio por medio del superior Pedro13 y a Pedro por medio del súbdito Pablo14. Todo el que dice verdad, la dice por un don de Cristo, que es la misma Verdad15. Y si yo ignoro ese punto y no he podido averiguarlo con la oración, lectura, reflexión y raciocinio, sin duda es para que muestre no sólo con cuánta caridad debo enseñar a los ignorantes, sino también con cuánta caridad he de aprender de los doctos.

10. Enséñame, pues, lo que he de enseñar; enséñame lo que he de mantener. Dime si las almas son creadas singularmente para cada uno de los que cada día nacen. Y dime dónde pecan en los niños para necesitar del sacramento de Cristo en remisión de su pecado, sabiendo que pecaron en Adán y que de éste se ha propagado la carne de pecado. Y si no pecan, dime con qué justicia las liga el Creador al pecado ajeno, cuando son encerradas en los miembros mortales heredados de Adán: las sobrecoge la condenación, si la Iglesia no las remedia, aunque no está en poder de ellas el que la gracia del bautismo las remedie. Dime con qué equidad son condenados tantos millares de almas de niños que salen de sus cuerpos sin la indulgencia del sacramento cristiano, si, creadas de nuevo y sin preceder pecado personal, se fueren uniendo a sus respectivos cuerpos por sola la voluntad del Creador: El las creó y las infundió en los cuerpos para animarlos. Y bien sabía Dios que cada una de ellas había de salir del cuerpo sin pecado personal, pero también sin el bautismo de Cristo. No podemos afirmar que Dios obligue a las almas a hacerse pecadoras, ni que las castigue siendo inocentes. Tampoco podemos negar que, si salen del cuerpo sin el sacramento de Cristo, aunque se trate de niños, son arrastradas a la condenación. ¿Cómo, pues, por favor, se defiende esa opinión y se afirma que las almas no provienen de aquella única del primer hombre, sino que, como aquélla se creó para él, así las demás son creadas respectivamente para los demás?

5 11. Pienso que puedo refutar fácilmente las demás razones que se alegan contra esta opinión. Algunos, por ejemplo, quieren refutarla preguntando cómo concluyó Dios todas sus obras en el día sexto y descansó en el séptimo16, si sigue creando nuevas almas. Si les aduzco la cita del Evangelio que tú pusiste en tu carta: Mi Padre continúa trabajando hasta el presente, responden: trabajar aquí significa administrar las cosas creadas, pero no crear naturalezas nuevas, para no contradecir al Génesis, en el que se lee con toda claridad que Dios concluyó todas su obras; cuando se escribe que descansó, ha de entenderse de crear nuevas naturalezas, pero no de gobernarlas. Entonces creó las que no existían y luego descansó de crear; había concluido todas las que había pensado crear antes de crearlas; todo lo que hiciera en adelante, lo haría de sustancias que ya eran, no haría y crearía sustancias nuevas. Así se ve que ambos extremos son verdaderos: Dios descansó de sus obras17 y también: Continúa trabajando hasta el presente: el Génesis no puede contradecir al Evangelio.

12. A los que eso dicen, para que no pensemos que Dios crea ahora nuevas almas, como creó la primera, sino que las produce de aquella que ya existía o que las extrae de una fuente o almacén creado entonces, se les responde fácilmente: en aquellos primeros seis días, Dios produjo hartas cosas derivándolas de naturalezas que ya había creado18; por ejemplo, del agua produjo las aves y los peces, de la tierra los árboles, la hierba y los animales, y es manifiesto que entonces produjo lo que no existía. En efecto, no existían aves, peces, árboles y animales. Bien se entiende que descansó de crear las que no existían y entonces fueron creadas, es decir, se entiende que cesó de crear en adelante cosas que no existían. Cuando se dice que ahora crea nuevas almas para cada uno de losque nacen y no las extrae de no sé qué fuente ya existente, ni las desprende de sí como partículas propias, ni las propaga de la primera y original, ni las ata con lazos carnales, por delitos cometidos antes de venir a la carne, no se afirma que Dios haga algo que antes no hubiera hecho. En efecto, el día sexto había hecho al hombre a su imagen19, loque ha de referirse, sin duda, al alma racional, y eso es lo que hace ahora, no creando lo que no existía, sino multiplicando lo que existía. Y así, es verdad que Dios descansó de crear cosas que no existían; y es también verdad que hasta ahora trabaja, no sólo gobernando las cosas que hizo, sino también creando numéricamente cosas que ya había creado. Por este modo o por cualquier otro nos desembarazamos de la objeción esa del descanso de Dios que nos impida creer que Dios hace ahora almas nuevas, no propagadas de la primera, sino iguales a la primera.

