CARTA 164

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA

Tema: Respuesta a la anterior

Agustín saluda en el Señor a Evodio, señor beatísimo, hermano y colega en el episcopado

Hipona. Poco después de la anterior.

1 1.Creo que ya lo sabes: ese problema que me planteas en tu carta acerca de la carta del apóstol Pedro, me preocupa mucho. ¿En qué sentido hemos de tomar aquellas palabras y referirlas a los infiernos? Te devuelvo, pues, el problema para que me libres y des fin a esta duda mía, si puedes o se hallares alguien que pueda hacerlo. Si puedo yo antes por un don del Señor, y soy capaz de hacerte a ti ese beneficio, no defraudaré a tu dilección. Te voy a exponer ahora lo que extraña, para que, según mis indicaciones, medites tú en las palabras apostólicas o consultes a alguien entendido, si lo hallares.

2. Después de decir el Apóstol que Cristo ha muerto en la carne y ha sido devuelto a la vida en el espíritu, añade a continuación: Viniendo en el cual predicó a aquellos espíritus que estaban cerrados en prisión, que antes fueron incrédulos, cuando la paciencia divina esperaba en los días de Noé, mientras se fabricaba el arca, en la que se salvaron por el agua unos pocos, es decir, ocho almas. Luego continúa diciendo: Como a vosotros en una forma semejante os ha salvado el1. Loque me extraña es esto: si cuando el Señor murió predicó en los infiernos a los espíritus encerrados en la prisión, ¿por qué lo merecieron sólo esos buenos, que eran infieles cuando se fabricaba el arca? Después de los tiempos de Noé hasta la pasión de Cristo murieron muchos miles de hombres de mil naciones, y Cristo pudo hallarlos en los infiernos. No me refiero a los que creyeron en Dios, como los profetas y patriarcas de la estirpe de Abrahán, como antes Noé y toda su casa: toda ella se salvó del agua exceptuado quizá un hijo, que después fue reprobado. También fuera de la estirpe de Jacob hubo algunos que creyeron en Dios, como Job, la ciudad de Nínive, o quizá otros que se mencionan en las Escrituras o están ocultos en el género humano. Me refiero a los muchos miles de hombres que no conocieron a Dios, que rindieron culto a los demonios e ídolos y murieron desde los tiempos de Noé hasta la pasión de Cristo. Cristo hubo de encontrarlos en los infiernos. ¿Por qué no predicó a éstos, sino sólo a aquellos que en los tiempos de Noé, mientras se fabricaba el arca, fueron incrédulos? O, si predicó a todos, ¿por qué Pedro los cita sólo a ellos, omitiendo la multitud innumerable de los otros?

2 3. Está bien probado que el Señor, muerto en su carne, bajó a los infiernos. En efecto, no podemos contradecir a la profecía que dice: Porque no dejarás a mi alma en el infierno2. El mismo Pedro lo expone en los Hechos de los Apóstoles para que nadie ose entenderlo de otro modo, ni desfigure las palabras de Pedro mismo en las que afirma que se libró de los dolores del infierno, pues era imposible ser retenido en ellos3. ¿Quién, si no es un infiel, negará que Cristo estuvo en los infiernos? Porque si intriga el modo cómo se ha de entender que los dolores del infierno fueron suprimidos por Él, pues no estaba en los infiernos como en prisiones, y no pudo librarse deellos como si rompiese las cadenas con que estaba ligado, es fácil entender que los eludió como se eluden los lazos del cazador: para que no aprisionen, no porque ya lo hagan. También puede entenderse que eludió aquellos dolores, que a El no le podían alcanzar, pero que alcanzaban a otros, a quienes Él sabía que iba a libertar.

