CARTA 165

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Origen del alma y otras informaciones.

Jerónimo saluda en el señor a Marcelino y Anapsiquia, señores verdaderamente santos e hijos dignos de ser venerados con todo respeto y amor.

Belén. Año 411.

1 1. Por fin me llega de África una carta de vosotros dos que tenéis un alma sola. No deploro la descortesía con que os fui remitiendo una y otra vez mis cartas, a pesar de vuestro silencio; quería merecer una contestación y saber por vuestra palabra y no por medianeros que os encontráis bien. Acerca del estado del alma, no me olvido de vuestro problemita, o mejor del problema eclesiástico por excelencia. ¿Ha caído del cielo, como piensan el filósofo Pitágoras, todos los platónicos y Orígenes? ¿O es una emanación de la sustancia de Dios, como opinan los estoicos, Manés y la herejía hispana de Prisciliano? ¿O, creadas en otro tiempo, son conservadas en un almacén de Dios, como se imaginan algunos eclesiásticos con necia persuasión? ¿O son cada día creadas por Dios y enviadas a los cuerpos, según aquel texto del Evangelio: Mi Padre trabaja hasta ahora y yo trabajo?1 ¿O se propagan por generación, como piensan Tertuliano, Apolinar y la mayor parte de los occidentales, de modo que el alma nazca del alma, como el cuerpo nace del cuerpo, y subsiste en condición semejante a la de los animales? Lo que yo opino sobre eso, recuerdo que lo consigné en unos opúsculos contra Rufino, impugnando el librillo que él envió a Anastasio, de santa memoria, obispo de la Iglesia romana; con una confesión maligna e insidiosa, o más bien estulta, se esfuerza por sorprender la simplicidad de los lectores, se engaña en su fe o mejor en su perfidia. Creo que esos libros los tiene vuestro santo padre Océano; porque salieron a luz hace ya tiempo, para replicar a las muchas calumnias sembradas contra mí en los libros de Rufino. Sin duda tienes ahí al obispo Agustín, varón santo y erudito, quien de viva voz, como se dice, podrá instruirte y explicarte su opinión o mejor la mía.

2 2. Tiempo ha que intentaba explicar el libro de Ezequiel, para cumplir una promesa repetidamente hecha a los lectores estudiosos. Mas, al comenzar a dictar, quedó mi alma perturbada por la devastación de las provincias occidentales, y en especial de Roma; llegué a ignorar mi nombre, como dice el proverbio vulgar. Guardé largo silencio, sabiendo que era tiempo de lágrimas2. Este año ya llevaba terminados tres libros, cuando sobrevino una incursión repentina de los bárbaros, de los que dice tu Virgilio: «Y los barceos que vagan a lo lejos», y de los que la Sagrada Escritura dice de Ismael: Habitará contra la faz de todos sus hermanos3. Los bárbaros pasaron la frontera de Egipto, de Palestina, de Fenicia y de Siria, a modo de torrente, arrastrándolo todo consigo; apenas, por la misericordia de Cristo, pudimos escapar de sus manos. Si según el ínclito orador, «callan las leyes cuando hablan las armas», ¿cuánto más callarán los estudios de la Escritura, que necesitan copia de libros, silencio, atención de los copistas, y lo que es propio, seguridad y ocio de los que dictan? He enviado, pues, dos libros a mi santa hija Fabiola; si quieres ejemplares, ella te los podrá prestar. Porque por la angustia del tiempo no he podido sacar más copias. Si los lees y contemplas el vestíbulo, podrás conjeturar fácilmente cuál ha de ser la casa. Confío en que la misericordia de Dios, que me ayudó en ese dificilísimo principio de dicha obra, me ayudará en las penúltimas partes del profeta, en que se citan las batallas de Gog yMagog4; y también me ayudará en las últimas, en que se describen la edificación, las varias partes y las medidas del sacratísimo y misterioso templo5.

3 3. Nuestro santo hermano Océano, a quien deseáis que yo os recomiende, es tal y tan bueno, tan erudito en la ley del Señor, que sin ruego mío os podrá instruir y explicar mis opiniones acerca de todas las cuestiones bíblicas según la medida de nuestro común ingenio. Incólumes y floridos en una larga edad os conserve Cristo, nuestro Dios omnipotente, señores verdaderamente santos.