13. Se dirá: «¿por qué da el alma a aquellos que sabe que pronto morirán?». Podemos contestar que con ello denuncia o castiga los pecados de los padres. También podemos abandonar ese problema a la sabiduría divina, pues sabemos que da un curso ordenadísimo y bellísimo a todas las cosas temporales y transeúntes, entre las que se cuentan el nacimiento y orden de muerte de los animales. No podemos percibir la razón, pero, si pudiéramos, su percepción nos llenaría de inefable dulzura. No en vano dijo acerca de Dios el profeta algo que había aprendido por inspiración divina: El cual crea el cosmos con armonía20. Por eso la largueza de Dios otorgó a los mortales que tienen almas racionales la música, es decir, la ciencia o la sensibilidad para modular, a fin de enseñarnos una gran cosa. El artista que compone un poema sabe qué tiempos da a cada voz para que su canción se deslice y corra bellamente en sonidos que cesan, preceden y suceden. Con mejor motivo, Dios no permite que vayan pasando con mayor prisa o lentitud que la exigida por una modulación prevista y predeterminada los espacios temporales en esas naturalezas que nacen o mueren. Como las sílabas y las palabras, son partículas de este siglo en el admirable cántico de las cosas que pasan. Es que la sabiduría divina, por la que fueron creadas todas las cosas, es muy superior a todas las artes. Todo eso podría decirlo yo de la hoja del árbol y del número de nuestros cabellos21. ¿Cuánto mejor podré decirlo del nacimiento y muerte de los hombres, cuya vida temporal no se abrevia o prolonga más de lo que Dios, organizador de los tiempos, sabe que conviene al orden del universo?

14. Dirán también que todo lo que empieza a ser en el tiempo no puede ser inmortal porque «todo lo que nace muere, y lo que crece envejece». Así tratan de obligarnos a creer que el alma es inmortal porque fue creada antes de todos los tiempos. Pero eso no conmueve nuestra fe. Callándome otras cosas, empezó a existir en el tiempo la inmortalidad de la carne de Cristo, y, sin embargo, ya no muere, y la muerte no dominará en Él22.

15. En el libro contra Rufino recuerdas tú que algunos combaten esta sentencia porque les parece indigno que Dios proporcione almas en la concepción adulterina, y así pretenden que, por méritos contraídos en una vida antes de encarnarse, esas almas pueden ser aherrojadas con justicia en el ergástulo corporal. Después de mucho pensar, no me crea dificultad con qué argumentos se puede refutar tal error. Tú mismo contestaste que no es vicio de los granos de trigo el que éste sea hurtado, sino que lo es del que lo hurtó. No debe la tierra dejar de abrigar en su seno las simientes porque el sembrador las arroja con impura mano. He ahí una comparación elegantísima. Ya antes de leerla, esa objeción de la concepción adulterina no me creaba dificultad alguna, pues en general veo que Dios saca muchos bienes aun de nuestros males y pecados. Si el que lo considera es piadoso y prudente, verá que la creación de cualquier animal excita a alabar inefablemente al Creador. ¡Cuánto más la creación no de cualquier animal, sino del hombre! Si se busca la causa de esa creación, la mejor y más pronta respuesta es: toda criatura de Dios es buena. El buen Dios hace cosas buenas que nadie puede hacer sino Dios. ¿Hay cosa más digna?