4. ¿Quiénes son ésos? Parece temerario el afirmarlo. Si decimos que fueron libertados en absoluto todos los que estaban allí, ¿quién no lo celebrará, con tal de que podamos demostrarlo? Nos regocijaríamos especialmente por algunos que nos son familiarmente conocidos por sus trabajos literarios, y cuyo ingenio y elocuencia admiramos. No me refiero tan sólo a los poetas y oradores, que en muchos de sus pasajes mostraron que los falsos dioses de los gentiles eran dignos de risa y desdén, y a veces llegaron a confesar un solo y verdadero Dios, aunque con los demás rindiesen culto a la superstición. Me refiero también a los que se expresaron de ese modo, no ya componiendo poemas y discursos, sino filosofando. También me refiero a otros cuyos escritos no tenemos, pero cuya vida, laudable a su modo, se nos ha transmitido en la literatura profana. Exceptuado el culto de Dios, en el que erraron adorando las vanidades que públicamente estaban propuestas a la veneración, con motivo se proponen a nuestro ejemplo sus costumbres de parsimonia, continencia, castidad, sobriedad, desprecio de la muerte por la salvación de la patria y lealtad no sólo para con los ciudadanos, sino aun para con los enemigos. Verdad es que todo esto, cuando no se refiere al fin de la recta y verdadera piedad, sino al fausto de la vana alabanza y gloria humana, se hace vano en cierto modo y se vuelve estéril. Pero esa índole espiritual nos deleita de tal modo, que desearíamos que los que tuvieron tales cualidades fuesen principalmente liberados, o liberados con los demás de los tormentos del infierno, si el humano sentimiento fuere de acuerdo con la justicia del Creador.

5. Siendo esto así, supongamos que a todos los libertó el Salvador, y, como tú escribes, «evacuó los infiernos para que en adelante se espere ya el juicio final». En ese caso, he aquí los puntos que a mí me sorprenden y suelen salirme al paso cuando pienso en ese problema. Primero: ¿con qué autoridad se prueba esa afirmación? Escrito está que a la muerte de Cristo se realizó una liberación de los dolores del infierno. Pero eso puede entenderse del mismo Cristo, que los suspendió, es decir, los anuló no para que le alcanzasen a El, especialmente teniendo en cuenta lo que sigue: Pues era imposible ser retenido en ellos4. Quizáse pregunte por qué quiso bajar a los infiernos, en donde había esos dolores; no podía ser retenido en ellos, ya que está escrito que era libre entre los muertos5, y elpríncipe y encargado de la muerte no halló en Cristo nada que mereciese suplicio. Entonces esa liberación de los dolores del infierno puede referirse no a todos, sino a algunos, a los que Cristo juzgó dignos de la liberación. Creemos que no fue vana la bajada, pues aprovechó a algunos de los que estaban encerrados, y, por otra parte, no concluimos que hubiera de concederse a todos lo que la divina misericordia y justicia otorgó a algunos.

3 6. Casi toda la Iglesia está de acuerdo en que libertó al primer hombre, padre del género humano. Es de suponer que ella no lo creyó en vano, venga de donde venga la tradición, aunque no se aduzca una autoridad expresa de las Escrituras canónicas. Parece que habla en este sentido, mejor que en otro alguno, lo que está escrito en el libro de la Sabiduría: A aquel que fue hecho el primero, padre del orbe de la tierra, cuando fue creado solo, la Sabiduría le guardó, y le sacó de su delito, y le dio el poder de contenerlo todo6. Algunos añaden que este beneficio fue concedido también a los antiguos santos, Abel, Set, Noé y su casa, Abrahán, Isaac y Jacob, con los demás patriarcas y profetas, que se habrían librado de sus dolores cuando el Señor descendió a los infiernos.

7. Mas yo no veo cómo puede entenderse que estuviera en aquellos dolores Abrahán, en cuyo seno fue recibido Lázaro, el pobre piadoso. Quizá lo expliquen quienes puedan. Ignoro si habrá alguien a quien no le parezca absurdo que en aquel seno del descanso memorable, antes de que el Señor bajase a los infiernos, hubiese sólo dos, Abrahán y Lázaro, y que tan sólo a ellos dos se refiera lo que le dijeron al rico: Entre vosotros y nosotros se ha establecido un gran abismo, para que no puedan pasar ni los que de aquí quieran ir a vosotros ni los que quieran pasar de ahí acá7. Y si allí había más de dos, ¿quién osará decir que no estaban allá los patriarcas y profetas, de cuya justicia y piedad dio tan insigne testimonio la Escritura de Dios? Pero no entiendo en qué pudo beneficiarlos quien suspendió los dolores del infierno, pues ellos no los sufrían, máxime teniendo en cuenta que no pude hallar textos de la Escritura en que se dé un sentido bueno a los infiernos. Y si no se lee así en las divinas autoridades, aquel seno de Abrahán, es decir, aquella habitación del secreto sosiego, no puede tomarse como parte alguna de los infiernos. En las citadas palabras del gran Maestro, en las que afirma que Abrahán dijo: Entre vosotros y nosotros se ha establecido un gran abismo, aparece bastante claro, a mi parecer, que el seno de aquella tan gran felicidad no es una parte como un miembro de los infiernos. ¿Qué es ese gran abismo sino una cierta abertura que separa mucho aquellas partes entre las que no sólo está, sino que está firmemente establecido? Si la Sagrada Escritura dijera que Cristo muerto bajó a aquel seno de Abrahán, me sorprendería que alguien osara afirmar que Cristo descendió a los infiernos.