6 16. Estas y otras razones que yo puedo a mi modo alcanzar, las repito contra aquellos que pretenden destruir esa sentencia de la creación de todas las almas a semejanza de la primera. Pero en cuanto llego al problema de las penas de los niños, me oprime la angustia, créeme, y no hallo en absoluto qué contestar. Y no me refiero tan sólo al castigo que después de esta vida trae consigo la condenación, a la que por necesidad van a parar estos niños si mueren sin el sacramento de la gracia cristiana. Me refiero también a los castigos que en esta vida pasan los niños ante nuestros ojos doloridos, tan largos de enumerar que nos faltará el tiempo antes que los ejemplos. Languidecen en la enfermedad, son atormentados en el dolor y atribulados con el hambre y la sed, pierden el vigor de sus miembros y el uso de sus sentidos, son acongojados por los espíritus inmundos. Porque también hay que demostrar cómo en justicia pueden padecer estas cosas sin culpa propia. No podemos decir que se realiza a espaldas de Dios, o que Dios no puede resistir a las causas que producen esos males, o que El mismo los produce o permite injustamente. Decimos con razón que los animales irracionales están entregados a la utilidad de las naturalezas superiores, aunque éstas sean viciosas, como vemos manifiestamente en el Evangelio que el Señor concedió a los demonios utilizar según su deseo los puercos23. Pero ¿acaso podemos decir con razón eso mismo del hombre? Es un animal mortal, es cierto, pero racional. En sus miembros hay un alma racional que con tantos dolores expía su pena. Dios es bueno, es justo, es omnipotente, y el dudar de esto sería locura. Dígase, pues, la causa justa de todos esos males que se dan en los niños. Cuando se trata de los adultos, solemos decir que o bien Dios pone a prueba sus méritos, como en el caso de Job, o bien castiga sus pecados, como en el caso de Herodes. Por algunos ejemplos que Dios quiso manifestar, puede el hombre conjeturar otros que son oscuros. Pero eso vale tan sólo para los adultos. Enséñame qué he de contestar respecto a los niños, si no hay en ellos pecado que merezca ser castigado con tantas penas. Porque, en efecto, en esa edad no hay ninguna justicia que pueda ser puesta a prueba.

17. ¿Qué diré acerca de la diversidad de los ingenios? No aparece en los niños, pero, evolucionando desde los mismos principios naturales, aparece cuando son grandes: algunos son tan torpes y olvidadizos, que ni siquiera pudieron aprender los primeros elementos de las letras. Los hay tan cretinos, que muy poco difieren de los brutos, esos a quien el vulgo llama imbéciles. Responderán quizá: «Eso es fruto del cuerpo». Pero ¿acaso, según esta opinión que yo deseo defender, el alma eligió su cuerpo, y erró, porque se engañó al elegirlo? ¿Acaso, cuando se vio obligada a entrar en un cuerpo por la necesidad de nacer, la muchedumbre de las otras almas se adelantó a ocuparle los cuerpos, y ella no halló otro libre, y, como quien ocupa un sitio vacío en un espectáculo, así ocupó la carne que pudo hallar y no la que quiso? ¿Puedo decir esto, o debo pensarlo? Enséñame lo que debo pensar y decir, para que yo vea la razón de crear nuevas almas individuales para los cuerpos individuales.

7 18. En aquellos libros sobre El libre albedrío dije yo algo, no sobre el ingenio, sino sobre las penas que los niños padecen en esta vida. Voy a citarte el pasaje y a mostrarte que esa razón es insuficiente para el punto que aquí tratamos. Está tomado del libro tercero, y dice así: «Cuando se trata de los tormentos con que son afligidos los niños que por su edad carecen de pecados, si el alma que los anima comenzó a existir cuando ellos comenzaron a ser hombres, suelen algunos protestar, como con cierta misericordia, diciendo: ¿Qué mal hicieron para padecer esas cosas? Como si la inocencia pudiera ser un mérito en nadie, antes de poder dañar. Dios obra bien al corregir a los mayores, al castigarlos con el dolor o con la muerte de sus niños muy amados. ¿Por qué no ha de ser así? Cuando esos dolores hayan pasado, serán como si no hubieran existido para aquellos niños que los padecieron. En cambio, los adultos, que fueron la causa, o se mejoran y corrigen con el sufrimiento y eligen un vivir más recto, o bien pierden la excusa ante el suplicio del último juicio, si se niegan a convertirse hacia el deseo de la vida eterna acuciados por la angustia de la presente. ¿Quién sabe cómo se ejercita la fe o se prueba la misericordia con esos niños con cuyo dolor se castiga la dureza de los adultos? ¿Quién sabe qué excelente compensación reservará Dios a esos niños en lo secreto de su juicio? Aunque aún no han obrado bien, tampoco padecen por haber pecado. No en vano aquellos niños que fueron degollados cuando Herodes buscaba a nuestro Señor Jesucristo para matarle24, fueron recibidos en el honor de los mártires, y la Iglesia los recomienda como tales».