8. Como los testimonios evidentes citan el infierno y los dolores, no veo por qué motivo hemos de creer que Cristo descendió al infierno, sino para libertar de los dolores. Pero yo pregunto si libró a todos los que allí encontró o tan sólo a algunos a quienes creyó dignos de ese beneficio. Por lo demás, no dudo de que estuvo en los infiernos y de que libró a los que estaban en aquellos dolores. Por eso no he averiguado en qué pudo beneficiar, cuando descendió a los infiernos, a aquellos justos que estaban en el seno de Abrahán, pues veo que nunca se apartó de ellos en la beatífica presencia de su divinidad. En el mismo día en que murió prometió al ladrón que estaría con El en el paraíso8, en cuanto descendiera a suspender los dolores del infierno. En el paraíso y en el seno de Abrahán estaba ya con anterioridad la sabiduría beatificante, como estaba en los infiernos la potencia juzgante. ¿En dónde no está la divinidad que no se circunscribe a ningún espacio? Con todo, Cristo estuvo en los infiernos según la criatura que en un determinado tiempo asumió, haciéndose hombre sin dejar de ser Dios, es decir, según el alma. Así lo declara con evidencia la Escritura, anunciándolo por una profecía y explicándolo claramente por la declaración apostólica. Así se dijo: No abandonarás a mi alma en el infierno9.

9. Sé que algunos opinan que en la muerte de Cristo se otorgó a los justos la resurrección que a nosotros se nos promete para el fin. En efecto, está escrito que en aquel terremoto de la pasión en que se quebraron las rocas y se abrieron los sepulcros, resucitaron muchos cuerpos de los justos y fueron vistos con El, cuando resucitó, en la ciudad santa10. Si no volvieron a morir dejando de nuevo sus cuerpos en el sepulcro falta por ver cómo se ha de entender que Cristo sea primogénito entre los muertos11, si son tantos los que le precedieron en esa resurrección. Podrán decir que eso se dice por anticipación: los sepulcros se abrieron en el terremoto mientras Cristo pendía de la cruz, pero los cuerpos de los justos no resucitaron entonces, sino después de la resurrección de Cristo. Podrá admitirse que eso se diga por anticipación, creyendo sin dudar que Cristo es primogénito entre los muertos y que se les ha concedido a los justos el que después de El resuciten a la eterna incorrupción e inmortalidad. Pero entonces nos queda un punto extraño: ¿cómo pudo decir Pedro, y decir con toda verdad, que la carne de Cristo no vio la corrupción, al afirmar que la profecía no se refería a David, sino a Cristo? ¿Por qué añadió que el sepulcro de David estaba entre ellos?12 No los pudiera convencer si el cuerpo de David ya no estaba allí. Podía mostrarse un sepulcro aunque ya hubiese resucitado en la reciente muerte de Cristo y su carne no hubiese visto la corrupción. Mas parece harto duro que no participase David en aquella incorrupción de los justos, si se trataba de la eterna, pues con tanta frecuencia, evidencia y honor se insiste en que Cristo era del linaje de David. Además, se haría problemático lo que acerca de los antiguos justos se dice en la carta a los Hebreos: Por favorecernos hicieron lo mejor, para no perfeccionarse sin nosotros13. Ellos ya vivirían en la incorruptibilidad de aquella resurrección, mientras que a nosotros se nos promete esa perfección para el fin.

4 10. Ya ves cuán oscuro es todo y qué razones me mueven para no decidirme en ningún sentido. ¿Por qué quiso Pedro citar tan sólo a aquellos que fueron incrédulos en los tiempos de Noé, mientras se fabricaba el arca, y, encerrados en la cárcel, se les predicó el Evangelio? Añádase a esto lo que dice el Apóstol: Porque a vosotros os salvó de una forma semejante en el bautismo; no quitándoos las inmundicias de la carne, sino dirigiendo vuestra conciencia a Dios por la resurrección de Jesucristo, que está a la diestra de Dios y venció a la muerte para que fuésemos herederos de la vida eterna, que subió a los cielos y sujetó a los ángeles, potestades y virtudes. Y a continuación añade: Como Cristo padeció en la carne, armaos con la misma ciencia; porque quien padeció en la carne, abandona el pecado para en adelante vivir el tiempo de la carne, no en los deseos de los hombres, sino en la voluntad de Dios. Luego dice: Basta el tiempo pasado para realizar la voluntad humana a los que caminaron en liviandades, concupiscencias, embriaguez, glotonería, borracheras, servidumbre ilícita de los ídolos; ahora se asombran de que no corráis vosotros a la misma confusión de la lujuria, y blasfeman. Ellos darán cuenta a aquel que está pronto a juzgar a los vivos y a los muertos. Después concluye: Para eso ha evangelizado a los muertos, para que sean juzgados según los hombres en la carne y vivan según Dios en el espíritu14.

11. ¿A quién no estremecerá esa profundidad? Dice que se evangelizó a los muertos. Si entendemos que se trata de losque abandonaron su cuerpo, son aquellos de quienes antes dijo que fueron incrédulos en los días de Noé15, o bien son todos aquellos a quienes Cristo halló en los infiernos. Y entonces, ¿por qué dice: Para que sean juzgados según los hombres enla carne y vivan según Dios en el espíritu?16 ¿Cómo serán juzgados en la carne, si no la tienen, pues están en los infiernos, o no la recibieron aún, aunque hayan sido librados de los dolores del infierno? Aunque los infiernos se hubiesen anulado, como dices preguntando, no hemos de pensar que resucitaron según la carne todos los que estaban allí. Tampoco hemos de creer que resucitaron y aparecieron con el Señor o recibieron su carne únicamente para ser juzgados en ella según los hombres. Ni veo cómo puede aplicarse a aquellos que fueron incrédulos en los días de Noé, porque no se dice que vivieran encarne, ni puede creerse que los libró de los dolores del infierno para que, una vez libertados, recibiesen la carne para sufrir lapena. ¿Qué significa, pues, para que sean juzgados según loshombres en la carne y vivan según Dios en el espíritu? ¿Acaso a aquellos a quienes Cristo halló en los infiernos se les otorgó el ser vivificados por el Evangelio en el espíritu, aunque enla futura resurrección hayan de ser juzgados en la carne, para que mediante determinadas penas corporales pasen al reino de Dios? Si es así, ¿por qué se menciona tan sólo a los que nocreyeron en los días de Noé y no también a los demás a quienes Cristo halló en su visita, si por la predicación del Evangelio revivieron en el espíritu para ser juzgados según la carne tras una pena transitoria? Pero, si lo aplicamos a todos, queda en pie el problema: ¿por qué Pedro cita tan sólo a aquellos que fueron incrédulos cuando se fabricaba el arca?

12. Otra cosa me extraña: los que tratan de explicar esto dicen que al bajar Cristo a los infiernos en beneficio de los que allí se hallaban destruyó aquellas residencias penales, aquellas cárceles; no habían oído el Evangelio, pues aún no se predicaba en todo el orbe durante su vida, y habían tenido una justa causa para no creer, puesto que no se les había anunciado. Los que después de ellos desprecian la predicación del Evangelio, celebrada y difundida por todas las gentes, ya no tienen excusa. Evacuadas ya aquellas cárceles, queda un juicio justo, por el que son condenados incluso al fuego eterno los contumaces e infieles. Pero los que así hablan no advierten que aun después de la resurrección de Cristo pueden tener esa misma excusa los que murieron antes de que llegase a ellos el Evangelio. No digamos que después de la vuelta de Cristo de los infiernos ya no se le deja a nadie ir a los infiernos sino después de oír predicar el Evangelio. ¿Cuántos no han muerto en todo el orbe antes de que les llegase tal predicación? Todos ellos tendrían esa excusa, que se supone suprimida, como aquellos a quienes Cristo en su visita predicó en los infiernos porque antes no habían oído la predicación.