19. Eso dije entonces, deseando fortalecer la opinión de que ahora tratamos. Pretendía mostrar que, fuese cual fuese la verdadera entre las cuatro opiniones acerca de la encarnación del alma, la sustancia del Creador quedaba sin culpa, en absoluto separada de la comunión de nuestros pecados. Por tanto,cualquiera que fuese de ellas la que la verdad pudiese demostrar falsa y repudiar, nada tenía que ver con el problema que entonces ocupaba mi atención; si, después de discutir con diligencia los detalles, una de esas opiniones vencía a las demás, nada podía temer yo, ya que demostré que lo que yo defendía quedaba en pie en cualquiera de las hipótesis. En cambio, lo que pretendo ahora, si puedo, es elegir entre las demás una razón válida. Por eso no veo, al reparar mejor en esas palabras mías que cito de aquel libro, que quede firme y válida la defensa de esa opinión de que tratamos.

20. La base de todo el razonamiento es aquello que dije: «¡Quién sabe cómo se ejercita la fe o se prueba la misericordia con esos niños con cuyo dolor se castiga la dureza de los adultos! ¿Quién sabe qué excelente compensación reservará Dios a esos niños en lo secreto de sus juicios?». Veo que puedo decirlo con razón de los que padecen, aunque sea inconscientemente, tales dolores por el nombre de Cristo o por la verdadera religión, pero ya partícipes del sacramento de Cristo; porque, sin comulgar con el único Mediador, no pueden librarse del castigo, para que la recompensa citada pueda otorgárseles por aquellos dolores que acá toleraron en sus diversas aflicciones. Este problema no puede solucionarse, si la respuesta no abarca también a los niños que después de gravísimos dolores mueren sin el sacramento de la comunión cristiana. Porque ¿qué premio hemos de imaginar para ellos cuando incluso les está reservada la condenación? Algo dije en ese libro sobre el bautismo de los niños, no de un modo suficiente, pero sí lo que bastaba a la finalidad de aquel escrito, a saber: que les aprovecha, aunque sean inconscientes y no tengan todavía la fe. Pero pensé que no debía puntualizar entonces, ya que entonces no se trataba de lo que ahora se trata: de la condenación de esos niños que emigran de esta vida sin elbautismo.

21. Omitamos y desdeñemos los padecimientos breves y los que, una vez pasados, no retornan. ¿Podremos desdeñar igualmente lo que sigue? Por un hombre la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos. Y como en Adán todos mueren, así todos serán vivificados en Cristo25. Por esta afirmación apostólica, divina y clara, aparece con evidencia que nadie va a la muerte sino por Adán y nadie va a la vida eterna sino por Cristo. Por eso se dice todos en ambos miembros de la frase, porque así como todos pertenecen a Adán por la generación primera, esto es, por la carnal, así todos los que llegan a Cristo vienen a El por la generación segunda, esto es, por la espiritual. En una y otra parte se dice todos. Como todos los que mueren no mueren sino por Adán, así todos los que son vivificados lo son en Cristo. Por lo tanto, si uno de nosotros dijere que en la resurrección de los muertos puede alguien ser vivificado fuera de Cristo, ha de ser detestado como peste para la fe común. Y quien dijere que son vivificados en Cristo esos niños que salen de la vida sin participar en el divino sacramento, sin duda afrenta a la predicación apostólica y condena a toda la Iglesia, en la cual nos apresuramos y corremos a bautizar a los niños, porque sin duda creemos que de otro modo no pueden ser vivificados en Cristo. Y a quien no es vivificado en Cristo, sólo le queda permanecer en la condenación de que habla el Apóstol: Por el delito de uno, llegó a todos los hombres la condenación26. Toda la Iglesia cree que los niños nacen reos de ese delito, y tú mismo, cuando disputas contra Joviniano y cuando expones el profeta Jonás, como antes recordé, lo defines con fe veracísima. Creo que así lo afirmas también en otros lugares de tus opúsculos que o yo no he leído o en este momento no recuerdo. Busco, pues, la causa de esta condenación en los niños. Veo que no existe pecado alguno de las almas en tal edad, sí se crean nuevas para cada uno, y creo que Dios no condena a ninguna si ve que carece de pecado.