13. Quizá se diga que también estos que murieron y mueren después de la resurrección de Cristo, pero antes de que les llegue la predicación del Evangelio, pudieron o pueden oírla en los infiernos: pueden creer en lo que hemos de creer de la verdad de Cristo, y obtener también ellos la remisión y la salud, que merecieron aquellos a quienes allí les anunció Cristo el Evangelio. No porque Cristo haya vuelto de los infiernos se ha extinguido su conocimiento allí. También de la tierra subió al cielo, y, con todo, con su anuncio se salvarán los que hayan creído en El. Por eso fue exaltado y se le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en su nombre se doble toda rodilla no sólo en la tierra y en el cielo, sino también en los infiernos17. Pero ¿quién tolerará las consecuencias absurdas y contrarias a la fe que se siguen de admitir esa opinión, afirmando que unos hombres que no creyeron en Cristo en la vida pueden creer en los infiernos? En primer lugar, parecería vano llorar a los que salieron del cuerpo sin esa gracia. En vano nos preocuparíamos y exhortaríamos sin cesar a los hombres a recibirla antes de morir para no ser castigados con una muerte eterna. Acaso se diga que en los infiernos creen inútil e infructuosamente aquellos que aquí se negaron a creer en el Evangelio que se les anunciaba, pero que les aprovecha a los que aquí no despreciaron lo que ni siquiera pudieron oír. Entonces se sigue otro absurdo. No deberíamos aquí predicar el Evangelio, pues todos morirán e irán a los infiernos libres de haber despreciado el Evangelio, y allí creerán y les aprovechará. Creer eso es una impía vanidad.

5 14. Por lo tanto, mantengamos con toda firmeza lo que nos dice la fe con bien fundada y confirmada autoridad: Cristo murió según las Escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras18, y todo lo demás que está escrito de El con verdad bien atestiguada. Entre otras cosas, éstas: que estuvo en los infiernos; que se eximió de los dolores19, que no le podían afligir; que, como es justo entender, desató y liberó a quienes quiso de entre ellos, y que recobró en el sepulcro el cuerpo que había dejado en la cruz. En cuanto a ese problema que me planteas acerca de las palabras del apóstol Pedro, ya ves las razones que me sorprenden, y quizá otras que pueden extrañar si se reflexiona con más atención. Busquemos la solución ya meditando a solas, va consultando a quienes valga la pena y podamos.

15. Reflexiona, sin embargo, no sea que todo eso que el apóstol Pedro dice acerca de los espíritus encerrados en la cárcel y que no creyeron en los tiempos de Noé no se refiera en modo alguno a los infiernos, sino más bien a aquellos tiempos, trasladada su realidad, como símbolo, a los nuestros. Porque aquel acontecimiento fue símbolo del futuro para que se comprenda que aquellos que ahora no creen en el Evangelio, mientras se edifica la Iglesia en todas las naciones, son semejantes a los que no creyeron cuando se edificaba el arca; y que aquellos que creyeron y por el bautismo se salvan, sean comparados a los que entonces y en el arca se salvaron del agua. Y por eso dice: Así también a vosotros y en forma semejante os salvó el bautismo20. Acomodemos también todo lo que se dice acerca de los incrédulos conforme a la semejanza del símbolo. No creamos que el Evangelio se predicó a los condenados para hacerlos fieles y salvarlos, o que aún se siga predicando, como si también allá estuviese constituida la Iglesia.

16. Los que dan a las palabras de Pedro aquel sentido que a ti te sorprende, parecen inclinarse a ello porque Pedro dice que se predicó a los espíritus encerrados en la cárcel. ¡Como si no pudiéramos aplicarlo a los espíritus que entonces estaban en la carne y estaban encerrados, como en una cárcel, en las tinieblas de la ignorancia! De tal cárcel codiciaba librarse el que dijo: Saca a mi alma de la cárcel para que sea confesado tu nombre21. En otras partes se la denomina sombra de la muerte. No se libraron de ella en los infiernos, sino acá, aquellos de quienes está escrito: Surgió una luz para los que estaban sentados en la sombra de la muerte22. Por el contrario, en vano se les predicó a los otros en tiempo de Noé, pues no creyeron, mientras la paciencia de Dios los esperaba durante todos aquellos años que duró la construcción del arca; su fabricación era ya una cierta predicación. De un modo semejante no creen ahora los que, dentro del mismo símbolo, están encerrados en las tinieblas de la ignorancia como en una cárcel, y contemplan en vano cómo se construye la Iglesia en todo el mundo, y cómo amenaza ya el juicio, como el diluvio aquel en el que todos los incrédulos perecieron. Así dijo el Señor: Como sucedió en los días de Noé, así sucederá en los días del Hijo del hombre. Comían y bebían, hombres y mujeres se casaban, hasta que entró Noé en el arca; vino el diluvio y perdió a todos23. Sólo que ese acaecimiento simbolizaba el futuro: por eso el diluvio simbolizaba para los fieles el bautismo y para los infieles el castigo. En forma semejante, aunque no en una acción simbólica, sino en una expresión metafórica, se habla de la piedra, que simboliza a Cristo24, en la que se anuncian dos cosas: un tropiezo para los infieles y una edificación para los creyentes. A veces en una misma figura, ya un hecho, ya un nombre, dos objetos significan una misma realidad. Así los fieles estaban simbolizados tanto en las maderas con que se construía el arca como en las ocho almas que se salvaron en el arca25; del mismo modo, en la metáfora evangélica del rebaño, el pastor y la puerta simbolizan a Cristo.

6 17. Para aceptar este sentido, nada debe importarnos que el apóstol Pedro diga que Cristo predicó a los que estaban encerrados en la cárcel, y que no habían creído en los tiempos de Noé porque en aquel tiempo aún no había venido Cristo. No había venido en carne, como vino luego cuando después de esto fue visto en la tierra y conversó con los hombres26. Pero desde el principio del género humano venía, no en carne, sino en espíritu, y hablaba, con oportunas apariciones, a quienes quería, como quería, ya para argüir a los malos, como a Caín y antes al mismo Adán y a su mujer; ya para consolar a los buenos, ya para amonestar a ambos a fin de que unos creyeran, para su salud, y otros no creyeran, para su castigo. Dije que «venía en espíritu»: el Hijo, en la sustancia de la divinidad, es un espíritu, pues no es un cuerpo. Pero ¿qué hace el Hijo sin el Espíritu Santo o sin el Padre, siendo inseparables todas las obras de la Trinidad?

18. A mi juicio, las mismas palabras de la Escritura de que tratamos los indican a quien presta atención: Porque Cristo murió una vez por nuestros pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios; muerto en carne, fue vivificado en espíritu; ese espíritu predicó también a los espíritus que estaban encerrados en la cárcel, en otro tiempo incrédulos, cuando la paciencia de Dios esperaba en los días de Noé, mientras se fabricaba el arca. Según creo, adviertes el orden de las palabras: Cristo muerto en la carne, vivificado en el espíritu; viniendo en ese espíritu, predicó también a aquellos espíritus que fueron incrédulos en los tiempos de Noé27. Porque antes de venir en carne a morir por nosotros, lo que realizó una sola vez, venía con frecuencia en espíritu a los que quería, avisándoles con apariciones según quería, ciertamente en espíritu, en el cual espíritu fue devuelto a la vida cuando, en la pasión, murió en el cuerpo. ¿Qué significa «fue devuelto a la vida en el espíritu», sino que la misma carne, en la cual solamente murió, resucita en el espíritu que devolvió a la vida?