8 22. Quizá se diga que sólo la carne es causa del pecado en el niño27. Se le crea un alma nueva, por la que pueda vivir según los preceptos de Dios, con ayuda de la gracia de Cristo; domar y subyugar su carne y de este modo adquirir el mérito de la incorrupción. Sólo que, como el alma del niño no puede ejecutar eso, si recibe el sacramento de Cristo, la gracia otorga a su carne lo que no pueden otorgarle las costumbres. Mas si el alma de ese niño sale del cuerpo sin el sacramento, ella irá a la vida eterna, pues ningún pecado pudo separarla de ella; pero su carne no resucitará en Cristo, por no haber recibido la gracia antes de morir.

23. Nunca oí ni leí una tal opinión. En cambio, oí y creí —y por eso he hablado28— que llegará la hora, cuando todos los que estén en los sepulcros oirán su voz, y saldrán: los que obraron el bien a la resurrección de la vida29. A tal vida se refiere lo que está escrito: Por un solo hombre acaecerá la resurrección de los muertos; y también: Por ella serán todos vivificados en Cristo; pero los que obraron mal, saldrán para la resurrección del juicio30. ¿Cómo se ha de aplicar esto a aquellas almas de los niños que, antes de poder obrar bien o mal, salieron de su cuerpo sin el bautismo? Nada se dice aquí de ellos. Pero, si su carne no hubiese de resucitar porque no hicieron bien ni mal, tampoco resucitará la de aquellos que recibieron la gracia del bautismo y murieron en esa edad en que tampoco pudieron obrar bien ni mal. Y sí los unos resucitan entre los santos, es decir, entre los que obraron bien, ¿entre quiénes han de resucitar los otros sino entre los que obraron mal? A no ser que creamos que algunas almas no recibirían sus propios cuerpos, ya para la resurrección a la vida, ya para la resurrección al juicio, sentencia esta que antes de ser refutada desagrada ya por su novedad. Además, ¿quién tolerará que aquellos que corren al bautismo con sus niños crean que corren por su carne y no por sus almas? El bienaventurado Cipriano no dio ningún decreto nuevo, sino que mantuvo la fe firmísima de la Iglesia, al corregir a los que creían que el niño no debía ser bautizado antes del octavo día de su nacimiento. Dijo que no debía perderse su alma ni su carne. Y creyó, con algunos de sus colegas en el episcopado, que se podía bautizar a los recién nacidos.

24. Opine quienquiera a su gusto contra alguna opinión de Cipriano, ya que quizá no vio lo que había que ver. Pero nadie opine contra la clarísima fe apostólica, que predica que por el delito de uno todos son arrastrados a la condenación31. De cuya condenación sólo libra la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor32, en quien serán vivificados todos los que han de ser vivificados33. Nadie opine contra la costumbre bien establecida en la Iglesia, en la cual se llevaría a bautizar a los mismos muertos, si hubiera que correr al bautismo por sólo el cuerpo de los niños.

25. Siendo esto así, hay que buscar y dar la causa de que sean condenadas almas que son creadas nuevas para cada individuo que nace, como sucede cuando los hijos mueren sin el sacramento de Cristo. La santa Escritura y la santa Iglesia dan testimonio de que tales almas son condenadas si salen del cuerpo en ese estado. Si no se opone a esta fe tan bien fundamentada, sea mía también esa tu afirmación de que son creadas las almas nuevas. Y si se opone, no sea tampoco tuya.

26. No quiero que se me diga que en favor de esta opinión se debe interpretar lo que está escrito: El cual formó el espíritu del hombre dentro de él34; y también: El cual formó individualmente sus corazones35. Hay que buscar un texto irrecusable y de la mayor fuerza, que no nos obligue a admitir un Dios que condena a las almas sin culpa alguna. Tanto vale crear como formar, o quizá más. Y, sin embargo, está escrito: ¡Oh Dios, crea en mí un corazón puro!36 Y no puede sacarse la consecuencia de que el alma, antes de existir, desea ser creada, en conformidad con ese texto. Pues del mismo modo que cuando ya existe es creada en cuanto a la renovación de la justicia, así cuando ya existe es fabricada cuando es conformada por la doctrina. Tampoco se me cite aquel texto del Eclesiastés: Entonces el polvo volverá a la tierra como antes estuvo, y el espíritu tornará a Dios que lo otorgó37. Ese texto en nada confirma la opinión que yo quiero hacer mía; más bien apoyaría a los que quieren que todas las almas se propaguen de una. Dicen ellos que el polvo volverá a la tierra como antes estuvo; pero la carne, a la cual se aplican estas palabras, no vuelve al padre, del que se propagó, sino a la tierra, de la que fue hecho el primer hombre. Del mismo modo, el espíritu, propagado de aquel primero, no volvería a Adán, sino a Dios, que lo creó. Como ese testimonio suena para ellos de modo que no contradice del todo a la opinión que deseo defender, he creído que debía poner en guardia a tu prudencia para que renuncies a sacarme de mis angustias con tales testimonios. Con un mero deseo nadie hace que lo falso sea verdadero. Con todo, a ser posible, desearía yo que esa afirmación fuese verdadera, como deseo que, si es verdadera, la defiendas tú de una manera clara e invicta.

9 27. Esta dificultad urge también a aquellos que opinan que Dios infunde en los cuerpos almas ya existentes en otra parte, preparadas por Dios desde el principio de las obras divinas. Pues la misma pregunta hay que hacerles a ellos: si las almas entran con docilidad y sin culpa en los cuerpos a que son enviadas, ¿por qué son castigadas en aquellos niños cuando acaban esta vida sin el bautismo? Con la misma dificultad tropiezan ambas afirmaciones. Los que afirman que las almas individuales son encerradas en cuerpos individuales en conformidad con los méritos de una vida anterior, creen solucionar más fácilmente este problema. Porque creen que el morir en Adán38 no es otra cosa que sufrir los suplicios de la carne propagada en Adán; de un tal reato, añaden, libra la gracia de Cristo a los pequeños y a los grandes39. Magníficamente dicen con razón y verdad que la gracia de Cristo libra del reato de los pecados a los pequeños y a los grandes; pero que las almas pecan en otra vida superior, y que por eso son precipitadas en la prisión carnal, eso yo no lo creo, ni lo tolero, ni lo consiento. Primero, porque éstos proponen no sé qué movimientos circulares, de modo que después de no sé cuántas series de siglos hay que volver de nuevo a esta carga de la carne corruptible y a tolerar los suplicios. No sé sí puede imaginarse cosa más horrorosa que una tal opinión. Además, ¿habrá muerto algún justo, si éstos dicen verdad, de cuya suerte no hayamos de vivir solícitos? Quizá peque en el seno de Abrahán y sea arrojado a las llamas del rico epulón. ¿Por qué no podrá pecar después de morir, si pudo pecar antes de nacer? En fin, una cosa es haber pecado en Adán, tal como lo afirma el Apóstol al decir: En quien todos pecaron40, y otra cosa distinta es haber pecado no sé dónde fuera de Adán y ser después encerrado en Adán, es decir, en la carne propagada de Adán como en una cárcel. No quiero discutir aquí, si no es necesario, la otra opinión que defiende que todas las almas se propagan de la primera. ¡Y ojalá tú defiendas con tal acierto esa otra de que ahora tratamos, si es verdadera, que ya no sea necesario defender la primera!

28. Deseo, suplico, anhelo con ardientes votos y espero que el Señor se valga de ti para quitarme la ignorancia en este problema. Pero si, lo que Dios no quiera, no lo merezco, pediré al Señor nuestro Dios que me dé paciencia. Creo en El de manera que, si no me abre a pesar de estar llamando41, no me juzgo con derecho a murmurar contra El. Antes bien, me acuerdo que dijo a los mismos apóstoles: Hartas cosas tengo que deciros, pero no podéis tolerarlas ahora42. Por lo que a mí toca, me lo aplico en este punto. No me indignaré si me tienen por indigno de saberlo, pues con sólo indignarme demostraría ser más indigno. Ignoro otros muchos problemas semejantes, que no puedo enumerar ni recordar. Y aun no me importaría gran cosa ignorar ese mismo problema, si no temiera que alguna de esas opiniones pudiera seducir a las mentes incautas contra otros principios que retenemos con la más firme fe. Y antes de saber cuál de esas opiniones he de elegir, creo que no soy temerario en mantener esta postura: la opinión que sea verdadera no puede oponerse a la fe más robusta y bien fundada, según la cual la Iglesia de Cristo cree que los hombres, aun los niños recién nacidos, no pueden librarse de la condenación sino por la gracia del nombre de Cristo, por esa gracia que depositó en los sacramentos.