7 19. ¿Quién osará decir que Jesús murió en el alma, es decir, en ese espíritu que es propio del hombre? La muerte del alma no es sino el pecado, y Jesús estuvo totalmente inmune de pecado cuando por nosotros murió en la carne. Si todas las almas de los hombres proceden de aquella única que fue insuflada al primer hombre, por quien el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres28, el alma de Cristo no procede de allí, pues no tuvo ningún pecado, ni original ni propio, por el que la muerte pareciera debérsele; la padeció por nosotros sin merecerla, pues en El nada halló el príncipe de este mundo y dominador de la muerte29, y no es absurdo que quien creó el alma para el primer hombre la creara para sí. O quizá, si procede de allí, la limpió al asumirla, de modo que, al venir a nosotros, naciese de la Virgen sin pecado alguno, ni perpetrado ni heredado. Si las almas no se propagan de aquella primera o sola la carne hereda de Adán el pecado original, el Hijo de Dios se creó para sí un alma del modo que las crea para los demás, aunque no la mezcló con carne de pecado, sino con una semejanza de carne de pecado30. Es decir, de la Virgen tomó una verdadera sustancia de carne pero no la carne de pecado, porque fue procreada o concebida sin concupiscencia carnal; carne ciertamente mortal y mudable según la edad, muy semejante a la carne de pecado, pero sin el pecado.

20. Cualquiera que sea la opinión verdadera acerca del alma, no osaré afirmar ninguna temerariamente, contentándome con repudiar esa que supone que las almas son encerradas singularmente en sus correspondientes cuerpos como en cárceles, por méritos de no sé qué acciones suyas antecedentes. El alma de Cristo era no sólo inmortal en conformidad con la naturaleza de todas las almas, sino que no ha sufrido la muerte por ningún pecado ni ha sido castigada con la condenación. Son éstas las dos únicas causas por las que se puede entender que muera el alma. Luego el que Cristo fuese devuelto a la vida en el espíritu no pudo referirse a esa muerte. Fue devuelto a la vida en el mismo sentido en que murió, y, por lo tanto, se trata de la carne. Fue la carne la que revivió al volver el alma, porque la carne había muerto al irse el alma. Luego se afirma que murió en la carne porque murió según sola la carne, y devuelto a la vida en el espíritu, porque, por obra de ese espíritu en el que venía y predicaba a los que quería, aquella carne en la que al fin vino fue vivificada y resucitó.

21. Después se dijo de los incrédulos: Darán cuenta a aquel que está pronto a juzgar a los vivos y a los muertos31. De ahí no se deduce que por muertos entendamos a los que salieron de su cuerpo. Puede suceder que llamara muertos a los infieles, es decir, a los muertos en el alma. De ellos se dijo: Deja a los muertos que entierren a sus muertos32. Y se llama vivos a los que creen en El, los que no oyeron en vano: Levántate tú que duermes y álzate de entre los muertos y te iluminará Cristo33. De ellos dice también el Señor: Vendrá la hora, y ésta es, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y quienes la oyeren vivirán34. No es, pues, obligatorio aplicar a los infiernos lo que dice Pedro a continuación: Por eso se evangelizó a los muertos, para que sean juzgados según los hombres en la carne y vivan según Dios en el espíritu35. Por eso (quiere decir en esta vida) se evangelizó a los muertos, y se refiere a los infieles e inicuos. Cuando éstos creyeren, serán juzgados según el hombre en la carne, esto es, con diversas tribulaciones y con la misma muerte de la carne, por lo que el mismo Apóstol dice en otro lugar: Tiempo es de que el juicio empiece por la casa del Señor. Y vivan según Dios en el espíritu36, pues en él estaban muertos cuando les retenía la muerte de la infidelidad y de la impiedad.

22. Quien no tenga por buena esta exposición de las palabras de Pedro, o quien no la tenga por suficiente, aunque la tenga por buena, trate de referirla a los infiernos. Si solucionare las razones que antes cité, y que a mí me sorprenden, de modo que se disipe toda duda, particípeme su solución. Si alguien lo logra, las palabras de Pedro podrán entenderse de las dos maneras. Con su sentencia no demostrará la falsedad de la mía. Ya respondí como pude a los otros problemas que me planteaste anteriormente, excepto al de la visión de Dios mediante el cuerpo, ya que exige mayores alientos. Te envié la respuesta por el diácono Aselo, y supongo que la habrás recibido. En tu reciente memorándum, al que he contestado, me proponías dos puntos que he examinado: uno más ampliamente sobre unas palabras del apóstol Pedro y otro con más brevedad sobre el alma de Cristo. Perdí, no sé cómo, el ejemplar de tu carta, en la que me preguntabas si la sustancia divina puede ser vista corporalmente como en el espacio. No he podido encontrarlo, aunque harto lo busqué. Ten a bien el enviármelo de nuevo.